
Cinco grados, son las dos de la mañana de un lunes de invierno en Buenos Aires y la calle estalla como un carnaval. Sólo en Argentina puede darse semejante locura. Desde el final del partido, o incluso antes de la consagración, fue bajando la multitud inquieta hacia el punto de encuentro: por la avenida Corrientes, por Córdoba, por Rivadavia, por la 9 de Julio desde el sur y desde el norte, otra vez, como aquel verano de los cinco millones, a los gritos y a los bocinazos. Un desfile que se hizo costumbre, afortunadamente, desde que en 2021 se rompió la matrix maldita y volvimos a festejar títulos de la Selección, uno atrás del otro.
Abrazado a su hija, Marcos se emociona. “Yo ya tengo 47, y sé que quizás estas cosas, tener un equipo así, se vive solo una vez. Poder hacerlo con mis hijas es algo que recordaremos toda la vida”, comenta el hombre, llegado del barrio de Villa Ortúzar, mientras sus dos niñas se sacan fotos con el Obelisco de fondo, iluminado de celeste y blanco, bajo el cual decenas de miles, una cantidad imposible de calcular, grita que hay que saltar, que el que no salta es un inglés.
Toda la avenida Corrientes fue un desfile de personas que iban y venían, familias que aprovecharon que hoy arrancan las vacaciones de invierno, niños fascinados con sus vuvuzelas, vendedores ambulantes sacando como pan caliente gorritos de lana celestes y blancos a cinco mil pesos, banderas a tres mil, hasta espuma de carnaval se vendió esta madrugada.

A diferencia de los festejos por la conquista de Qatar, esta noche no abundaron los trepadores de semáforos. Todavía quedan marquesinas dobladas de aquella celebración. Mientras el partido se jugaba, un hombre de 29 años murió al caer de la letra A que forma un jardín vertical bajo el Obelisco con las siglas de Buenos Aires (BA). Algunas calles, como Diagonal Norte, estaban valladas. Lo mismo el famoso local de comidas rápidas de la esquina de Corrientes y Carlos Pellegrini.
“Hoy temprano vi en las redes que lo habían vallado y me asusté. Pensé que era medio mufa eso porque daban por entendido que íbamos a ganar y me dio miedo. Por suerte puedo decir que me equivoqué”, se reía Juan José, que llegó desde el barrio San Telmo, con una camiseta de Di María puesta, apretada, sobre la campera. Cerca de las tres de la mañana, la sensación térmica marcaba cero grado. Sin embargo, seguía llegando gente, sobre todo jóvenes, en banda, extasiados. Alguien ató una silueta del Dibu Martínez a un poste de luz.
Di María fue uno de los más celebrados si se les preguntaba a los presentes por el jugador del partido. “Hay que decirle al Fideo que se queda hasta el 2026″, pedía Lautaro, de 12 años, con la camiseta roja del Dibu en el Mundial.

“Estamos agradecidos por Argentina, amamos a Scaloni, aguante Messi. Nos estamos acostumbrando a jugar finales. No sé si es bueno, ¿qué va a pasar cuando esta camada no esté?”, se puso nostálgica Ana María, que llegó junto a sus sobrinas desde José C. Paz. “Ellas tienen vacaciones y yo soy jubilada, así que hoy no duerme nadie”, reía.
Entre los miles y miles de argentinos, algunos turistas se sumaron a los festejos. Como Arthur y su novia Patricia, brasileños de Minas Gerais que, con perfil bajo, se pusieron bufandas argentinas y celebraron con la multitud.
“Esto quiere decir que hoy hay fiesta, y vinimos a Buenos Aires a estar de fiesta”, confesaron. De lo que no quisieron hablar fue su propia Selección. “Melhor calar boca”, susurró Patricia.

Muchos llegaron desde sus casas, pero también hubo una gran porción de argentinos que aprovecharon la ocasión y vieron el partido en las pizzerías clásicas del centro porteño o en la misma calle, con sus celulares.
“Fue una buena oportunidad para levantar el promedio de propinas”, guiñó un ojo un mozo de uno de los bares más tradicionales, repleto de gente, mientras fumaba en la vereda y observaba a la marea pasar. “Ojalá que la Scaloneta siga ganando, así ganamos todos”, lanzó como un acto de fe mientras con la suela de su mocasín apagaba el pucho.
Cerca de las cinco de la mañana la fiesta terminó por la fuerza. Desde el sur y el norte, media docena de cordones policiales comenzaron a presionar a la multitud para que, protocolo antipiquetes en mano, despejaran las avenidas y permitieran la circulación en un horario en el que muchos ya salían a trabajar. Eso provocó algunos piedrazos y corridas. En principio, nada que arruine la alegría que, otra vez, le regaló la Scaloneta al pueblo argentino.
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