La proeza de Gustavo Giró, el argentino que cruzó la Antártida por primera vez con su perro Poncho

El 14 de junio de 1962, el legendario explorador comenzó su travesía de 2000 kilómetros por el continente blanco con tres trineos tirados por perros de la extinta raza Polar Argentina y dos vehículos Snow Cat, que terminó cinco meses después. Ahora, sus hijos hallaron documentación inédita sobre la hazaña de su padre y la comparten con Infobae

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Gustavo Giró Tapper, el primer argentino que encabezó una exporación terrestre de la Antártida (Fundación Marambio)
Gustavo Giró Tapper, el primer argentino que encabezó una exporación terrestre de la Antártida (Fundación Marambio)

En la familia Giró había un baúl negro. Estaba en el comedor, al paso, pero era intocable. Como en el altillo y el resto de la casa había fotos, objetos y trofeos de papá Gustavo, cordobés radicado en Ushuaia y teniente del Ejército que conquistó el Polo Sur, el baúl no despertaba demasiada curiosidad: se sabía que había cosas guardadas y nada más. Todos intuían, sin embargo, que allí se guardaban secretos de quien participó en la fundación de las primeras bases antárticas de la Argentina.

Gustavo Giró Tapper, uno de los más legendarios exploradores del sur argentino y pionero en el esquí de fondo con la creación de su centro invernal Tierra Mayor en Ushuaia, falleció en 2004. No pasaron sino varios años para que sus cuatro hijos convencieran a su madre, celosa del legado familiar, de mover el baúl. Entonces lo abrieron: había un registro minucioso de cintas fílmicas, diarios, cuadernos de bitácora a mano y escritos en máquina de escribir, con detalles de las travesías de Gustavo. Los hijos creyeron encontrar un tesoro, desbordados por el asombro.

Uno de los trineos que llevó Gustavo Giró a la expedición antártica en medio del blanco paisaje
Uno de los trineos que llevó Gustavo Giró a la expedición antártica en medio del blanco paisaje

“Mi mamá falleció el año pasado, ella en sus últimos años nos fue contando cada vez más cosas de cómo había sido mi papá. De hecho, lo conoció cuando era profesora de geografía yendo a una exposición que papá dio sobre la Antártida en San Luis. Mi viejo tuvo varias vidas, y la vida antártica la empezó antes de conocerla. Después, desde allá, le mandó cartas a través de los barcos”, cuenta María Giró, una de sus hijas, encargada hoy del centro invernal. María, al igual que su padre, es famosa por virtudes deportivas: biatleta argentina olímpica por excelencia, participó en los Juegos de Invierno en Albertville 1992 y Lillehammer 1994, donde además fue abanderada.

En los cuadernos de bitácora de Gustavo Giró se encontraron una serie de notas y fotos de los años previos y luego la plena travesía de la fascinante Expedición Terrestre Invernal Antártica, sucedida en 1962. Sensaciones, pensamientos y un torrente espiritual: sus hijos descubrieron un lado oculto de su padre, desde que pisó por primera vez la Antártida. Aquella expedición invernal fue la prehistoria de “Operación 90″, la primera expedición terrestre hecha por la Argentina al Polo Sur en 1965. Más de un siglo atrás, el 14 de diciembre de 1911, el noruego Roald Amundsen al frente de un equipo de cinco hombres había sido el primero en alcanzarlo.

El vehículo snow cat que llevó Giró, luego de una ventisca
El vehículo snow cat que llevó Giró, luego de una ventisca

“Hoy, después de idas y vueltas, estamos preparando un museo de mi padre en el centro invernal -adelanta María, su hija-. Mi padre era algo callado y tranquilo, pero siempre contaba anécdotas de sus descomunales travesías con humor, con cierta liviandad. Pero en sus diarios encontramos un tono espiritual, casi poético. Papá era muy humilde, siempre hablaba del trabajo en equipo, tal vez ahora no esté de acuerdo con nosotros por el museo, por eso surgió cuando él falleció. Nosotros, sus hijos, nos dijimos que esas historias no se podían ir con él. Queremos revalorizar su gesta y mostrarla a todo el público, no sólo a los aficionados”, se explaya María, que para las tareas del museo cuenta también con la colaboración de su hija Catalina.

Hay una épica del “alma antártica”. Todo se remonta a la década del ‘60, cuando dentro del llamado “Sector Antártico Argentino” empezaron las expediciones terrestres a lo largo de grandes extensiones del territorio. La llamada “Primera Expedición Invernal Antártica que une las bases Esperanza y General San Martín” de 1962, entonces, había sido la pionera, la que abrió los caminos por tierra, la que dejó una huella histórica en ese lejanísimo suelo atravesado por glaciares y desoladores paisajes, esa inmensidad que puede enceguecer tanto como maravillar, tal la paleta monocromática de la fotógrafa Adriana Lestido sobre el blanco perfecto del hielo y el azul del mar y el cielo en su libro “Antártida Negra”.

Gustavo Giró con su perro Poncho
Gustavo Giró con su perro Poncho

Fueron 133 días en pleno invierno polar. Una verdadera epopeya en el fin del mundo: casi cinco meses de travesía, entre el 14 de junio y el 25 de octubre de 1962. Ambas bases estaban distantes entre sí unos 800 kilómetros en línea recta, lo que abarcaba un recorrido total de ida y vuelta de más de 2.000 kilómetros, todo a lo largo de la Península Antártica sobre la Barrera de Hielos Larsen y los Andes Antárticos. Al mando del teniente Gustavo Giró Tapper, la expedición se dividió en un grupo de avanzada con dos trineos de ochos perros cada uno; un grupo principal, con tres vehículos SnowCat y un trineo de ocho perros; y, por último, un grupo aéreo con dos aviones monomotores Beaver.

El periodista Emilio Urruty, autor de libros como “Poncho, la Legendaria Vida de un Perro Polar Argentino”, es uno de los que mejor contó aquella aventura al entrevistar varias veces a Giró Tapper. Poncho era su perro favorito, capaz de cruzar grietas liderando trineos que resultaban más livianos y rápidos que un tractor. Junto a Poncho y sus otros perros, Giró construyó una épica colosal sobre superficie de mar congelado, con vientos que llegaban a los 200 kilómetros. Ventiscas que se prolongaban por días y tapaban de nieve a los vehículos y los campamentos. Y la tripulación en alerta bajo guardias rotativas permanentes, con la sola misión de mantener desenterrados a los equipos y a los perros.

Rescate de un trineo caído en una grieta durante el trayecto
Rescate de un trineo caído en una grieta durante el trayecto

“Tras una noche de tormenta, a la mañana siguiente era posible no encontrar más que un manto blanco. El panorama era desolador: se veía como si los animales hubiesen decidido huir en masa durante la noche. Pero no; estaban ahí mismo, bajo uno o dos metros de nieve, acurrucados, esperando que el temporal amainase”, escribe el periodista Urruty.

Poncho participó del grupo avanzado de la Expedición Terrestre Invernal Antártica, recorriendo más de mil kilómetros. En 1965 llegó su consagración: fue parte fundamental de la “Operación 90″. Así lo narra Giró en una parte de los escritos recientemente recuperados por sus hijos: “Al principio, un perro era para nosotros solamente un perro, ahora después de pasar muchos meses siempre defendiendo nuestra existencia y el éxito de nuestras tareas de estos nobles animales, veo en ellos el semblante de algún gran amigo o familiar. Cada uno tiene una expresión física distinta, un proceder que los dista mucho de ser un ser irracional”.

El recorrido, de ida y vuelta, fue de 2.000 kilómetros e insumió casi cinco meses
El recorrido, de ida y vuelta, fue de 2.000 kilómetros e insumió casi cinco meses

En sus diarios de campaña Gustavo Giró Tapper cuenta las peripecias tanto de la travesía, con sus detalles técnicos y profesionales, a la vez de cómo estaba siendo afectada la tripulación en el día a día. No puede disimular emociones como cuando le festejaron su cumpleaños en la base y cada uno de los compañeros se vistió con sus mejores prendas. “El cocinero se lució, milanesa a la napolitana y una hermosa y rica torta con una velita simbólica encendida, la bebida fue un preparado con jerez, gin y vermut, bastante bueno. Pérez tocó algunas piezas con su guitarra, entre ellas ´El pimpollo´ y Alfonzo se mandó unas recitadas gauchescas. A las tres de la madrugada me fui a dormir después de una amena charla. Sinceramente ha sido un día feliz para mí, lástima que voy para viejo, 28 años”.

Tiempo después escribe sobre los avanzados trabajos en la nueva vivienda de la base, con veinte grados bajo cero de mínima. Y en otro corte cuenta de un salvaje encuentro con una foca. “Avisté una foca en proximidades de la base, unos 300 metros cerca de la pared del glaciar. Con Verón le dimos muerte y la arrastramos hacia la costa desplazándonos por la capa helada. Verón se hundió en una grieta angosta mojándose ambos pies, rápidamente fue a cambiarse mientras yo faené al animal”.

Anotaciones de puño y letra de Giró, que atesoró su familia
Anotaciones de puño y letra de Giró, que atesoró su familia

Gerónimo Andrada es hoy el único sobreviviente de aquel grupo liderado por Giró Tapper, del cual decía que “para arrancarle una sonrisa, había que hacerle cosquillas”. En una reciente entrevista calificó la expedición como muestra del “coraje criollo”, palabras que también usaba su líder en los cuadernos de bitácora para sobrellevar el frío atroz y los temporales de viento y nieve. Lo que más temían eran las grietas en la superficie: una caída en cualquier hueco significaba una muerte segura.

Angustiado porque debieron sacrificar algunos perros en la dura travesía, Giró ablandaba sus escritos haciendo hincapié en la fraternidad de la tropa. Allí se permite resaltar la camaradería con los integrantes de la base inglesa: con algunos se juntaba a charlar y llegó a cultivar una larga amistad. Gustavo Giró expresaba su gracia con un avión Otter de matrícula inglesa cuando saludó desde el aire al grupo terrestre. La historiadora Mary Tahan, que hoy vive en Canadá, está estudiando hoy esos documentos y se contactó con la familia Giró para asesorarlos con el futuro museo.

Gustavo Giró en la Expedición Antártica. Sólo Gerónimo Andrada vive de los participantes de la travesía
Gustavo Giró en la Expedición Antártica. Sólo Gerónimo Andrada vive de los participantes de la travesía

Allí advirtió que Gustavo Giró, en sus anotaciones, había dividido la expedición en varias partes. En la primera, el grupo principal inició la marcha desde la base Esperanza atravesando fuertes pendientes, gran acumulación de nieve y grietas ocultas que obligaron a un desplazamiento lento. Se produjeron cinco caídas de vehículos en pozos y, al llegar a la base Matienzo, los trineos de arrastre debieron ser reparados. Los dos aviones no pudieron salir de la base por los vientos de más de 200 kilómetros.

En la segunda etapa se cruzaron tres áreas agrietadas, y antes de alcanzar la latitud de los 68°S, se registró la temperatura más baja de la campaña: -42.5°C bajo cero. En la tercera, se hizo necesario descargar los trineos y subir las cargas una por una, con el personal encordado y con grampones por la peligrosidad de las grietas y las pendientes. “Luego se pasó perro por perro y finalmente el trineo. A unos 300 metros de altura, recién pudimos volver a cargar los trineos”, describe Giró.

Giró y su trineo: la expedición comenzó el 14 de junio y se extendió hasta el 25 de octubre (Fundación Marambio)
Giró y su trineo: la expedición comenzó el 14 de junio y se extendió hasta el 25 de octubre (Fundación Marambio)

En tanto, en la cuarta etapa hubo mala visibilidad y bajaron las cargas de la misma manera que se habían subido. El peligro acechaba a ras del suelo. “Tratamos de ver si era posible bajar con el trineo tirado por pocos perros y una carga mínima. Pese a todas las medidas de seguridad tomadas, se derrapó sobre la pendiente y dando tumbos hombres (dos) y perros. Finalmente por suerte quedamos sobre el único puente de una grieta de unos seis metros de ancho”.

Por último, entre la quinta y sexta etapa, la travesía pasó por casi veinte estaciones de dureza de nieve, con grandes lagunas sobre la barrera de hielo. “Estas dificultaron enormemente el desplazamiento ya que en algunos casos, su profundidad sobrepasaba el metro. Los puentes de nieve sobre las grietas del glaciar Victoria cedían en su mayor parte al paso de las jaurías de perros o trineos, y la marcha fue, por ello, muy lenta y peligrosa. El 24 de octubre se llegó a la base Esperanza, punto terminal del itinerario de la misión”, apunta el líder en sus diarios.

Gustavo Giró, el pionero antártico en medio de la vastedad de nieve (Fundación Marambio)
Gustavo Giró, el pionero antártico en medio de la vastedad de nieve (Fundación Marambio)

La proeza, en puño y letra de Giró Tapper, alcanzó altos grados de extenuación física, con principios de congelamiento y botas mojadas durante la aventura -por tales razones es que varios especialistas rescatan la expedición, dada la poca tecnología y precariedad de recursos-, junto al armado de carpas en tiempo récord ante la violencia de un ciclón: la lona de la carpa daba fuertes golpes con inminente riesgo de ser resquebrajada, a la par que el piso crujía. Pese a ello, había largas conversaciones en la tropa, mateaban, en ocasiones chupaban caramelos. En pocas semanas, ya se conocían las vidas de los otros. La única comida del día era estrictamente a las cuatro de la tarde: se turnaban entre guiso de arroz, charquicán y “corned beef”.

Sobre el viento y su relación con el tiempo, encerrado por días en las carpas por el furioso vendaval, Giró desliza el siguiente texto: “Lo extraordinario es que el ciclón no amainaba su violencia. El oído alerta, había llegado a una tensión tan agudizada que daba la sensación que el centro vital se había trasladado, como si todo el organismo se hubiese convertido en oído múltiple, capaz de captar los más leves matices del crujido de los hielos marinos azotados por aquel viento, que con su furor demencial, en busca desesperada de su equilibrio perdido, parecía someter el tiempo a una flexibilidad desconocida. Más que advertir, se siente en tales circunstancias, que el tiempo posee una increíble elasticidad, aquel viento enloquecido arrastra los minutos, los alarga prodigiosamente, indefinidamente y entonces advierte el ser humano, que el tiempo es una ficción, que el tiempo en relación con su cuerpo tan tenso y tan alerta, tomo dimensiones intransferibles. Es su tiempo y es un tiempo monstruosamente multiplicado por aquel viento enloquecido”.

Con amplios conocimientos en paracaidismo, meteorología, deportes invernales y supervivencia en condiciones extremas, Giró fue reconocido tiempo después como el “pionero del extremo sur”: en la actualidad figura como uno de los más distinguidos de las expediciones internacionales de alto riesgo.

María Giró, hija del pionero y representante olímpica argentina
María Giró, hija del pionero y representante olímpica argentina

¿Qué había en ese hombre capaz de exponer su integridad a la hostilidad de la naturaleza, qué misterios anidaban en su afán de largarlo todo e internarse en el conocimiento de la Antártida, qué ambicionaba en su curiosidad por documentar por escrito con talante tan científico como provisto de una prosa aventurera?

En otra parte de sus diarios, advirtiendo que un temporal los había hecho retroceder en sus pasos, escribe: “Las tareas de observación técnico-científicas continuaban sin interrupción a la par que se luchaba por la subsistencia, los trineos recorrían más y más distancias, en determinadas zonas fue necesario desplazarse por la superficie helada del mar cuyo espesor no sobrepasaba los veinte centímetros. Las dificultades casi insuperables, añadido a las condiciones climáticas tan adversas, no dieron margen para que advirtieran que la capa cuya estabilidad no era segura, cubría las aguas de un océano”.

El Centro Invernal Tierra Mayor de la familia Giró, en Tierra del Fuego, se convertirá en un museo dedicado a la memoria del pionero antártico luego del hallazgo de documentación inédita sobre la proeza
El Centro Invernal Tierra Mayor de la familia Giró, en Tierra del Fuego, se convertirá en un museo dedicado a la memoria del pionero antártico luego del hallazgo de documentación inédita sobre la proeza

Así lo sintetiza su hija, María Giró, quien ahora se preocupa por cuidar su legado. “La Expedición Invernal Terrestre fue mucho más importante que la del Polo Sur, eso siempre decía mi viejo. Porque lo hicieron con pocos conocimientos sobre un terreno sumamente hostil, porque cruzaron por mar congelado con temperaturas extremas y con el clima invernal acechando la travesía, con escasas horas de luz sin que se visibilizara nada en el horizonte por largos días”.

Suerte de caminantes nocturnos en las sombras más largas de aquella epopeya, dice María que su padre alcanzó un cenit personal cuando enarboló la bandera argentina en la base San Martín. Al regresar poco después a Ushuaia finalmente sonrió, borrando el entrecejo en la mirada, y feliz de haber abierto para siempre una ruta por tierra entre dos bases argentinas en la Antártida.