
Para el presbítero Antonio Sáenz fue el final de una larga peregrinación. Hacía años que llevaba bajo el brazo un proyecto de creación de una universidad que estuviera a la altura de la de Córdoba y la de Chuquisaca. Sáenz no era un desconocido: había nacido en Buenos Aires, había estudiado en el Colegio de San Carlos y se había formado en derecho y la carrera religiosa en Chuquisaca. Formó parte del cabildo abierto del 22 de mayo de 1810 y no dudó en votar la deposición del virrey. Fue además uno de los redactores de un proyecto de constitución, formó parte de la Logia Lautaro y como congresista en Tucumán en 1816, volvió a presentar su viejo proyecto que entusiasmaba pero que nunca llegaba a concretarse. El Director Juan Martín de Pueyrredón llegó a anunciar la inminente apertura de la universidad, pero la iniciativa quedó cajoneada por la anarquía del año veinte.
Sabía de la ardua tarea que tenía por delante. Al virrey Juan José Vértiz ya se le había ocurrido fundar una universidad, y así no tener que estudiar en Córdoba, en el Alto Perú o en Europa como hacía la gente de recursos. Pero para la corona española Buenos Aires era un lejano punto perdido en el otro lado del Atlántico y entonces para el rey Carlos III no era una prioridad. Además, las internas entre docentes y los miembros eclesiásticos hicieron que el funcionario archivara el proyecto.
Ahora con Martín Rodríguez como gobernador y Bernardino Rivadavia como su principal ministro llevaron el proyecto a la práctica. Aún así debieron sortear el intenso lobby de la Universidad de Córdoba, cuyas aulas estaban colmadas de alumnos porteños. El gobierno anunció la apertura el 9 de agosto de 1821 y la inauguración fue a toda pompa. Desde el sábado 11 de agosto el frente de la iglesia de San Ignacio fue iluminado, a la par que dos orquestas se turnaron en ejecutar diversas piezas hasta la noche.

La ceremonia fue el domingo para homenajear a Santa Clara que desde 1806 era la segunda patrona de la ciudad. La elección del templo de San Ignacio no fue al azar: cuando no había servicios religiosos era usado como salón de actos del colegio lindero y los alumnos rendían allí sus exámenes, que eran públicos y donde los asistentes también podían preguntar.
A las cuatro de la tarde ingresó Martín Rodríguez secundado por sus ministros, por jefes militares, autoridades de la iglesia y por profesores. En ese grupo también estaba Sáenz. Cuando estuvieron frente al altar, alguien alcanzó el edicto de creación, que estaba depositado en un almohadón de tela de damasco y oro.
Se festejó hasta la noche, con orquesta y con la quema de un castillo. Comenzó a funcionar en la denominada Manzana de las Luces, tal como lo había imaginado Vértiz en 1771. Compartía el edificio con la biblioteca y el Colegio de San Carlos. Dos años después se instaló allí el Museo de Ciencias Naturales. Se cursaban Primeras Letras, Estudios Preparatorios con un docente de lujo, el propio Rivadavia; Ciencias Exactas; Medicina, Jurisprudencia y Ciencias Sagradas, que fue la única que no comenzó a funcionar por falta de inscriptos. La primera inscripción fue la siguiente: 4 en Medicina, 9 en jurisprudencia, 165 en Ciencias Exactas -estudiantes que venían de las escuelas técnicas consulares- y 150 en Estudios Preparatorios. El propio rector estaba a cargo de las cátedras de Derecho Natural y de Gentes.
Antonio Sáenz murió repentinamente en el ejercicio de su función en 1825.

Cien años después, la UBA celebró su centenario. El rector era el doctor Eufemio Uballes quien, curiosamente, era un comisario retirado. Había nacido en San Pedro, en tierras que había comprado su abuelo, un español que había luchado en el ejército de ese país y que había sido prisionero del Ejército Libertador de José de San Martín. De familia humilde, siendo adolescente entró a la policía para tener un un sustento. Pero cuando finalizó sus estudios secundarios, entró en Medicina y al recibirse dejó su antiguo empleo. Fue rector entre 1906 y 1922 y durante su gestión se crearon las facultades de Agronomía, Veterinaria y Ciencias Económicas, puso la piedra fundamental de lo que sería el Instituto de Oncología “Angel H. Roffo” y fundó el primer alojamiento gratuito para estudiantes de bajos recursos. Aún ese pabellón –que lleva su nombre- está en pie dentro del predio de la Facultad de Agronomía.

Las celebraciones del centenario ocuparon dos días. A las 9 de la mañana del 11 de agosto de 1921 hubo una reunión en el Consejo Superior, en la sede de Viamonte 444 y un almuerzo en el Jockey Club. Al día siguiente, a las 10, se colocó una placa en el sepulcro de Antonio Sáenz y luego el acto central fue a las cuatro de la tarde en el salón de actos del Colegio Nacional de Buenos Aires.

Uballes habló desde el estrado en que cuatro años después lo haría Albert Einstein, quien estuvo en el país entre marzo y abril de 1925 invitado por la UBA. En ese salón de actos brindó ocho conferencias sobre su famosa teoría de la Relatividad y una en Filosofía y Letras. Las dictaba en francés e insistía en que fueran charlas y que se lo interrumpiese. Para el científico, que en 1921 había recibido el Premio Nobel de Física, fue una visita agotadora por lo demandante de los científicos y estudiantes argentinos, que lo agasajaban, lo invitaban y lo distinguían, además de los periodistas que lo seguían a todos lados. Tuvo tiempo de escribir algunas columnas periodísticas: en una de ellas adelantó lo que décadas después sería la Unión Europea.
Un adelantado para la época en una universidad con historia.
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