“Opeka”: el documental que narra la increíble historia del cura argentino candidato al Nobel de la Paz

En el Festival de Cine de Brooklyn, se estrenará “Opeka", una realización de Cam Cower sobre la vida y obra del sacerdote que lleva 50 años en Madagascar, África. Su infancia en Ramos Mejía, su legado paterno, su pasión por el fútbol y Akamasoa, la ciudad que montó sobre un basural y con la que rescató a 500.000 personas de la pobreza extrema

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El Padre Opeka es reconocido por su obrar humanitario en el mundo: lo llaman el "albañil de Dios", "el apóstol de la basura" o "la Madre Teresa con pantalones". En contadas ocasiones fue candidato para recibir el Premio Nobel de la Paz
El Padre Opeka es reconocido por su obrar humanitario en el mundo: lo llaman el "albañil de Dios", "el apóstol de la basura" o "la Madre Teresa con pantalones". En contadas ocasiones fue candidato para recibir el Premio Nobel de la Paz

En su casa de Ramos Mejía, ubicada sobre la calle Florencio Varela, solían golpear la puerta personas en situación de vulnerabilidad para pedir un vaso con agua, un plato de comida. Pedro era el primero en recibirlos: los hacía pasar, los abrigaba, los integraba a la mesa nutrida por su mamá María, su papá Luis y sus siete hermanos. El recuerdo -minúsculo y anclado en la década del sesenta- lo recupera su hermana Lucía: “La consigna era: cada vez que viene algún pobre a la puerta de casa, nadie se tiene que ir con las manos vacías”. La anécdota procura desentrañar el germen de la vocación del padre Opeka, argentino de nacimiento, malgache por adopción.

Pedro se fue a vivir a Madagascar en 1975. Atrás quedaba su San Martín natal, su infancia en las calles de La Matanza, la calidez de su hogar, su educación primaria en la Escuela Fragata Sarmiento N° 42 sobre la calle Rincón, las siete cuadras de distancia de su casa, la humildad, la nobleza y las enseñanzas de sus padres eslovenos, las vacaciones de invierno con su papá pasándole ladrillos o haciendo el pastón de cemento, la construcción a dúo de una casa en Miramar, la secundaria en un colegio esloveno pupilo de Lanús, su noviciado en San Miguel, donde tuvo como profesor de teología a Pedro Bergoglio.

El umbral en su historia fue una decisión existencial: perseguir su pasión o respetar sus convicciones. “Su vida -dijo Lucía- eran el fútbol y ayudar a los más necesitados. Se tuvo que inclinar por una de estas dos opciones”. Le dijeron que eran prácticas incompatibles. Era un hincha de Independiente que vivía a minutos de la cancha de Vélez: ahí se probó. Su familia dice que jugaba bien: era alto, fuerte, zurdo. “Cada vez que tenía un tiempito, jugaba a la pelota. Iba a empezar a entrenar en la Tercera de Vélez cuando tuvo que tomar la decisión”, relató su hermana.

La familia Opeka: mamá María y papá Luis, y -de mayor a menor- Bernarda, Pedro, Helena, Mariana, Luis, Luba, Lucia e Isabel. "Éramos muy humildes: donde hay humildad hay un corazón muy grande. Si tengo que hablar de mis padres tengo que ponerme tres baberos", dijo Lucía
La familia Opeka: mamá María y papá Luis, y -de mayor a menor- Bernarda, Pedro, Helena, Mariana, Luis, Luba, Lucia e Isabel. "Éramos muy humildes: donde hay humildad hay un corazón muy grande. Si tengo que hablar de mis padres tengo que ponerme tres baberos", dijo Lucía
En la plaza de Miramar, aún cuando las dos hermanas menores (Lucía e Isabel) no habían nacido. Pedro era el segundo hermano mayor. "Mis padres eran inmigrantes eslovenos. Formaron una familia muy unida, se dedicaban muchísimo a nosotros. Habían venido acá con una mano adelante y otra atrás", retrató Lucía
En la plaza de Miramar, aún cuando las dos hermanas menores (Lucía e Isabel) no habían nacido. Pedro era el segundo hermano mayor. "Mis padres eran inmigrantes eslovenos. Formaron una familia muy unida, se dedicaban muchísimo a nosotros. Habían venido acá con una mano adelante y otra atrás", retrató Lucía

El desenlace no es spoiler: Opeka no fue futbolista profesional. La Biblia y la figura de Jesús, “el amigo de los pobres”, lo habían atrapado. Tenía 18 años cuando se fue a misionar a Neuquén. Allí, sobre el río Malleo, cerca de Junín de los Andes, construyó una casa para una familia mapuche. También acompañó a los matacos en Formosa. La experiencia reforzó su inclinación por el sacerdocio. Una carta de 1648 de la congregación de San Vicente de Paul que promocionaba la llegada de los primeros misioneros a Madagascar lo orientó. En 1968, como seminarista de la orden a la que aún pertenece, se embarcó en un voluntariado misionero a África. Desde entonces, allí vive.

Pedro aún sostiene que hoy existen dos misas: las que se realizan en las Iglesias y las que se celebran en las canchas de fútbol. Había llevado a África su don de gente, su voluntad de ayudar, sus manos de albañil y una pelota de fútbol. Tuvo un primer problema, racial y cultural: su piel era blanca y la de las personas a las que quería ayudar era negra. Su tez se completaba con ojos claros y el pelo rubio. Pedro representaba la figura de la dominación, del sojuzgamiento. “Era un blanco entre los negros. La gente le tenían miedo, los chicos se escondían”, contó Lucía.

Cuando llegó al país, su padre Luis se dedicó a la construcción junto a un grupo de inmigrantes eslovenos. Pedro aprendió el oficio en las vacaciones de invierno cuando acudía a ayudarlo en las obras. La imagen es de la construcción de una casa en Miramar
Cuando llegó al país, su padre Luis se dedicó a la construcción junto a un grupo de inmigrantes eslovenos. Pedro aprendió el oficio en las vacaciones de invierno cuando acudía a ayudarlo en las obras. La imagen es de la construcción de una casa en Miramar

Barrió su estigma con el fútbol. Empató las diferencias históricas con una pelota y el juego: todos corrían como él, él corría como todos, las desigualdades se acercaban, las heridas históricas sanaban. Asumió ser el blanco -en sus dobles sentidos- de la venganza para convertirse en goleador, guía y padre. El rubio, argentino y futbolero, que era víctima de codazos y patadas se ganó la confianza de un pueblo resentido, con cicatrices sistémicas. La imagen del Padre metido en fango hasta la cintura cultivando arroz para sobrevivir convenció a los nativos. El fútbol, su otra devoción, le abría paso a su causa.

Madagascar era lo que Disney y las agencias de turismo descubrieron: un destino extravagante, exótico, la isla más grande del continente africano -1600 kilómetros de largo, una superficie similar a la península ibérica-, donde los habitantes mezclan tez africana con rasgos asiáticos, donde se combinan religiones, lenguas y tradiciones, donde crecen siete especies de los árboles “baobabs”, donde el 90% de la flora y fauna es endémica, donde habita el 10% de la biodiversidad mundial. Pedro había llegado a Vangaindrano, un pueblo ubicado en la selva tropical sobre la costa sureste de la isla. Atravesó los paisajes y penetró la riqueza natural para centrarse en los problemas de la gente.

"Hay que rebelarse frente a la injusticia contra los más pobres y luchar para que haya más igualdad entre los ciudadanos; hay que rebelarse contra el abismo norte-sur o entre países ricos y pobres; contra los políticos que se aprovechan del pueblo; contra la mentira; contra la dominación de un grupo sobre otro; contra la explotación de la mujer", dijo Opeka
"Hay que rebelarse frente a la injusticia contra los más pobres y luchar para que haya más igualdad entre los ciudadanos; hay que rebelarse contra el abismo norte-sur o entre países ricos y pobres; contra los políticos que se aprovechan del pueblo; contra la mentira; contra la dominación de un grupo sobre otro; contra la explotación de la mujer", dijo Opeka

Madagascar tiene una población de 24.895.000 habitantes, de acuerdo a cifras de Naciones Unidas. Según la organización comunitaria global Acción Contra el Hambre, el 92% vive por debajo del umbral de pobreza con menos de dos dólares al día y más del 50% de los niños menores de cinco años padece desnutrición crónica. El escritor argentino Jesús María Silveyra, en su libro Viaje a la esperanza, contó que el padre Opeka fijó su misión luego de ver pelear a niños por un pedazo de comida.

En Vangaindrano estuvo los primeros 15 años. Con otros curas de la misma congregación, construyeron dispensarios para salud, crearon cooperativas de trabajo y se dedicaron a mejorar la educación. En esos años, padeció paludismo y parasitosis. Para tratar las enfermedades, debió trasladarse a Antananarivo, la capital del país, situada en el centro de la isla sobre una zona montañosa.

“No vi pobreza, ahí conocí la miseria. Cuando llegué, vi miles y miles de personas que vivían de uno de los basurales más grandes del mundo. Esa noche no dormí y le pedí a Dios que me diera fuerzas para rescatarlos de ahí”, dijo Opeka.

"Es una obligación humana y moral de ayudar a los más carenciados y a los que la sociedad ha olvidado. Las políticas de muchos gobiernos comienzan por ayudar a los que ya tienen, y se olvidan de los que no tienen y apenas sobreviven", expresó en sacerdote cuando vino al país en 2018
"Es una obligación humana y moral de ayudar a los más carenciados y a los que la sociedad ha olvidado. Las políticas de muchos gobiernos comienzan por ayudar a los que ya tienen, y se olvidan de los que no tienen y apenas sobreviven", expresó en sacerdote cuando vino al país en 2018

En 1990, fundó Akamasoa, que en idioma malgache significa “los buenos amigos”. “Es la ciudad de los pobres, la ciudad de los que están cansados de esperar”, definió el creador. La metáfora vale: las 3.000 casas, 22 barrios e infraestructura para albergar a 29 mil personas se posan sobre un basural. La organización calcula que rescataron a más de 500.000 personas de la extrema pobreza. Construyeron redes de agua, escuelas de todos los niveles, hospitales, guarderías, museos, canchas de deportes, espacios verdes, bibliotecas.

“Aquí había un lugar de exclusión, sufrimiento, violencia y muerte. Después de treinta años, se ha creado un oasis de esperanza en el que los niños han recuperado su dignidad, los jóvenes han regresado a la escuela, los padres han comenzado a trabajar para preparar un futuro para sus hijos”, pronunció el sacerdote en noviembre del año pasado, en el marco de una visita del Papa Francisco.

El sacerdote ya tiene 72 años, hace cinco décadas vive en Madagascar y hace treinta años fundó Akamasoa. Según la asociación humanitaria fundada por Opeka, por ejemplo, en 2017 fueron 30.000 las personas que recibieron asistencia temporaria, y más de 13.000 chicos se encontraban escolarizados, desde el nivel inicial hasta el terciario
El sacerdote ya tiene 72 años, hace cinco décadas vive en Madagascar y hace treinta años fundó Akamasoa. Según la asociación humanitaria fundada por Opeka, por ejemplo, en 2017 fueron 30.000 las personas que recibieron asistencia temporaria, y más de 13.000 chicos se encontraban escolarizados, desde el nivel inicial hasta el terciario

En ese encuentro, en el que descubrieron que Jorge Bergoglio había tenido a Pedro Opeka de alumno, el Santo Padre subrayó: “Cada rincón de estos barrios, cada escuela o dispensario son un canto de esperanza que desmiente y silencia el destino”. “Hemos demostrado en Akamasoa que la pobreza no es un destino ineludible, sino que fue creada por la falta de sensibilidad social de los líderes políticos que han olvidado y dado la espalda a las personas que los eligieron”, exclamó el sacerdote. “Digámoslo con fuerza, la pobreza no es un destino ineludible”, concluyó Francisco.

Akamasoa es la razón de los seudónimos de Pedro Opeka: “La Madre Teresa con pantalones”, “el santo de Madagascar”, “el apóstol de la basura”, “el albañil de Dios”. Varias organizaciones lo impulsan como candidato al Premio Nobel de la Paz. Su obra comunitaria es reconocida en todas partes del mundo. El escritor, doctor en Economía y licenciado en Administración de Empresas Gastón Vigo Gasparotti fundó la sucursal argentina de Akamasoa. Pero su causa es valorada fundamentalmente en Europa, donde se teje una red de donaciones de privados y particulares.

El trailer sobre el documental "Opeka" realizado por el director Cam Cowan

Opeka, el documental

Además de la fundación de la ciudad, el Padre Opeka impulsó la explotación de una cantera de granito donde los habitantes de Akamasoa pudieran trabajar. Cam Cowan estaba parado en la cornisa superior de la cantera estudiando el paisaje, el ángulo, la proyección de la cámara. Era 2014 y estaba filmando Madagasikara, su primer largometraje documental (el film narra las luchas políticas, económicas y sociales de Madagascar). “Debajo de mí, apareció una mujer que llevaba una canasta de piedras en su cabeza y un bebé en su espalda. A través de mi intérprete, le pregunté dónde vivía la gente que trabajaba en la cantera. Ella dijo que vivían en su mayoría en dos lugares: uno fuera de la cantera y ‘algunos viven ahí arriba’”, relató el estadounidense, en diálogo con Infobae.

Cowan siguió la línea de su mano: señalaba una fila de edificios blancos de dos pisos sobre la cima de una colina. “Una imagen inspiradora, casi mágica, una escena no replicada en ningún lugar de este empobrecido país”, describió. “Le pregunté qué era eso y me dijo ‘Akamasoa’. Le pregunté qué era Akamasoa y, mirándome incrédula, dijo: ¡Ese es el padre Pedro!'”. Cuando investigó más sobre su obra y sobre cómo rompió el paradigma de la pobreza extrema en Madagascar, supo que quería conocerlo y entrevistarlo.

"Pedro siempre fue muy especial, con un corazón muy ancho", contó Lucía. La imagen es en Madagascar, junto a sus cinco hermanas (los otros dos hermanos Isabel y Luis murieron en los últimos años). El sacerdote dijo que sus sucesores van a ser mujeres, porque la mujer "es más responsable, más consciente, más sacrificada para educar a sus hijos, para preocuparse y defender con más convicción la causa comunitaria"
"Pedro siempre fue muy especial, con un corazón muy ancho", contó Lucía. La imagen es en Madagascar, junto a sus cinco hermanas (los otros dos hermanos Isabel y Luis murieron en los últimos años). El sacerdote dijo que sus sucesores van a ser mujeres, porque la mujer "es más responsable, más consciente, más sacrificada para educar a sus hijos, para preocuparse y defender con más convicción la causa comunitaria"

“En mi siguiente viaje a Madagascar, fuimos a Akamasoa y pedimos ver al Padre Pedro. Él acababa de regresar de un viaje de recaudación de fondos por Europa. Estaba muy serio cuando hablamos por primera vez -recordó-. Le dije que estaba haciendo una película para tratar de mostrar el verdadero Madagascar y cómo fue dañado por las políticas internacionales, incluyendo las de mi propio país, y me preguntó por qué lo estaba haciendo. Después de mi explicación, con una gran sonrisa me dijo: ‘¿Cómo puedo ayudar?’. Desde entonces, me recibió amablemente en Akamasoa cada vez que volví a Madagascar y me permitió filmarlo y entrevistarlo”.

Después de varias visitas, Cam Cowan entendió que su historia y su tarea ameritaban una realización aparte, personal: “Allí hay varios documentales sobre él, y muchas historias escritas sobre su vida y sus logros, pero sabía que no era muy conocido en gran parte del mundo. Quería tratar de cambiar eso con un película de calidad que se centrara en su fascinante historia de vida y en su trabajo como humanitario”.

- ¿Por qué?

- Porque es una de las personas más notables que he conocido. Es más grande que la vida misma. Es una fuerza de la naturaleza que dejó pasar la oportunidad de ser jugador de fútbol profesional en Argentina para dedicar su vida a la justicia social y a las personas más pobres del planeta, y que ha demostrado a través de audaces y sobrecogedoras acciones que la pobreza no es inevitable; no forma parte del destino.

- ¿Qué intenta mostrar el documental?

- A nivel social, queremos que esta historia transmita la idea de que aún en las peores condiciones posibles, una ciudad puede levantarse, proporcionar esperanza y dignidad y convertirse en la fuente de niños educados y capacitados que podrían un día salvar su propio país. A nivel individual, queremos que esta historia inspire a cada uno de nosotros, en cualquier parte del mundo, para tratar de ser mejores. El ejemplo de Pedro Opeka es poderoso. El lema de su vida, “la justicia debe ser la base de todas nuestras acciones”, es instructivo e iluminador. El poder de su voluntad puede inspirarnos a todos. Incluso hemos creado sombreros y camisas con su imagen en ellos (algo que no le gusta, por cierto) para ayudar a la gente a llevar su inspiración con ellos mientras escalan sus propias montañas.

El documental del director estadounidense podrá verse en la página web del Festival de Cine de Brooklyn desde el 29 de mayo hasta el 6 de junio. Es uno de los nueve documentales que fueron seleccionados para ser emitidos
El documental del director estadounidense podrá verse en la página web del Festival de Cine de Brooklyn desde el 29 de mayo hasta el 6 de junio. Es uno de los nueve documentales que fueron seleccionados para ser emitidos

Hizo ocho viajes de un mes a Madagascar durante un período de cinco años. La primera vez fue en junio de 2014. Filmó en Antananarivo, en las afueras de la capital, en la costa sureste y en la costa suroeste. Su primer documental explora los temas sociopolíticos a partir de historiales reales de personas reales. “Como la mayoría de los que viajan a Madagascar por primera vez, me sorprendió la extrema pobreza. Está en todas partes. Sí, es cierto que hay hermosos paisajes de selva tropical en las zonas costeras, donde algunos encantadores centros turísticos han convencido a viajeros internacionales de élite”.

“Es conocido como un país con biodiversidad: plantas y animales que no se encuentran en ningún otro lugar de la tierra. La biodiversidad está siendo atacada principalmente por la pobreza endémica en todo el país. Sin embargo, rápidamente me encantaron, no los animales de la zona, sino el propio pueblo malgache. Como la biodiversidad en su isla, también son únicos: su aspecto, su lenguaje, su cultura. Aunque son parte de África geopolíticamente, no se consideran a sí mismos como africanos”, expresó el director. Los definió como “inteligentes, amables y amante de la diversión”. Dijo haber experimentado, en la realidad de su lucha, algunos de mis momentos más conmovedores de su vida.

"Mi intención es que las dos películas -Madagasikara y Opeka- tengan un impacto más allá de Madagascar. La pobreza extrema puede aliviarse en cualquier lugar. Se necesita liderazgo, voluntad y un despliegue inteligente y decidido de recursos destinados a la vivienda, la educación, el trabajo y el cuidado de la salud", relató Cam Cowam, en la imagen junto al Padre Pedro Opeka
"Mi intención es que las dos películas -Madagasikara y Opeka- tengan un impacto más allá de Madagascar. La pobreza extrema puede aliviarse en cualquier lugar. Se necesita liderazgo, voluntad y un despliegue inteligente y decidido de recursos destinados a la vivienda, la educación, el trabajo y el cuidado de la salud", relató Cam Cowam, en la imagen junto al Padre Pedro Opeka

Para abordar toda la esencia del sacerdote, Cam Cowan siguió el hilo de Pedro Opeka. En abril de 2018, el director visitó Buenos Aires con su esposa y su hijo. Fue al colegio primario, a la casa donde se crió y entrevistó a las cinco hermanas del Padre, a quienes calificó de “cálidas, generosas, inteligentes y encantadoras”.

“Nos hicieron sentir como parte de la familia. Nos recibieron en sus casas, nos dieron tiempo para las entrevistas, nos contaron historias maravillosas y nos enseñaron a preparar y beber adecuadamente el mate. Ah, y nos invitaron a un gran asado, que fue extraordinariamente divertido, incluso para este vegetariano”, detalló.

“El mundo está en llamas. La pandemia global, el cambio climático, la riqueza, la desigualdad, el aumento del autoritarismo y de la intolerancia, todos vemos y sentimos estas amenazas mortales. Pedro Opeka es un hombre de acción”, apuntó el realizador. Su alegato reviste la calidad de un argumento: para Cam Cowan, el argentino merece recibir el Premio Nobel de la Paz. Asume que él no quisiera el honor para consigo mismo y estima que la distinción sería un contundente catalizador para el cambio, social e individual. “No puedo pensar en ninguna otra persona viva, política o humanitaria, que haya vivido una vida auténtica con tal coraje y con tal sacrificio para lograr tantas cosas para los demás y, tal vez, para cambiar el mundo. La suya es una revolución de la esperanza”, aseveró.

El director del documental describió a Opeka como “poderoso, intrépido, brillante y genuino”. En el afiche de su película se lee el apellido del sacerdote, su ven sus ojos, su barba y se distingue la escena de un basural. En letras blancas, emerge una oración dividida en dos: “En donde la esperanza se desvanece, sus batallas comienzan”. Un recuadro de la vida de Pedro Pablo Opeka, el hombre que recibía a los pobres en su casa, el hombre que hizo para los pobres casas, el hombre que hizo con los pobres su casa.

(La película se estrenará en el Festival de Cine de Brooklyn, que comenzará el 29 de mayo y finalizará el 6 de junio. “Opeka” es uno de los nueve documentales seleccionados para su participación: en total, recibieron 2.600 trabajos de 93 países diferentes y aprobaron solo transmitir 140 realizaciones. Por la pandemia del coronavirus, el documental se emitirá a través de una plataforma online de manera gratuita en el sitio web del festival)

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