"Debe haber una contrapartida a la ayuda social recibida"

Argentino, hijo de inmigrantes eslovenos, en la década del 70, Pedro Opeka llegó como misionero a Madagascar, uno de los países con mayores niveles de indigencia del mundo. Allí, la miseria más absoluta de sus habitantes lo afectó profundamente, al punto que decidió consagrar su vida al combate contra la pobreza del pueblo malgache. Por Nadia Nasanovsky.

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Desde hace más de cuatro décadas Pedro Opeka es misionero en Madagascar, en donde, gracias a su obra, se estima que unas 500.000 personas salieron de la pobreza. Según las estadísticas de Akamasoa, la asociación humanitaria fundada por Opeka, durante 2017 fueron 30.000 las personas que recibieron asistencia temporaria (un plato de comida, elementos de higiene, una cama donde dormir), y más de 13.000 chicos se encontraban escolarizados, desde el nivel inicial hasta el terciario.

Este año, en julio, para su cumpleaños número 70, viajó a la Argentina, el país que lo vio nacer. Además de disfrutar de su familia, mantuvo una agenda apretada, entre la presentación de su libro, Rebelarse por amor, celebraciones de misas en distintas parroquias y la recepción de variadas distinciones.

El sacerdote accedió amablemente a responder a las consultas de DEF sobre su labor en Madagascar. "Le deseo mucha suerte a la Argentina para que pueda reencontrarse con sí misma y progresar en 'verdad y justicia'", fue su mensaje para los argentinos.

En su visita a Buenos Aires, el padre Opeka celebró misa en la parroquia Santa María Goretti. Foto: Fernando Calzada/DEF.
En su visita a Buenos Aires, el padre Opeka celebró misa en la parroquia Santa María Goretti. Foto: Fernando Calzada/DEF.

-¿Qué balance hace de su visita a la Argentina?
-Mi visita fue privada y familiar pero inesperadamente resultó una acogida muy fraternal por parte de muchas parroquias y de los representantes del Estado. No me había imaginado que nuestro trabajo con los más pobres en Madagascar desde hace más de cuarenta y cinco años pudiera interesar tanto a los argentinos. Las impresiones que me he llevado son en su mayoría positivas. Debo agradecer profundamente a los sacerdotes y a los obispos por la gentileza y la fraternidad con la cual me han recibido. Quisiera expresar mi gran alegría de haber celebrado la Eucaristía en varias parroquias de la Capital y del Gran Buenos Aires, y en la basílica de Luján, con una multitud de hermanos llenos de esperanza, que prestaban atención con hambre de escuchar algo nuevo.

-¿Cómo encontró su país?
-La Argentina tiene necesidad de líderes a quienes se pueda creer, en quienes se pueda confiar, y que actúen de maneras concretas entre los pobres. Aunque percibí un país dividido, también he visto iniciativas prometedoras, como la de Los Espartanos, en la Penitenciaria de San Martin (NdR: Fundación Espartanos promueve la integración, socialización y acompañamiento de personas privadas de su libertad). Hay mucha gente amable, abnegada y servidora en la Argentina. También he visto grupos de jóvenes misioneros dispuestos a ayudar en el interior del país. La pastoral juvenil de la Iglesia debería buscar nuevos caminos para atraer más a los jóvenes, que comienzan a escasear.
Muchos barrios en la periferia de Buenos Aires están abandonados y la gente vive olvidada y como puede. La droga reina y destruye toda la vida social de un barrio. La inseguridad es un problema cotidiano de la población en zonas peligrosas alrededor de la Capital. No tengo ninguna solución mágica, porque no existe, pero si tuviera que trabajar hoy en la Argentina, comenzaría de cero, con la fuerza y la imaginación del Espíritu Santo y del Evangelio, enfrentando los desafíos de hoy, junto con esa gente buena que siempre está ahí, dispuesta a ayudar y a embarcarse en una nueva aventura humana y espiritual, actuando con amor y perseverancia.

Opeka celebró misa en el barrio porteño de Mataderos. Foto: Fernando Calzada/ DEF.
Opeka celebró misa en el barrio porteño de Mataderos. Foto: Fernando Calzada/ DEF.

-Estuvo presentando su libro Rebelarse por amor. ¿Contra qué nos tenemos que rebelar y por qué?
-Contra la nueva enfermedad, muy contagiosa, que es la indiferencia y el individualismo, por la cual cada uno se las rebusca por sí solo. Es un fenómeno que está avanzando en la sociedad y, especialmente, entre los jóvenes. Hay que rebelarse frente a la injusticia contra los más pobres y luchar para que haya más igualdad entre los ciudadanos. También hay que rebelarse contra el abismo norte-sur o entre países ricos y pobres; contra los políticos que se aprovechan del pueblo, que persiguen solo sus propios intereses; contra la mentira, ¡que es un arma de los falsos dirigentes para engañar a la gente y llegar así al poder! Hay que rebelarse contra la dominación de un grupo sobre otro; contra la explotación de la mujer. Si nos quedamos con los brazos cruzados sin reaccionar, la sociedad caerá en un abismo del cual será difícil salir. Es hora de luchar y combatir contra la injusticia y la hipocresía que algunos han erigido en sistema para permanecer en el poder. En Madagascar hay un proverbio que dice: "La vida es lucha".

-En Akamasoa, hablan de aider sans assister (ayudar sin asistencialismo) ¿Por qué y cómo se logra?
-Es una obligación humana y moral de ayudar a los más carenciados y a los que la sociedad ha olvidado. Las políticas de muchos gobiernos comienzan por ayudar a los que ya tienen, y se olvidan de los que no tienen y apenas sobreviven. El abismo entre ambos se va profundizando, la grieta se hace cada vez más profunda. Así, nacen los conflictos y la violencia surge por todos lados. La economía no puede tener como objetivo único la ganancia y el provecho. Hay algo más importante, que es vivir en armonía y en paz, ayudándose unos a otros y preparando un mundo más humano y solidario para nuestros niños.
Todo país que se respeta debe ayudar a las familias que no tienen un ingreso mínimo para vivir dignamente, pero al mismo tiempo no se debe ayudar sin que haya una contrapartida a la ayuda que se recibe, si no, caemos en el asistencialismo, que implica faltar el respeto a la dignidad de la persona humana porque se la hace dependiente de otros y no es libre.
Lamentablemente, la ayuda social en la Argentina se ha politizado e ideologizado. Esto sucede desde hace varias décadas. No será fácil salir de ese laberinto, pero no es imposible, se necesita una verdadera voluntad de diálogo social sincero y provechoso para todos. La clase obrera debe sentir que se la respeta y que se quiere lograr la justicia social, que es la base de todo verdadero progreso.
En el caso de Akamasoa, nosotros tuvimos ese diálogo y pusimos las cartas sobre la mesa; hay que jugar limpio, sin trampas y sin viveza, por medio del trabajo, de la educación y de unas leyes comunitarias que sean iguales y respetadas por todos. Esto se puede lograr solo cuando hay una confianza absoluta y recíproca. En cada país, habrá una solución particular, porque la cultura y la mentalidad es diferente. El progreso social es posible solo cuando el pueblo ve que se lo trata de igual a igual, y que las promesas se cumplen.

No se debe ayudar sin que haya una contrapartida a la ayuda que se recibe, sino caemos en el asistencialismo, que implica faltar el respeto a la dignidad de la persona humana porque se la hace dependiente de otros y no es libre

Resolución de conflictos

-¿Cómo se autoregulan las comunidades? ¿Cómo funciona la Dina?
-La autorregulación de cada comunidad está basada en un Comité cuyos miembros son elegidos por la gente del barrio, que tiene la misión de proteger el interés común de toda la población. Los miembros del Comité son parte del pueblo, viven y sufren como ellos, pero con la diferencia de que son responsables y que tienen la audacia de decir la verdad cuando las conductas se desvían y cuando no se respeta el bien común.
La Dina (NdR: conjunto de reglas de vida comunitarias) funciona con altos y bajos, porque en ningún lugar en el mundo habrá gente que no tienda a aprovecharse de su hermano. El respeto de La Dina será siempre difícil de lograr, ninguna comunidad vive sin conflictos. Respetar las leyes de un país es obligatorio, si queremos formar parte de una misma comunidad nacional. Las fuerzas del orden están para impedir que haya injusticias y que se caiga en un caos que provocaría la desintegración de la sociedad.
En la mentalidad del pueblo malagasy, la solidaridad y el respeto por la persona y el bien común están muy arraigados en su espíritu. Pero en las grandes ciudades, la extrema pobreza ha hecho desaparecer esa solidaridad que era el pilar y el fundamento de su cultura. El fruto de esta pérdida de identidad cultural es la inseguridad y los crímenes. Hay como una mundialización de la violencia y muy poca reacción frente a este mal que entristece al mundo.

La vida comunal en Akamasoa.
La vida comunal en Akamasoa.

-¿Cómo resuelven los problemas? ¿Hay castigos?
-Los problemas se resuelven en las reuniones comunitarias o en privado, depende de la gravedad del asunto. El problema se expone en público, y todos pueden tomar la palabra y dar su opinión sobre cómo solucionar el conflicto. Cuando alguien roba, tiene que reconocer su falta, pedir perdón a la comunidad, devolver lo robado y luego, según la falta, se le da un castigo, que muchas veces es un trabajo comunitario. Si alguien no quiere trabajar, no forma parte de nuestra comunidad. Hay que tomar conciencia de que todo trabajo es digno y necesario para vivir. Eso lleva mucho tiempo para algunas personas, y muchas veces terminamos ganando cuando tenemos paciencia a prueba de todo; y al final la persona acepta el trabajo para salir de la pobreza. Cuando alguien comete un error grave, como matar o violar, lo entregamos a la justicia del Estado.

Si alguien no quiere trabajar, no forma parte de nuestra comunidad. Hay que tomar conciencia de que todo trabajo es digno y necesario para vivir

-¿Qué sueña para el futuro de Akamasoa?
-Mi sueño es que los niños y niñas recogidos en la calle y en el basural puedan tener las mismas oportunidades que los demás niños en el mundo. Sueño con que nuestras escuelas sean un lugar donde aprendan a respetarse y a tomar conciencia de sus deberes y derechos en la sociedad, y que, una vez que hayan egresado, lleven esa nueva mentalidad de justicia, de amor, de fraternidad y de solidaridad a todos los rincones del país y también más allá de nuestras fronteras. También deseo que cuiden y protejan el medioambiente, indispensable para vivir sanamente. Mi sueño es que nuestros niños nunca pierdan la fuerza del Espíritu. Sueño con que comprendamos que todos los niños de nuestro planeta Tierra son nuestros hijos y que todos los que nacen deberían tener derecho a todos los servicios que tiene un niño en un país desarrollado. Mi sueño es que desaparezca la pobreza y la discriminación racial, cultural y religiosa, que todos nos sintamos como hermanos y miembros de un sola "familia humana". Mi sueño es que no se utilice más el dinero para fabricar armas, sino que se construyan más escuelas, más hospitales y más lugares para el deporte, y que haya trabajo para todos. Yo sueño con que algún día la paz sea una realidad para todas las poblaciones y tribus de nuestra Tierra. Todo esto parecería una utopía, si no fuera porque existe un basural en el que ya hemos realizado –en parte– esta utopía.

La sucesora

-¿Mantiene contacto frecuente con el Papa?
-No, no tengo contacto frecuente con el papa Francisco, a quien admiro mucho. Tiene demasiado trabajo, pero parece incansable a pesar de su avanzada edad. Francisco tiene tantas preocupaciones y tantos deseos de unir la "familia humana", y esa misión es lo que más convence, incluso a todos aquellos que se dicen no creyentes o que son de otras religiones. Para nosotros, los que trabajamos con los olvidados y marginados en cualquier parte del mundo, lo más importante es que en el Vaticano haya un papa Francisco muy cercano a los pobres, que sienta con ellos y que los defiende con toda la fuerza del Evangelio de Cristo.

El padre Pedro Opeka con su gente, en Madagascar. Foto: Akamasoa.
El padre Pedro Opeka con su gente, en Madagascar. Foto: Akamasoa.

-En su visita a Buenos Aires, mencionó su diálogo con el Papa, a quien usted le comentó que su sucesor en la obra que lleva adelante en Madagascar probablemente sea una mujer, ¿Por qué?
-Porque la mujer en África –y en Madagascar– es más responsable, más consciente, más sacrificada para educar a sus hijos, para preocuparse y defender con más convicción la causa comunitaria. La mujer es más auténtica y sincera, tiene una relación más justa con el dinero. El machismo y la exaltación del varón por sobre la mujer es algo que debe desaparecer en todos los continentes, porque es una herencia de tiempos que ya no existen más, gracias a Dios. Mientras no haya una verdadera igualdad entre el hombre y la mujer no puede haber un desarrollo integral y duradero. El sacrificio y el amor de la mujer por su familia y por sus hijos, y por la comunidad es un hecho que se puede ver y constatar en cualquier parte del mundo. Entonces, ¿por qué dejamos que la mujer sea explotada y utilizada como objeto de comercio, de subordinación?

-¿Se confirmó la visita de Francisco a Madagascar?
-Su probable visita a Madagascar no se confirmó todavía oficialmente, ni tampoco la fecha.

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*La versión original de esta nota fue publicada en la Revista DEF N.123

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