“De la educación popular”: qué escribió Sarmiento a su regreso de Europa y EEUU

En el libro en el que volcó sus observaciones sobre los sistemas educativos de Estados Unidos, Prusia y Francia, subrayó que la instrucción pública era “derecho de los gobernados, obligación del Gobierno y necesidad absoluta de la sociedad”

Guardar

“Por un convencimiento tácito en unos países, por una declaración explícita y terminante en otros, la educación pública ha quedado constituida en derecho de los gobernados, obligación del Gobierno y necesidad absoluta de la sociedad, remediando directamente la autoridad a la negligencia de los padres, forzándolos a sus hijos, o proveyendo los medios a los que, sin negarse voluntariamente a ello, se encuentran en la imposibilidad de educar a sus hijos. Esto es lo que resulta de la legislación y práctica de los Estados Unidos, de la Prusia y Estados protestantes de la Alemania y de la Francia después de la revolución de 1789, y de la organización dada a la instrucción primaria por Napoleón, remodelada bajo el gobierno producido por la revolución de Julio. La revolución de 1848 trae ya establecido como un dogma social que el Estado debe asegurar la educación elemental a todos los individuos de la nación, lo que importa primero la declaración del derecho que todos tienen a recibir una educación competente, y la protección que el Estado o la fortuna nacional deben dispensar a los que no puedan hacerlo por sí mismos”.

Así inicia su libro De La Educación Popular, al regreso de un largo periplo por Europa, el Norte de África y los Estados Unidos, don Domingo Faustino Sarmiento. Viaje precisamente realizado para estudiar los sistemas educativos europeos, enviado por el gobierno de Chile y que Sarmiento, con acierto, extendió a los Estados Unidos.

La educación estuvo presente desde el primer momento en las prioridades de los padres fundadores de nuestra patria. Una de las primeras medidas de la Primera Junta de Gobierno fue fundar una escuela en cada ciudad capital de las provincias argentinas y la biblioteca pública. Ya antes del 25 de mayo de 1810, Belgrano proponía como secretario del Consulado la creación de escuelas de náutica, de dibujo y matemáticas y luego donaría el premio acordado por el Triunvirato gobernante para dotar de escuelas a Jujuy, Santiago del Estero, Tarija y Tucumán. Pueyrredón reorganiza el Colegio de San Carlos con el nombre de colegio de la Unión y con el sacerdote Antonio Sáenz inicia las gestiones para crear la Universidad de Buenos Aires.

Mientras prepara el Ejército para cruzar los Andes y libertar a Chile del dominio hispano, el general José de San Martín, en su calidad de gobernador de Cuyo, dedica tiempo a satisfacer una antigua demanda de los mendocinos, creando el Colegio de la Trinidad. San Martín además dona libros de su biblioteca personal, que lo acompañó desde Europa y en sus campañas militares. También crea una biblioteca en Santiago de Chile donando él premio de diez mil pesos por su victoria en Chacabuco y en Lima durante su gobierno en el Perú. Cuando se crea la de Santiago, dice: “Las bibliotecas destinadas a la educación universal son más poderosas que nuestros ejércitos para sostener la independencia”.

Y al inaugurar la de Lima, declaró: “Los días de estreno de los establecimientos de ilustración son tan luctuosos para los tiranos como plausibles para los amantes de la libertad”. Y agregó: “Todo hombre que desee saber puede instruirse gratuitamente”. A esta biblioteca donó 745 volúmenes.

Bernardino Rivadavia, como ministro de gobierno de la provincia de Buenos Aires, culmina el proceso que da lugar a la fundación de la UBA en agosto de 1821 con Sáenz como primer rector. Desde el inicio es una Universidad con libertad de cátedra y abierta al conocimiento científico. Rivadavia promueve la llegada de científicos e intelectuales; laboratorios de física y química; telescopios; el estudio de las ciencias naturales. Promueve la alfabetización mediante el sistema lancasteriano y la formación de preceptores. Con el Colegio de Ciencias Morales reorganiza la enseñanza secundaria y ofrece seis becas a seis alumnos de cada provincia, la mayoría de las cuales no tienen colegios. Algunos gobernadores como los de San Juan y el de Tucumán envían alumnos, uno de ellos será Juan Bautista Alberdi. Ibarra, en cambio, no mandará ninguno y tampoco fundará ninguna escuela en 30 años de gobierno, no es de extrañar entonces que el analfabetismo en Santiago del Estero fuera del 96 % como lo muestra el censo nacional de 1869. Hoy el edificio del ministerio de Educación de esa provincia lleva el nombre de Ibarra, un verdadero oxímoron.

Cuando Sarmiento escribe De la Educación Popular, el panorama de la educación en la Argentina era lamentable: en las provincias argentinas, se habían cerrado colegios, como el fundado por San Martin en Mendoza. En Buenos Aires el gobernador Juan Manuel de Rosas había dispuesto que los alumnos pagaran los sueldos de los profesores de la Universidad y del Colegio. Años después, en el exilio, enterado de la labor educativa de Sarmiento como presidente con la colaboración de su joven ministro de instrucción pública Nicolás Avellaneda, que en su período de seis años triplicó la asistencia escolar y creó las escuelas normales, decía “este loco no entiende que si van a la escuela faltará gente para trabajar” mostrando una supina desinformación sobre las transformaciones en el mundo a pesar de que residía en el Reino Unido, el motor de la revolución industrial.

Siglos antes, Felipe II sostenía la inconveniencia de instruir a los pobres y a las mujeres, en documentos que enviaba a sus funcionarios en las provincias de su vasto imperio y además prohibió a los que estudiaban cursar estudios superiores en Universidades extranjeras; prohijaba el aislamiento que impide la circulación de ideas, novedades, innovaciones y que es un camino seguro a la decadencia y la pobreza.

Sarmiento había sufrido en carne propia la falta de oportunidades educativas. En San Juan, el gobernador aceptó la oferta de Rivadavia de seis becas por provincia para estudiar en el Colegio de Ciencias Morales, pero los beneficiarios fueron los más allegados al poder de entonces. Otros gobernadores no mandaron a ningún joven, y tampoco fundaron escuelas.

Hoy en día, la educación en Argentina soporta problemas que se arrastran desde hace unos 30 años. Ahora algunos aspiran a sacarse el tema de encima, como ausentes de las responsabilidades del Estado. En los noventa sucedió algo parecido, pero se instrumentó transfiriendo la educación secundaria y los profesorados a las provincias, con el argumento, válido en la teoría, que la atención de cercanía redundaría en una mejora de los servicios educativos. Eso es ignorar la realidad, porque darle la educación secundaria y los profesorados a gobernadores como Juárez o Quintela es canallesco.

Como si esto no bastara, en los noventa se les ocurrió una reforma educativa imitada del sistema español, país que pocas lecciones en educación nos puede dar como que en 1960 su tasa de analfabetos era cuatro veces superior a la Argentina.

En este siglo, los gobernantes, con la excepción del gobierno de Macri, no quisieron medir los aprendizajes ni la calidad de los elencos docentes. Cuando se lo pudo hacer, se comprobó el cuadro dramático de la educación argentina, con alumnos que pasan años sin aprender a leer de corrido o en el secundario con problemas de interpretación de textos y desconocimiento de nociones básicas de matemáticas en el último año. No puede extrañar cuando en las evaluaciones docentes que se han podido hacer el 40% no las aprobó.

Los índices de graduación de Universidades creadas en el bicentenario en el segundo cordón del Gran Buenos Aires, son lamentables, alrededor del 10% de los ingresantes, secuela natural de una mala preparación en el secundario.

El problema de la educación no es solamente de presupuesto. La provincia de Neuquén tiene cuantiosos recursos pues suma a la coparticipación federal importantes regalías por la producción de petróleo, gas y energía eléctrica; sin embargo, los alumnos con doble escolaridad en la primaria alcanzan sólo al 3% del total, claro contraste con Córdoba y la ciudad de Buenos Aires que superan el 50%.

El equilibrio fiscal es indispensable como contar con reservas sólidas de divisas y estabilidad monetaria pero no es suficiente. Hubo un país gobernado por casi medio siglo por un dictador, el Portugal de Oliveira Salazar, reunía todos los requisitos en materia fiscal y monetaria con reservas en oro, pero era el estado más atrasado y pobre de Europa Occidental. Secuela de dictadura, aislamiento y analfabetismo.

En la era del conocimiento y la revolución digital la educación es la clave para desarrollar una sociedad y para que cada persona pueda aspirar a una vida digna. Por eso cuestionar la obligación de enviar los niños a la escuela es pretender un país con personas condenadas a permanecer sin esperanzas de ascenso social. Es decir, es negar el legado de los padres fundadores que durante largo tiempo ha sido nuestro signo distintivo en esta parte del mundo.

Guardar