Por qué crece el número de choques fatales y accidentes ferroviarios

En los últimos días aumentó la cantidad de incidentes -algunos trágicos-, en rutas, calles y con los trenes. ¿Faltan campañas de prevención? ¿O los responsables son los propios ciudadanos? Algunas reflexiones sobre la cuestión

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Así quedó uno de los trenes que chocó la semana pasada en Palermo (Foto: Nicolás Stulberg)
Así quedó uno de los trenes que chocó la semana pasada en Palermo (Foto: Nicolás Stulberg)

Parece una ironía, pero no lo es. El pasado viernes, el gobierno porteño se unió a la campaña “Mayo Amarillo”, destinada a difundir las normas de tránsito y, en la medida de lo posible, a evitar accidentes. El gobierno nacional y los provinciales y municipales lanzan a menudo campañas de educación vial para evitar tragedias, tragedias que son evitables.

Una semana antes de la iniciativa porteña, dos trenes habían chocado en Palermo, dejando cincuenta y cinco heridos y por milagro ningún muerto. El mismo día del lanzamiento del Mayo Amarillo, un tren del Ferrocarril San Martín había atropellado a una mujer en Nazca y Nogoyá y el día anterior, en Juan B. Justo y Carrasco, un colectivo había atropellado a una mujer, que murió.

La noche del domingo, en un episodio que todavía se investiga, un choque múltiple en el kilómetro quince de la Panamericana hizo que se desprendiera de un camión con acoplado un container que aplastó a un Toyota Corolla, mató a su conductora, a su hija de diez años e hirió de gravedad a su hijo de doce. Además, la tragedia provocó otros cinco heridos. En la mañana del lunes, dos colectivos chocaron en Belgrano, Forest y Céspedes: diecisiete heridos.

El Toyota Corolla que fue aplastado por un container en la Panamericana. Hubo dos muertos
El Toyota Corolla que fue aplastado por un container en la Panamericana. Hubo dos muertos

Además de las iniciativas de cada municipio y provincia, la Agencia Nacional de Seguridad Vial, creada por ley en 2008, tiene como misión “reducir la tasa de siniestralidad en el territorio nacional, mediante la promoción, coordinación, control y seguimiento de las políticas de seguridad vial, nacionales e internacionales”.

Una campaña es una campaña, una ley es una ley, y las palabras de nada valen frente a la imprudencia. Argentina es uno de los países con mayor índice de muertos en siniestros viales. Según los datos disponibles hasta 2022, dados por la asociación “Luchemos por la Vida”, ese año murieron en el país 6.184 personas, lo que hace un promedio de diecisiete muertos por día. Como si cada diez días cayera un avión con 170 personas a bordo. Los accidentes de tránsito son la primera causa de la muerte en menores de treinta y cinco años y la tercera sobre la totalidad de muertos argentinos.

Algo pasa. Y otro algo, no sucede. Quien circule a menudo por la autovía que lleva a la costa atlántica, sabe que por ella circulan camiones cargados con ladrillos, empaquetados en grandes envoltorios de nylon. Viajan mal estibados, el viento y la desidia hace que de vez en vez vuelen ladrillos hacia la ruta. Los conductores detectan el peligro con varios kilómetros de anticipación, por las huellas rojas de los ladrillos hechos escombros en el asfalto. Y la nave va. Los llamados “conductores responsables”, el tipo que no bebe porque luego será el chofer de todos, son mostrados aún como héroes de nuestro tiempo, como ejemplo de lo que debería ser común. ¿Cuánto costó que los motociclistas se avinieran al uso del casco, y no es un logro total, por una extraña y falsa equivalencia entre seguridad y falta de valor? Pavadas que llevaron a la tragedia y que no afectan sólo a la víctima: hay un círculo concéntrico que rodea esas muertes y que hieren de modo invisible a familiares y amigos de los muertos. Una tragedia siempre es mayor de lo que parece.

Uno de los colectivos que chocó en Chacarita. Hubo 17 heridos
Uno de los colectivos que chocó en Chacarita. Hubo 17 heridos

Con vehículos cada vez más seguros, equipados con frenos más potentes, con protección especial para accidentes, con cinturón de seguridad que todavía usan pocos, con sistemas de dirección más maleables y fiables, los siniestros en las rutas son más comunes y sólo una visión hipócrita puede culpar al mal estado de las rutas, fruto de la pobreza ya endémica del país. Con rutas en el estado que están las que transitamos, le velocidad debería ser más baja que la que lleva el vehículo que acaba de pasarnos: un vistazo al velocímetro nos lleva a pensar que el tipo iba arriba de los 140.

Una mayor presencia policial, o de agentes de tránsito, puede convencer a los conductores desaprensivos, y controlar mejor el tránsito callejero de las ciudades. Es un convencimiento falso, por cierto. Las fuertes multas que se aplican a quienes violan las elementales leyes de tránsito, incluida la quita de puntos en el registro de conducir, tal vez hayan reducido las infracciones, pero no las eliminaron. Todavía somos obedientes al castigo, más que a las señales de tránsito. Y algo depende, y mucho, de nuestra conducta social. Policía y agentes de tránsito pueden intentar contener el potro desbocado de la imprudencia en los grandes centros urbanos, pero son inútiles en los largos kilómetros de las rutas más populosas, de la transitada Panamericana, por ejemplo, o de la que circunvala la ciudad, la ya anacrónica y desbordada Avenida General Paz.

¿Cómo es posible que, en pleno siglo XXI, deban lanzarse campañas prolongadas y severas para que no te mates, para que no mates a alguien de tu familia, o para que no mates a otros?

En este ya trágico mes de mayo, las tragedias parecen haber ganado la batalla y se relamen a la espera de más. El país vive crispado. Cierta violencia verbal ganó terreno donde antes abrevaba poco, basta si no echar un breve vistazo al lenguaje político; campea cierta enjundia prepotente, cierto aquí-estoy-yo, propia de los estilos autoritarios convencidos de una infalibilidad de cartón piedra, que han hecho escombros con las ilusiones rotas, que son edificios siempre difíciles de reconstruir; es difícil sospechar el futuro, ni siquiera es posible escudriñarlo; y ronda en el aire cierta fatídica canción que recomienda por ahora, tal vez obligue pronto, a vivir la crisis, la decadencia y la incerteza con el alma estoica de un legionario romano.

Tal vez esa violencia larvada se haya trasladado a las calles, al tránsito, a las rutas, a las manos que aferran un volante, al tren que embiste o a la víctima que se para frente al tren, a la vida de todos los días. Si es así, la deriva puede ser todavía más trágica. Ya pasó una vez. Si es así, todavía es tiempo de parar al costado del camino.

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