La trata de personas en Argentina: una realidad que desafía la conciencia nacional

Debemos cuestionar nuestras propias percepciones y prejuicios que contribuyen a perpetuar esta atrocidad

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Mujeres, niñas, niños y adolescentes son el sector poblacional con más riesgo de ser víctimas de trata (Foto: Andina)
Mujeres, niñas, niños y adolescentes son el sector poblacional con más riesgo de ser víctimas de trata (Foto: Andina)

Los recientes acontecimientos en Chaco, que involucraron a los acusados Sena, Acuña y Gómez, han vuelto a poner de manifiesto una realidad perturbadora: la persistencia de la trata de personas en Argentina. Este delito, que abarca desde el reclutamiento hasta la explotación, sigue siendo una sombra oscura sobre nuestra sociedad, desafiando nuestra conciencia y exigiendo acciones más contundentes por parte de las autoridades y la sociedad en su conjunto.

Argentina viene manteniendo una lucha sostenida contra la trata, anotado avances y retrocesos. En 2002, nuestro país ratificó Protocolo de Palermo (acuerdo internacional firmado por más de 170 países, que define a la trata de personas y marca las condiciones básicas acordadas por las naciones para combatirla a nivel nacional e internacional). En 2008 se sancionó la ley antitrata, modificada en 2012, y los esfuerzos para perseguir este flagelo son reales y constantes. Sin embargo, los informes de organismos oficiales nacionales, así como de entidades internacionales acerca de nuestro país muestran que la trata de personas continúa prosperando en nuestras ciudades, pueblos y campos, alimentada por la ignorancia y la complacencia de una sociedad que a menudo prefiere mirar hacia otro lado.

El desconocimiento sigue siendo uno de los principales obstáculos para combatir este flagelo. Muchos argentinos creen erróneamente que la esclavitud es un problema lejano, limitado a países distantes como Tailandia o Sudáfrica. Nada más lejos de la realidad: la trata de personas está presente en nuestro propio suelo, afectando a personas de todas las edades y géneros.

Los datos son alarmantes. Según la Línea 145 del Programa Nacional de Rescate y Acompañamiento a las Personas, se recibe en promedio una llamada denunciando trata cada cinco horas en Argentina. Esto equivale a miles de personas atrapadas en situaciones de explotación sexual, laboral y otras formas de esclavitud moderna.

En cuanto a las modalidades de explotación, los números hablan por sí mismos: la explotación sexual representa el 49% de las denuncias recibidas por la Línea 145, seguida de la explotación laboral un 21%. Entre 2015 y 2023, la Línea 145 recibió entre 2015 y 2023, un total de 4.826 llamadas donde se refiere la presencia de niños, niñas y adolescentes como víctimas de trata, en muchos casos, como derivación de los delitos de grooming y captación a través de redes sociales y juegos en línea.

Estas cifras solo reflejan la punta del iceberg, ya que muchas víctimas permanecen invisibles y silenciadas, temerosas de denunciar debido a la complicidad oficial y la falta de protección adecuada.

Y hay otras modalidades más: tráfico de órganos, matrimonios forzados (sí, en Argentina hay), sometimiento de víctimas para convertirse en mulas de droga o en sicarios obligados, y más.

La justicia ha logrado algunos avances en la lucha contra la trata de personas, con cientos de sentencias condenatorias dictadas entre 2009 y 2023. Sin embargo, persisten desafíos significativos, incluida la corrupción y la complicidad oficial que obstaculizan los esfuerzos de aplicación de la ley.

El informe TIPR de 2023 (Trafficking in Persons Report, que elabora la Secretaría de Estado de los EE.UU. anualmente y que abarca datos de más de 140 países) señaló específicamente la corrupción y la complicidad oficial como obstáculos significativos en la lucha contra la trata en Argentina. Esta preocupación se hace evidente en casos como el de Chaco, donde las víctimas se enfrentan al temor de denunciar debido a la posible connivencia de las mafias con el poder y a la resultante falta de protección.

En última instancia, la lucha contra la trata de personas no solo requiere medidas concretas y acciones coordinadas a nivel gubernamental y judicial, sino también un cambio cultural y una profunda reflexión como sociedad. Es fundamental reconocer que la trata de personas no es solo un problema criminal, sino también un síntoma de desigualdad, vulnerabilidad y falta de protección de los derechos humanos más básicos.

Debemos cuestionar nuestras propias percepciones y prejuicios que contribuyen a perpetuar esta atrocidad. ¿Cómo es posible que en pleno siglo XXI, en un país que se jacta de su compromiso con los derechos humanos, miles de personas sigan siendo sometidas a condiciones inhumanas, nada menos que de explotación y esclavitud? ¿Qué podemos hacer como individuos, como comunidad, para erradicar este flagelo y garantizar la dignidad y el respeto de cada ser humano?

La respuesta a estas preguntas no es sencilla ni tampoco se encuentra en soluciones superficiales. Requiere un compromiso profundo y sostenido, así como un cambio cultural que ponga en el centro la protección de los derechos humanos de todas las personas, especialmente de aquellas que se encuentran en situaciones de mayor vulnerabilidad.