Bioética y mejoramiento humano: del límite a la intersección

Ante los avances de la tecnología, los conceptos de normalidad o funcionalidad emergen como referencias para evaluar el límite entre lo terapéutico y la mejora artificial

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Edición genética
Edición genética

El mayor avance en biotecnología es su instrumentación para el denominado “human enhancement” o mejora artificial de las capacidades humanas cuya preocupación mayor es el socavamiento de los principios fundamentales de lo humano. En este contexto, los conceptos de normalidad o funcionalidad emergen como referencias para evaluar el límite entre lo terapéutico y la mejora artificial.

Si bien hasta el presente no existe un estándar aceptado para dicho límite, el denominador común entre diversas pautas como las de la Asociación Médica Mundial, radica en la naturaleza de la condición tratada, donde lo terapéutico se centra en corregir disfunciones o tratar y prevenir patologías, mientras que la mejora busca aumentar capacidades funcionales más allá de lo típico o límites biológicos mediante la convergencia de edición genética, nanotecnología, farmacología y cibernética. Pero esta frontera entre lo terapéutico y la mejora artificial, resulta cada vez más difusa siendo objeto de intensos debates bioéticos, al igual que los objetivos y alcances de la medicina.

De hecho, la normalidad y funcionalidad dificultan aquella distinción por su relatividad variando según contextos culturales y sociales. Por ejemplo, en el ámbito de la salud, la normalidad suele asociarse con el estado físico y mental que permite el funcionamiento efectivo, emocional y relacional en la sociedad; luego, el bienestar integral estará en función de lo primitivo o avanzado de su tecnología alterando el estándar. Además, así como Jerome Wakefield advierte que estas definiciones deben evitar la patologización de variaciones naturales, ante las artificiales debe evitarse normalizarlas como nuevo estándar cultural tornando obsoleto lo naturalmente dado. Afectando también la funcionalidad por aumentar las capacidades de desempeñar roles y llevar a cabo actividades cotidianas de manera efectiva. Un claro ejemplo de nueva normalidad en nuestras sociedades es el matrimonio entre personas del mismo sexo y la transexualidad. Esta última diagnosticada como disforia de género en el DSM-5, es aceptada social y culturalmente normalizándola legalmente mediante la identidad de género y el derecho a acceder a tratamientos hormonales e intervenciones quirúrgicas, redefiniendo de facto el rol de la medicina.

Por ello, la preocupación ética fundamental del “human enhancement” no se agota en la producción de una élite mejorada provocando una obsolescencia en quienes no poseen los recursos para el acceso a las mejoras cibernéticas, biomecánicas o genéticas, intensificando las desigualdades sociales y de oportunidades. Porque aun en caso de lograrse la equidad en el acceso a mejoras artificiales, Zygmunt Bauman advierte sobre los peligros de una sociedad homogénea y deshumanizada amenazando la riqueza, característica y variabilidad de lo humano, más las implicaciones de quienes bajo el principio de autonomía y decisión axiológica no desean someterse a dichas mejoras artificiales, subsistiendo como humanos obsoletos. A ello puede adicionarse la intervención genética sin consentimiento informado, por ejemplo, en embriones de diseño acorde a la voluntad de los padres violando derechos fundamentales, así como la edición genética para crear profesionales perfeccionados acorde a las demandas en cada disciplina. Es decir, la instrumentación del humano por el humano.

Y aquí cabe la diferencia entre humanizar la tecnología y tecnologizar al humano. La primera como asistencia a cómo los humanos aprenden, trabajan y piensan, por ejemplo, agilizando, eficientizando u optimizando procesos de producción, comunicación o educativos. La segunda, mediante intervenciones tecnológicas en la biología humana para dotarlo de condiciones físicas y mentales superiores a todo patrón conocido, incluyendo la extensión de la vida más allá de los límites actuales por procedimientos naturales y de soporte vital.

Desde la bioética judía, la distinción entre terapia y mejora artificial e incluso la pertinencia de dicha pregunta, se responde elevándola a una superior donde Abraham Heschel aporta que “ser humano” no es idéntico a ser humano, dado que este último implica un objetivo y un proceso, una experiencia interna en constante cambio que necesita significado y propósito. Pero este devenir es incompatible con la actual instrumentación del “yo” como objeto manipulable. Por ello el planteo, siguiendo la misma crítica a la metafísica por Franz Rosenzwieg, no es sobre ¿qué es el hombre? sino ¿quién es el hombre?, demandando no sólo saber la respuesta sino vivirla.

Así, ser es ser comandado por un pacto trascendente y como totalidad. Por eso, la respuesta bioética a la diferencia entre terapia y mejora artificial no se agota en la funcionalidad o normalidad dado que son productos relativos al estándar cultural o social, deviniendo en un bucle sin anclaje. Más bien radica en la existencialidad y por eso el deber de responder a ¿qué estoy llamado a hacer o ser? ¿Qué se requiere de mí?

Con esto en mente, la pregunta ya no es sobre el límite sino sobre la intersección, cuyo problema ahora no es la naturaleza de la condición tratada sino la intervención en la condición humana. Y aquí, la idea de “tzelem Elohim” o imagen de Dios, concepto enfatizado por Iosef Soloveitchik como la santidad del hombre, se traduce secularmente en dignidad humana, cuyo respeto como fin en sí mismo es el factor para deliberar sobre el “human enhancement”. Ejemplos de esta intersección entre terapia y mejora, condición tratada y condición humana bien puede ejemplificarse con biotecnologías cerebrales, cuya naturaleza sea terapéutica ante accidentes o patologías degenerativas, pero que conlleve en el paciente su pérdida de razón, voluntad autónoma y emocionalidad, deviniendo más androide que humano. Por otro lado, no considerándose terapéutico, la mayoría de los legistas judíos permite la cirugía estética luego de sopesar las prescripciones y proscripciones relativas a la medicina y daños corporales, especialmente cuando se trata de mejorar una situación causal de vergüenza o sufrimiento, aunque también cuando sin presentar mayores riesgos de vida, resulta en una mejora para poder casarse o progresar laboralmente. Y a fortiori procedimientos cosmiátricos, implantes capilares o tratamientos antiaging.

Es por ello que la bioética de intersección es más real y enriquecedora que la del límite dicotómico entre terapia y mejora, reflejando aquello por lo cual Moshe Tendler sostiene la aceptabilidad de toda mejora biotecnológica siempre que garantice el concepto de imagen divina inherente a cada individuo. Por ejemplo, no socavando ni amenazando la autonomía, autenticidad, razón, libertad y capacidad de tomar decisiones morales. Similarmente David Bleich, destaca la importancia de dicha responsabilidad en cualquier intervención genética asegurando que no se vulneren los principios éticos fundamentales que rigen la creación humana.

La bioética judía considerando la terapia como herramienta restauradora del equilibrio y preservadora de la salud, resuelve la preocupación por el “human enhancement” recordando la inherente imperfección como condición humana. Concepto reflejado por Israel Salanter postulando que Dios no nos demanda ser ángeles, sino seres humanos, abogando por una mejora responsable que reconozca los límites divinos y la necesidad de preservar la humanidad en su diversidad y singularidad. Jonathan Sacks similarmente indica que somos socios en la creación, no maestros absolutos de nuestro destino. Es decir, en el marco existencial de la intersección más que en el metafísico de límites dicotómicos, la mejora no está prohibida sino tamizada por un profundo respeto a los límites divinos, la integridad de la creación y el significado y propósito de la vida humana. Esta visión más integral nos ayuda a delinear nuestras opciones y sopesar los conflictos de intereses y valores, agudizando nuestra apreciación y discernimiento frente a la responsabilidad que conlleva nuestro poder tecnológico.