Los gloriosos y electrizantes días de Javier Milei

La corriente actual de simpatía hacia el candidato libertario es tan sólida que no importa lo que diga o haga: nada le hace daño. Hasta las barbaridades lo embellecen, hay una tendencia social a justificarle todo

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Javier Milei en el búnker de La Libertad Avanza (AP Photo/Natacha Pisarenko)
Javier Milei en el búnker de La Libertad Avanza (AP Photo/Natacha Pisarenko)

En el cuerpo humano existe una proteína llamada Galectina-1 que es una aliada clave de algunos tipos de cáncer, porque inhibe la capacidad de ataque del sistema inmunológico. Es un elemento tan relevante que la agresividad de algunos tumores -carcinoma de colon, mama, próstata, pulmón, melanoma- está directamente relacionada con los niveles de presencia de esa proteína. En las últimas décadas, un equipo de investigadores argentinos, dirigidos por el bioquímico cordobés Gabriel Rabinovich se ha dedicado obsesivamente a estudiarla. Rabinovich y los suyos primero demostraron el vínculo entre la proteína y los tumores. Luego, probaron que eliminando esa proteína, los linfocitos eran capaces de activarse e, incluso, de destruir los tumores. Pero, además, especularon correctamente que esa misma proteína, por su capacidad de inhibir la actuación del sistema inmunológico, podría servir para combatir enfermedades autoinmunes, como la esclerosis múltiple. O sea, en un caso era necesario eliminarla y, en otro, aumentar su presencia.

La historia es mucho más extensa y fascinante, y le valió un gran reconocimiento internacional a este grupo de talentosos científicos argentinos que, de haber trabajado en otros lugares del mundo, donde son muy requeridos, hubieran ganado mucho más dinero. Esta semana, Rabinovich anunció además la creación de una empresa, para iniciar el proceso que podría convertir estos descubrimientos en medicamentos que lleguen a los pacientes, en caso de que sus resultados se confirmen en seres humanos. O sea que, si todo sale bien, habrán hecho además un aporte económico al Estado argentino. Pero eso es lo de menos: el descubrimiento podría ser un avance impresionante para toda la humanidad. “Actualmente, un porcentaje de los pacientes con tumores, que hace pocos años eran letales, tienen una sobrevida larga. Estos desarrollos podrían aumentar esos porcentajes más y brindar más oportunidades”, dice Rabinovich.

Gabriel Rabinovich y su equipo de científicos (Galtec / Conicet)
Gabriel Rabinovich y su equipo de científicos (Galtec / Conicet)

En la misma semana en que se hizo ese anuncio, ocurrió otro episodio muy distinto, pero relacionado con él. En un canal de televisión, Javier Milei, el candidato favorito para asumir la presidencia en diciembre, anunció que cerraría el Conicet, que es el organismo que financió las investigaciones sobre la Galectina. Los argumentos del candidato se expresaron en el siguiente diálogo:

-¿Y el Conicet?

-Que quede en manos del sector privado.

-Vas a tener un despelote.

-Que se ganen la plata sirviendo al prójimo con bienes de mejor calidad y mejor precio, como hace la gente de bien. ¿Qué productividad tienen? ¿Qué han generado los científicos? No se nota su aporte. Ganarás el pan con el sudor de tu frente.

Las declaraciones de Milei revelan algunas cosas importantes. En principio, su agresividad. La idea de que los investigadores de alto nivel financiados por el Estado no son gente de bien ni ganan el pan con el sudor de su frente -o sea, que le roban a la sociedad- es una ofensa para miles de personas a las que él no conoce: no sabe de sus esfuerzos, de sus estudios, de sus angustias, de sus logros, de sus fracasos. Como gran parte de sus denuncias, es imprecisa. No habla de hechos concretos ni de personas de carne y hueso. Pero tiene alto impacto porque trabaja sobre un prejuicio. Y por eso, justamente, es más agresiva aún. Decir “los científicos son chorros” es igual de grave que decir “los negros son inferiores” o “los judíos son amarretes”.

Lo segundo que expone es un problema bastante serio de desconocimiento. Ningún dirigente relevante del mundo occidental postularía la necesidad de que el Estado desinvierta en esa área, entre otras razones porque se trata, justamente, de una de las inversiones más rentables y productivas a largo plazo. Las investigaciones sobre la Galectina, como el desarrollo de la soja y el trigo resistentes a la sequía, forman parte de la rica historia la ciencia pública argentina, repleta como está de gente de altísimo nivel internacional que pasa años investigando asuntos complejísimos y ganan mucho menos dinero en nuestro país de lo que ganarían en el exterior. ¿Realmente un país debería prescindir de personas como ellos?

Sin embargo, Milei no pagará ningún costo político por eso que dijo, ni por tantas cosas que repitió en esta semana de triunfo arrollador. Es que, en estos días, es invencible. La corriente de simpatía hacia él tiene tal fortaleza, es tan sólida, que no importa lo que diga, no importa lo que haga, no importa lo que se conozca sobre él: nada le hace daño, hasta las barbaridades lo embellecen, hay una tendencia social a justificarle todo. Son esos instantes de gloria inigualables que muchos políticos han vivido y que, luego, deben saber administrar. La conciencia de que estas cosas no duran para siempre suele ser útil para después sobrellevar tiempos más amargos. Pero pocos reparan en eso cuando se bambolean, mareados, en las alturas. Situaciones similares vivieron Carlos Menem luego de su apabullante reelección de 1995, Cristina Kirchner en la noche de su reelección por el 54 por ciento e incluso Alberto Fernández en las primeras semanas de la pandemia. Eran invencibles. O lo parecían. En esa lista -es decir, a ese nivel- aparece ahora este personaje tan novedoso.

Máximo Kirchner junto a Paula Penacca, Leandro Santoro y Eduardo de Pedro en el búnker de UxP (Adrián Escandar)
Máximo Kirchner junto a Paula Penacca, Leandro Santoro y Eduardo de Pedro en el búnker de UxP (Adrián Escandar)

Así las cosas, no hay que ser demasiado perspicaz para percibir que seguramente Milei sea el próximo presidente. En principio, porque sus votos son suyos y los del resto no lo son. Horacio Rodríguez Larreta fue elegido por alguna gente que, en realidad, no quería que Patricia Bullrich ganara la interna de Juntos por el Cambio, en aquellos lejanos tiempos en los que se suponía que de esa contienda surgiría el sucesor de Alberto Fernández. Sergio Massa puede robarse algunos votos moderados de Juntos por el Cambio. Milei podría seducir a quienes creen que “si no es todo, es nada”. Bullrich está, entonces, apremiada. Para no desinflarse, necesita encontrar un nuevo perfil para su campaña. El desafío es mayor porque Mauricio Macri -en otra expresión notable de su reconocida bondad- no para de expresar su simpatía hacia Milei.

Massa, por su parte, es el ministro de Economía de la mayor inflación de los últimos treinta años. También sus votos pueden huir hacia el libertario, y no solo por la corriente popular que rodea a este y que aún no se expresó en toda su intensidad. Además, el Gobierno está en un muy mal momento. Esta semana devaluó un veinte por ciento el peso y produjo una estampida de precios. El método sorprendió a propios y extraños porque no fue rodeado de ninguna medida compensatoria, ningún esfuerzo para evitar el traslado inmediato a la canasta familiar.

En las 60 horas posteriores a las medidas, ni Massa, ni el presidente Alberto Fernández, ni la vicepresidenta Cristina Kirchner dieron la cara para explicar nada. Si gobernar es explicar, como decía Fernando Henrique Cardozo, esconderse es lo contrario a eso. Tardíamente, Massa reparó ese déficit. Los Fernández siguen en otra galaxia. En ese tembladeral, cada persona que compró algo en estos días tuvo un motivo más para no votar a Massa. Cada vez que alguien vaya a una tienda de acá a las elecciones, recibirá propaganda a favor de Milei. En cada reportaje, Massa deberá explicar por qué sería capaz de resolver a partir de diciembre lo que no logra ahora.

Es cierto que, en condiciones similares, Mauricio Macri subió ocho puntos desde las PASO a la primera vuelta. Pero Macri era el líder de su espacio y de un sector social que se nucleaba alrededor del miedo al regreso del kirchnerismo. Massa no goza de un liderazgo similar. Y el miedo al ascenso de Milei no se nuclea en una sola candidatura. Pueden compartirlo los votantes de Bullrich y de Massa, pero difícilmente la mayoría de ellos se inclinen mayoritariamente por algunos de ellos dos. Los de Bullrich odian al peronista y, con la misma fuerza, se produce el fenómeno contrario.

Mauricio Macri en el búnker de JxC (Nicolas Stulberg)
Mauricio Macri en el búnker de JxC (Nicolas Stulberg)

Además, Milei prometió dar una pelea fuerte en la provincia de Buenos Aires. No lo hará con el menemóvil. Pero si cumple su promesa tal vez regresen aquellas viejas postales de la década del noventa, donde multitudes de pobres rodeaban a un líder que proponía reformas conservadoras, con más sinceridad ahora que entonces. Esas imágenes pueden producir un contagio que le sume más votos. La pregunta clave es cuál es su techo. Si, en el contexto de las opciones actuales, es inferior al 40 por ciento, habrá balotaje en noviembre y se verá. Si no lo es, Milei será consagrado presidente en las elecciones de octubre.

O sea que la Argentina está entrando en un territorio realmente desconocido. Milei no solo ha dicho que desfinanciará la inversión en ciencia. Ha tirado a la basura un papelito que decía “Ministerio de Salud”. Desde allí -y gracias a los impuestos que cobra el Estado- se vacuna a todos los niños del país en el marco de un programa que es ejemplo para el mundo. Ha propuesto quitarle todos los subsidios a la educación y arancelar la salud pública. Ha sugerido que sería una buena idea cobrar peajes en las veredas por las que caminamos. Ha sostenido que la Argentina no debe comerciar con China, la segunda economía del mundo, y que debe romper el Mercosur.

Ha dicho que dolarizar sería una mala idea porque termina en una crisis con “una corrida y una verdadera expropiación”, para luego sostener que dolarizaría fácilmente luego de su asunción, para luego denunciar que eso fue un invento de sus enemigos y que dolarizar llevará tiempo. Ha opinado en favor de la venta libre de órganos e, incluso, sugerido que sería deseable un mercado donde se permita la venta de niños. Milei ha plagiado largos fragmentos de algunos libros escritos por él. Y ha agredido violentamente a periodistas, especialmente periodistas mujeres, porque no le gustaron que le hicieran preguntas bastante sencillas. En los actos de celebración por su desempeño electoral, sus seguidores más fieles cantaban que una conductora de televisión era “puta”. Ha opinado que el papa Francisco es comunista y “el representante del maligno, del diablo, en la tierra”. Muchas de estas cosas han sido desmentidas, parcialmente desmentidas, confirmadas, parcialmente confirmadas. Todas juntas reflejan que el país empieza a adentrarse en territorios inexplorados.

Además, hay aspectos bastante llamativos de su personalidad que fueron debatidos, como corresponde en una democracia, muy extensamente en estos meses. Al pasar, en una de sus últimas entrevistas dijo: “Llevo tres noches sin dormir”. Tal vez sean señales irrelevantes. O síntomas de algo inquietante. El tiempo dirá.

Pero todo eso queda en un segundo plano porque sus denuncias, en general imprecisas, contra la “casta” y los políticos “chorros” y “parasitarios”, no solo describen un fenómeno real sino que además sintonizan con la frustración, la bronca, la desesperanza que recorre gran parte del país. El argumento básico de los militantes y votantes de Milei es que las alternativas son peores porque son responsables de la situación actual. ¿Y quién podría discutírselo? ¿O hay alguna evidencia de que Bullrich o Massa están en mejores condiciones que él de resolver los problemas actuales?

Así que ahí vamos.

Ajústense los cinturones.

Bien fuerte.

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