Un balance del kirchnerismo

Los errores estratégicos son muchos, todos inspirados en un espíritu mezquino, ideologizado, resentido

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Cristina Kirchner, vicepresidenta de la Nación
Cristina Kirchner, vicepresidenta de la Nación

Aunque faltan algunos meses para que culmine su gestión, hay suficientes elementos como para hacer un primer balance del kirchnerismo en su paso por el poder. Si bien cuando Néstor Kirchner asumió la Argentina había atravesado una terrible tormenta, las principales variables se habían acomodado: había un dólar hiper competitivo, capacidad industrial ociosa (por la contracción de la crisis del 2001/2002) con lo cual se podía aumentar la producción sin requerir inversión, la infraestructura —energética, vial, de telefonía, portuaria, de servicios….— se había ampliado y modernizado con capital extranjero y el país no tenía inflación y comenzaba a tener superávits gemelos, tanto fiscal (interno) como de balanza de pagos (cuentas externas), aunque es verdad, sin pagar deuda, que estaba en default.

En síntesis, la Argentina tenía la mesa servida para un gran crecimiento. Y sobre ese panorama, sobrevino el período de mayor bonanza económica de América Latina en su historia moderna, que fue aprovechada por Uruguay, por Chile, por Perú, por Bolivia, por Paraguay y por Brasil para reducir de manera drástica la pobreza, la que se ha mantenido desde entonces en esos niveles. Como era de esperar, esos primeros años de grandes ingresos en el país fueron de fuerte expansión del consumo -aunque sin inversión de ningún tipo- lo que generó en la sociedad una sensación de bienestar que compensó con creces el débil sustento electoral del kirchnerismo en su inicio. Cuando se agotaron todas las fuentes que posibilitaban hacer crecer el gasto, en lugar de manejarse con prudencia como indicaba el manual, el kirchnerismo siguió con el acelerador a fondo. Así, logró en pocos años demoler todos los pilares que hacen al desenvolvimiento de una economía de mercado, llevando al país a la situación actual, de inflación del 100% y pobreza del 40%, déficits gemelos, fiscal (interno) y de balanza de pagos (externo) que se manifiesta en el cepo cambiario. Sin duda, el dato más dramático es el de la pobreza en 40%.

No había otro destino posible con estas políticas, que si no se corrigen urgentemente van a llevarnos a niveles aún más altos, porque el proceso entró en una etapa de aceleración. ¿Cómo se pudo arribar a tanta pobreza? La pobreza es consecuencia de dos factores: la quiebra del Estado y la destrucción de la energía emprendedora e inversora del sector privado. Éste sector es el dínamo de la actividad económica, del empleo y de la riqueza particular y colectiva.

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¿Qué sucedió con el sector privado? Padeció un colosal incremento impositivo -factor principal-, y restricciones operativas de todo tipo, para importar, para exportar, controles de precios y mensajes disuasorios por medio de expropiaciones y presiones harto conocidas. Si el sector privado se contrae por todas esas razones, cae el empleo genuino y aumenta la desocupación (que se busca disimular con planes o empleo público). La quiebra del Estado se produce por decisiones estratégicas equivocadas y por exceso de gastos. Ese exceso se explica en planes, jubilaciones sin aportes, empleo público innecesario y subsidios de todo tipo. Llega un punto en que ese “exceso” no puede financiarse más que con emisión, lo que hace disparar la inflación, que trae aparejado el aumento de la pobreza, ya que los salarios corren siempre detrás de los aumentos de precios, y cuanto más rápido estos suben más rezago padecen los ingresos fijos.

Los errores estratégicos son muchos, todos inspirados en un espíritu mezquino, ideologizado, resentido. Por citar solo algunos casos, como la política energética y las privatizaciones, la filosofía subyacente fue exprimir a los que invirtieron en los años 90, congelando precios a los hidrocarburos y a las tarifas de los servicios para favorecer a los consumidores. Así, el país pasó de exportador a importador, con un costo monumental de miles de millones de dólares que desangraron nuestras finanzas. YPF no escapó a esas consecuencias, sobre todo cuando Néstor Kirchner “pisó” los valores de las naftas para “ablandar” a los españoles dueños de la empresa a fin de propiciar el desembarco de un socio local a costo cero, es decir, que se haga accionista sin poner un peso. Como el repago de esa compra debía hacerse con las utilidades de la propia empresa, se redujeron drásticamente a partir de entonces las inversiones en exploración y producción a fin de disponer de toda la utilidad para ser distribuida.

Siendo YPF el principal productor local, esa práctica -junto con los precios reprimidos- empujaron aún más a la baja a la producción nacional. No conforme con la jugarreta de su marido, Cristina Kirchner quiso ir más lejos y expropió el 51% de la empresa que detentaba Repsol, pagando con recursos públicos el doble del valor a que hoy cotiza el 100% de la empresa.

No termina ahí la historia, por la forma improvisada de la expropiación, el país deberá pagar una multimillonaria indemnización según estableció un tribunal de Nueva York con la que podrían construirse escuelas, hospitales y rutas. ¿A quien? Al fondo buitre subrogante de la minoría accionaria a la que accedió el socio local sin poner un peso. ¡Macabra paradoja! ¡Un virtual saqueo! ¡Campeones mundiales de la imbecilidad! Más de uno se preguntará “¿porqué pagar una indemnización a un fondo buitre en la cuna del capitalismo?” Respuesta: porque a esa cuna acudió YPF -como tantas otras empresas argentinas y de todas partes del mundo- a buscar inversores que compren sus acciones y capitalicen la empresa, teniéndose que someter en tal caso a sus leyes, que celosamente protegen a los accionistas minoritarios para que no sean avasallados por los mayoritarios.

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En representación de ese socio minoritario argentino litigó con éxito el fondo buitre. ¡Y se vienen ahora los juicios de los otros minoritarios! ¿Qué explicación pueden darle al país la presidenta y el ministro de entonces que tomaron esa criminal decisión? ¿Y qué pueden decir los legisladores radicales, de la Coalición Cívica o del PRO que propiciaron con su voto que se perpetrara ese saqueo de cuyas consecuencias deberemos hacernos cargo todos los argentinos? (¿explicará todo esto el auge de Milei?). O de la expropiación de Aerolíneas Argentinas y sus descomunales pérdidas anuales. La del año pasado fue superior al precio que se pagó recientemente por la venta de Air Europa. Con los quebrantos acumulados podríamos comprarnos Latam y todas las líneas de América del Sur. ¿Y qué decir del quebranto de las restantes empresas públicas, algunas que ni siquiera prestan servicios o producen bien de ningún tipo? ¿Qué más podemos agregar de los padecimientos por falta de luz que son consecuencia de esas políticas? ¿O del deterioro de las rutas? ¿O del retroceso en la educación pública, cuya caída en los indicadores se lee a diario? ¿O del de la salud, tanto pública como privada?

El sistema privado era una de las cosas que funcionaban en la Argentina. Pues bien, lo están arruinando para llevar a la quiebra a las entidades y luego nacionalizarlas. Venden la falsa ilusión que impidiendo la actualización de las cuotas según la inflación protegen al usuario, sin reparar que por esa vía se destruye el sistema. Es como si para favorecer a las masas societarias se congelaran indefinidamente las cuotas de todos los clubes del país: en pocos años se destruiría el sistema que le resuelve el ocio a los argentinos. ¿A quién benefician esas políticas cortoplacistas? En otro terreno, la concepción garantista -de condescendencia con el victimario- no hizo más que agravar la inseguridad como puede palparse en estos días. Se podría destacar la preocupación del kirchnerismo por los derechos humanos, pero se trata de un enfoque sesgado, solo para los derechos humanos que les son funcionales a sus fines políticos. Quizás, una de las pocas cosas que hicieron  eficientemente haya sido crear un sistema de militancia partidaria con fondos públicos enarbolando el eslogan de la “participación”, pero, ¿en qué beneficia eso a la sociedad? O peor aún, en enquistar en el seno del Estado una usina de adoctrinamiento educativo para inculcar falsedades históricas reivindicatorias de la guerrilla o consignas anticapitalistas que permitan justificar expropiaciones como las de YPF o Aerolíneas. Tanto alardear con la igualdad, no han hecho más que promover una cruel desigualdad -supongo que sin quererlo, aunque algunos sospechan que es parte de un plan de sometimiento- generando de un lado un 40% de pobres y un Estado quebrado, y del otro lado un sector de argentinos que se dice atesoran 300.000 millones de dólares. Tampoco es menor el efecto moral y económico que se desprende de la demolición de la cultura del trabajo, sin soslayar lo que se vincula a las pérdidas económicas por los casos en la justicia referidos a la corrupción. Si bien hubo un interregno durante el gobierno de Macri entre mejorías parciales y continuismo, su gestión quedó atrapada por los pesados condicionantes sociales, políticos y económicos heredados del kirchnerismo. Es muy triste que con todos los desafíos que nos plantea el extraordinario potencial del país y la modernidad, el centro de la preocupación oficial sea mendigar préstamos para sostener un nivel de gasto que no se condice con la realidad. Puede que otros hagan un balance distinto, pero el de este autor es irremediablemente negativo.

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