Chano y los lobos

El músico es un cobayo de nuestro tiempo y un artista en situación afligente. No vamos a cambiar el mundo desde este pequeño grupo de párrafos. Sí podemos dejarlo en paz

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Esperemos que salga y se alejen la ignorancia y la maldad
Esperemos que salga y se alejen la ignorancia y la maldad

Cada uno está solo/traspasado por un rayo de sol/ y de pronto anochece.

Vaya por delante el poema de Salvatore Quasimodo, brevísimo, suficiente. El poeta siciliano, que recibió el Nobel, ocupó buena parte de su obra al dolor de ya no estar en el sur, entre naranjas, cielos de un color distinto, una lengua que es la del lugar natal, la que aprendió de los viejos en la infancia, y sigue viva: “Ya nadie me llevará al sur”.

Y de pronto anochece, Chano.

Una nueva recaída y un brote psicótico -una locura que oscurece de pronto- y fue necesario el viernes en el sanatorio Otamendi. El sur de Chano Charpentier es hacer música, porque la está perdiendo junto con toda la enfermedad, escapar del sufrimiento donde está solo, con el amor de su madre, su hermano, amigos, pero la soledad es solo propia, negra, intransferible. ¿En qué pozo está, tan bien atendido y en atención permanente, el cantante, autor -vale escuchar algunas canciones de Tan Biónica o solo: una poesía áspera surge de la calle y la delicadeza de un chico nacido sensible y frágil-, el hombre que chocó ocho autos y el muro de una casa fuera de todo control, fuera de las patadas y golpes con que los vecinos de allí lo detuvieron. Alguna canción grita, tal vez ruega: “¿Por qué me tiroteás?”.

Una canción larga llega con una gran fuerza, la de quien necesita evitar el llamado de quien lo tienta a destruirse. Sentirse tiroteado es, en el idioma de la enfermedad mental atada al consumo de drogas, notar que reviva la necesidad de volver. Lo pide el cerebro, lo pide la ambivalencia de un placer como el rayo que a la vez destruye y aprisiona. En los Estados Unidos, como muestra, no menos de cinco millones inician o usan en algún momento cada día drogas de muchos tipos, mientras las poderosas organizaciones integran el negocio y delito más rentable que existe sobre la tierra, lejos. Capaz de corromper instituciones, gobiernos, leyes. No se dice nuevo. La gran demanda crea “productos” en laboratorios que no descansan.

Sucede entre nosotros y resquebraja la vida social: la angustia de quienes enferman se extiende a los que intentan ayudarlo, recuperarlo, buscarlo. Sucede en todas partes, sucede donde quiera que se mire, pero no se enfoca esa endemia desde una comprensión inteligente y, peor, los gobiernos parecen distraerse.

Sin una política real fuera del país de papeles que en gran medida somos, no pasa nada. No se diga ya emprender una guerra contra los grandes cárteles. Otra vez, los Estados Unidos: cuenta con el segundo presupuesto, después del de Defensa. Es para la DEA, Administración de control de Drogas. Difícil precisar la suma, no es menor de cinco mil millones de dólares, opera en todo el mundo con intensidad particular en la frontera con México, de 3169 kilómetros, y toca cuatro estados estadounidenses y seis mexicanos.

En algún lugar de esta complejísima trama sangrienta, cuya suma como resultado económico es el producto bruto del mundo, está Chano en una telaraña. El artista y una enfermedad que reconoce niveles y factores.

Hay muchos que sufren los trastornos y consecuencias sin que se llamen Chano. No tienen nombre, sobreviven. Con palabras públicas inauditas se ha sugerido -se ha dicho, en rigor- que montar un pequeño comercio de drogas es una salida en la crítica situación económica. Aquí se puede decir cualquier cosa sin que nadie se asombre. Los Chanos sin nombre, muchos, recurren a lo que pueden por parte de los mayores, lugares donde al menos están reunidos y a salvo de los peligros circundantes y trabajan sin la bomba en la cabeza todo el tiempo. No podemos decir aquí cómo era, o es, aquel en el que estaba por horas Teto Medina, algo de ese tipo. Quizá, como en algún momento dijo cierta vez una psiquiatra especializada, formar un SAME de consumidores en el marco de la salud mental. Puede, y en todo mejor que el vacío presente, al borde de la connivencia.

Esto no parte de unos preceptos moraloides ni caretas: es lo que hay. Y en lo que hay está también la Ley de Salud Mental, donde no puede internarse a nadie sin la aprobación del enfermo, ni siquiera en casos de mucho riesgo para el enfermo o los demás. Un propósito que a lo mejor intenta la estigmatización sin resultados visibles. La misma ley que pide la internación de enfermos mentales en distintos grados en salas de hospitales generales. Recordar al mismo Chano cuando en una situación de perturbación extrema acudió a un policía que intentó detenerlo -tenía un cuchillo- y tiró, finalmente. La escena expone una solución drástica, puede discutirse como todo -Chano no tiene desde entonces bazo ni parte del páncreas-, pero, si no, ¿qué? Con entrenamiento y capacidad pudo ser diferente, pero no excluyente de la internación.

Marina, madre de Chano, comunicó por redes que no intervinieran sin saber cómo es, qué pasa, que es muy fácil hablar por hablar y que debían cesar los haters, los odiadores: “Jodete, falopero de mierda”, podemos imaginar el mensaje de algún hater, una tribu nutrida.

Chano es un cobayo de nuestro tiempo y un artista en situación afligente. No vamos a cambiar el mundo desde este pequeño grupo de párrafos. Sí podemos dejarlo en paz. Evitar lo que no sabemos, tratar de frenar el odio y el miedo que ha expresado tener por ser amenazado, quién sabe la razón.

Esperemos que salga y se alejen la ignorancia y la maldad. Chano y quienes pueden saber. No dejarlo, ni siquiera en el pensamiento, a Chano con los lobos.

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