Feminista en falta: ¿y si cancelamos de una vez lo correcto?

El monstruo que justifica que algunos se autoproclamen como la valiente voz de la libertad en verdad no existe. Nadie tiene realmente el poder de cancelarnos: ni Woody Allen se siente una víctima de la cultura que condena al ostracismo a los que se comportan de forma inaceptable en una sociedad que se pretende perfecta

Compartir
Compartir articulo
Viviana Canosa y Woody Allen: señalados y criticados (muchas veces con razón), ambos no dejan que la cancelación los detenga
Viviana Canosa y Woody Allen: señalados y criticados (muchas veces con razón), ambos no dejan que la cancelación los detenga

Todo vuelve, y Seinfeld también. Ahora que la mítica serie puede verse remasterizada en Netflix, aunque con algunos baches que hoy parecen demasiado incorrectos, queda claro otra vez que la vida a veces se parece bastante a un chiste de Seinfeld que se repite hasta que llega alguien con el dedo levantado y lo cancela. O a miles de repeticiones de ironías sobre la nada misma, que pasan de causarnos gracia a ser canceladas por violentas. Podría ser un gag de la serie, pero, de nuevo, es la vida.

Me cansé de hablar de cancelaciones cuando hace unos meses leí en una muy buena entrevista de Marcelo Stiletano con Woody Allen que el director –el tipo al que de la noche a la mañana le dieron la espalda estrellas que jamás lo hubieran sido de no actuar en sus películas, el varón que mejor retrató en el cine la neurosis femenina, el que se interesó en retratarla cuando nadie lo hacía, pero que tuvo que peregrinar con sus memorias de una editorial a otra como un paria después de que se reflotó la historia del supuesto abuso contra su hija que todos conocían y a nadie pareció importarle durante décadas– decía que no se sentía para nada víctima de esa cultura que expone, excluye, boicotea profesional y personalmente, y condena al ostracismo a quienes tienen conductas inaceptables en una sociedad que se pretende perfecta en las formas, pero en general dista de serlo en los hechos.

“No soy víctima de nada porque sigo trabajando”, dijo el genio que inventó a Annie Hall, y me convenció de que si otros lloran cancelación es porque sólo son eso: llorones. Escuchamos todo el tiempo que hoy se impone la tiranía de la corrección política, y también la ridícula muletilla de que “ya no se puede decir nada”. Pero la verdad más pura es que nunca se pudo decir nada en ningún lugar del mundo si uno no estuvo dispuesto a tolerar las respuestas, que hoy las redes amplifican de manera exponencial.

También es cierto que, como nunca, hoy todos podemos decir cualquier cosa, con un alcance que no distingue niveles de virulencia: lo bueno, lo malo, lo interesante y el odio liso y llano, están a sólo un click de distancia. En las redes, sí, pero también en los medios de comunicación que, de nuevo, como nunca antes, hoy se parecen bastante a la experiencia de un blogger o un youtuber que piensa, habla y escribe en soledad, sin demasiado debate previo, sin las viejas reuniones de tapa ni de pauta; ahora todo es inmediato, y los errores o las incorrecciones –para quien se atreva a cometerlas– serán parte de la indignación de mañana. Alimento. Y de todas maneras la rueda sigue girando. Ni Woody está cancelado.

Woody Allen reniega de estar "cancelado". "Sigo trabajando", asegura
Woody Allen reniega de estar "cancelado". "Sigo trabajando", asegura

Pero volvamos a Seinfeld. O más bien a ese personaje genial que todas hemos sido o queremos ser, Elaine Benes. Pues bien, la semana pasada fui Elaine y me tocó serlo en un día bastante particular. Conocí al hombre más guapo del mundo, tuve la suerte loca de que se fijara en mí –bendecida, sí–, y en medio de una noche que parecía perfecta citó de manera no irónica a la que de un tiempo a esta parte se ha convertido en la Argentina en la nueva némesis de los feminismos, Viviana Canosa. Fue después de que, a propósito del #8M, la conductora nos mandara a bañarnos y depilarnos, como se hacía en los ochenta. Y justo cuando se vuelve a usar como entonces decir que es mejor “ser femenina”, como si tal dicotomía existiera. Confieso que la semana pasada me dio bronca, pero ahora, mientras lo escribo, me da risa.

¿Cómo es posible que alguien haga tanto ruido con argumentos tan pobres y gastados? Páginas y páginas para responderle, horas de aire; yo ahora mismo, escribiendo esta columna; el hombre más guapo del mundo, citándola convencido de que repetía algo razonable. La respuesta no es muy difícil: basta con ver su programa. Hace rato lo hago, y debo decir que me enoja tanto como me entretiene. Una vez que estoy frente a la pantalla me es imposible dejar de mirarla.

Canosa es televisiva, bella –cada día más, ¡y se baña!–, desatada; en un mundo donde todos se miden antes de hablar, no teme a las consecuencias. Al contrario, encontró un nicho ahí, y es que estaba casi servido. Otra vez, si ni Woody Allen –alguien señalado por el peor de los delitos, la pedofilia– se ha sentido realmente cancelado, ¿por qué le ocurriría a ella? El monstruo que justifica que algunos se autoproclamen como la valiente voz de la libertad ciertamente no existe. Nadie tiene en verdad el poder de cancelarnos, en todo caso, cambiarán de canal o nos rescindirán el contrato. Y Canosa sabe que eso no le va a pasar; al revés, su show mejora con las críticas.

Canosa es televisiva, bella –cada día más, ¡y se baña!–, desatada; en un mundo donde todos se miden antes de hablar, no teme a las consecuencias. Al contrario, encontró un nicho ahí
Canosa es televisiva, bella –cada día más, ¡y se baña!–, desatada; en un mundo donde todos se miden antes de hablar, no teme a las consecuencias. Al contrario, encontró un nicho ahí

Pero, ¿por qué el monstruo cancelador parece a veces tan real si es que no existe? ¿Por qué parece darle pasto a ese otro monstruo, repudiable, que termina en un escrache horrible como el que hizo el viernes último contra la editora de Género de Clarín, Mariana Iglesias, a modo de devolución de gentileza por una columna crítica que ese diario levantó, e incluso en uno gratuito y plagado de mentiras contra la de TN, Marina Abiuso, que ni siquiera se refirió jamás a ella y cumple su rol con ejemplar mesura mientras es acosada a diario por miles de anónimos a los que estos escraches estimulan?

¿No estaremos contribuyendo, sin querer, a alimentarlo? Es otra pregunta que tenemos que hacernos a nosotras mismas: si en cada acto, en cada marcha, en cada espacio, a veces parecemos mostrar solamente la voz de un feminismo uniformado que habla en excluyente inclusivo, nos prioriza desendeudadas pero omite condenar a Alperovich, y baja línea con marco teórico a todos los géneros sobre cómo hay que vivir, decir, hacer y hasta sentir, el fenómeno Canosa seguirá creciendo por peso propio y esa foto recortada de los feminismos –que, sabemos, son, somos, mucho más que eso– hará con mucha facilidad el resto.

De nuevo, consumo su programa, me entretiene. Hasta ahí no hay problema. Pero difamar con nombre, apellido y fotos desde el prime time a periodistas es una práctica digna de lo que muchas veces la propia Canosa critica, y eso cruza un límite. No creo, sin embargo, que nada amerite que no esté al aire, porque para todo esto existe, en todo caso, la Justicia. Perdónenme, pero tampoco entiendo a quienes la acusan por la espantosa muerte del chiquito que tomó dióxido de cloro en Neuquén. ¿Fue irresponsable? Es posible, pero la responsabilidad sobre la vida de ese niño no era de ella, como no lo es la de Robert Pattison si un niño muere tratando de imitar a Batman.

Y sí, entiendo, pero me parece inconducente que nos siga indignando lo que piensa –y esa manera particular de torcer y mezclar algunos hechos para marcar enemigos inexistentes– sobre todo porque es lo que piensa mucha gente. El hombre más guapo del mundo, sin embargo, me confesó que también ve en Canosa una mujer bella, valiente (y bañada). Me dijo que estaba de acuerdo en cómo ella se la había bancado sola y se había hecho un camino sin reclamarle nada a los varones ni a las “pañuelo verde”. Le dije que eso podemos hacerlo muchas, pero que la aventura del movimiento de mujeres es bancarnos entre todas, que eso es lo que nos hace fuertes y que incluso logró cosas para ella, aunque no se haya dado cuenta: trabaja, vota, es una madre divorciada que hace de la libertad su bandera.

“En eso tenés un punto”, concedió, y me preguntó si lo consideraba un machista. Lo volví a mirar, pensé que de cualquier manera no me importaría, y me acordé del señor correcto con el que salía antes, tan preocupado por decir el eufemismo justo antes de hablar, que en general no se preocupaba por nada más. Pienso ahora que eso es lo único –más allá de discursos de odio inequívocos– que deberíamos cancelar de una vez para salir de esta batalla retórica, que se agota en palabras, lastima a muchas personas, y se aleja de las causas nobles que decimos perseguir: la idea absurda de que siempre existe lo correcto y, más aún, de que para todos significa lo mismo.

SEGUIR LEYENDO: