Congreso de Unidad de la CGT del 11 de noviembre de 2021

El General Juan Domingo Perón dijo: “Sobre la hermandad de los que trabajan, ha de construirse la unidad de todos los argentinos”

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El 40,9 % de los argentinos son pobres y el 10,5 % son indigentes (EFE/ Juan Ignacio Roncoroni)

“En el territorio más rico de la tierra vive un pueblo pobre, mal nutrido y con salarios de hambre”, diagnosticaba Arturo Jauretche décadas atrás. Según cifras del INDEC del pasado mes de octubre, el 40,9 % de los argentinos son pobres y el 10,5 % son indigentes. Esto significa que en nuestro país hay 18,5 millones de pobres y 4,7 millones de indigentes. O sea, 4 de cada 10 argentinos viven en la más cruel indignidad.

En el suelo que dio a luz la realización del ideario de que los únicos privilegiados eran los niños, seis de cada diez niños, desde la panza de sus madres a los 14 años, son pobres. La vergonzosa cifra de 56,3 %. 6,1 millones de niños afectados.

A este catastrófico aumento de la pobreza unido al creciente desempleo de los últimos años, le correspondió el crecimiento de una gravosa deuda externa. No me cansaré de repetirlo en las notas que aquí vengo publicando: la Argentina viene siendo saqueada desde 1976 sin solución de continuidad por las grandes trasnacionales, por las empresas de servicios y por la usura financiera en complicidad de la dirigencia política con el Fondo Monetario Internacional.

El pensador linqueño, alertaba tras aquel diagnóstico poco feliz, una verdad de a puños: “Hasta que los argentinos no recuperemos para la Nación y el pueblo el dominio de nuestras riquezas, no seremos una Nación soberana ni un pueblo feliz”.

Alerta que implica, fundamentalmente, decir las cosas como son y revelar que la herramienta del saqueo de la riqueza y del ahorro nacional, la Ley de Entidades Financieras de la última dictadura cívico militar, sigue mostrando su rostro infame en esta brutal realidad de excluidos, con un Estado debilitado que posibilita el permanente drenaje de la riqueza nacional hacia la rapacidad externa que, a su vez, provoca artificiales peleas internas por las migajas que nos dejan.

A fin de cuentas, los costos de mantener la estructura de la dependencia recaen en los jubilados que construyeron con el sudor de su frente nuestra patria, en el quiebre de la industria nacional, en los sectores medios y en los trabajadores formales a los que se intenta enfrentar con los descartados del régimen como si los salarios dignos fueran el origen de sus penurias.

No son horas de tanteos a ciegas. Sin confrontar con los mecanismos de colonialismo vigentes desde Martínez de Hoz a la fecha, sin cuestionar la estructura del latrocinio y el control de la actividad económica por parte de las corporaciones, sin debatir sobre la matriz distributiva, sin asumir las demandas postergadas de nuestro pueblo, la posibilidad futura del pleno empleo, la brecha entre precios y salarios, la necesidad de un sistema industrial autónomo y la colocación de los recursos naturales al servicio de la Nación, seguiremos barajando cuál es el modelo más apropiado para administrar la dependencia. Sabemos que ninguna contingencia es permanente, por tanto, es urgente vencer al tiempo con la organización en unidad de las voluntades patrióticas.

El movimiento obrero organizado de pie

Frente a este panorama desolador para las organizaciones libres del pueblo y para la supervivencia de un país al que se continúa empujando hacia la disolución nacional, la dirigencia sindical está a la altura de las circunstancias consciente de la hora dramática que estamos transitando. El pasado 18 de octubre llevamos adelante una de las movilizaciones obreras más importantes de los últimos años con las consignas de desarrollo, producción y trabajo. No es de extrañar entonces, que la CGT tome hoy la iniciativa en el Congreso General Extraordinario de darse su propia unidad, dando un paso fundamental para impulsar y coadyuvar a conducir políticamente un proceso de Unidad para la Reconstrucción Nacional, donde el peronismo vuelva a vertebrar el destino de los argentinos para no volverá a caer en la quimera de la alternancia partidocrática del sistema demoliberal que viene entrampándonos hace décadas. La historia es aleccionadora al respecto: la fragmentación y la desmovilización del movimiento nacional que se operó en diversos momentos de la historia nacional llevó invariablemente a las tragedias que vienen revelando hace años sus ribetes más aciagos. Sin la conformación de un sólido frente nacional seguiremos multiplicando frustraciones.

Estamos a tiempo: la única salida a la encerrona actual es la organización de los caminos de unidad que permitan la reconstrucción del movimiento nacional con protagonismo obrero y popular y con un Proyecto Nacional. En tal sentido, digan lo que digan los predicadores de la negación del movimiento obrero organizado como columna vertebral del movimiento nacional, los trabajadores y sus organizaciones, como siempre en la historia del país, vamos a contribuir a sacar la Patria adelante.

Si entramos en la historia, un tumultuoso 17 de octubre de 1945 fue para no irnos nunca más. “Yo nunca me metí política, siempre fui peronista”, condensó el genio de Favio retomando tanta pena y olvido de Osvaldo Soriano. Hay que decirlo: si fuimos peronistas y si seguimos siendo peronistas a pesar de deslealtades múltiples, es porque no conocimos nada mejor y tenemos la certeza de que cualquier identidad que aspire a representar los intereses nacionales, volverá a pensar en los mismos términos históricos que supo comprender y realizar el General Perón: comunidad organizada, soberanía política, independencia económica, justicia social, Patria grande suramericana.

"La fragmentación y la desmovilización del movimiento nacional que se operó en diversos momentos de la historia nacional llevó invariablemente a las tragedias que vienen revelando hace años sus ribetes más aciagos" (Gastón Taylor)

Y volverá a recuperar su institución permanente, el movimiento obrero organizado, motor del todo social, políticamente flexible cuando la realidad lo demandó, pero ideológicamente intransigente cuando el país estuvo en riesgo, con algunos errores comunes a todos los actores de la lucha política argentina pero, esencialmente, con mucho patriotismo: La Falda y Huerta Grande, la CGT de los Argentinos, el sostén de Rucci al Pacto Social, los 26 puntos para la Unificación Nacional de Ubaldini, el MTA durante el menemismo, el enfrentamiento con las patronales rurales durante el conflicto con la 125, los 21 Puntos de la CGT de septiembre de 2012 y tantos otros programas trascendentes.

Tal es así, que a lo mejor de nuestra historia hoy incorporamos el cupo femenino en la totalidad de los institutos y de los órganos de conducción de la central, acción que no hace otra cosa que continuar la tradición abierta por la Revolución Justicialista que además de lograr la conquista del voto femenino en el año 1947, otorgó a la mujer lugares de protagonismo político inexistentes en el mundo al punto de que Evita se convirtió en representante del gobierno frente a la CGT, quien la impulsará como vicepresidenta de los argentinos. Asimismo, fue el justicialismo el que promovió que un tercio de los cargos legislativos fueran para la mujer. Todas estas acciones, allanaron el camino para la asunción en 1974 de la primer presidente mujer en el mundo, que no por casualidad surgió de nuestro movimiento, Martínez Estela Martínez de Perón.

A las zonceras de siempre hoy atacan las obras sociales sindicales

Con el afán de obturar la necesaria consustanciación entre movimiento nacional y movimiento obrero, los miopes de hoy se rasgan las vestiduras confinándolo todo, multiplicidad de actores y organizaciones, a la “burocracia sindical”.

Lamentablemente, son los mismos actores que ansían estallidos sociales, cuando otros predicamos tiempo, el tiempo necesario para la reconstrucción de los lazos de solidaridad interna que permitan el surgimiento de la unidad de programa y acción. El tiempo de los trabajadores de carne y hueso que no están en los libros y que no correrán detrás de las urgencias dictadas por las vanguardias iluminadas, o por los retardatarios de las roscas y los negocios.

Son los mismos que hoy señalan a las obras sociales sindicales que son las que garantizan el acceso a la salud de medio país. El Modelo sindical argentino continúa siendo el garante de la protección social y de la defensa de los derechos de millones de argentinos. De no ser por las obras sociales sindicales, la situación de la salud de los argentinos sería realmente catastrófica frente a un Estado que se desvincula de las necesidades de las mayorías y los servicios privatizados inaccesibles para una importante franja de nuestra población. Mal que les pese a algunos agoreros del liberalismo anti sindical, las obras sociales sindicales son fundamentales en el sistema de salud de la Argentina ya que atienden a más de 16 millones de beneficiarios, es decir al 43 % de la población, muy por sobre el porcentaje que asiste el sistema público que ronda el 31 % de la población, PAMI, un 12 % y las prepagas, un 14 %.

Insisto, el subsistema de obras sociales sindicales no sólo lleva adelante la mayor cobertura en salud del total poblacional sino que además lo hace con excelencia. No son casuales por eso los ataques que soporta, ya que su misma existencia pone en evidencia el fracaso del sistema privado sin control y del público en estado de abandono. Las obras sociales sindicales poseen tecnología que no dispone ni el sistema privado ni el público.

Y así y todo, el valor de la cobertura per cápita es más bajo que en el sistema público, es decir, que realiza mayor cobertura, nivel y alcance de prestación con menos recursos. Además, destinan gran parte de sus recursos a un fondo solidario: alrededor del 15 % de sus recursos compone el Fondo Solidario de Redistribución cuya finalidad primaria es la de financiar tratamientos complejos (discapacidad, HIV, transplantes, oncología, etc.), subsidiar a las obras sociales más pequeñas y destinar una parte de lo recaudado al sistema público de salud. Hace décadas que los diferentes gobiernos se han apropiado de buena parte de estos fondos, incumpliendo la ley, desfinanciando a las obras sociales y perjudicando la salud de los trabajadores, lo que ha sido razón de innumerables reclamos y extorsiones cruzadas.

Unidad nacional y Proyecto Nacional

La unidad nacional es de todos los sectores enfrentados, en mayor o menor medida, a los sectores del privilegio puertas adentro del país y al nuevo orden mundial en términos internacionales, como reaseguro de la conformación de un gran frente patriótico que no tiene como objeto meramente la suma de voluntades electorales pasatistas, sino esencialmente, la forja de una posición patriótica que nos permita abordar nuestros problemas estructurales con criterio nacional y acordar un Proyecto Nacional para el corto, mediano y largo plazo.

Sólo un Proyecto Nacional unifica. Si se carece de proyecto de país no se sabe quién es el verdadero enemigo y aparecen falsas disputas entre hermanos. Cuando un país no forja su proyecto, o sea, su propia historia anticipada, está en el proyecto de otro del cual dependerá. En el poder no hay vacío que no se llene. En la actualidad, sin una base de unidad doctrinaria que vertebre intereses básicos de conjunto, difícilmente consigamos unidad de acción. Sin la presencia activa y medular de los trabajadores y sus organizaciones sindicales, sin la participación de aquellos actores con representación territorial ligados a las distintas fuerzas políticas y sin ponderar todo un amplísimo conjunto de organizaciones libres del pueblo, sociales, deportivas y culturales, difícilmente logremos darnos una nueva estrategia de poder para conquistar la voluntad popular que interpele los verdaderos anhelos y las necesidades concretas de nuestro pueblo.

El sectarismo es la negación del pensamiento del último Perón, el de la Unidad Nacional y la concordia, el del Modelo Argentino para el Proyecto Nacional, el que hoy revisitamos como hoja de ruta del qué hacer del porvenir. El peronismo nunca fue propiedad de las vanguardias, sino fuerza integradora de la comunidad nacional con vocación frentista integrando la diversidad en el movimiento nacional. Imbatible: Perón nunca perdió elecciones, lo tuvieron que echar del país con bombas y fusilados y no lo dejaron volver durante 18 años. Es necesaria la grandeza y el patriotismo para volver a poner en su lugar el orden de los términos que vienen trastocados por décadas: primero la Patria, después el Movimiento y por último los hombres.

Los desafíos son muchos. Para que las transformaciones sociales tengan perdurabilidad se necesita contar con lo que el General Perón llamaba “concurso organizado del pueblo”. No es lo mismo un liderazgo o una “jefatura” que “empodera” desde el manejo del Estado que una conducción estratégica de los destinos de un pueblo. La militancia organizada y conducida desde el Estado nunca podrá reemplazar lo que las organizaciones libres del pueblo tenemos como potencialidad en la construcción de un camino emancipador. El peronismo como resolución concreta del problema de la dependencia argentina habló de construcción de poder popular y no de “empoderamiento” desde el Estado, repartiendo derechos sin generar consciencia e identidad, ni organización que contenga. El verdadero poder es persuasión de personas convencidas de su misión histórica que es hacer una Patria donde hoy existe la devastación colonial.

El movimiento nacional, ese coloso que nos dará cobijo para las batallas actuales las que se avecinan, deberá nutrirse de sus mejores experiencias de lucha de la estirpe triunfadora de una Argentina que posee el coraje de los pueblos de la Gran Patria Suramericana que nos debemos. En la historia de la liberación nacional ninguna lucha se pierde totalmente. Muta, transfigura, y lo que ayer fue acción patriótica, hoy deberá transformarse en conciencia nacional, popular y antiimperialista para que mañana troque en política nacional independiente. A la ocupación espiritual y material efectuada por el extranjero y sus socios locales, nosotros la enfrentamos con redención de nuestra conciencia histórica, base de la formación de una voluntad nacional.

Somos los que cargamos con la responsabilidad de hacer realidad lo que viene con una inquebrantable fe en el país. De la madurez de la dirigencia sindical y de la fuerza que nos dan los trabajadores organizados, hombres y mujeres consentido de Patria, dependerá el éxito de una empresa que compromete el futuro de la Argentina.

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