Hace 76 años caía en Berlín el águila imperial de Hitler

El 7 de mayo de 1945, en Reims (Francia), Alemania se rindió incondicionalmente ante los aliados. Así finalizó la Segunda Guerra Mundial y el Tercer Reich

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Corrían los primeros días de mayo de 1945 y los berlineses no podían creer lo densa e intensa que era la humareda que envolvía a la ciudad que se creía invulnerable. Se les dificultaba respirar y sentían sus bocas resecas como si masticasen arena. Las bombas enemigas caían como flechas incendiarias a la vez que los obuses y cañones no paraban de vomitar fuego.

En la ventana de una de las tantas casas que terminaban de ser destruidas por las bombas, una joven escribió un mensaje dirigido a sus familiares ausentes. “Estoy viva”, avisó. La escena fue registrada por un corresponsal de guerra.

Eran unos tres millones los que en Berlín se hacinaban en los refugios o se desplazaban como fantasmas entre las ruinas de la capital, en procura de salvar sus vidas.

Unos 80.000 soldados de la Wehrmacht, un puñado de oficiales de las SS y algunos militantes de las Juventudes Hitleristas enfrentaban al millón y medio de rusos que empezaron a invadir la ciudad.

Estos avanzaban apoyados por tanques que disparaban a diestra y siniestra, destruyendo todo cuanto hubiera a su paso.

Aunque era plena primavera, de noche no se veía el cielo. Todo era oscuridad iluminada con explosiones e incendios que estallaban aquí y allá. Miríadas de estelas trazadas por las balas cruzaban el firmamento como estrellas fugaces.

Cae Berlín

El 3 de mayo de 1945, cayó Berlín. Los rusos se movían entre las ruinas y todo alemán con un arma en la mano era ejecutado al instante. Se escuchaban disparos sin cesar que provenían de los soldados soviéticos, quienes disparaban hacia cualquier símbolo nazi para destruirlo.

Entre tanto ruido, se oyó otro sordo ruido. Había caído el más famoso de esos símbolos: el águila sosteniendo la esvástica que estaba erguida en lo alto de la Cancillería.

La gente apelaba al humor para sacarle un poco de sonrisas a tan terrible tragedia. Por ejemplo, se recomendaban mutuamente un macabro mensaje navideño: “Sé práctico, regala un ataúd”. Algunos cantaban la Heilige Nacht (Noche de Paz), mientras otros bromeaban con que la sigla LSR con que estaban marcados los refugios antiaéreos significaba Lernt Schnell Russisch (Aprenda Ruso Enseguida).

Circulaba además un chiste sobre un diálogo entre un habitante de Berlín y otro de Essen, quienes comparaban los daños que las bombas habían causado en sus respectivas ciudades.

El berlinés decía que los ataques aéreos a Berlín fueron de tal magnitud que cinco horas después de cada bombardeo seguían cayendo cristales de las ventanas de las casas. El otro respondió: “Eso no es nada, después de que bombardearon Essen durante dos semanas estuvieron saliendo disparadas por las ventanas fotografías del Führer”.

Una ciudad en llamas

Ya a principios de abril de 1945 los alemanes habían comenzado a experimentar la humillación de la derrota y el derrumbe de su mito de raza invencible.

En los primeros días de aquel abril, los soviéticos ya estaban a menos de 100 kilómetros de Berlín, en la línea de los ríos Oder y Neisse. Un millón y medio de soldados respaldados por 40.000 piezas de artillería y 6.000 tanques avanzaban a paso redoblado.

Las tropas soviéticas querían entrar a la capital nazi antes que los norteamericanos, quienes desde Francia también marchaban hacia el mismo objetivo.

Los rusos querían llegar primero para apoderarse de los laboratorios, de los científicos alemanes, y, de ser posible, del propio Hitler.

Los agentes de la NKVD y los comisarios políticos que operaban dentro de las unidades militares rusas tenían órdenes de llevar a Moscú los laboratorios, los científicos y a Hitler, vivo o muerto.

Las tropas estadounidenses, en realidad estaban en condiciones de llegar a Berlín antes que los rusos, pero su comandante, Ike Eisenhower, no quería perder más hombres en batallas que a los soviéticos ya les había costado 50.000 muertos.

El 11 de abril de 1945, los tanques americanos cruzaron el río Elba, al sur de Dessau. Podrían haber tocado las puertas de Berlín en 48 horas si así lo hubieran querido, pero el general William Simpson recibió orden de Eisenhower de detenerse.

Mientras tanto, en Berlín, la gente pasaba la mayor parte del tiempo en refugios sin agua, sin alimentos, sin servicios sanitarios.

Ya no había fervor nazi, ya no saludaban con el habitual ¡Heil Hitler!. Se impuso en su lugar otro saludo: ¡Bleibubrig! (¡Sobrevive!). El búnker más importante era uno que estaba en el zoológico. Se trataba de una estructura de hormigón armado con decenas de subsuelos y una batería de cañones en la terraza.

Fueron muchos los que murieron en ese zoológico porque se obligaba a los civiles resistir hasta la muerte. Los SS fusilaron a centenares de compatriotas por no combatir o por poner una bandera blanca en las ventanas de sus casas.

Las vírgenes ofrecían sus cuerpos a cualquier soldado alemán que encontraran. La consigna era no entregar su virginidad a los rusos. Así, en el marco de ese escenario de terror y espanto también hubo una suerte de orgía colectiva.

Las jóvenes alemanas reaccionaron así porque Goebbels había difundido noticias de que en Prusia Oriental los soviéticos habían violado a miles de mujeres. Aunque siempre siniestro y mentiroso, en esta oportunidad no mentía.

Efectivamente, cuando los rojos entraron a Berlín emprendieron una cacería de mujeres. Luego de la guerra, más de 230.000 jóvenes denunciaron haber sido violadas.

La resistencia final quedó a cargo de unos 300 fanatizados soldados que se atrincheraron en el búnker del zoológico.

Esa batalla, la última que se desarrolló en Berlín, fue tan despiadada que la única sobreviviente fue una cigüeña llamada Abu Markub.

A las 2:41 del 7 de mayo de 1945, en Reims, Francia, Alemania se rindió incondicionalmente ante los aliados. Así finalizó la Segunda Guerra Mundial y el Tercer Reich.

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