¿La continuidad de modelos o la proyección del futuro?

Se necesita desterrar el ideologismo, los egoísmos y las frases hechas, para dar paso a las ideas y la concertación sobre un proyecto de sociedad y de país

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Nueva normalidad legislativa: sesión remota del Congreso
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La política se define como la ciencia que tiene por objeto los temas de gobierno para la organización de las sociedades y las naciones. A partir de ese concepto, se desarrolla la actividad de quienes aspiran a gobernar los asuntos públicos. En consecuencia, esas personas han de mostrar a la sociedad sus capacidades, sus ideas y proyectos.

En ese contexto es natural que los postulantes hagan lo posible para intentar atraer a los votantes con un discurso que señale un camino, destacando los beneficios de seguirlo. Sin embargo, eso es algo que en los últimos años ha costado mucho encontrar, cayéndose habitualmente en generalidades y centrando el mensaje con apelación constante de “la gente”. Ello se debe a un enorme vacío de contenido político que impide precisamente elaborar un discurso, razón por la cual se apela a la sensiblería popular.

Tengamos en cuenta que la palabra “discurso” no solo se refiere a una arenga o charla, sino que también se relaciona con “razonamiento” y “reflexión”. ¿Qué reflexión política se puede hacer cuando no se elaboran pensamientos razonados? Ante esa carencia, resta entonces hablar permanentemente de “la gente” y sus problemas. Algo que resulta una obviedad se transforma en el caballito de batalla cuando se carece de un discurso con contenido, es decir, de aquella argumentación razonada. Además, como si “la gente” fuera algo unívoco, que en verdad no lo es, ya que no tienen las mismas necesidades las gentes de las ciudades que las del campo.

Siempre el oficialismo de turno pretenderá impulsar la continuidad del “modelo”, mientras que en los sectores de la oposición se argumentará alguna posible alternativa

Por esa misma senda de carencia de ideas políticas serias, se llega a entronizar otro de los famosos caballitos de batalla, cual es el famoso “modelo”. Así, se habla de un supuesto modelo económico, político; modelo de país, etc; al que tampoco se le asigna verdaderamente un contenido, sino que se lo completa con frases hechas a la medida. Claro, no podía ser de otra manera tratándose de un “modelo”, pues con ello se alude más a la moda que a la política, para la cual debería existir un proyecto, más que un modelo.

Se plantea entonces el debate entre la continuación del actual modelo o su reemplazo por uno que marque el camino hacia el futuro. Pero en tanto sigan estructurados bajo ese término, no serán más que tentativas de proyectos. Así las cosas, siempre el oficialismo de turno pretenderá impulsar la continuidad del “modelo”, mientras que en los sectores de la oposición se argumentará alguna posible alternativa. Pero para ello, será necesario pasar del eslogan al pensamiento profundo y que sea posible de representar acciones políticas concretas para el desarrollo integral del ciudadano.

El llamado “modelo” representa una subcultura ideologista que solo sirve como regresión intelectual que se opone al conocimiento y nos coloca en un estancamiento histórico y sin posibilidad alguna de debatir sobre temas concretos, porque el modelo opera con un campo visual estrecho y de corto plazo

Como resultado de ello, gran parte de la ciudadanía siente la ausencia de una potencialidad política orientadora capaz de concertar ideas mínimas básicas y hasta de sentido común, especialmente porque los llamados “modelos”, se agotan, como se agota la moda; y lo que debería venir es un discurso con contenido capaz de hacernos pensar, para poder construir desde el presente, el futuro. Porque al ser suplantadas las ideas y los proyectos por modelos y eslóganes, la decepción cívica resulta constante, sobre todo cuando no se sale del círculo vicioso de un bipartidismo cuyas diferencias y semejanzas se entrecruzan, con constantes apelaciones al pasado que convierten en presente continuo.

En consecuencia, el llamado “modelo” representa una subcultura ideologista que solo sirve como regresión intelectual que se opone al conocimiento y nos coloca en un estancamiento histórico y sin posibilidad alguna de debatir sobre temas concretos, porque el modelo opera con un campo visual estrecho y de corto plazo.

En conclusión, se necesita desterrar el ideologismo, los egoísmos y las frases hechas, para dar paso a las ideas y la concertación sobre un proyecto de sociedad y de país capaz de converger en una hoja de ruta que ponga a la nación en perspectiva de futuro.