Un mensaje claro de la sociedad a la política

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La velocidad con la que avanza la causa de corrupción más apabullante y detersiva de la historia judicial argentina amenaza con llevarse todo puesto.

Asistimos a una seguidilla de hechos inesperados e inéditos. El curso de los acontecimientos se acelera de manera exponencial. Cada indagatoria, cada arrepentido que se suma, abre el camino a nuevas líneas de investigación. Una suerte de bola de nieve que pasa arrasando todo, un Frankenstein adquiere vida propia y que deviene incontrolable.

El proceso alcanza a funcionarios, empresarios, financistas, banqueros, remiseros y contadores. También a esposas, hijos, concubinas y allegados, más toda la corrupta parentela de beneficiarios y prestanombres que los apaño desde la sombras.

Todos sabemos cómo despegó pero es difícil saber hacia dónde nos conduce.

Nadie puede asegurar que marque el " fin de la impunidad". Ni siquiera que estemos ante un "Nunca Más" de la corrupción como pretenden los más optimistas. Nada garantiza que la Justicia meta a todos los responsables presos ni recupere la plata robada, pero hay algo irrefutable: el conocimiento crudo, la pavorosa veracidad de los hechos denunciados no tiene marcha atrás: es pura ganancia.

El affaire de los cuadernos de Centeno permitió reconstruir con precisión la matriz del plan de saqueo que se pergeño, instrumentó y ejecutó desde lo más alto del poder político.

En este martes helado y memorable la gente le ganó de mano a la dirigencia. Una multitud ocupó la calle marcando un punto de inflexión, advirtiendo a la política que no hay más margen para mirarla pasar, que estamos frente a la última oportunidad de salir hacia un país mejor.

Frente al silencio, la pasividad o la indolencia, cómplice o cobarde, de los que se amparan en fueros y reglamentos para encubrir y minimizar, la gente antepuso un reclamo urgente. Es momento de salir del aguantadero y reivindicar las instituciones. Es momento de hacerse cargo de los estropicios cometidos por acción u omisión.

Ya no hay margen para privilegios ni zona alguna de confort. La carta que sobre la media tarde dió a conocer la ex presidente allanándose a los allanamientos no hizo más que sumar intensidad a la bronca que sacó a multitudes a la calle. El fantasma del "que se vayan todos" reapareció redivivo.

Acorralada por las evidencias, Cristina intenta poner condiciones a la Justicia. Niega todo desde la ironía, se victimiza una vez más y, atrincherada en la irrealidad, le pide a Bonadío que no le rompa nada. Que no dañe el ajuar de la casa ni se ensañe con sus sus efectos personales. Que se lleve "los lingotes de oro y las bolsas de piedras preciosas" si las encuentra, pero que no toque sus joyas. Justamente ella que estuvo en el máximo nivel de responsabilidad durante casi una década que terminó con un tercio de los argentinos sumergidos en la pobreza.

Un tiempo nuevo, difícil e impredecible ha comenzado. Será duro para todos. En lo inmediato nadie saldrá indemne de este tembladeral. No hay paño para especulaciones electorales ni miradas de conveniencia.

El impacto sobre la economía es todavía difícil de mensurar y preocupa. Un fuerte freno a las inversiones, un parate a la obra pública, la salida de juego de muchas grandes empresas, miles de puestos de trabajo en juego y la desconfianza en una dirigencia que no logra traccionar un proyecto en medio de la dificultad.

El conocimiento de la verdad no tiene marcha atrás. Duele, lastima, humilla a la gente de buena fe, exige ocuparse, hacerse cargo, pero también ilumina un camino posible. Todos estamos involucrados, comprometidos en un cambio de paradigmas. No hay mucho más por delante. Es ahora o nunca.