No es solo externa la causa de la turbulencia

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Nicolás Dujovne, actual ministro de Hacienda, explicó que la turbulencia de la semana pasada obedece a "una apreciación a nivel mundial sobre el dólar". Esto es cierto, sin embargo, hará mal el oficialismo en quedarse solo con el factor externo y no mirar hacia adentro.

El Banco Central de la República Argentina perdió alrededor de 5600 millones de dólares en el último mes por elegir una política cambiaria equivocada. Que el Banco Central de una economía pequeña y abierta intente, en un contexto volátil, fijar un tipo de cambio distinto al que quiere el mercado es como que un barco pequeño intente tirar un ancla en medio del océano y bajo fuerte tormenta. La consecuencia lógica es que se dé vuelta el barco.

Afortunadamente el oficialismo interpretó correctamente sus propios errores y viró hacia una política más ortodoxa. Primero, intentó contener el dólar, y cuando observó que el costo en reservas era excesivo, lo dejó flotar, algo que debió permitir mucho antes.

El mundo ya viene avisando que comienza un cambio de ciclo. Las subas de tasas en Estados Unidos ya empezaron y continuarán, lo que reducirá la liquidez y hará cada vez más costoso el endeudamiento.

Para atrás, el oficialismo tendrá que reconocer cara su inacción fiscal. Para adelante, tendrá que implementar recortes en el gasto público en un momento caliente en materia política, con la elección presidencial enfrente.

Los anuncios fueron correctos. Las medidas ortodoxas nunca fallan. Primero, se decidió acotar la intervención para que el dólar salte lo necesario; segundo, se decidió subir la tasa de interés al 40% para reducir la demanda de dólares; y finalmente se anunció una meta fiscal más ambiciosa, reduciéndola del 3,2% al 2,7% del PBI en 2018, lo cual contribuye en reducir el desequilibrio fundamental de la economía argentina.

¿Es viable esta nueva meta fiscal? En cierto modo, sí, porque los datos del primer trimestre fueron positivos, con una recaudación que sube por encima de los incrementos nominales en el gasto. Estos números, además, se complementaron con nuevos anuncios de recortes en la obra pública. Sin embargo, una posible contradicción entre las medidas propuestas es que la suba de tasas contribuirá en enfriar la economía, lo cual puede impactar negativamente en la recaudación de los próximos meses.

Por otro lado, debemos reconocer que la meta sobre el déficit primario ignora los intereses de deuda, el déficit de las provincias y el déficit cuasi fiscal, que representarán nuevos problemas una vez que el Gobierno derrote el déficit primario.

¿Y las metas de inflación? No se tocaron: 15% para 2018 y 10% para 2019. Todos sabemos que son imposibles de cumplir, pero el oficialismo interpreta que el costo político y social de reconocerlo se estima mayor que esperar que la realidad llegue. Lo cierto es que ya se estima una inflación arriba del 20% para 2018 y hay quienes dudan que el índice refleje un número menor que el de 2017, 24,8 por ciento. Las expectativas inflacionarias para 2018 se acercan a un valor promedio entre esos dos números.

La economía siempre impone límites a la política. Pareciera ser que el oficialismo interpretó bien este límite y accedió a atacar el déficit fiscal, pero se queda corto. Un mundo cada vez más ilíquido obligará al Gobierno a hacer esfuerzos fiscales mayores en un momento cada vez más caliente por las elecciones de 2019. Reemplazar el endeudamiento externo por interno tendrá corta vida. La economía crece poco, y el efecto crowding out (o desplazamiento) que generaría el Gobierno con esta medida reduciría aun más el crédito que necesita la economía para acelerar el ritmo de actividad.