De pérdidas y duelos no solo los médicos estamos hechos

La práctica de la profesión muchas veces nos confronta con situaciones para los cuales no hemos sido preparados. Uno de ellos suele ser el cuidado terminal del paciente y su muerte. Es como si fuese una situación negada en las escuelas más clásicas de medicina. "Hablar de ello es una derrota" pareciera ser la consigna.

Apenas había finalizado mis estudios de medicina cuando llegaron a mi consulta de fisioterapia y rehabilitación —en ninguna de las dos carreras me habían hablado de ello— tres familias con un integrante en situación de cuidados terminales. A dos de ellos los recuerdo muy bien, me enseñaron a ser mejor persona y mejor profesional. Con ambas familias sigo en contacto y ya pasaron casi treinta años de haber conocido a Mario y Mauricio. En ambos casos asistí a sus funerales, algo que llamó la atención de mi maestro, Jorge Galperín, que, cuando se enteró de ello, me preguntó: "¿Por qué fuiste? Se supone que los médicos no suelen ir, lo consideran haber perdido la partida". Le respondí lo que sentí en ese momento, que fue ni más ni menos por qué lo hice: "Porque así lo sentí".

Las pérdidas, nos guste o no, son parte de la vida y lo esperado es que, a medida que vivimos, más perdidas vayamos acumulando. Por eso, también es normal y esperado que ante una perdida haya un sentimiento de tristeza. Cuando esa pérdida se da con alguna persona, relación o situación con la que existe un fuerte vínculo emocional y se percibe que esa pérdida será para siempre o irreemplazable, a este sentir y pesar se lo llama duelo. Es la respuesta saludable y normal ante una pérdida.

El duelo es ante todo una emoción personal y puede ser vivido y manifestado a través de muy variados síntomas emocionales y físicos como ansiedad, enojo, culpa, tristeza, confusión, negación, aislamiento, irritabilidad, shock, insensibilidad y también, por qué no decirlo, alivio. No está mal sentir alivio luego de un proceso largo, doloroso, desgastante y estresante para la persona que acompañó o la familia que contuvo hasta producirse la pérdida. No debe dar culpa mientras se sienta que se ha hecho todo lo mejor y posible para la persona que partió.

Además, sepa usted que no hay una única forma o un protocolo para superar el duelo. Tampoco hay medicaciones como existen para una infección respiratoria o la tensión arterial elevada. Cada uno de nosotros somos diferentes para elaborar el duelo. El tiempo suele ser un bálsamo que ayuda a aceptar y curar la herida que provocó la pérdida.

Los médicos muchas veces actuamos como sanadores, y como tal nuestra actitud debe ser imparcial, sin juicio alguno. Especialmente porque dentro de la significación de la palabra juicio califican dos que son oportunos en este momento: 'juicio' como crítica o censura y 'juicio' como opinión. La primera suele ser de carácter destructivo cuando lo que se busca es el autoconocimiento, algo que nos ayuda como personas. La segunda es más compleja, porque es imposible no juzgar a nuestros pacientes ni dejar de lado las emociones que nos provocan. Esto es algo que no dejo de repetir a mis estudiantes. En eso va la impotencia ante la pérdida y el duelo como proceso.

Por otro lado, soy de los que creen que con cada paciente que se nos muere, como médicos se nos muere un poquito de nosotros mismos. Lo importante es mantenernos atentos para que ese juicio no se vuelva algo contraproducente para el paciente y nos ayude a superar algo que es parte de la vida misma. No olvidemos que un buen morir debe ser consecuencia de un buen vivir.

El autor es médico de familia, doctor en Medicina (Universidad de Salamanca, España).