Xi Jinping es el nuevo líder central

En este segundo mandato de Xi, China será un actor fundamental en el mundo que se avecina

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Los congresos del Partido Comunista Chino que se celebran cada cinco años suelen establecer el camino a recorrer por la nación china. Este congreso que reúne a 2300 delegados y donde se eligen a los 205 miembros del Comité Central, además de tener suma importancia desde el punto de vista político, se desarrolla en un momento histórico trascendente para China, pues tiene la particularidad de ser coincidente con el nacimiento de un nuevo líder central en la inmensa nación asiática: Xi Jinping.

Esta caracterización de dirigente core solamente la obtuvieron el fundador de la República Popular China, Mao Zedong, y el creador de la moderna China, Deng Xiaoping. Es decir, este adjetivo solamente lo han podido sostener los dos grandes hombres que en estos últimos 68 años de la inmensa historia de China fueron los generadores de uno de los cambios más profundos que haya tenido el mundo, en una nación, en un período tan breve de tiempo.

Esta elevación de Xi Jinping, que además de ser secretario general del partido, es el presidente de la República y el comandante de las Fuerzas Armadas, determina con claridad la figura predominante y el eje de los proyectos que China llevará adelante durante los próximos cinco años que durará su conducción.

En sus primeros cinco años de gobierno, Xi llevó adelante una fuerte y a veces cruenta lucha contra la corrupción gubernamental del Estado, y con una sociedad pasiva, acostumbrada a convivir con ella durante años. Se calculan más de un millón los funcionarios despedidos o puestos en prisión, muchos de ellos pagaron con su muerte, su exilio o su destierro; ese fue el precio de la tarea que llevó adelante Xi Jinping.

Desde el punto de vista ideológico, el planteo de las autoridades elegidas en este Congreso, fundamentalmente los siete miembros del Bureau Político del Comité Central del Partido Comunista, que son las personas que cogobiernan China, conjuntamente con el secretario general y el primer ministro, elegidos en este Congreso, son cercanos al nuevo conductor y han sido propuestos con su acuerdo. Es decir, el poder en China se ha concentrado mucho más que con sus antecesores, Hu Jintao y Jiang Zemin. De aquí en más, la figura de Xi, apoyada en el Partido Comunista en forma decisiva, pasa a constituirse en el vértice de una pirámide, centralizando el poder.

No sabemos si esta centralización será temporaria o si ello constituirá una modificación en un esquema de poder distinto al ejercido desde la muerte de Mao Zedong. Esa es la pregunta que se hacen los observadores occidentales y los jefes de Estado de la región: si esto significará prolongar el mandato de Xi por otros cinco años.

El Partido Comunista chino, fundado en 1921 y compuesto por 86 millones de personas, ha sido el órgano más importante de China desde la larga marcha de Mao, y después de que este instalara la revolución en el gobierno. No obstante ello, desde el mandato de Deng Xiaoping, debido a la reforma que efectuó hacia un sistema capitalista y posteriormente con la introducción de la teoría denominada de la triple representatividad, abandonando la tradicional postura de la lucha de clases y reemplazándola por un particular capitalismo, denominado "socialismo con características chinas".

La hegemonía del Partido Comunista sigue siendo innegable y ahora bajo la conducción de Xi Jinping parece incrementar, aun más, recuperar poder dentro de la estructura superestructural de China. Esta nueva estructura de poder se enmarca en un mundo en el cual China es quien lidera el proceso de globalización y donde Occidente no logra recuperar un liderazgo confiable y respetado mundialmente, y se desenvuelve en continuas marchas y contramarchas que favorecen la acción de un poder que crece sin pausa desde hace 40 años.

También los enfrentamientos entre los Estados Unidos y Corea del Norte, que al sentirse amenazada busca la protección de China para no desarmarse y perder su capacidad militar, y así no quedar disuelta e inerme ante la pujanza comercial y económica de su contracara hermana, Corea del Sur.

Asimismo, la falta de recuperación de la economía en los países desarrollados, en general, hace que desde el interior de ellos se busque mantener una relación afilada con China y con su nuevo líder.

China ha sido en estos últimos cinco años un Estado que ha mantenido un alta presencia internacional en todos los foros que integra, y su voz se ha hecho oír con fuerza tanto en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas como en la Presidencia del G20, o en aquellos organismos donde China es, desde su creación, el motor indiscutido, como los BRICS, o la Conferencia de Seguridad de Shanghai.

Actualmente, con la puesta en escena de la denominada "ruta de la seda", un proyecto de China para llegar más rápidamente por vía terrestre y marítima a los países de Asia central, Medio Oriente y Europa oriental, China se consolida como la potencia emergente que hace crecer el comercio de todas esas regiones, se convierte en el motor económico de todas ellas.

Todo esto nos hace presumir, sin temor a equivocarnos, que, en este segundo mandato de Xi, China será un actor fundamental en el mundo que se avecina. Este congreso del Partido Comunista ha investido a Xi Jinping de un poder que, pese a no ser el representante de Dios en la Tierra, es el hombre más poderoso del mundo.