Caso Maldonado: habló la ciencia y se acabó la ideología

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Especialistas ingresan a la Morgue Judicial (Guillermo Llamos)

Después de dos meses y medio de especulaciones salvajes y afirmaciones contundentes, habló la ciencia y disipó el peso de la ideología en la evaluación de los hechos. Una larga y minuciosa pericia, realizada en presencia de todas las partes y tomando parámetros previamente aceptados por todos, echó luz sobre lo que había pasado el 1 de agosto con Santiago Maldonado. O al menos, sobre lo que no pasó.

La irrupción del método científico en la investigación no comenzó con la autopsia del cuerpo hallado en el río Chubut. La prueba de identificación de ADN había descartado antes una hipótesis cara al gobierno nacional: la de que Maldonado había sido apuñalado días antes de los episodios que tuvieron lugar luego del corte de ruta. También había señalado que no se encontraron restos del joven en las camionetas de Gendarmería. Ciega a los reclamos de uno y otro lado, indiferente a la creciente pérdida de su prestigio en las aulas de las facultades humanistas de la UBA, la ciencia examinaba indicios y descartaba y/o no respaldaba determinadas hipótesis.

La autopsia reveló que el cuerpo no presentaba lesiones y que había pasado más de 60 días bajo el agua. La precisión sobre la causa de la muerte queda para análisis más elaborados pero la hipótesis más fuerte, la de la desaparición forzada por parte de Gendarmería, se convirtió en tan improbable que apenas vale la pena gastar más energía en discutirla. Lo mismo con la idea de que el cadáver había sido "plantado", algo que, dada la complicadísima logística que implica, podría haber sido rechazado previamente por el sentido común.

La creencia de que algunas discusiones sobre hechos del pasado pueden dirimirse a través de parámetros objetivos, fijados por expertos cuyo conocimiento no está condicionado por la religión o la ideología, es una característica de las sociedades modernas. Someterse a ese saber y aceptar sus resultados, aun cuando estos contraríen nuestras presunciones, un rasgo de civilización. El progresismo (y su versión inescrupulosa, el kirchnerismo) suelen contrariar esa sana práctica. Con reflejos pavlovianos (es decir, no racionales), la izquierda convocó a una marcha cuando apareció el cuerpo, cuando se lo identificó y cuando se dio el resultado de la autopsia, manteniendo la convicción de la desaparición forzada en los tres casos. Con admirable capacidad de síntesis, Cristina Fernández de Kirchner describió ese tipo de accionar: "No tengo pruebas pero no tengo dudas", probablemente la mejor definición de las antípodas del método científico.

Algo similar había sucedido durante el kirchnerismo y su reclamo de que los hijos adoptados de Ernestina Herrera de Noble en realidad habían sido apropiados a desaparecidos. A través de la extracción compulsiva de ADN se comprobó que ninguno de los dos coincidía con el banco nacional de datos genéticos. Ni la izquierda, ni los organismos de derechos humanos ni el kirchnerismo tuvieron la nobleza de aceptar mansamente los resultados y pedir disculpas por haber afirmado de manera conclusiva una hipótesis sobre la cual no se tenían suficientes pruebas. Lo que se hizo fue cuestionar la conclusión relativizando la exhaustividad posible del banco genético, hablar cada vez menos del tema y pasar al siguiente de manera imperceptible.

Para reconstruir una conversación pública razonable y democrática, la Argentina necesita una pata izquierda. Sin embargo, es imposible cumplir con ese rol si no se aceptan las reglas básicas de convivencia. Una de esas reglas es confrontar las ideas con los hechos, enfrentarse a la realidad más allá de presunciones previas. Una confusa epistemología aprendida en los primeros cursos del Ciclo Básico expresada en la fórmula "no hay hechos, solo interpretaciones" sirvió como coartada para, entre otras cosas, imaginar que la Argentina no contaba con la obscena proporción de ciudadanos pobres e indigentes que la habitan desde hace años. La ciencia, aplicada en este caso a una autopsia, honra la máxima contraria: "Los hechos son sagrados, las opiniones son libres".

El autor es periodista y Licenciado en Ciencias Biológicas (UBA)

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