La historia de amor prohibido entre un adolescente judío y otro mormón

Así es “Autoboyography. Historia de un chico”, la primera novela de literatura juvenil de Christina Lauren, la bestseller detrás de la cual hay un dúo de escritoras estadounidenses.

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Dos jóvenes pertenecientes a religiones distintas deberán hacer lo posible por blanquear su amor en "Autoboyography. Historia de un chico".
Dos jóvenes pertenecientes a religiones distintas deberán hacer lo posible por blanquear su amor en "Autoboyography. Historia de un chico".

Cada vez que sale un libro nuevo de Christina Lauren -la mayoría de los cuales se transforman en bestsellers-, surge la misma duda: ¿por qué se habla de las autoras y no de la autora?

En realidad, Christina Lauren es un seudónimo hecho a partir de los nombres de las dos escritoras estadounidenses que están detrás de este exitoso proyecto literario: Christina Hobbs y Lauren Billings. Se conocieron en 2009 mientras escribían fanfiction online y hasta el momento tienen más de 17 novelas juntas que son superventas internacionales y han sido traducidas a más de 30 idiomas.

Ahora, por primera vez, el dúo acaba de publicar una novela de literatura juvenil: Autoboyograpgy. Historia de un chico. El título es un juego de palabras que mezcla “autobiografía” en inglés con “boy”, que significa “chico”, y cuenta la historia de Tanner Scott, un adolescente queer y judío que tiene que ocultar su orientación sexual cuando se muda a una comunidad mormona de Utah, Estados Unidos. Pero todo cambiará cuando se enamore de Sebastian Brother, un joven escritor en ascenso, hijo del obispo local.

La historia comienza cuando la familia de Tanner debe mudarse por cuestiones de trabajo desde California a Utah, en una ciudad extremadamente religiosa y conservadora. Sus padres saben que él es bisexual y no tienen ningún problema con ello pero, al instalarse en una comunidad mormona le aconsejan ocultar su orientación para no causar revuelo. Tanner acepta la sugerencia ya que pronto se marchará a la universidad y podrá vivir su vida sin importar qué piense el resto.

Todo parecía indicar que terminaría la secundaria sin ningún inconveniente y pasando completamente desapercibido, hasta que su mejor amiga Autumn lo desafía a tomar el prestigioso Seminario de Provo High, donde los estudiantes del cuadro de honor trabajan de manera ardua para escribir un libro en un semestre. Es ahí donde conoce a Sebastian, que vendió su novela el seminario anterior y que ahora es su mentor.

A partir de ese momento, Tanner se da cuenta que 4 meses es muy poco tiempo para escribir una historia y menos si tiene como tutor a Sebastian, el hijo del obispo de la comunidad que está a punto de marcharse a misionar, de quien se enamora en menos de un mes. En Autoboyography, editado por V&R, Tanner tendrá que ocultar sus sentimientos por Sebastian, lo que será bastante difícil ya que decide escribir su propia historia para el seminario. Y Sebastian, claro, formará parte de ella.

Así empieza “Autoboyography”

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El final de nuestro último receso de invierno se siente como el inicio de una vuelta olímpica. Ya completamos siete semestres en la carrera de la secundaria y nos queda uno final; simbólico, si me lo preguntan. Quisiera celebrar como un chico promedio: con tiempo a solas y algunas horas perdidas en la madriguera de YouTube. Por desgracia, nada de eso ocurrirá.

Desde el otro extremo de la cama, Autumn está mirándome fijo, a la espera de una explicación.

Todavía no completé mi cronograma de asignaturas, las clases reinician en dos días, todas las buenas se llenan rápido y “esto es típico de ti, Tanner”.

No es que se equivoque, sí es típico de mí. Pero no es mi culpa que en esta relación ella sea la hormiga y yo sea la cigarra. Siempre ha sido así.

–Todo está bien.

–Todo está bien –repite y baja el lápiz–. Deberías poner eso en una camiseta.

Ella es mi roca, mi lugar seguro, lo mejor de lo mejor; solo que cuando se trata de la escuela, es increíblemente controladora. Antes de responder, giro en su cama para mirar al techo. Para su cumpleaños de segundo año (poco después de que me mudara aquí y ella me tomara bajo su ala), le di un afiche de un gato saltando hacia una cubeta llena de ovillos de lana, que sigue ahí hasta el día de hoy. Es un gatito adorable, pero creo que, para tercer año, la dulzura inocente fue consumida por la excentricidad inherente de la imagen. Entonces, adherí cuatro Post-it sobre la frase motivacional original “¡ZAMBÚLLETE, GATITO!” y escribí lo que creí que el creador quiso decir: “¡NO SEAS COBARDE!”. Ella debió estar de acuerdo con la edición, porque siguen ahí.

–¿Por qué te preocupa? –replico al voltear la cabeza para mirarla–. Es mi cronograma.

–No estoy preocupada –sentencia mientras mastica un puñado de galletas–. Pero sabes lo rápido que se llenan las asignaturas y no quiero que termines en Química Orgánica con Hoye, porque da el doble de tarea y eso afectaría mi vida social.

Es una verdad a medias. Tener a Hoye en Química sí reduciría su vida social (yo soy el que tiene automóvil, por lo que suelo ser su chofer), pero lo que odia en realidad es que deje las cosas para último momento y luego logre lo que quiero de todas formas. Ambos somos buenos estudiantes a nuestro modo; estamos en el cuadro de honor y tuvimos excelentes resultados en los exámenes de nivel. Sin embargo, mientras que con la tarea Autumn es como un perro con su hueso, yo soy como un gato tomando sol en la ventana: si la tarea está al alcance y hace algo interesante, estaré encantado de prestarle atención.

Christina Lauren es el seudónimo utilizado por las escritoras estadounidenses Christina Hobbs y Lauren Billings.
Christina Lauren es el seudónimo utilizado por las escritoras estadounidenses Christina Hobbs y Lauren Billings.

–Claro, tu vida social es nuestra prioridad. –Cambio el peso y sacudo una hilera de migajas que se me pegaron al antebrazo y dejaron su marca; puntos rojos diminutos en la piel, como los que dejaría la gravilla. Le serviría dedicar un poco de su obsesión a la limpieza de su cuarto–. Autumn, santo cielo, eres un cerdo. Mira esta cama.

Responde metiéndose otro puñado de galletas en la boca, que deja otro rastro de migajas sobre sus sábanas de la Mujer Maravilla. Tiene el cabello rojizo recogido con descuido sobre la cabeza y usa el mismo pijama de Scooby-Doo que tiene desde los catorce. Todavía le que da… a duras penas.

–Si alguna vez traes a Eric aquí, quedará horrorizado.

Eric es uno de nuestros amigos, uno de los pocos compañeros no mormones en nuestra clase. Creo que, en realidad, sí es mormón, al menos sus padres lo son. Son lo que la mayoría describiría como “Jack Mormon” o mormones a medias. Beben (alcohol y cafeína), pero participan bastante en la iglesia. “Lo mejor de dos mundos” dice él; aunque es evidente que los otros estudiantes devotos de los Santos de los Últimos Días (o SUD) de la Secundaria Provo no están de acuerdo. En los círculos sociales, ser Jack es lo mismo que no ser mormón en absoluto. Como yo.

Vuelan migajas de galleta cuando mi amiga se ahoga, con repulsión fingida.

–No quiero a Eric cerca de mi cama.

Pero aquí estoy yo, recostado con ella. Que su madre me deje entrar en la habitación siquiera es prueba de lo mucho que confía en mí. Aunque quizás se deba a que puede notar que nada pasará entre nosotros.

Pasamos por eso una vez, durante el receso de invierno de segundo año. Yo llevaba cinco meses en Provo, y la química entre nosotros había sido inmediata (alimentada por la cantidad de clases en común y por la comodidad que compartíamos al ser desertores para nuestros compañeros mormones). Por desgracia, la química de mi parte terminó cuando llegamos a la instancia física. Por alguna clase de milagro, pudimos superar la incomodidad posterior en la relación, y no estoy dispuesto a arriesgarme otra vez.

Ella parece tomar consciencia de nuestra cercanía en el mismo momento que yo, porque se endereza y se baja la camiseta del pijama sobre el torso. Yo me siento y apoyo la espalda sobre la cabecera: una posición segura.

–¿Qué tienes para el primer período?

–Literatura Moderna con Polo –responde leyendo su cronograma.

–Yo también. –Le robo una galleta, que logro comer sinderra mar migajas (como un humano civilizado). Tras analizar mi hoja con el dedo índice, me siento bastante bien con el resultado–. Creo que mi cronograma no está nada mal. Solo me falta algo para el cuarto período.

–Podrías agregar el Seminario –sugiere entre aplausos alegres. Sus ojos son como faros que destellan en la habitación oscura; ha querido inscribirse desde el primer año de secundaria. El Seminario (no bromeo, cuando la escuela lo menciona en anuncios o boletines, lo hace con mayúsculas), es tan pretencioso que resulta irreal. ESCRIBE UN LIBRO EN UN SEMESTRE anuncia el catálogo con orgullo, como si solo en esa clase fuera posible. Como si ninguna persona promedio pudiera reunir suficientes palabras en cuatro meses. Cuatro meses son toda una vida.