Richard Dawkins hace un recorrido de cómo el hombre, a lo largo de la historia, siempre ha soñado con volar

“La fantasía de volar” es el libro más reciente en español del reconocido divulgador científico.

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La fantasía de volar, de Richard Dawkins.
La fantasía de volar, de Richard Dawkins.

Desde los albores de la humanidad, el anhelo de volar ha sido una fascinación inquebrantable que ha impulsado a científicos, soñadores y creadores a desafiar la implacable gravedad de la Tierra. A lo largo de la historia, hemos sido testigos de una constante búsqueda de la libertad en los cielos, impulsada tanto por la imaginación como por la ciencia.

El nuevo libro de Richard Dawkins, titulado La fantasía de volar. La apasionante e ingeniosa victoria contra la gravedad, nos sumerge en un relato donde la biología, la física, la literatura, el arte y la mitología convergen para hablarnos sobre cómo las criaturas naturales y los humanos han desafiado la gravedad. A

través de estas páginas, cerca de 312 en su edición en español, publicada por el grupo Planeta, bajo su sello Ariel, Dawkins explora las distintas formas de vuelo, desde los primeros insectos alados hasta los aviones y las naves espaciales que han llevado a la humanidad más allá de la atmósfera terrestre.

Los insectos, con su asombrosa diversidad y antigüedad en el planeta, fueron los primeros en alzar el vuelo. Sus alas, que evolucionaron a lo largo de millones de años, les proporcionaron una ventaja evolutiva, permitiéndoles escapar de los depredadores y aventurarse a nuevos horizontes. El fósil del Archaeopteryx lithographica, un espécimen con características de dinosaurio y ave, marcó un punto de transición clave en la evolución de las aves. A partir de ahí, las aves se convirtieron en los maestros de los cielos.

Imagen del Archaeopteryx lithographica (National Geographic).
Imagen del Archaeopteryx lithographica (National Geographic).

Sin embargo, los dinosaurios no fueron los únicos seres precursores de los aviones. Los antiguos insectos alados y la conexión evolutiva entre los dinosaurios y las aves ilustran cómo la naturaleza ha sido una fuente inagotable de inspiración para nuestra búsqueda de volar.

La evolución tecnológica ha jugado un papel crucial en nuestra historia de volar. Desde los globos aerostáticos que aparecieron en el siglo XVIII hasta los aviones propulsados por máquinas de vapor y los “dirigibles” del siglo XIX, la humanidad ha explorado incansablemente nuevas formas de surcar los cielos. Pero fue el famoso vuelo de los hermanos Wright a principios del siglo XX lo que marcó un hito, al lograr el primer vuelo autopropulsado con una máquina más pesada que el aire. Este logro abrió la puerta a una nueva era en la que los aviones se convirtieron en una parte fundamental de nuestra vida cotidiana y de la historia militar.

17/12/2020 Fotografía original del primer vuelo con motor de la historia el 17 de diciembre de 1903. A los mandos Orville Wright; a la derecha, su hermano Wilbur.
POLITICA INVESTIGACIÓN Y TECNOLOGÍA
BIBLIOTECA DEL CONGRESO DE LOS ESTADOS UNIDOS
17/12/2020 Fotografía original del primer vuelo con motor de la historia el 17 de diciembre de 1903. A los mandos Orville Wright; a la derecha, su hermano Wilbur. POLITICA INVESTIGACIÓN Y TECNOLOGÍA BIBLIOTECA DEL CONGRESO DE LOS ESTADOS UNIDOS

No obstante, volar no es exclusivo de los seres alados o las aeronaves. Los peces voladores, con su capacidad de saltar fuera del agua y planear sobre su superficie, desafían la percepción de que los seres acuáticos están confinados al mar. Los murciélagos, únicos mamíferos capaces de volar, tienen alas que se distinguen de las de las aves, lo que demuestra que la naturaleza sigue encontrando soluciones creativas para el vuelo.

La fantasía de volar no se detiene en el reino de la biología y la tecnología. La literatura, el arte y la mitología han desempeñado un papel igualmente significativo en nuestra fascinación por el vuelo. Desde las aventuras de Ícaro en la mitología griega hasta el icónico personaje de Harry Potter y su escoba voladora, la humanidad ha tejido una rica tela de historias que reflejan nuestro deseo de escapar de las limitaciones terrenales.

La fantasía de volar, de Richard Dawkins.
La fantasía de volar, de Richard Dawkins.

Con buen tino, y ese estilo suyo tan característico, Richard Dawkins nos invita a explorar las múltiples facetas de nuestra obsesión con el vuelo, desde sus raíces en la naturaleza hasta su expresión en la ciencia, la tecnología y la cultura. La búsqueda de la libertad en los cielos sigue siendo un anhelo constante que impulsa la innovación y la imaginación humanas, recordándonos que, aunque estemos arraigados en la tierra, nuestra mente siempre se elevará hacia las estrellas.

Así empieza “La fantasía de volar”

¿Ha soñado alguna vez que volaba como un pájaro? Yo sí. Y me encanta. Planeo sin esfuerzo sobre las copas de los árboles, me elevo, me lanzo en picado y revoloteo a través de la tercera dimensión. Los juegos de ordenador y los cascos de realidad virtual pueden activar nuestra imaginación y hacernos creer que volamos por espacios mágicos y legendarios. Pero no es el mundo real. No es de extrañar que algunas de las mentes más brillantes del pasado, como Leonardo da Vinci, anhelaran unirse a las aves y diseñaran máquinas para conseguirlo. Más adelante hablaremos de algunos de esos antiguos diseños. No funcionaron. La mayoría no podrían funcionar nunca, pero no acabaron con el sueño de lograrlo alguna vez.

Este libro va sobre volar, sobre las diferentes formas de desafiar la gravedad descubiertas por los humanos durante siglos y por los animales durante millones de años. Pero también trata de ideas que se me han ido ocurriendo mientras reflexionaba sobre el propio acto de volar. Las digresiones de este tipo aparecerán en letra más pequeña, a menudo con la expresión «por cierto…».

Empecemos con la mayor fantasía de todas. Según una encuesta realizada en 2011 por Associated Press, el 77 por ciento de los estadounidenses cree en los ángeles. Los musulmanes están obligados a creer en ellos. Los católicos romanos creen que todos tenemos nuestro propio ángel de la guarda que cuida de nosotros. Todo eso supone un montón de alas que baten invisibles y silenciosas a nuestro alrededor. Según las leyendas de Las mil y una noches, si te montaras en una alfombra mágica, solo tendrías que pensar en el destino deseado para que te llevara allí al instante. El mítico rey Salomón tenía una alfombra de seda brillante lo suficientemente grande para transportar a cuarenta mil de sus hombres. De pie, sobre ella, podía ordenar a los vientos que lo trasladaran allí donde deseara. La leyenda griega nos habla de Pegaso, un magnífico caballo blanco alado, que llevó sobre su lomo al héroe Belerofonte en su misión para matar al monstruo Quimera. Los musulmanes creen que el profeta Mahoma realizó una «travesía nocturna» a lomos de un caballo volador. Fue desde La Meca a Jerusalén cabalgando sobre el Buraq, una criatura parecida a un caballo alado, representado por norma general con rostro humano como los legendarios centauros griegos. Todos hemos soñado alguna vez que hacemos una de esas travesías nocturnas, y algunos de nuestros viajes, incluidos algunos en los que volamos, son al menos tan extraños como el de Mahoma.

El legendario Ícaro, de la mitología griega, fabricó unas alas con plumas y cera, y se las sujetó a los brazos. Por culpa de su orgullo, Ícaro voló demasiado cerca del sol, cuyo calor derritió la cera y provocó su caída mortal. Una buena advertencia para no ir más allá de nuestras posibilidades, aunque la realidad es que, cuanto más alto hubiera volado, más frío habría sentido, no más calor.

Solía creerse que las brujas volaban por el aire en sus escobas, y Harry Potter se ha unido a ellas recientemente. Papá Noel y sus renos van a toda velocidad de chimenea en chimenea muy por encima de la nieve invernal. Los gurús y los faquires fingen que flotan sobre el suelo en posición de loto cuando meditan. La levitación es un mito tan popular que incluso inspira chistes gráficos: casi hay tantos de levitación como de islas desiertas. Mi favorito, como no podía ser de otra forma, apareció en el New Yorker. Un hombre en la calle observa una puerta en la pared, situada a varios metros sobre el suelo. En ella hay una etiqueta en la que puede leerse: sociedad nacional de levitación.

Ilustración interna del nuevo libro de Richard Dawkins. (Planeta de Libros).
Ilustración interna del nuevo libro de Richard Dawkins. (Planeta de Libros).

Sir Arthur Conan Doyle creó al elocuente y racional Sherlock Holmes, considerado el detective de ficción más famoso de la historia. Otro de los personajes de Doyle fue el genial profesor Challenger, un científico exageradamente racional. Aunque es evidente que Doyle admiraba a ambos, fue víctima de una estafa infantil en la que sus dos héroes jamás habrían caído. Y lo de infantil es literal, ya que la estafa la perpetraron un par de traviesas niñas que hicieron fotografías trucadas de «hadas» aladas. Las primas Elsie Wright y Frances Griffiths recortaron imágenes de hadas que encontraron en un libro, las pegaron sobre una cartulina, las colgaron en el jardín y se fotografiaron jugueteando con ellas. Doyle fue la persona más famosa que se creyó el engaño de las «hadas de Cottingley». Incluso llegó a escribir un libro, El misterio de las hadas, en el que mostraba su fuerte creencia en esos pequeños seres alados que revolotean como mariposas de flor en flor.

Seguramente, el profesor Challenger habría planteado preguntas como estas: «¿A partir de qué antepasados evolucionaron las hadas? ¿Proceden de los simios de forma independiente de los humanos? ¿Cuál fue el origen evolutivo de sus alas?». El propio Doyle, médico con conocimientos de anatomía, debería haberse preguntado si las alas de las hadas evolucionaron como proyecciones de los omóplatos, de las costillas o de algo completamente novedoso. Para nosotros resulta evidente que esas fotografías estaban trucadas. Pero, para ser justos con sir Arthur, esto ocurrió mucho antes de la aparición del Photoshop, cuando se creía que «la cámara no puede mentir». Nosotros, miembros de la generación que conoce internet, sabemos que las fotos son demasiado fáciles de falsificar. Al final, las primas de Cottingley admitieron que se trató de una broma, aunque lo hicieron una vez que ya habían cumplido los setenta; para entonces, Conan Doyle llevaba mucho tiempo muerto.