Así es “El mago del Kremlin”, la impresionante primera novela de Giuliano da Empoli que ha sacudido la industria editorial en Europa

El escritor ítalo-suizo fue uno de los finalistas del Premio Goncourt en 2022.

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El escritor italo-suizo Giuliano da Empoli y su libro "El mago del Kremlin". (Carles Ribas / El País).
El escritor italo-suizo Giuliano da Empoli y su libro "El mago del Kremlin". (Carles Ribas / El País).

El sociólogo, ensayista y asesor político ítalo-suizo Giuliano da Empoli se ha convertido recientemente en una de las figuras de la industria editorial europea. Con su primera novela ha conseguido revolucionar el mercado francés y se ha alzado con galardones de la talla del Gran Premio de Novela de la Academia Francesa y el premio Honoré de Balzac.

Da Empoli fue, además, uno de los finalistas de la más reciente edición del Premio Goncourt, que vio a Sabyl Ghoussoub alzarse con el galardón, y estuvo entre los aspirantes al Interallié y el Renaudot.

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Algunos dirán que es un visionario, otros que conoce su tema mejor que nadie, se lee en un artículo publicado por L’Obs. “Las dos cualidades no son incompatibles. Agrega una tercera, su estilo, y tienes un libro grandioso”, escriben.

Un adictivo viaje al corazón del poder ruso. De la guerra de Chechenia a la crisis de Crimea pasando por los Juegos Olímpicos de Sochi, por “El mago del Kremlin” desfilan empresarios, Limonov y Kasparov, modelos y todos los símbolos del régimen en la que es la gran novela de la Rusia actual y una magnífica meditación sobre el poder y la fascinación por el mal y la guerra.

Son cerca de 336 páginas las que componen esta obra en la que el autor no solo da cuenta de su conocimiento sobre ciencia política y el estado de la Rusia contemporánea, sino que concibe una novela en la que los lectores se sumergen en la mente de cada uno de sus personajes y con ellos viven, casi que en carne propia, las violencias y los sinsentidos de las decisiones políticas de un líder cegado por el poder y la codicia.

Portada del libro "El mago del Kremlin", de Giuliano da Empoli. (Planeta de Libros).
Portada del libro "El mago del Kremlin", de Giuliano da Empoli. (Planeta de Libros).

La trama es más o menos esta: Vadim Baranov fue productor de reality shows antes de convertirse en el asesor más cercano del presidente Vladimir Putin. Tras su renuncia, una serie de historias sobre él comienzan a propagarse, sin que nadie sea capaz de distinguir lo verdadero de lo falso.

Una noche, decide confiarle su historia a quien narra esta novela y lo que surge de ello es un relato de ficción que lleva a quien lee a los cimientos del poder ruso, tan lleno de aduladores y oligarcas a quienes no les interesa hacer estallar una guerra.

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Vadim se convierte en el principal manipulador del régimen, y hace que todo un país pase a ser un escenario político de vanguardia. Enredado en el funcionamiento cada vez más oscuro y secreto del régimen que ha contribuido a construir, nuestro personaje, a quien conocen como el hechicero o el mago del Kremlin, hará cualquier cosa para surgir, guiado por la memoria de su abuelo, un excéntrico aristócrata que sobrevivió a la revolución, y la fascinante y despiadada Ksenia, de quien se ha enamorado.

Da Empoli terminó de trabajar en esta novela en enero de 2021, con una visión clara de los eventos que, un año más tarde, detonarían el conflicto de Rusia con Ucrania y su posterior invasión. Si se adelantó al futuro o no, cada quien podráconcluirlo, pero de lo que no queda duda es de que con su alto conocimiento sobre el pasado del pueblo ruso, el ítalo-suizo fue capaz de ver antes que nadie, al menos en la ficción, lo que estaba por venir.

Lo que consigue en “El mago del Kremlin” es fascinante, a la vez que entretenido, pues el autor es capaz de adentrarse y profundizar en los entresijos del poder, y en las consecuencias que derivan de este juego político.

Así inicia la novela:

Mucho tiempo después se dijeron de él las cosas más diversas. Había quien afirmaba que se había retirado a un monasterio del monte Athos para rezar entre piedras y lagartijas, otros juraban haberlo visto en una villa de Sotogrande mezclado con una multitud de modelos cocainómanos. Otros se empeñaban en sostener que habían encontrado su rastro en la pista del aeropuerto de Sarja, en el cuartel general de las milicias del Dombás o entre las ruinas de Mogadiscio.

Desde que Vadim Baranov había dimitido de su puesto de consejero del Zar, las historias sobre él, lejos de extinguirse, se habían multiplicado. Es algo que sucede a veces. La mayoría de los poderosos extraen su aura de la posición que ocupan. A partir del momento en que la pierden, es como si los hubieran desenchufado de la corriente. Se desinflan como esos muñecos que hay en la entrada de los parques de atracciones. Nos cruzamos con ellos por la calle y no logramos comprender cómo tipos así pudieron suscitar tantas pasiones.

Baranov pertenecía a una raza diferente. Aunque, en realidad, yo no sabría decir a cuál. Las fotos presentaban la imagen de un hombre fuerte, pero no atlético, casi siempre vestido con colores oscuros y ropa más bien demasiado ancha. Tenía un rostro anodino, quizá un poco infantil, de tez pálida, cabello negro, muy lacio, y un peinado de primera comunión. En un vídeo, rodado en el contexto de un encuentro oficial, se lo veía reír, algo muy raro en Rusia, donde una simple sonrisa es considerada como una señal de idiotez. En realidad, daba la impresión de no preocuparse en absoluto de su apariencia, lo que no dejaba de ser algo curioso si tenemos en cuenta que su oficio consistía precisamente en disponer espejos en círculo para transformar una chispa en un encantamiento.

Baranov avanzaba por la vida rodeado de enigmas. Lo único más o menos cierto era su influencia en el Zar. Durante los quince años en que había estado a su servicio, había contribuido de manera decisiva a la construcción de su poder.

Lo llamaban el «mago del Kremlin», el «nuevo Rasputín». En aquella época no tenía un papel bien definido. Aparecía por la oficina del presidente cuando ya se habían despachado los asuntos ordinarios. No eran las secretarias quienes lo habían avisado. Tal vez el Zar lo llamaba personalmente por su línea directa. O bien él mismo adivinaba el momento exacto gracias a sus prodigiosas cualidades, de las que todo el mundo hablaba sin que nadie fuera capaz de decir con precisión en qué consistían. A veces alguien se les unía. Un ministro de moda o el dueño de alguna empresa estatal. Pero dado que en Moscú, por principio y desde hace siglos, nadie dice nunca nada, incluso la presencia de esos testigos ocasionales no llegaba a aclarar las actividades nocturnas del Zar y de su consejero. Sin embargo, lo más factible era que se supieran sus consecuencias. Así, una mañana Rusia se había despertado con la noticia del arresto del hombre de negocios más rico y más conocido del país, el mismísimo símbolo del nuevo sistema capitalista. En otra ocasión, todos los presidentes de las repúblicas de la Federación, elegidos por el pueblo, fueron cesados de repente. En adelante, sería el Zar y solo él quien los nombrara, según anunciaron los primeros informativos de la mañana a los ciudadanos aún medio dormidos. Pero, en la mayoría de los casos, los frutos de aquellos insomnios permanecían invisibles. Y hasta unos años más tarde no se notaban los cambios, que aparecían entonces como completamente naturales, aunque fuesen en realidad el resultado de una planificación meticulosa.

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