Marcos El Bicho Gómez (55) nació en Rio Cuarto pero no se siente cordobés. Tampoco porteño, ni patagónico o cuyano. Podría decir que no es de ningún lado si no fuera porque "soy del circo; ése es mi barrio, mi pueblo, mi ciudad".
Cuarta generación de circenses, su hermana nació en Bolivia, algunos tíos entre Paraguay y Chile, sus padres en nuestro país, pero sus abuelos en Inglaterra, Cuba y Brasil. "Tu mamá rompe bolsa, nacés y te vas", detalla el humorista sobre aquella vida itinerante que tantas leyendas le ha prestado a la literatura. "Así que como mis viejos se conocieron en el circo –en el circo nos conocemos todos–, yo no me crié en ningún lado. Y así vas, de lugar en lugar. Sólo cambia el patio de tu casa cada vez que abrís la puerta del circo", detalla el Bicho.
–¿No ibas al colegio?
–Sí, iba en las distintas ciudades en las que estaba viviendo. Desde la época de Perón existe una ley que se llama Pase Golondrina, para que vayas de una escuela a otra. Te toman sí o sí aunque sea por poco tiempo. Estás un mes, dos, una semana o dos días. Para mis viejos siempre fue importante que me educara. Viajábamos de noche para que el lunes yo pudiera ir a clase. Ahora esa ley rige para la secundaria, también. En mi generación, sólo para la primaria. Y hasta ahí estudié. Mientras viajaba por la Argentina –¡toda!–, además de Paraguay, Perú, Chile y Bolivia.
–¿Lo vivías como un trabajo?
–Sí, estaba claro que era un laburo. Aunque quizá yo no me diera cuenta. Lo disfrutaba. Trabajo desde que tengo cuatro años. Hacía el número familiar de acrobacia. Y mis recuerdos de la infancia son siempre frente al público. Si me portaba mal, me castigaban: "Hoy no entrás a trabajar".
–¿Querías vivir de eso?
–Fue sin darme cuenta. No te lo preguntás. Llegás a los 12 o 13 años, te lucís en el número familiar de trapecio, acrobacia o lo que sea, y empezás a trabajar cada vez más por la economía del grupo. Porque cada familia se destaca en una labor. Y se la enseña a sus hijos.
–¿Cómo descubriste el humor?
–Tenía el culo lleno de hormigas, como decía mi viejo… Entonces empecé a notar que los artistas hacían su número y se iban. Pero los payasos entraban cada dos o tres números. ¡Mucho más seguido! "Con éstos se ríen. Con aquellos sólo aplauden", pensaba. Eso me gustó. Y en el circo todo es muy leal. El arte se enseña de unos a otros sin cobrar un peso. Por el solo hecho de transmitir un conocimiento. Aunque vos puedas dejar sin trabajo a tu maestro. Así empecé a ensayar tres horas por día. Y cuando mis papás armaron nuestro propio circo familiar, yo hacía de todo: malabares, acrobacia y circo.
–Toda una vida…
–No. ¡Toda una vida, no! Dejé a los 28 años. Me fui a hacer otras cosas… Mis primos llevan toda una vida de circo (señala a Fabián López, dueño de Cirque XXI, donde El Bicho es el director artístico). Nos reencontramos hace algunos años. Y empezamos de nuevo. Ahora cada tanto me subo al escenario para despuntar el vicio.
–¿Cómo fue que dejaste el circo?
–Sucedió algo mágico. En el año 1983 mis padres lo pusieron a tres cuadras del Congreso, en Rivadavia y Pasco. Entonces, nos hicimos amigos de un grupo de actores que estaba investigando sobre el clown. Claudio Gallardou armó La Banda de la Risa, me invitó y salimos a girar. Así empecé a hacer teatro y fuimos pioneros en el clown. Sabía que si no me iba bien, podía volver al circo. Pero fuimos reconocidos y nos venían a ver Tinelli, Gasalla… Así pasé a la televisión, haciendo bolos y cámaras ocultas.
Padre de dos hijos, Rocío (22) y Homero (11), El Bicho está en pareja desde hace cinco años con Vero Pecollo, bailarina y coreógrafa que conoció en el Bailando 2014. "Mezclamos la ropa ahí nomas y nos fuimos a vivir juntos", dice entre risas y lo define: "Un amor divino. Que me agarró de grande. Otra manera de conectarme. Vero es una mujer encantadora y contenedora que no necesita estar al lado mío".
–Antes del Bailando pasaste por el programa de Guinzburg. ¿Qué aprendiste?
–Fue revolucionario. Teníamos un vínculo fuerte con Jorge. Humor y noticias con un mensaje claro. Estar con él fue una beca. Era un tipo con una cabeza increíble. Me acunó. Y me dio libertad.
–¿Qué te dejó el Bailando?
–¿Además de Verónica? Una popularidad inalcanzable. Porque en la Capital se ve pero en el Interior es increíble. Fue un tsunami. Con Anita (Martínez, actriz y humorista) irrumpimos desde un lugar nuevo para el humor. Pudimos hacer la nuestra. La primera vez que propuse disfrazarme de mujer y Anita de hombre, había dudas en la producción. Nos dijeron que lo hacíamos bajo nuestra responsabilidad. Y nos marcaron un montón de cosas que no podíamos hacer pero… ¡las hicimos todas! Pasábamos todo el programa improvisando y nadie bailaba. Un día a Marcelo lo llenamos de torta y se tuvo que ir a bañar en el corte. Lo seguimos a camarines. ¡Una locura!
–Se dijo que las cosas con Anita no habían terminado bien…
–Fuimos como un matrimonio que se desgasta. La popularidad fue abrumadora. Hacía temporada en Carlos Paz y la vez que salí con mi hijo a comer una hamburguesa no pude caminar ni comer.
–¿Cómo vivís la temporada en Mar del Plata?
–Me gustó la propuesta de Nuevamente juntos: que la familia se reencuentre arriba del escenario. Hacía mucho que no hacía temporada acá. Agradezco el cariño del publico.
–¿Tuviste que ajustar el humor a los tiempos que corren?
–Mi estilo no es ofensivo. Pero hay que medir… Chequeo mis monólogos con Vero y mis hijos. Rocío es una defensora de la mujer, pañuelo verde. Así como Homero, que se lo pone y va a las marchas con su madre. Hay cosas que sí las digo en público… a ver cómo suenan. Y si en lugar de reír dicen "¡uh!", las saco. Porque también creo que es cierto que el humorista no se tiene que traicionar. El humor es escape y sanación además de ficción. Si hago un chiste de suegra no es porque ¡odie a mi suegra!
–¿Cómo hacés para salir a hacer reír cuando estás mal?
–Me concentro y saco el oficio de adentro. Me desenchufo y reseteo para salir a escena. Y probablemente ese día no resulte tan brillante.
–¿Volverías al Bailando?
–Sí… No tendría problema. Siempre que me den libertad para hacer humor… Me gusta trabajar.
–Para terminar: ¿Por qué te dicen Bicho?
–Porque la naturaleza no me dio una cara para que ¡me digan Brad Pitt! (desata una carcajada larga, además de estruendosa). Me llamo Marcos, como mi abuelo materno. En el circo se estila tener sobrenombre: Bochinche, Pibe, Chiquito, Titina, Tintin, Niño, Delfin, Vieja… Bicho me gusta. Siempre me lo pongo
Por Ana van Gelderen.
Fotos: Matías Campaya.