La discusión sobre el origen de la psicopatía ha generado debates intensos entre especialistas de la salud mental, la genética y la antropología. Este trastorno mental que causa comportamientos antisociales ha despertado siempre el interés de la ciencia y conocer su origen parece esencial para tratarlo. Pero la psicopatía no responde a una única causa genética ni ambiental, sino a una combinación de factores que interactúan de manera compleja. Así lo sostiene Candela Antón, divulgadora de antropología en redes sociales.
En sus declaraciones, Antón advierte que la pregunta tradicional sobre si una persona “nace” o “se hace” psicópata resulta imprecisa. Según expone, “las dos cosas y ninguna de las dos, porque la pregunta misma está mal planteada”. Según recuerda Antón, los estudios con gemelos, considerados el diseño de investigación más sólido en este campo, indican que los rasgos psicopáticos presentan una heredabilidad moderada.
Al mismo tiempo, otros trabajos científicos ubican la heredabilidad de la psicopatía en un rango que oscila entre el 40 y el 69%, dependiendo de variables como la edad de la población estudiada, los instrumentos de medición empleados y el tipo de psicopatía analizada (primaria o secundaria). “Aproximadamente, entre un tercio y la mitad de la varianza es genética”, afirma la antropóloga, quien destaca que el resto de los factores que influyen son de carácter ambiental: la infancia, los traumas, el entorno y las experiencias personales.
El “gen guerrero” y la psicopatía
La especialista explica que no existe un gen único de la psicopatía, sino que el riesgo aumenta cuando confluyen diversas variantes genéticas. “Como tener varias cartas malas en una mano de póquer. Podrías llegar a perder, pero no necesariamente”, ejemplifica Antón. Entre los genes estudiados figura el MAOA, conocido mediáticamente como “el gen guerrero”, aunque la divulgadora aclara que este término se utiliza con cautela por su simplificación. El MAOA regula una enzima encargada de descomponer neurotransmisores como la serotonina y la dopamina. Cuando la actividad de este gen es baja, los niveles de estos neurotransmisores se desajustan, lo que puede relacionarse con conductas antisociales.
Un hallazgo relevante que subraya Antón es que la influencia del MAOA sobre los rasgos psicopáticos depende de la presencia de traumas infantiles severos, como abuso, negligencia o exposición a violencia. “Tener la versión de baja actividad de este gen, MAOA, solo se asocia con rasgos antisociales y psicopáticos cuando se combina con un trauma infantil severo”, señala. Los datos disponibles apuntan a un patrón: la presencia del gen sin trauma implica riesgo bajo; el trauma sin la variante genética, riesgo moderado; ambos factores combinados elevan el riesgo de manera significativa.
Esta interacción entre genética y ambiente se conoce como “interacción gen-ambiente” y, según la antropóloga, “lo cambia todo, porque la genética no tiene por qué ser solamente el destino, es la probabilidad”. “La genética carga el arma, pero el ambiente decide si este arma se dispara”, concluye.
Cada variante genética representa una pieza dentro de un complejo rompecabezas, advierte la antropóloga, sin que ninguna determine el resultado final por sí sola. De acuerdo con sus reflexiones, esta comprensión debería tener implicancias en el modo en que la sociedad aborda la responsabilidad individual, el castigo y las estrategias de prevención relacionadas con la psicopatía.