Crítica | ‘El silencio’: el thriller de Netflix cuya premisa se agota demasiado pronto

Aitor Gabilondo es el creador de este thriller protagonizado por Arón Piper que gira en torno a un adolescente que comete parricidio y que es sometido a un examen psicológico basado en el control

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Arón Piper en una imagen de 'El silencio' (Netflix)
Arón Piper en una imagen de 'El silencio' (Netflix)

De vez en cuando salen noticias en prensa sobre menores que han acabado con la vida de sus padres. Crímenes que generan un horror insondable y que, en la mayoría de los casos, no tienen explicación. La sociedad genera monstruos, y no siempre se pueden señalar las causas, aunque la violencia que generan los videojuegos sea la excusa más utilizada.

A Aitor Gabilondo siempre le había generado intriga este tema, había leído mucho acerca de esos casos y decidió configurar una trama en la que lo verdaderamente importante fuera qué pasa después con estos niños cuando, una vez cumplida su pena, intentan reinsertarse en la sociedad.

De qué va ‘El silencio’

Arón Piper, detenido después de haber asesinado a sus padres en 'El silencio' (Netflix)
Arón Piper, detenido después de haber asesinado a sus padres en 'El silencio' (Netflix)

El silencio cuenta la historia de Sergio Ciscar (Arón Piper) que comete parricidio y, después de unos años en un centro de menores, sale a la calle en libertad vigilada. No sabremos mucho sobre él, porque no habla. Desde el momento en el que empujó a sus padres por el balcón de su casa después de agredirlos brutalmente, no ha dicho ni una sola palabra. Así que sus psicólogos no pueden hacerse una idea de cuál es el estado mental del joven. Por eso, una especialista en este tipo de casos, Ana Dussuel (Almudena Amor), pedirá a las autoridades realizar un seguimiento poco ortodoxo. Se instalarán cámaras para seguir todos los movimientos de Sergio, incluso en su casa, por lo que cualquier atisbo de intimidad quedará anulado. Desde un apartamento cercano, controlarán sus pasos para saber cuáles son sus intenciones. Pero, ¿qué pretende en realidad Ana con este experimento?

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Los responsables de dirigir los seis episodios que conforman esta mini serie son Gabe Ibáñez (director de dos rarezas como eran Hierro y Autómata) y Esteban Crespo (responsable de Amar y Black Beach), que se ponen al servicio de esta intriga con tintes hitchcockianos en la que el voayerismo alcanza una importancia fundamental, es decir, mirar, o ser mirado. A través de esta perspectiva se reflexiona en torno a los límites entre la realidad y las apariencias, la verdad y el fingimiento. ¿Hasta qué punto realmente sabemos quién es una persona si la rastreamos en su cotidianeidad?

Qué nos ofrece ‘El silencio’

La nueva ficción de Netflix plantea algunas cuestiones interesante sobre la forma en la que miramos a los demás dentro de la sociedad, en la que entran en juego los prejuicios, las expectativas y la toxicidad a la hora de averiguar más sobre sus vidas, por ejemplo, a través de las redes sociales, que pueden configurar una ventana de exposición frente al mundo. Sin embargo, la trama no termina de cuajar, su planteamiento se agota demasiado rápido y los misterios que ocultan los personajes no resultan suficientes como para mantener la tensión.

Almudena Amor, controlando de los mandos de 'El silencio' (Netflix)
Almudena Amor, controlando de los mandos de 'El silencio' (Netflix)

Hay varias líneas narrativas que se entrecruzan para aportar una mayor consistencia y que, sin embargo, quedan desaprovechadas por su recorrido algo errático: la del pastor de una Iglesia Evangélica interpretado por Ramiro Blas, la de la chica que se enamora del protagonista porque se siente atraída por los criminales (interpretada por Cristina Kovani) mientras mantiene una relación paralela (con Manu Ríos) y, por último, una red de corrupción que precisamente se revela fundamental a la hora de perpetuar el silencio en torno de todo lo que ha ocurrido.

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Que en todos los personajes encontremos buenas dosis de ambigüedad resulta atractivo, porque en ningún caso se acercan a los estereotipos a los que estamos acostumbrados. Todos esconden intenciones ocultas, todos se escapan a la mirada convencional, pero esto también acarrea que el espectador se sienta algo perdido, quizás porque no termina de conectar con ellos, sobre todo con el más hermético de todos, el de Almudena Amor, demasiado robótica en su interpretación en contraposición con Piper, capaz de expresar turbación y desasosiego con su sola mirada.

El silencio podría ser un buen ejemplo de cómo se consume ficción en nuestros días, una serie que ofrece más expectativas que resultados y que se queda corta a la hora de generar tensión, malestar, y a la que le falta fuerza y capacidad de arrastre para completar su visionado.

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