Principios y finales: así fue la construcción de “El instante”

Recuerdos de la infancia, los consejos de Elsa Osorio y la lectura de David Foenkinos condujeron, según la autora de este texto, a escribir su novela, una historia de amor en un pueblo costero de Uruguay

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Analía Sivak acaba de publicar "El instante" (Irene Robert)
Analía Sivak acaba de publicar "El instante" (Irene Robert)

La novela El instante (Ed. Metrópolis) es una historia de amor con tres finales posibles. Los tres pueden leerse en el libro. Pero también, y esto no aparece ahí (por eso lo cuento acá), creo que tiene varios principios.

Tantas veces los placeres están relacionados a la infancia y esta vez no fue la excepción. Recuerdo mi deslumbramiento por los libros de la colección “Elige tu propia aventura”. Leer no era solamente zambullirse en una historia sino, y sobre todo, elegirla y armarla según las opciones que el libro te ofrecía. También había algo maravilloso (no sé si correspondía pero yo lo intentaba) que era la posibilidad de volver atrás y elegir el otro camino si el primero te llevaba a un mal final. Eso era para mí la literatura: ser invitada a un mundo creado por otros y aceptar la invitación a crear. Faltaba todavía para descubrir a otros autores que también te llamaban a elegir tu propia aventura lectora, como Julio Cortázar o Stephen Dixon. Faltaba todavía para descubrir que la vida, a veces, es algo así también.

Otro de los principios de El instante fueron las clases con la escritora Elsa Osorio, maestra en la creación de narradores. Entendí con ella que la voz que narra una historia nos da tantas posibilidades de jugar como la historia misma. Entonces quise construir un narrador que pudiera mirar el mundo que estaba armando desde todos los ángulos, todas las distancias y todos los tiempos posibles.

Analía Sivak junto a la escritora y editora Julieta Mortati, en la presentación de "El Instante"
Analía Sivak junto a la escritora y editora Julieta Mortati, en la presentación de "El Instante"

La novela cuenta la historia de una mujer y un hombre que caminan por la arena de una playa en Uruguay. Cuando llegan al faro él le propone casamiento y así se abren los tres finales. El lector puede seguir a los protagonistas desde muy lejos. “Ella y él dejan de mirar lo que tienen cerca y extienden su mirada hacia el horizonte. La desmesura los vuelve diminutos. Son dos puntos negros contemplando el infinito. Sus voces ya no se oyen. Sus problemas desaparecen. Ahora los conflictos son los de la Tierra. Ella y él o dos caracoles sobre la arena son lo mismo mirados desde lejos.” Pero el narrador también puede acercarse tanto como para describirlos por dentro: “Los corazones de una mujer y de un hombre caminan por la playa. El corazón de ella pesa 275 gramos. Es rojo rosa violáceo. El de él, 310 y es un poco más claro. Cada uno tiene el tamaño aproximado de un gran caracol de esos que solo se venden pero nunca se encuentran.”

También hubo otro principio que tenía que ver con una despedida. Vivía en ese pueblo que narro y me estaba yendo. Y no me quería ir. Entonces decidí que lo iba a seguir habitando en la escritura. La magia de la literatura te permite estar en un lugar a través de la lectura y también a través de la escritura. Observé todo lo que me rodeaba en ese lugar para guardarlo en mi memoria, como si me pudiera armar una valija con los paisajes y emociones para llevármelos a la ciudad. Y así fue, me llevé ese pueblo en mi mochila, me llevé la forma de caminar de la gente por la playa, cargué los colores de la arena, el aroma del mar por la mañana, el aletear de las gaviotas y la luz del atardecer. La magia de la literatura me iba a permitir seguir ahí por mucho más tiempo.

La costa uruguaya, escenario de inspiración para la autora
La costa uruguaya, escenario de inspiración para la autora

Al describirlos, volvía a ver a la gente en la orilla: “Caminan al ritmo de los que todavía están enamorándose. De la mano, lentamente, hombro con hombro. Quizás en eso se distingan las parejas que van por la playa. Cuando el amor es nuevo, los hombros de ambos cuerpos van en una misma línea. Avanza un cuerpo y avanza el otro, al mismo tiempo y recorriendo la misma distancia a cada paso. Cuando el amor ya tiene tiempo, siempre hay un cuerpo que va más adelante.”

Y también: “Recordarán que iban caminando juntos por la playa y que el mundo era perfecto, que ellos eran jóvenes, que no tenían nada de qué preocuparse, no sabrán si tenían hambre o qué habían comido, si habían hecho el amor a la mañana o a la tarde, pero sí recordarán que la brisa y las olas les mojaban la cara, que eran libres para elegir su vida, para caminar contra el viento, que no había reloj que marcara sus horas, que hubieran podido correr si querían pero que su libertad no estaba en correr sino justamente en lo contrario: poder ir despacio y saber que no llegaban tarde a ningún lado.”

Parte de la colección "Elige tu propia aventura"
Parte de la colección "Elige tu propia aventura"

Y mientras no quería irme y mientras observaba, leí La delicadeza, de David Foenkinos y descubrí que esa forma de contar, fragmentada, con digresiones e información anexa, es muchas veces nuestra forma actual de leer y quise reproducirla. Entonces decidí incluir en el libro la temperatura del agua, y una pregunta sobre a dónde van los juguetes de la infancia, y las ficciones del horizonte y algún mail y alguna dedicatoria en algún libro perdido. Porque me gusta intentar reproducir en la lectura la desconcentración en la que vivimos y también porque me gustan las historias minúsculas.

Estoy convencida de que, tanto en la literatura como en la vida, los detalles importan y conmueven y muchas veces en los detalles está la historia completa. Por eso, por ejemplo, lo que más le importa decir al protagonista aparece, casi al margen, en un mail a destiempo que la mujer nunca va llegar a leer: “Podríamos haber vivido toda la vida juntos y hubiéramos sido felices. Podríamos nunca habernos conocido. Somos indefectiblemente cuánto nos dejamos tocar por los otros. No tenemos la posibilidad de andar como nadamos, sin dejar huellas (sabés que a veces me gustaría tanto). Nacemos con el don y la capacidad peligrosa de tocar el destino del otro. Siempre me pregunté qué hubiera pasado si nos casábamos. Me llevará mucho tiempo (o la vida entera) dejar de imaginar ese universo paralelo del “qué hubiera sido si”. A veces, incluso, no sé si estoy en el verdadero o en el otro. De lo que estoy seguro es de que soy también lo que fuimos juntos.”

El último principio fue llegar a las clases de Maximiliano Tomas y Gonzalo Garcés. Le dije a Maximiliano “Quiero escribir una novela donde dos personajes caminan por la playa hasta un faro, pero no sé si eso alcanza”. La entonación de la respuesta todavía la escucho, fue un “¡Adelante!”, no importa la técnica, la trama, la construcción gramatical, cuando uno tiene una idea que lo apasiona para escribir. Un jueves le pregunté a Gonzalo si me sugería escribir la última parte en tiempo futuro. También la respuesta fue una palabra “Probá”, otro gran consejo de un gran maestro que sabe que en la escritura hay mucho antes, pero que nada condiciona lo que podamos escribir en el futuro, que caminar es probar y equivocarse, que un faro nos ilumina a lo lejos y que siempre habrá más de una respuesta. Así, finalmente, empieza la novela: “Que sí, que no, y la tercera. Siempre hay una tercera opción porque la vida real nunca es binaria.”

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