Algo nuevo, algo viejo, algo prestado, algo azul

Una línea de tiempo puede unir ese texto de lectura infantil con el nuevo libro del poeta Carlos Battilana, las emociones que genera “Anatomía de una caída” y el recuerdo amargo del Mundial 1994

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Es la luz. Lo que se hace para hacer todo lo demás. Lo que desarma el tedio absoluto de Dios y el mazacote informe de la Tierra y el Cielo. Lo que pone a andar el tiempo hacia adelante. En la Biblia y en las especulaciones de la ciencia: es la luz que desde lo oscuro surge y crece y se expande. Sin haber sido nada antes la luz es algo. Y, para ser algo, la luz se nombra.

No fue la luz el principio de la luz, fue la palabra. “Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz”. Lo que ordenó y dispuso. Antes del mundo, el mundo ya era algo, materia del cosmos comprimida y en ebullición, un gesto inacabado: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra”. Es la luz. Es la palabra. Lo que forma.

Primeras luces (ed. Ampresand, 2024), el último libro del poeta Carlos Battilana, desenrolla y extiende con una voz de brisa y pasto, humana y frágil, su génesis doméstico. Sin la determinación del dios antiguo, sin la robustez de la física y la astronomía, nos deja ver en secuencia de cine de sábado, de cuadritos saturados de historieta, la aparición de un mundo propio iluminado a partir de su encuentro con las palabras escritas.

Apretaba en la mano, con la familia cerca, en su casa, a la siesta y a la sombra, en Paso de los Libres, la vida que nombraba en briznas como un ramito de flores silvestres. Con eso andaba el chico Carlos Battilana, el niño, pateando pelotas, jugando al emboque, trepando tapiales. Suelto de signos en un mundo comprimido y en ebullición. Las palabras eran para él todavía formas entre las formas. Esas florcitas. La maestra, en el pizarrón fue señalando, pétalo por pétalo, la A y la O y la E y la ESE, fue deshojando. Dijo sean y fueron. Primero eso, letras, después, palabras. Oraciones elementales. Alguna rima. Un cuento. La luz le permitió al chico armar en su cabeza una música con eso que estaba en los carteles, en los diarios.

Julio Verne (1828-1905)
Julio Verne (1828-1905)

¿Cómo era posible que esos signos hicieran en él esos sonidos? Ahí la primera revelación y, después, Battilana avanza en la sinestesia: hacen color y aroma, hacen sabores y texturas las palabras. ¿Cómo es posible? A la lectura va entrando Battilana por la sorpresa. Con Julio Verne y sus títulos que abren mundos: Viaje al centro de la Tierra, La vuelta al mundo en 80 días, 20.000 leguas de viaje submarino. Desde entonces, el viaje a los veranos leyendo esas novelas ninguneadas con esnobismo por inteligencias sesudas, académicas, impermeables al puro afecto de la aventura simple. Desde entonces, el encuentro, primero, con los poetas héroes (Rimbaud, Baudelaire) y después con los poetas pares y humanos (Figueroa, Perlongher, Pieri Rossi) que ayudan a estar en el mundo habitual de los días largos y la tierra baldía. La poesía como luz que deja ver, pero no limpia del todo lo oscuro. Contrasta, ayuda, permite. Lleva a lo que es y a lo que puede ser. En los años turbios y desolados de la dictadura, un tajo que abre la tela rasposa que tapa todo.

Leyó Battilana a una mujer que estaba colgando ropa, a alguien que pasaba algunas horas de la noche acariciando la cabeza recostada de sus hijos, mirando por las rayas luminosas de la ventana las sirenas. Poetas que vivían y escribían la vida que pasaba. Leyó el desprecio por lo digno y lo humano y lo solidario y lo bello, Battilana. En la poesía, notaba, algo podía sostener. Cuando recuerda y pone en fila para nosotros, lectores, Battilana, inventa, imagina. “Imaginar un origen”, dice “puede darle sentido a un destino”. Su destino: ser letras entre las letras. Poeta, pero fundamentalmente lector. Porque no existe la muerte mientras leemos, dice Battilana. Y nos sopla en los ojos su verdad inventada, y nos despierta con esa luz. Y vivimos.

"Primeras luces" (Ampersand), de Carlos Battilana
"Primeras luces" (Ampersand), de Carlos Battilana

Algo viejo

El libro nuevo de Battilana tiene el nombre de otro viejo. Primeras luces fue el manual de lectura de primer grado para varias generaciones de argentinos. Tengo uno. No fue mío en la escuela. Es de alguien. Era. Ahora está en mi casa. Lo conservo por lindo, por anacrónico. Es una edición de 1969. Hay un nene pintado en la tapa, tan, tan peinado y atento, tan tan rubio y de ojos claros, tan leyendo ese libro que lo contiene leyendo ese libro en una repetición de matrioshka. Un nene todos. Un nene nadie.

Adentro, ese libro tiene una primera palabra. Para muchas mujeres ahora, para muchos hombres de, pongamos, unos cincuenta y pico, sesenta, la primera palabra leída.

“Ala”, dice. En una página en la que vuelvan cinco palomas y parece irse la tarde o empezar el día acuarelado, rosa, naranja, celeste. No dice mamá ni papá, dice “ala”. No empieza por lo obvio, no se apoya en la funcionalidad del silabeo filial. Mamá y papá podrían ser palabras necesarias. Pero el libro elige “ala” con arbitrio y abre. De ala pasa a alas y a olas, las alas y las olas y a ese oso y esas osas. El oso, las olas, las alas y el sol. Y aparecen, como bichitos apoyados, las comas y los puntos y los signos.

Elisa sale al sol.

—¿Elsa sale?

—Elsa sí, sale.

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Las palabras y los signos se juntan en la mirada infantil, van armando secuencia, cuento, historias. Increíble. Más adelante, se despliega una lista. La página de las flores y las frutas y las verduras. Tomate, aparece, y dalia, pensamientos, melón, diamelas y apio. El mundo tiene y mezcla todo. Con esfuerzo, el nene que lee, la nena, empieza a intuir que, si quisiera podría cifrar y descifrar en símbolos lo que sea. Porque, atrás de las flores y las frutas están la bandera y los aviones. Valentin y Violeta que nadan en la pileta, una cunita y cintas, himnos y carretas. ¿Podrían el nene, la nena, escribir y leer cualquier cosa? Hay, ¿lo ven? es increíble increíble, un poema:

“Hace un poco de frío,

afuera llueve, llueve.

Sentadito en el suelo,

estoy yo con el nene.

Sentadito en el suelo,

recortando papeles”.

Y una firma, B. Fernández Moreno. Los nenes y las nenas leen a otros en las letras y las palabras. Las primeras luces parecen ser también primeros encuentros. ¿Podrían las nenas, los nenes, con esto que aprenden, estar en el mundo con todos los otros?

"Anatomía de una caída", película francesa ganadora en el Festival de Cannes y nominada a varios premios Oscar
"Anatomía de una caída", película francesa ganadora en el Festival de Cannes y nominada a varios premios Oscar

Algo prestado

Fui a ver una película usada. La sensación, en la butaca, era esa. Habían dicho de la película esto y lo otro; había leído que wow y que uf y que mmse y que buó . Fui a ver una película toqueteada de opiniones buenas y malas. Me la prestaron, la usé.

Como ya se dijo mucho, aprovecho y digo un poquito nomás. Anatomía de una caída es la película: pareja de escritores con niño ciego y perro hermoso, tragedia, juicio. Eso ya lo saben. Dijeron que uf, dijeron que wow. Se pronunciaron. Una historia que empieza con el muerto y reconstruye. Pone a todos a tratar de mostrar y de explicarse y de inventarle a eso que pasó, una forma. Están las versiones y las posibilidades. De los personajes, pero además, y sobre todo, de nosotros, los que vemos. Anatomía de una caída, como toda buena película, buen libro, es imposible, o está inacabada sin la inteligencia y la sensibilidad de los que leemos, de los que miramos. Nos pide, nos obliga a estar. En el juicio y en la vida de gente que no conocemos. De la que sabemos poco y nada. Pero con lo que hay, hay que hacer algo. Los abogados, la jueza, los medios, el hijo y la mamá y el Estado. Y nosotros. ¿Qué hacer? ¿Inventar? ¿Buscar la verdad como si la verdad fuera algo que pudiéramos desenterrar escarbando, armar pegando pedacitos? ¿Deducir con lógica? ¿Elegir con afecto?

Hay algo con lo que machaca la mujer acusada, la madre, la esposa, la escritora. Eso que ven, eso que pueden ver, todo el nivel de detalle al que lleguen por pruebas y testimonios propios y ajenos, dice, nunca será cierto. Nunca será lo verdadero. Lo verdadero siempre es más. Lo verdadero no existe todavía nunca, no es definitivo. No pasa hasta que no pase. Y cuando pasa, cuando se pone una letra atrás de otra letra, una palabra, una oración en fila y en párrafo y se cuenta un cuento, además de lo que es, aparece todo lo que podría ser. En esa idea se sostuvo la película que yo vi, la que armé mía y nueva y sin uso, y no sé si tendrá que ver o no con la intención de la película verdadera. Pensé a mi manera y antes, de un modo mucho menos preciso, algo que después encontré en la frase que cité de Battilana: “Imaginar un origen puede darle sentido a un destino”.

Volvieron a hacer y a vender la camiseta que usó la Selección Argentina en el Mundial de 1994
Volvieron a hacer y a vender la camiseta que usó la Selección Argentina en el Mundial de 1994

Algo azul

Volvieron a hacer y a vender la camiseta que usó la Selección Argentina en el Mundial de 1994. La remera azul. Azul y negra. La última de Maradona gritando un gol propio en un mundial. No tengo un buen recuerdo de ese mundial. No fue bueno para nosotros: íbamos a ganar y no ganamos, Maradona iba a ser dios otra vez y más y mejor y le cortaron las piernas. No tengo un buen recuerdo de ese mundial. Era chico, lloraba. ¿Por qué razón, además de por la efeméride redonda, volvieron a hacer y a vender esa camiseta azul? Trato de entender y para eso pienso y escribo. Es verdad, no fue un buen momento: no ganamos nada, sufrimos lo que nos pareció una trampa, una injusticia, pero también nos conmovimos. Con esa tristeza por nuestro ídolo caído, con esa desgracia chiquitita, aprendimos alguna cosa. No podríamos decir qué. O si tratáramos de decirlo, cada quién diría algo distinto. Con letras y palabras parecidas, contaríamos la épica de la luz y de la sombra. Del fin de una época, del principio de otra.

A lo mejor, usamos la remera azul de Maradona para ponernos en el cuerpo una época de sentimientos claros y nuestros, difusos, pero ya limpios. Nos tiramos en el cuerpo cansado de estos días, campeones del mundo y triturados de estrés, el recuerdo de un momento en el que supimos y pudimos transitar la angustia. Tratamos de vestirnos con esas luces y esas sombras. Porque, como toda buena historia, no puede ser sin nosotros y tiene adentro, además de lo que fue, lo que podría haber sido. A los recuerdos los iluminamos como se nos da la gana. Los inventamos y los usamos como queremos. O como podemos. En esa remera azul, por ejemplo. Porque son nuestros y porque la muerte no existe mientras recordamos.

[Fotos: Editorial Ampersand, archivo y Diamond Films]

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