Fui, vi y escribí: ¿Ser bueno es ser aburrido?

“Los espíritus de la isla” es una película que recupera la esencia de la fábula y propone un cine que apuesta a la belleza y a contar historias. Este artículo reproduce el newsletter de Cultura: lecturas, cine, teatro, arte, música e historias que despiertan entusiasmo y, por qué no, fascinación o perplejidad

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Colin Farrell como Pádraic, el personaje de la película "Almas en pena en Inisherin".
Colin Farrell como Pádraic, el personaje de la película "Almas en pena en Inisherin".

Hola, ahí.

Qué bueno reencontrarte después de estas semanas, ojalá hayas podido tomarte unos días de descanso o que, al menos, estés esperando hacerlo dentro de poco. Por mi parte, ya estoy de regreso de mis vacaciones, descansada y con sonrisas que en el resto del año se me escapan.

No quiero sonar ingrata porque acabo de decirte que me tomé unos días de descanso, sin embargo te mentiría si te dijera que estaba loca por retomar mis actividades. Durante mucho tiempo me pasaba eso, llegaba un momento de mis vacaciones en el que había un vértigo que me empujaba: necesitaba ponerme de nuevo en marcha. Había algo en el cuerpo pero sobre todo en la cabeza que decía: ya está, es hora de ponerse las pilas. Extraño un poco ese tiempo de entusiasmo y estímulo, claro, pero sabés qué, no creo que el cansancio perenne de ahora solo se deba a que estoy más grande.

En mi caso, como periodista —y con marido periodista— irme de vacaciones significaba desenchufarme literalmente; seguíamos leyendo los diarios una vez al día y el resto de la jornada, ahhhh, lecturas sin obligación, playa, hijos, comiditas ricas, horas y horas de sueño. Cuando pasaban unos días, empezaba a sentir ya la satisfacción del descanso en el cuerpo y, junto con eso, las ganas de volver al oficio con el que me gano la vida y que siempre me gustó.

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El tema es que hoy no hay manera de desenchufarse aunque te tomes varias semanas de vacaciones, salvo que te retires a un rincón del mundo completamente aislado y sin internet. Si andás en espacios conectados, todo es noticia y todo se difunde en la era de lo que llaman infodemia. Y si ya estábamos condenados a las pantallas, la pandemia por coronavirus terminó de acentuar la tendencia de nuestro doble digital, de modo que si antes nuestra búsqueda era para informarnos, ahora lo que buscamos es desinformación para calmar la ansiedad, la angustia y el estrés.

Pero antes que leerme a mí quejándome al borde de lo que puede parecer una frivolidad, mejor que leas a los expertos, así que en este link te dejo lo que piensan los argentinos Pablo Boczkowski y Eugenia Mitchelstein sobre esta manera de vivir dominados por las apps, los algoritmos y la explosión de noticias reales, falsas y ridículas.

"Nuestras almas en gestos lentos", de Maurice Denis (The Museum of Fine Arts, Houston).
"Nuestras almas en gestos lentos", de Maurice Denis (The Museum of Fine Arts, Houston).

De amistades y golpes al corazón

Durante mis vacaciones busqué tomar un poco de distancia del vértigo —no me creas si te digo que lo conseguí— y aproveché para leer más y más largo y también para ver algunas películas, entre ellas, una que me gustó muchísimo y que, lejos del imperio de la tecnología como motivación del arte, recupera la esencia de la fábula y propone un cine que apuesta a la belleza y a contar historias, un cine cuyo eje es la reflexión sobre los sentimientos y los vínculos entre las personas. Bondad, maldad, solidaridad, violencia, amor, familia, amistad: todo eso que nos sigue haciendo humanos.

Trailer de "Los espíritus de la isla" (The Banshees of Inisherin)

Escrita y dirigida por Martin McDonagh, el gran director de Escondidos en Brujas y Three Billboards Outside Ebbing, Missouri (traducida como Tres anuncios por un crimen), en donde brillaba Frances McDormand, la película viene recibiendo premios importantes, tiene varias nominaciones para el Oscar y se llama The Banshees of Inisherin, que acá se tradujo como Los espíritus de la isla y, en otros países, como Almas en pena en Inisherin.

Se trata de una comedia negra que se estrena en cines esta semana, todavía no hay anuncio de plataformas en las que se la pueda ver. Y como me gusta recomendarte cosas buenas, te diría que saques entradas lo antes que puedas: me lo vas a agradecer.

Ahora voy a hablarte de la película y de por qué me gustó tanto. Prometo ser cauta con el tema spoilers.

Inisherin es una isla (ficticia) ubicada en la costa oeste de Irlanda y no parece haber paisaje más hermoso que esta tierra agreste bordada de acantilados en el Atlántico Norte. Estamos en 1923, en tierra firme los irlandeses libran una guerra civil cuyos ecos se prolongarán por décadas y en este pueblo todos se conocen —humanos y animales— y protagonizan sus propias guerras personales.

Afiche original de la película de McDonagh. (Searchlight Pictures)
Afiche original de la película de McDonagh. (Searchlight Pictures)

Pádraic (Colin Farrell) y Colm (Brendan Gleeson) son amigos desde hace años pero la historia que nos cuenta la película se abre con la abrupta ruptura de esa relación: Colm decidió que no quiere ser más amigo de Pádraic. Se aburre, no quiere perder el tiempo, se siente grande y pretende dedicar los años de vida que le quedan a la música, su gran amor. A lo sumo, tener la compañía de su perro, pero nada que lo distraiga de su principal propósito: quiere componer y tocar el violín; hablar con Pádraic en el pub es para él una pérdida de tiempo.

Pádraic —en una actuación conmovedora y sin estridencias de Colin Farrell— es un hombre sencillo y lo que nuestras abuelas llamarían “un pan de Dios”, buen hermano, buen amigo, buen cuidador de Jenny, su burra. Colm, por su parte, no es una mala persona sino alguien consciente de su finitud y desesperado por trascender la muerte. En esta película, lo rudimentario se cruza todo el tiempo con lo existencial y eso es posiblemente el mayor logro del guion de McDonagh, un prodigio literario y filosófico.

Brendan Gleeson en Colm en "The Banshees of Inisherin" ("El espíritu de las islas"). Tras la ventana, Colin Farrell como Pádraic. (AP)
Brendan Gleeson en Colm en "The Banshees of Inisherin" ("El espíritu de las islas"). Tras la ventana, Colin Farrell como Pádraic. (AP)

Así de simple y profundo es el centro de la trama, apenas una amistad que se quiebra. Uno de los amigos que decide romper a toda costa y otro que se resiste con uñas y dientes y pretende que su amigo revea la decisión. En el ida y vuelta de esta pulseada, aparece lo macabro. Colm le pide a Pádraic que no vuelva a hablarle y lo amenaza con un daño irreparable: por cada vez que le dirija la palabra, se hará daño a sí mismo. Hablamos de mutilación, hablamos de una salvajada. Habíamos dicho fábula y comedia negra.

Pádraic no entiende, el resto de los habitantes del pueblo tampoco entienden la decisión de Colm y lo drástico de la medida. El sufrimiento transforma a Pádraic en un arco que va de la decencia a la destrucción, de la bonhomía a la violencia.

Pádraic tiene una hermana, Siobhán (Kerry Condon) que vive con él y lo acompaña en su indignación contra Colm por la amistad interrumpida. Ella es posiblemente la persona más lúcida de Inisherin, pero es mujer, es la década del 20 del siglo pasado: los espectadores advertimos su inteligencia pero no todos en el pueblo valoran eso.

La otra mujer que transita la película es Mrs. McCormick (Sheila Flitton), una suerte de bruja fantasma y vaticinadora, la gran referencia del título original. La palabra banshee viene del gaélico, significa “mujer de los túmulos” y forma parte del folclore irlandés desde el siglo VIII. Mensajeras del otro mundo, las banshees son espíritus femeninos que se les aparecen a las personas para anunciar con llantos o gritos la muerte de un pariente cercano. Y ya que hablamos de referencias y recuerdos, Mrs. McCormick tiene algo de la Lechiguana de Nazareno Cruz y el lobo, de Leonardo Favio, la mensajera del más allá que protagonizaba Nora Cullen.

Y mientras la amistad dañada entre Pádraic y Colm atraviesa la película, hay otro personaje que se roba la pantalla cada vez que aparece y es Dominic, hijo del policía del pueblo, un chico joven, sufrido y con cierto retraso mental, que es amigo de Pádraic y mira y admira a Siobhán con ojos anhelantes.

Colin Farrell y Barry Keoghan en una escena de "Almas en pena en Inisherin".
Colin Farrell y Barry Keoghan en una escena de "Almas en pena en Inisherin".

El actor que hace de Dominic se llama Barry Keoghan, nació en 1992 y es irlandés, como Farrell y Gleeson. Tal vez lo viste en Dunkerque o en la serie Chernobyl. Tiene un rostro y, sobre todo, una mirada que atraviesa las barreras del tiempo y eso tal vez se deba a su experiencia de vida. Su madre murió por una sobredosis de heroína cuando él tenía 12 años y desde entonces, su hermana mayor, su tía y su abuela pelearon con el sistema y la burocracia para recuperarlos a él y a su hermano, mientras pasaban por diferentes orfanatos y casas de familias de guarda.

Su composición, plena de pequeños guiños y magia de emociones, me hizo recordar al personaje de Leonardo Di Caprio en ¿A quién ama Gilbert Grape? La escena del diálogo con Siobhán a orillas del lago y su propuesta imposible son definitivamente un golpe al corazón.

Kerry Condon y Barry Keoghan en una de las imágenes más emotivas de la película de Martin McDonagh.
Kerry Condon y Barry Keoghan en una de las imágenes más emotivas de la película de Martin McDonagh.

Una historia que nos lleva a preguntas existenciales (¿Ser bueno es ser aburrido? ¿Una amistad se puede romper porque sí? ¿Los animales valen lo mismo que los humanos? ¿Qué es la inteligencia? ¿Y el arte?), grandes actuaciones, escenarios naturales fabulosos (la isla es ficticia pero fue rodada en las islas irlandesas reales Achill e Inis Mór, que hoy son motivo de explosión turística), música original y maravillosa de Carter Burwell: por mi parte, no necesito nada más para saber que esta es una de las películas más lindas que vi en mucho tiempo y que voy a seguir recordando.

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(A propósito de este tema, siempre me sorprenden aquellos que se maravillan con algunas personas por su capacidad de daño o gestos mezquinos y hasta de maldad, como el maltrato o la displicencia. Le huyo a los dañinos profesionales y a medida que pasa el tiempo, cada vez más solo quiero estar con buena gente. En todo caso, el aburrimiento no lastima y hasta puede ayudarte a despegarte del mundo y pensar…).

Un artista excepcional

Días atrás murió un hombre bueno y de perfil bajo que no solo no era aburrido sino que era un artista brillante. Se llamaba Claudio Da Passano, era un actor de teatro excepcional y para la mayoría del público siempre será el Carlos Somigliana de Argentina, 1985, el dramaturgo que ayuda al Strassera compuesto por Ricardo Darín a preparar el alegato del histórico juicio a los excomandantes de la dictadura.

Claudio Da Passano como Carlos Somigliana en "Argentina, 1985", la película dirigida por Santiago Mitre y nominada al Oscar.
Claudio Da Passano como Carlos Somigliana en "Argentina, 1985", la película dirigida por Santiago Mitre y nominada al Oscar.

Pero Da Passano fue mucho más que eso y desde temprano. Había nacido en una familia de actores. Sus padres fueron Camilo Da Passano y la maravillosa María Rosa Gallo, quien en vida fue una suerte de gran actriz de la Nación. Claudio era además hermano de Alejandra Da Passano, que para las chicas de mi generación siempre será la Valeria de la famosa telenovela Muchacha italiana viene a casarse, y esposo de la actriz Malena Figó, con quien además de compartir una familia compartía escenarios con frecuencia.

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Dapa, como lo llamaban, integró La banda de la risa, una compañía de humor clave de la escena de los 80 y transitó diversos papeles en cine, teatro y televisión. No tuvo en vida protagonismos absolutos como actor aunque su presencia bastaba para garantizar calidad.

En los últimos años tuve la suerte de verlo sobre el escenario dos veces, en ambas me deslumbró. En Terrenal, la Biblia criolla de Mauricio Kartun que describe con técnicas de circo la historia de los orígenes de la humanidad en un terrenito del conurbano, Da Passano componía el personaje de Abel, el soñador y nómade, el poeta amante del baile que para ganarse la vida vende una vez a la semana gusanos para carnada a los pescadores que van al Tigris y que termina asesinado por su hermano Caín, obsesionado por el trabajo y el dinero, que lo detesta por vago y por disputarle el amor del Tatita, su padre.

Claudio Da Passano (Abel) y Claudio Martínez Brel (Caín) en una escena de "Terrenal", de Mauricio Kartun.
Claudio Da Passano (Abel) y Claudio Martínez Brel (Caín) en una escena de "Terrenal", de Mauricio Kartun.

La fortuna estuvo de mi lado también porque pude ver su composición del Polonio de Shakespeare en la versión de Hamlet dirigida por Rubén Szuchmacher que protagonizó Joaquín Furriel. Dapa se comía el escenario con el personaje del consejero algo tonto y charlatán, padre de Laertes y Ofelia; era presencia distinguida y una voz plena de matices para la letra de uno de los mayores clásicos de la historia del arte. Esta actuación le valió un Premio ACE. También obtuvo un Konex en 2021 por todo su trabajo de la década.

La muerte lo sorprendió cuando le llegaba por fin el reconocimiento popular; cuando dejaba de ser el hijo de o el hermano o el integrante del elenco de para ser él mismo, un actorazo capaz de conmover a cualquier platea con su ambiciosa paleta dispuesta para la risa y para la emoción.

Una imagen del conmovedor Abel de Claudio Da Passano en "Terrenal", de Mauricio Kartun.
Una imagen del conmovedor Abel de Claudio Da Passano en "Terrenal", de Mauricio Kartun.

Era un actor extraordinario y además una persona de bien, a juzgar por la enorme repercusión que tuvo su fallecimiento entre sus pares y quienes lo conocieron. Y de entre todas las cosas hermosas que se dijeron, me tomo el atrevimiento de compartir acá el breve texto que escribió en sus redes Mauricio Kartun, el autor y director de Terrenal, unas horas después del entierro de Da Passano en la Chacarita:

En la vereda de un bar de esquina, en Santa Rosa, La Pampa. Un par de horas antes de hacer función de Terrenal.

Bamboleando y con esfuerzo lastimoso se acerca a la mesa un perro. Fané. Callejero irredento. Feo y viejito. Y con mugre de toda una vida. El flaco lo empieza a acariciar. Y a hablarle amoroso. Como a su mascota de siempre. Le pide al mozo un tostado mixto y se lo va dando a pedacitos en la boca. El viejo mueve la cola, parece recuperar recuerdos de hogar y le lame la mano. Y el flaco le habla con personajitos. Le hace caruchas.

Nunca jamás había visto una cosa así.

Hoy lo despedimos al flaco en la Chacarita.

Caminábamos a la salida para el portón de Corrientes bajo el solazo y pensaba que a las personas con las que convivís las sostenés cuando se van en una pila enorme de recuerdos amontonados. Montañas. Y muy —muy— de vez en cuando en una piedra preciosa. Una de esas que vale por todo el resto, porque te deja verla de pronto en su integridad inefable.

Me lo guardo al flaco en su humor desmesurado, en su talento fenomenal, en todas esas rocas que hacen a la montaña Da Passano. Pero sobre todo, y para poder llevarlo siempre cerca: en aquel diamante de ternura inaudita.

Nuestro San Roque caricato.

Claudio Da Passano, como Polonio, en la puesta del "Hamlet" de Szuchmacher. A su izquierda, Luis Ziembrowski como Claudio.
Claudio Da Passano, como Polonio, en la puesta del "Hamlet" de Szuchmacher. A su izquierda, Luis Ziembrowski como Claudio.

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Y llegamos al final de este Fui, vi y escribí del reencuentro.

Te recuerdo que podés escribirme al hpomeraniec@infobae.com y que siempre respondo, aún si me toma unos días esa devolución.

Espero que tengas una hermosa semana y, sobre todo, te deseo que estés rodeado de buena gente: todo, lo bueno y lo malo, se vive mejor así, con gente valiosa alrededor.

Hasta la próxima.

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