Agustina Bazterrica: “Voy a seguir escribiendo por más que venga el apocalipsis zombi”

La autora de “Cadáver exquisito” y “Diecinueve garras y un pájaro oscuro” dialogó con Infobae Cultura en Chivilcoy, donde habló de la “oscuridad literaria”, la “visceralidad” de la literatura latinoamericana y la novela que acaba de terminar, entre otros temas

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(Foto: Juan Bernardo Garmendia)

En la vereda de la librería Macondo, sobre la Avenida Villarino, ciudad de Chivilcoy, varias mesas dispuestas en torno a un escenario improvisado. Luces, micrófonos, parlantes, libros. Acababa de caer la noche: el calor seguía intenso, aviso del verano inminente. La librería cumplió ocho años y lo celebró con un ciclo de lecturas de poesía. En el medio, entre dos tandas literarias, esta entrevista, a cargo de quien escribe, a Agustina Bazterrica. El título: “La única oscuridad que ilumina es la literaria”. Es una idea que aparece a lo largo de su obra, sobre todo en el último libro, Diecinueve garras y un pájaro oscuro, que abre con un cuento titulado “Las cajas de Unamuno”. Es la historia de una mujer que se sube a un taxi y algo en el conductor le llama la atención: sus uñas están “cortadas con la dedicación que sólo se le concede a lo más valioso”, y tiene “dos capas de esmalte transparente que aplicó con la paciencia de los obsesivos”.

Imagina que detrás de ese hombre —lee los datos del taxi: se llama Pablo Unamuno— hay un asesino serial. Imagina lo que le hizo a una pasajera: que la desnudó, la bañó, la peinó, la maquilló, la perfumó. “Unamuno le hizo sentir una libertad serena, una frescura nítida”, escribe y algo de esa imagen filtra cómo Bazterrica concibe la literatura. ¿Un espacio paralelo o antagónico a la vida adonde alojar lo siniestro? Esa oscuridad es distinta a la que se cuenta en el periodismo policial o en el informe criminológico. Es una oscuridad que ilumina, pero ¿qué ilumina?, ¿una sensibilidad? “Mucha gente que leyó estos cuentos, sobre todo al principio, cuando se lo di a algunos amigos para que lo lean en fotocopias, me decían: ‘tenés graves problemas mentales’. A mí lo que me interesa de la literatura es la ambivalencia. Me interesa leer libros, y escribirlos, ojalá lo logre, que toquen alguna fibra, que interpelen”, dijo la escritora argentina.

La génesis de “Las cajas de Unamuno” está en el estudio jurídico donde trabajaba como secretaria hace ya varios años atrás. Su jefe tenía una oficina muy desordenada —en sus palabras: “un asco”—, que ella un día empezó a ordenar. “Encontré en un cajón, en una caja transparente, sus uñas cortadas. A partir de eso, de la arcada que me agarró, se me ocurrió ese cuento. Creo que tiene que ver con una cuestión de mirada. Para mí todos los temas ya están escritos, no hay nada nuevo bajo el sol, pero sí lo que en todo caso es novedoso es cómo uno trata esos temas. Y mi mirada siempre es oscura. ¿Por qué? No tengo ni idea. Te paso el WhatsApp de mi psicóloga, que me dio el alta hace un montón. A la hora de pensar los temas siempre me voy para la parte perversa, pero intento que no sea un cuento que sólo genere terror, que quede en eso, sino que tenga alguna capa de análisis. Después si lo logro o no es otra cosa, pero es lo que intento”.

El libro anterior, Cadáver exquisito, publicado en 2017, ganó el Premio Clarín de Novela y fue traducido a varios idiomas. Es un mundo distópico donde los animales se extinguieron y la sociedad comenzó a comer carne humana. El mismo proceso de criadero, faenado y distribución pero con carne humana. Marcos Tejo, el protagonista, es el encargado del frigorífico Krieg. Hay una escena, donde él, frente al cajón blanco de un niño muerto, se pregunta: “¿Realmente somos tan puros cuando llegamos al mundo?” Bazterrica sostuvo que “puede estar el germen de la oscuridad, pero también tiene que ver mucho con las circunstancias en las cuales nacés, las posibilidades que tenés. A mí no me interesa trabajar con personajes absolutamente puros o absolutamente oscuros sino con toda esa ambivalencia, todo ese claroscuro. Marcos es un personaje que está roto. En algún punto todos tenemos un germen y eso puede crecer o no”.

"Diecinueve garras y un pájaro oscuro"

—Hay una tendencia en los últimos años, un regreso al terror, pero con componentes que tienen que ver con lo siniestro y lo cotidiano. Muchos lo llaman literatura extraña. ¿Por qué ese camino para interpelar la época?

—Hay escritores y escritoras que perciben el pulso de la época. En el caso de Cadáver exquisito lo que estoy trabajando es una forma del capitalismo. No es casualidad que capitalismo y canibalismo suenen tan parecidos. Cómo nos fagocitamos de manera simbólica. En esa ficción hay un virus: en ese momento me pareció verosímil, ya había habido otras pandemias. Además de que esto está sucediendo simbólicamente, la trata de personas es el caso más claro, creo que podría suceder. Ayer estuve en una escuela de Paso del Rey, también por zoom con una escuela de Colombia, me pasa seguido: creo que les alumnes se enganchan por eso, porque sienten que podría pasar. Obviamente está sucediendo con los animales, que se faenan en frigoríficos. Lo que el capitalismo nos enseña es que es un sistema que ya lo tenemos dentro. Nos enseña a naturalizar la crueldad y consideramos al otro, ya sea naturaleza, animal, o humano, que es algo para extraer o es una amenaza.

—¿Con qué lecturas te encontraste de esa novela?

—Una señora me acusó de caníbal. A pesar de que soy vegetariana. Me mandó un mensaje.

—¿Le respondiste?

—Bloqueo. No me puedo poner a discutir con una persona que me llama caníbal porque leyó una obra de ficción. Por un lado, me parece un halago porque se ve que no sabe qué hacer con todo lo que le pasa con el libro. Como estoy viva y tengo redes, me escriben para insultarme. Por supuesto que la mayoría me escribe cosas positivas. Hubo gente que tuvo náuseas, pesadillas, que devolvió el libro a la librería. Creo que lo más hermoso, y de esto me siento muy privilegiada, es que se esté leyendo en tantas escuelas.

—¿Qué lugar ocupa la figura del lector en el momento en que estás escribiendo?

—Cuando la estaba escribiendo pensaba: quiero escribir la mejor novela posible con las herramientas que tengo. Si la agarro ahora pienso que está toda mal escrita. Creo que uno publica borradores. Siempre una obra puede ser factible de ser corregida. Cuando lo estaba escribiendo fue todo muy urgente. Me habían mandado las bases del Clarín, la estaba terminando y me puse como objetivo presentarla ahí. Pero tampoco escribo pensando en los lectores. El único lector en el cual pienso es el que tengo en la cabeza, que es infumable e insoportable, porque soy recontra exigente conmigo misma. Si uno se pone a pensar en los lectores entra en la trampa. Los lectores, dentro de los cuales me incluyo, somos como un dios de millones de cabezas. Si querés conformar a cada una de esas cabezas vas a escribir un híbrido imposible de leer. Siempre vas a tener lectores que te digan que les gusta que la remera sea verde, o que sea roja. Te tenés que decidir y respetar tu propia voz, que es lo que, en definitiva, importa de la literatura: encontrar qué querés decir y cómo lo querés decir, más que el tema. Después siempre va a haber gente que no le va a gustar o que le va a parece mal escrito. Trato de respetar mi mirada, después qué pasa con el libro no lo sé. Este libro podía haber generado solamente rechazo, que de hecho lo genera, y podía haber quedado ahí; por suerte no, se sigue leyendo.

(Foto: Juan Bernardo Garmendia)

“Escribo desde antes de saber lo que era una escritora”. Su madre ponía en la cartelera del colegio los textos que escribía cuando todavía era una niña. Desde entonces permaneció adherida a las derivas de la escritura. Llegó el diario íntimo, los poemas adolescentes y en un momento, en sus propias palabras, “se une la escritura con la carrera del escritor”. Llegaron los talleres literarios, con sus herramientas, con su minuciosidad, con sus correcciones. “Ahí me empecé a enamorar de mis propios textos, porque te tenés que enamorar de tus textos. ¿O vas a estar con una novela casi dos años odiando todo lo que escribís?”, dijo, y luego continuó: “Después hay que trabajar con el ego permanentemente. En el minuto que te creés mil, porque ganaste un premio o por lo que sea, dejá de escribir. Cada obra es una nueva apuesta, una nueva búsqueda. Y puede fallar también”.

Escribir después del hit. Cadáver exquisito sin dudas lo es. Ha sido traducido a muchísimos idiomas. Hace poco salió una traducción en Macedonia. Anteriormente en República Checa. El libro sigue circulando, pero eso ya no corre con su cuenta. “No me interesa escribir Cadáver exquisito 2, esa búsqueda ya está, terminó. Para mí la escritura es una búsqueda. Puedo estar media hora pensando una palabra. Si querés escribir un hit no te podés demorar tanto. En esa novela hay una escena de sexo de tres páginas. Me leí cinco libros eróticos para pensar cómo nombrar al miembro masculino. Si estás leyendo y te encontrás con la palabra pene es una cosa, si te encontrás con la palabra pija es otra y si te encontrás con zocotroco es otra. Son distintos registros. Para mí era importante cómo nombrarlo porque no quería que se rompiera el pacto con el lector y que se empezara a reír con la palabra zocotroco”.

Para esa escena de sexo leyó cinco libros. Los enumeró: La sierva de Andrés Rivera, El traductor de Salvador Benesdra, Canon de alcoba de Tununa Mercado, El limonero real de Juan José Saer, Lolita de Vladimir Nabokov. Al fin de cuentas, de lecturas se compone un escritor. Y de tomar decisiones a la hora de construir historias. Tres días antes de la charla, en el silencio de la noche, concluyó su nueva novela. Martes 2 AM. A esa hora le puso el punto final. “Igual falta corrección, corrección, corrección”, aclaró. “No tiene nada que ver con Cadáver exquisito. El registro es complemente diferente: es poético, y probablemente a mucha gente no le vaya a gustar, pero voy a respetar lo que me pide mi narradora. Y si no tiene éxito y no se traduce a 23 idiomas, bueno, no me importa”.

“Voy a seguir escribiendo por más que venga el apocalipsis zombi y no haya editoriales, no haya lectores. Tendré que defenderme de los zombis pero voy a seguir escribiendo, porque para mí es un motor. Si no escribo y no leo, que para mí es parte de lo mismo, leer es como inspirar y escribir es como espirar, literalmente me enfermo”, dijo y agregó: “No es una carrera como la de contador o la de abogado, lo digo porque trabajé en ambos rubros, donde está más o menos trazado. Además, no creo en la eternidad: ni creo que el planeta o la raza humana dure demasiado ni me pregunto si me leerán dentro de cien años. Es el momento, es hoy, estos vínculos, esta charla, esto es lo que más me interesa de las consecuencias de lo que escribo”.

"Cadáver exquisito"

—Hace unos días Samanta Schweblin dijo que “lo importante son los libros, que lo escriba un hombre o una mujer debería ser tan anecdótico como la altura o la dieta de los autores”. ¿Estás de acuerdo?

—Estoy completamente de acuerdo con Samanta. Ojalá llegue el día en el cual no se hable más del género. Hoy en día me parece importante visibilizar a mujeres y disidencias porque todavía estamos excluidas. Hay muchos tipos de exclusión. El año pasado vi un programa de televisión de preguntas y respuestas donde eran cinco escritores contemporáneos argentinos y los participantes tenían que unir el nombre con la obra. Los cinco varones. ¿No hay una sola mujer que puedas poner en esa lista? En las ferias hay mesas de “literatura femenina” o “escrita por mujeres”. Yo nunca vi una mesa de “literatura escritura por hombres”, porque no es necesario, porque es el canon. Hay muchísima gente que escribe muy bien, yo leo a muchísimos varones. No hago esa distinción porque me parece que leer solamente mujeres o disidencias es la misma lógica de exclusión del patriarcado porque estás dejando afuera otras miradas. Durante siglos solamente se leyó la mirada de los varones y me parece importante leer la mirada de mujeres y disidencias. Hay muchos libreros que me cuentan que hay varones que todavía no compran libros escritos por mujeres. Eso tendría que ampliarse, cambiar un poco. Cuando yo escribo a mí me interesa ponerme en la piel de otros personajes; lo mismo con la temática. Mucha gente pensó que este libro lo había escrito un hombre. Me ha pasado en concursos, me acuerdo uno en Chile, que gané con un cuento malísimo, que hoy jamás publicaría, no sé por qué me dieron el premio, pero estaban convencidos que era un hombre de sesenta años; yo tenía 22.

—Ya no se podría hablar de fenómeno o auge, porque en las librerías, en los premios, las escritoras mujeres tienen una enorme presencia, ya es algo instalado. Pero desde entonces, con esa irrupción que ya lleva tiempo, ¿no creés que se aportó una nueva sensibilidad, temas, estilos?

—Sí. Para mí la literatura tiene que ver con poder meterse en la manera de pensar del escritor, de la escritora, en cómo mira el mundo esa persona y qué capta. Poder hacerlo con la mirada de mujeres y disidencias es fundamental. Hay muchas mujeres que están tocando temas que a mí me interesan. En Temporada de huracanes de la mexicana Fernanda Melchor es impresionante cómo se trabaja con el lenguaje: un golpe tras otro. Tierra fresca de su tumba de Giovanna Rivero es impresionante. Me interesa mucho ese trabajo con el lenguaje, con las imposibilidades de la palabra, del vacío de la palabra. A Mariana Enríquez todos y todas la conocen y la han leído: cómo trabaja con la dictadura pero también con la exclusión, va más allá del terror. Lo mismo Samanta Schweblin con todo el tema de lo siniestro y qué dice además de eso. Pilar Quintana escribió La perra, ella es colombiana y trabaja con la maternidad, otro temón, y con la naturaleza como amenaza.

—¿Qué creés que tiene la literatura latinoamericana que la vuelve tan especial?

—Hay visceralidad. Se lanzan a escribir y escriben con las vísceras. No hay cobardía a la hora de escribir. En muchas entrevistas me preguntan si hubo partes que dejé afuera por temor a que me censuren. ¡No pienso dejar afuera nada! Si viene una editorial y me dice “dejá afuera este capítulo”, no publico con vos. Puede funcionar o no. Hay gente que tuvo náuseas, ok, pero a mí me interesa ir por ese lado. De hecho, hoy a la distancia, creo que me quedé corta con algunos temas que podría haber trabajado. Primero hay muy buenos escritores y escritoras acá. Pienso en Luis Mey y Las brujas de Carupá: impresionante, es la construcción de una voz increíble. Diego Muzzio y Las esferas invisibles: tres nouvelles que son impresionantes. Rafael Pinedo, que lamentablemente murió, dejó Plop, Subte y Frío. Ángeles Salvador, que lamentablemente murió este año, que escribió El papel preponderante del oxígeno. Lo que me pasó con ese libro es lo que quiero que me pase con todos los libros. Estaba viajando a la Feria de Corrientes y lo estaba leyendo. Estaba con auriculares. Nunca me avivé que estábamos aterrizando y me pegué el julepe de la vida, porque estaba tan concentrada leyendo que me pasó eso. A mí me interesa que el libro te atrape y no te suelte. Es lo que me pasa con la literatura latinoamericana.

(Foto: Juan Bernardo Garmendia)

—Vuelvo a “Las cajas de Unamuno”. Ahí la protagonista habla de “la importancia de lo insignificante” y dice que “la verdadera genialidad se concentra en los detalles mundanos, banales, no en los tratados de diplomacia o en la literatura erudita”. ¿Ese lugar ocupan los detalles en tu escritura?

—Hay un tema con la literatura: la distinción entre contar y narrar o decir y mostrar. Contar es como el titular del diario: es abstracto y no te terminás de meter. Si digo “Murieron 250 personas en la guerra”, como lectora no siento mucha empatía porque no sé en qué guerra, si eran civiles, si eran soldados, qué pasó. Si me focalizo en un personaje, en un soldado por ejemplo, y empiezo a narrar la época, qué olía, qué le pasaba, qué arma tenía, si se ensuciaba con el barro, qué le pasaba con otros soldados, algún vínculo, cómo habla, cómo era su voz, ahí estoy narrando, estoy mostrando con imágenes metáforas, etcétera. Hacer eso es lo más difícil. Lo más fácil es escribir: “Murieron 250 personas en la guerra”. O en el caso de Cadáver exquisito, que el titular sería “Se legitimó el canibalismo”, el resumen. Narrar es escribir toda la novela. Para hacer eso necesitás pensar cada detalle, ver en tu cabeza a esos personajes viviendo. Entonces empezás a narrar los olores, el tacto, los sentidos, pero también los pensamientos. Eso está construido de detalles. No es lo mismo poner que tenía una remera verde o roja. En la nouvelle Aura de Carlos Fuentes el color verde aparece todo el tiempo. ¿Por qué? Uno puede analizarlo y pensar que el verde está connotando la enfermedad, la locura, lo que a vos te parezca en tu hipótesis de lectura. A la hora de escribir me interesa eso: dejar pistas para que el lector encuentre estos otros estratos de lectura, que no se quede solamente con la narración. La importancia de cómo lo contás, todo un mecanismo que a mí me cuesta un montón, por eso estoy media hora pensando una palabra.

—¿Cómo ves la literatura argentina hoy? ¿Qué momento atraviesa?

—A pesar de la pandemia, de todos los problemas económicos, de la falta de papel, etcétera, tenemos una cantidad de escritores, escritoras, poetas que es impresionante. Hay muchas librerías, mucha gente leyendo, muchos talleres, muchos eventos culturales. La otra vez me encontré con una lectora estadounidense. Tomamos un café. Estaba fascinada por la vida cultural que veía. Y todo eso va enriqueciendo. Y tenemos unos maestros enormes: Borges, Cortázar, Sara Gallardo, Silvina Ocampo... un bagaje impresionante. Leo muchos contemporáneos y hay muy buen nivel.

—Hablabas del contexto. Hay una figura idealizada del escritor que se contrapone, ¿no?

—Primero que la musa... no. La musa se construye permanentemente, podés tener momentos más inspirados o de fluidez, pero la construís leyendo y estando en contacto permanente con tu obra y la literatura. Vas viajando y vas pensando en lo que escribiste y cómo lo podés relacionar con el diálogo que están teniendo atrás tuyo dos extraños. Vivir de la literatura es muy difícil, pero lo bueno que tiene la literatura a diferencia de otras artes, como los músicos, bailarines, que se dedican mucho tiempo a practicar, que podés estudiar lo que sea y trabajar de lo que sea y escribir literatura. Liliana Heker estudió Física, Guillermo Martínez Matemática, Claudia Piñeiro es contadora, Liliana Díaz Mindurry es abogada, Vale Correa Fiz también es abogada. Esa flexibilidad que tiene la literatura. Vivir únicamente de los libros en Argentina, con una economía tan inestable, es muy difícil. No es imposible. Yo trabajé 22 años en el estudio de abogados para pagar las cuentas y poder estudiar la carrera que estudié. No sé si el día de mañana voy a poder seguir viviendo de los libros como ahora. La posibilidad de talleres, clases, eso también lo permite. Y eso sobre todo lo permite nuestro país.

—La última: ¿por qué, pese al contexto que describís, a las adversidades, seguir apostando a la literatura?

—Mi primera novela, Matar a la niña, tiene muchas fallas. Mi marido si me escuchara diría: ¿por qué, si a mi me encanta? Es mi primera novela y no voy a renegar: gracias a esa primera novela escribí Cadáver exquisito. Hoy le veo fallas, en ese momento claramente no. La publiqué en una editorial muy chiquita, con muy poca llegada, que más que darme plata, invertí. Lo mismo el segundo libro: Diecinueve garras y un pájaro oscuro es una reedición de Antes del encuentro feroz. Si no ganaba el Clarín hubiese seguido escribiendo, tratando de publicar, lo mismo que estoy haciendo ahora. Escribir es una apuesta. No me interesa hacer otra cosa.

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