La trampa de las redes

Este texto forma parte del libro “Futuro imperfecto: ¿hacia dónde va el periodismo?” —publicado por Revista Anfibia y UNSAM Edita—, que reúne ensayos de quince editores y directores de los medios más influyentes de Hispanoamérica. Su autor es el director de Infobae América

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“Futuro imperfecto: ¿hacia dónde va el periodismo?”, publicado por Revista Anfibia y UNSAM Edita
“Futuro imperfecto: ¿hacia dónde va el periodismo?”, publicado por Revista Anfibia y UNSAM Edita

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Mientras se aguarda brevísimamente que las redes sociales hagan su gracia, es posible viajar 2450 años al pasado. Entonces, Tucídides escribió la que podría ser considerada la primera definición no solo de la historiografía, sino también –siendo un poco flexibles con la imaginación– de la práctica periodística. En su eterna Historia de la Guerra del Peloponeso, el ateniense explica que no volcó los hechos en su obra “informándose del primero que llegó” a él con algún dato –un rumor, un chisme– ni tampoco como a él “le parecía” que habían ocurrido los acontecimientos: “He investigado con exactitud, tanto cuanto me ha sido posible, sobre aquellos (hechos) a los que asistí personalmente y sobre los sabidos de otros”.

Suficiente paréntesis de espera. Minutos después de poner en juego acaso innecesariamente el (escaso o mucho) prestigio en las redes sociales comienzan a aparecer notificaciones, esas que sirven para engordar o adelgazar el ego. Algunos likes, algún retuit, un par de comentarios, correos. Y con ellos la dedicatoria, la acusación, la denuncia anónima en su mayoría, el acoso. Todo eso podría poner en duda no solo el próximo “compartir” de nuestro artículo, sino también ¿su contenido?

Al autor de este ensayo le sucedió en ocasiones, sin ser alguien popular o famoso. Señalamientos de todo tipo y sectores que se sentían decepcionados por lo volcado en algún artículo, sin pertenecer a ningún grupo militante o activista específico. ¿Pudieron esos ataques condicionar los siguientes artículos? No. Aunque sí, en cambio, modificó una conducta: la forma en que se comenzó a postear. Más por decepción que por temor.

Lúcido, el filósofo croata Srecko Horvat –Movimiento Democracia en Europa 2025, DiEM25– considera que la humanidad está frente a una listening crisis que dificulta la comunicación honesta. Multiplicado, desde luego, en las ágoras digitales.

(Foto: EFE/EPA/SASCHA STEINBACH)
(Foto: EFE/EPA/SASCHA STEINBACH)

Yuk Hui quizás ayude a arrojar algo de luz. Ingeniero electrónico y filósofo de la Universidad de Hong Kong, expuso que durante un encuentro con estudiantes estos se sentían “abrumados” por el avance tecnológico en el cual estaban inmersos, cuando en teoría “normalmente” dichos desarrollos deberían “mejorar la vida” de las personas. ¿Sucede algo así en la relación entre las redes sociales y el periodismo? Hui no lo explicita.

Sin embargo, ese “sentirse abrumados” podría ser una respuesta a lo que siente el profesional de un medio cuando pretende exponer alguna idea que sea polémica para determinado grupo, sobre todo si ese grupo es al que pertenece. ¿El temor lo hará abandonar su exposición en las redes? Hay casos en que suele ser en sentido contrario. “Conozco gente que ha dejado de ejercer el periodismo porque no soporta más el constante acoso”, enseña Silvio Waisbord, profesor en la Escuela de Medios y Asuntos Públicos en George Washington University, una de las voces más autorizadas de la academia sobre la realidad profesional actual.

Desde su explosión, las redes sociales permitieron tres cosas en simultáneo: convertirse en una fuente de expresión libre y no regulada de sus integrantes que provocó un empoderamiento expansivo; volverse un canal de diálogo entre audiencias, votantes y ciudadanía con sus medios de comunicación y sus gobernantes; y por último ser un organismo con una vida digitada y programada, como vector de campañas de desprestigio y acoso no espontáneas.

Ante un escenario atomizado –y al mismo tiempo bipolar en lo doctrinal, donde se debe estar de un lado u otro de una posición, y nunca en un gris intermedio–, los periodistas se ven ante un desafío contradictorio: mantenerse ajenos al falso debate o prestarse al juego propuesto por la lógica propia del medio efímero de pocos caracteres, la pelea descarnada.

Pero esta última decisión conlleva una experiencia que podría enajenar al profesional dubitativo. ¿Es posible abstraerse de los preconceptos del público? ¿Cuánto afecta el empoderamiento de las audiencias en el desempeño de un cronista? ¿Podrá mostrarse imparcial ante el reto de ser crítico de sus propias creencias, aunque eso le cueste la membresía a su grupo de ideas?

El acoso digital es sufrido de manera sistemática no solo por los medios de comunicación, sino también por sus integrantes. La línea editorial no solo es una posición determinada de un diario o una radio o una revista con respecto a un conjunto de temas específicos, sino que es al mismo tiempo un espejo en el que sus lectores, oyentes o consumidores se reflejan o buscan confirmación de sus valores. Pero los periodistas no están (estamos) para reconfirmar las creencias de sus audiencias sino para exponer fuentes calificadas que confirmen hechos que algún grupo de poder no quiere que salga a la luz.

Silvio Waisbord, profesor en la Escuela de Medios y Asuntos Públicos en George Washington University
Silvio Waisbord, profesor en la Escuela de Medios y Asuntos Públicos en George Washington University

En el instante en que surge esa contradicción entre audiencia y periodista resucita el concepto de Horvat de listening crisis. “Muchas veces no se escucha a los otros. Muchas veces tenemos una opinión preformada y hay sectarismo. Tengo esta opinión y si no estás de acuerdo y tengo más poder que tú, vete del movimiento. Esto es algo que pasa muy seguido porque la gente no se escucha”. Y en ocasiones, el periodista deberá enfrentar el reto de saber que su audiencia quizá no quiera escuchar lo que tenga para contar.

El también filósofo Yuval Noah Harari planteó la evolución del ser humano a través de los milenios y centró uno de los capítulos de su libro Sapiens en el discurso. “Contar historias efectivas no es fácil y la dificultad no radica en contar la historia, sino en convencer a todos en que la crean. Gran parte de la historia gira en torno a esta pregunta: ¿cómo convencer a millones de personas para que crean historias particulares sobre dioses, naciones o sociedades con responsabilidad limitada?”.

El pensador no da la respuesta.

Cuando la percepción que el público tiene de la línea editorial de un medio es sacudida por la publicación de una noticia, análisis u opinión contrarias a lo que marca su tradición entra en conflicto la relación entre ambas partes. Con una buena señal de internet, un smartphone y una cuenta en alguna red social, la furia contra el autor por ese contradictorio “pecado editorial” puede volcarse en minutos, aunque los datos aportados sean incontrastables.

Waisbord habla de la autocensura como mecanismo de defensa básico:

Es no cubrir ciertos temas por simpatías individuales o por temor a decir algo que lo convierta a uno en blanco de ataques. Sabemos que hoy es así, es factible que, si uno se mete con ciertos temas o ciertos grupos, esos mismos grupos se convierten en tus verdugos. No es una suposición.

Jaime Abello, director general de la Fundación Gabo, va un poco más allá y plantea el fenómeno que está experimentando el periodismo en el contexto de las actuales democracias. Para una de las voces más autorizadas de la disciplina profesional en América Latina, “la democracia cada vez es más precaria en su aceptación como fórmula de convivencia política en la sociedad”. ¿Los juicios sumarios de las redes están contribuyendo al alejamiento de la democracia como valor y acercando las ideas autocráticas que tanto seducen a algunos regímenes?

Yuval Noah Harari, filósofo israelí
Yuval Noah Harari, filósofo israelí

Es Harari en otra de sus obras –21 lecciones para el siglo XXI– quien enfatiza en esta crisis de la narrativa liberal democrática que puede conllevar la tentación de permanecer callados, autocensurarse. En uno de los tramos del libro publicado en 2018, el pensador israelí subraya el hecho de la autocensura –Waisbord– como disparador para su propio trabajo. Explica que debió lidiar con la contradicción o duda de poder estar contribuyendo a los planes de autócratas y movimientos iliberales, lejos de su intención.

El popular autor, un rockstar de la filosofía moderna desafió:

Como autor, por consiguiente, se me exigía que hiciera una elección difícil: ¿tenía que hablar con franqueza, arriesgándome a que mis palabras se interpretaran fuera de contexto y se usaran para justificar autocracias en expansión, o bien debía autocensurarme? [...] Después de cierta introspección, elegí la discusión libre frente a la autocensura. Sin criticar el modelo liberal no podemos reparar sus faltas ni ir más allá de él. Pero advierta por favor el lector que este libro solo podía escribirse si la gente era todavía relativamente libre de pensar lo que quiere y de expresarse como quiere. Si el lector valora este libro, debería valorar también la libertad de expresión.

¿Tienen que ver en esa peligrosa tendencia a los extremos las redes y su furia descarnada y a veces digitada para torcer pensamientos y acallar voces? En ese sentido, dice, no contribuyen a unir o acercar posiciones diversas.

Esas sociedades están cada vez más divididas, donde llega el populismo y la radicalización. Una explotación política a la que especialmente han contribuido las redes sociales. Entonces, los países democráticos, en general cada vez dan menos espacio a la construcción de consenso y cada vez más a la polarización y a la incomunicación. Eso tiene un impacto directo en el periodismo.

“Cada uno hace una negociación personal”, subraya Waisbord.

Marty Baron, exdirector de The Washington Post (Foto: Journalism Department)
Marty Baron, exdirector de The Washington Post (Foto: Journalism Department)

Hay que ser estratégico en la posición pública. Salvo que se esté dispuesto a tomar una posición pública muy abierta y se sepa cómo se va a responder cuando se está en el medio del huracán. Especialmente si se es mujer o se pertenece a una minoría. Hay grupos que son más vulnerables.

Por último, sería apropiado recordar las palabras de un periodista que tuvo que enfrentarse durante toda su carrera a verdaderos factores de poder, diferentes tipos de públicos y de gobiernos. Marty Baron, exdirector de The Washington Post –entre otros–, es muy celoso a la hora de dejar tuitear ligeramente a sus periodistas. Pero, sobre todo, defiende una definición de periodismo que no debería perderse de vista.

Consultado en febrero pasado por The New Yorker sobre la objetividad en el periodismo, Baron responde:

Todos los seres humanos tenemos ideas preconcebidas. Esas ideas preconcebidas provienen de nuestros propios antecedentes, nuestras experiencias de vida, las personas con las que nos asociamos, lo que sea. Y es importante a medida que avanzamos en nuestros informes que tratemos de dejar de lado esas ideas preconcebidas, y casi enfocar nuestro trabajo de la manera más científica posible, y tener la mente abierta, ser honestos, ser justos, escuchar generosamente la gente, para escuchar lo que tienen que decir, para tomarlo en serio, para hacer un trabajo minucioso de informar, para hacer un trabajo riguroso de informar.

Algo similar a lo que nos había enseñado Tucídides en su Historia de la Guerra del Peloponeso 2450 años atrás.

* El martes 14 de diciembre a las 18 horas se presenta el libro “Futuro imperfecto: ¿hacia dónde va el periodismo?” en Dain Usina Cultural (Nicaragua 4899, CABA), con la participación de Silvina Heguy, Catalina May, Mario Greco y Cristian Alarcón. Se transmitirá en vivo a través de las redes.

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