Iñaki Urlezaga: "Vivimos un momento de retroceso cultural en donde se cree que ordenar un país es sólo recortar"

El extraordinario bailarín argentino habla de su despedida de la danza con la puesta de "Romeo y Julieta" en el Colón, los inicios de su carrera y critica al Gobierno por eliminar la compañía federal de danza que lideró desde el 2013

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Es un chico encantador. Su biografía indica que tiene casi 43 años pero luce con el ánimo y el carácter de un chico. Los que lo conocen dicen que es el mismo tono que tenía cuando a los 8 años, pasando por delante del Teatro Colón, les dijo a su padres que él pertenecía a ese lugar. Nadie le creyó. Después, viajaría desde su La Plata natal todos los días para cursar en el Instituto de Danzas del máximo coliseo argentino sin faltar jamás.

La hoja de ruta profesional de Iñaki Urlezaga es apabullante. A los 17 años debuta en el Colón y se roba  todos los aplausos (aún los del bailarín titular de la Sílfide de entonces). A los 18 decide que su lugar es Londres y entonces audiciona en el Covent Garden y se convierte en primera figura del Royal Ballet inglés por más de 10 años. Lo invitan de todas partes del mundo, vuelve a la Argentina  pero no baila en el Colón porque lo habían declarado persona no grata ("No siento nada por ese director. ¿Quién se acuerda de él?", le dice a Infobae).

Funda aquí su ballet nacional con 60 figuras de todo el país y la gestión de Mauricio Macri decide cerrarlo este año por falta de presupuesto ("No entiendo la lógica.  Siempre vamos al revés del mundo", se lamenta). Dice que está harto de la grieta y de las peleas entre artistas.  Hoy, se despide del mundo profesional bailando Romeo y Julieta. "Algo así. Quizá haga algunas cosa", se ríe, como un niño, claro.

Iñaki Urlezaga habló con Infobae. De todo. De sus papás, del bullying que le hacían a algunos compañeros por ser bailarín, de una ex pareja que lo introdujo en la meditación, de su sueño -o no- de ser papá. Aquí, la nota completa con un número uno que cree que la humildad es la base del aprendizada. Por eso, luce tan sabio.

—¿Cómo estás? ¿Dolorido?
—Dolorido, cansado, pero relajado porque debuté el miércoles.

—¿Qué te pasó cuando entraste al Colón de vuelta?
—Y, es ver ese templo que cada día es más lindo. ¿Viste la voz de Gardel, que dicen que cada día canta mejor? El Colón cada día es más bello. Y creo que eso pasa solamente con esas piezas únicas. Yo hace poco tiempo me he dado cuenta que el ser humano tiene la posibilidad de ser un hijo directo de Dios, esto es complejo para decírtelo a vos, ¿arrancamos más tranquilos?

—(Risas) No te importa, te voy a bancar.
—A ver si me entendés lo que quiero decir… Hay ciertos destellos de divinidad que el ser humano es capaz de tocar. Entonces cuando vos ves las pirámides de Egipto, cuando vos ves la maravilla del Colón, cuando vos ves ciertas cosas que realmente decís "acá también hay algo más".
Te lo resumo: el ser humano tiene una entidad única e irrepetible y perfecta. Que después la sepamos usar o no es un trabajo que habría que también ponerse a estudiar. Pero esa realización, esa concepción perfecta, viene de la divinidad.

—¿Hacía cuánto que no entrabas al Colón?
—Mirá, yo al Colón entré a los 8. En el Colón empecé a bailar a los 17, me fui 17 y medio. Al Colón volví muchas veces como figura invitada. Al Colón el director que hizo la reforma, post reforma me presentó como persona no grata, estuve prohibido. Y hacía al escenario 12 años que no pisaba.

—Y contame qué significó pisarlo.
—La misma alegría de siempre. Porque uno es más allá de cualquier director que pase por ahí. Y el Colón mismo es más allá de cualquier maltrato institucional que padezca por los directivos de turno.

—Digamos, ¿pasó para vos en tu memoria o en tu angustia ese señor que te dijo…?
—¿Quién es? Sin soberbia lo digo eh. Nadie. Yo creo que hay directores que ejercen la autoridad y otros que hacen abuso de ella. Y te lo digo porque hoy estoy grande, y me siento grande, y veo todo de otra manera. Y todas las pasiones y cosas que yo tenía cuando tenía 20 y hoy en día es una serenidad, pasé del mar al lago.

—Tranquilo.
—Tranquilo. Y quiero irme tranquilo. Porque creo que es la mejor forma de haber aprendido cómo se transita, sobre todo en mi medio, la locura, la excitación, el drama, la histeria, el llanto y la alegría. Pero cuando todo eso lo sobrepasas después te viene el arcoíris, que es realmente la templanza.

—¿Cuándo tomaste la decisión única e irrepetible de decir "me despido"?
—Bueno, única e irrepetible no sé si realmente es, porque tal vez a futuro algo haga. Hay una nota muy linda mía que dice: "El Iñaki que el público conoció se está despidiendo", y eso es cierto. Porque así como vine agotado a tu entrevista de 8 horas de haber trabajado no lo voy a vivir más de lunes a sábados. Entonces tal vez algún rol a futuro, si veo que me puedo llegar a preparar y puedo llegar a dar el physique du role como se dice en mi medio, porque realmente me gustaría y porque sería un desafío para el público también, lo haría. Pero los últimos 5 años yo noté que el cuerpo humano a mí me empezó a cambiar, la vulnerabilidad se apropió de la fragilidad físicamente. Y empecé a sentir como si fuera un árbol que empieza, el árbol no se deshoja de un día para el otro, cambia el color, del verde se vuelve amarillo, pasa al ocre, pasa a disecarse y se cae. O sea, todo ese transcurso yo lo fui viviendo en el tiempo. Y yo no quiero que eso que yo vivo y siento lo vea el público. Entonces me parece que un día antes al menos me debo por respeto a mí y al público retirarme yo.

—Me impresionó porque cuando decías yo empecé a sentir que el cuerpo humano y te empezaste a acariciar las piernas.
—Y claro, porque es mi herramienta de trabajo. Sí, vas sintiendo que no es la misma potencia, que tardás tres o cuatro días en recuperarte de una función. Por ejemplo, yo pedí bailar el miércoles y el domingo. Y jueves, viernes y sábado recuperación, rehabilitación, vuelta a ponerme a tono, volver a ensayar recién el sábado con Lauren. La gente no sé si comprende la exigencia feroz que tiene un bailarín clásico.

—Bueno, dijimos la despedida, volvamos a los 8. Qué te pasa con los 8 cuando entrás al Colón.
—Te va a costar creerlo..

—Vos tenés muchos prejuicios sobre mí…
—Tengo muchas entrevistas escuchadas acerca de otros entrevistados. A los 8 años de edad yo, bueno, un chico de La Plata como era, mi familia me trae en auto por Carlos Pellegrini me acuerdo y me dicen: "¿Ves Iñaki? Ese es el Colón. Ese es el Teatro Colón." Yo ya estudiaba en La Plata. Y me acuerdo, pero como si fuera hoy te lo describo, un edificio color arena, un edificio bastante raro para lo que un chico platense y que iba al colegio. Y me acuerdo de sentir como un estado de vibración interior donde yo percibí en ese momento, yo fui consciente de lo que me estaba sucediendo como niño, que ese lugar era un lugar al cual yo ya había pertenecido, yo iba a pertenecer y que algo en común venía demasiado fuerte, que yo no podía estar más tiempo esperando sin llegar a entrar. Y fue tal la conmoción que yo viví que me acuerdo que desde ese día en mi casa yo quería ir al Colón. Imaginate mi familia, padres absolutamente de clase media, platenses, una vida armada en La Plata, cómo le hacés entender a un chico que era otra ciudad, que era transformar la vida familiar. Y no paré, porque evidentemente yo insistí tanto que a la semana logré venir con mi mamá, logré entrar al instituto, lo que era la escuela del Colón, que ya no está más tristemente dentro del edificio, grave error en la reforma que hicieron, y me acuerdo que ya habían pasado los exámenes preliminares, los psicofísicos, y no el técnico que era el último. Para poder rendir el último examen tenías que tener aprobada la parte de salud. Y me recibe la ex directora del instituto, que era una mujer que hizo muchísimo por la danza, María Luisa Lemos. Claro, yo tenía 8 años, un chico rebotando en la receptoría de la sala de la escuela, con una desinhibición absoluta y con un desparpajo infrecuente, cosa que ni siquiera lo tengo ahora, y fue tal la insistencia mía de pedir por favor que quisiera que me tomaran el examen, que ella misma ese mismo día me subió a una de las salas, que después conocí durante el tiempo de la escuela, y me tomó ella misma la audición fuera de término, fuera de posibilidad de inscripción y demás, y ese mismo día ingresé y en marzo empecé.

—¿Pero vos ya tenías conocimientos de danza? ¿Bailabas antes?
—Yo había ido a la escuela de La Plata, que tiene la Provincia, que es la escuela provincial de danzas de la ciudad. Había ido 6 meses, me había aburrido tanto que le había dicho a mi mamá que no quería ir más. Pero yo no conocía el Colón. O sea, me parecía aburrido lo que me enseñaban ahí pero no para seguir haciéndolo en otro lugar. Y desde ese día que yo no iba a ningún lugar hasta que me muestran el Colón y bueno, habrán pasado unos meses, porque era más o menos fin de año. Mi familia creyó que yo vendría 6 meses.

—Se aburre y después vuelve.
—Claro, dos horas sin autopista, no existía la autopista La Plata-Buenos Aires, y bueno, veremos. Porque también era un tema para mi familia.

—Claro.
—Y bueno, nunca descansé, nunca paré, nunca falté, e hice los diez años.

Iñaki Urlezaga interpretando “Romeo y Julieta” en el Colón
Iñaki Urlezaga interpretando “Romeo y Julieta” en el Colón

—Debutás en el Colón, ¿a los 17?
—17.

—¿Haciendo?
—La Sílfide, un ballet muy difícil. Todo es obra del destino, el año anterior, sin yo saberlo por supuesto, a mí el instituto me manda por mejor promedio a Estados Unidos a terminar el curso lectivo. Yo los hago los dos años, vuelvo a Buenos Aires y rindo el examen final como para recibir el diploma, la medalla. Entonces para ese mismo diciembre a mí el instituto me manda, que en su momento era mucho más que ahora, a un concurso en Francia. Cuando gano la medalla de ese concurso, la presidente del jurado, una eximia bailarina de la Ópera de París, me entrega la medalla. A los seis meses cuando entro en febrero a trabajar al ballet del Colón viene su marido, quien me había visto bailar en Francia en dicho concurso. O sea viene a Buenos Aires a montar La Sílfide para Maximiliano Guerra, ya venía a bailar él como una figura consagrada, y él dice "sí, sí, sí, pero yo quiero a aquel niño que está allá atrás de la columna". Y ese era yo. Y dicen pero éste chico tiene cinco días adentro del teatro, no está todavía capacitado para bailar. "Sí, yo lo voy a preparar". Y trabajo tres meses con él, debuto con él, baila Maximiliano por supuesto, hace el estreno, el sucesivo reparto de la casa era yo, con Adriana (Apellido), una bailarina del teatro que ya está jubilada, bailo con él. Y es él quien me inculca de irme afuera. Es él que ve en mí ese trabajo excesivo que yo tenía ya desde muy temprana edad, esa determinación yo creo de querer aprender. Yo solamente quería, no quería las mieles de lo que uno después pudo haber recibido, yo quería aprender a bailar.

—¿Y ahí qué viene, Londres?
—Y ahí viene Londres. Entonces él me acuerdo que primero quería acortarme el apellido, que yo me llame Iñakí Urlé, cosa que yo ya dije que no desde el vamos, y quería que fuere a Francia. Y él se disgustó bastante porque el cambio de apellido y por la soberbia mía de no aceptar el consejo como para que eso me permitiera audicionar. Pero yo no quería ser francés, si yo era vasco, italiano, nada más lejos que todo eso. Entonces él me dijo "bueno, mirá, si no querés todo esto tampoco no te pierdas la posibilidad de estar en Europa, podés ir a un país mucho más liberal que te van a enseñar igual de bien y te va a ir muy bien también". Y es el Covent Garden.

—¿Cuando llegaste al Covent Garden te pasó algo parecido al Colón, esta vibración? No.
—Nada. Lo que me pasó en el Colón no me pasó nunca más en la vida.

—Convengamos que la monumentalidad del Colón no se compara ni con el Covent Garden ni con La Scala ni con nada.
—Con nada. ¿Y sabés por qué te lo digo? Porque el otro día cuando estrenamos, el miércoles, estábamos saludando, estábamos ahí en medio del escenario, en un momento el Colón tiene la costumbre de prender las luces de la sala. Y Lauren (N. de E.: Cuthbertson, primera bailarina del Royal Ballet de Londres y co-protagonista en Romeo y Julieta) que yo la tenía al lado mío, que estaba muy agradecida por la función y demás, yo la tuve que sujetar porque se caía porque cuando prendieron las luces ella empezó a mirar para arriba y hasta donde llega la araña y en un momento dice "yo no puedo creer la belleza de este lugar, porque en Europa es muy infrecuente un lugar tan bello y tan grande". Y yo creo que solo se explica porque el Colón está hecho cien años después de la mayoría de los mejores teatros de Europa. O sea, todas las imperfecciones y todos los problemas que se pudieron haber supeditado en el momento de la construcción de La Scala de Milán, del Covent Garden que es bastante chico, de la Ópera de París, cien años después…

—Se aprendió.
—Se aprendió. Y creo que esa es la magia del Colón.

—¿Qué cosa es la belleza Iñaki?
—La naturaleza en su estado más puro. O el espíritu en su estado más elevado.

—Y cómo te las arreglas, porque digo, tu profesión…
—Es una mierda, con perdón de la palabra. Pero también es una belleza. También es el acto de altruismo más exquisito. O es carencias humanas infinitas, egos descomunales, muy poca inteligencia, mucha soberbia.

—Pero digo, está la fórmula aurea de la belleza Viste, la belleza subjetiva, yo digo el gusto es subjetivo pero… ¿Hay una fórmula? ¿El hombre de Vitrubio es la perfección? ¿En qué encontrás la belleza? No digo en la naturaleza, en lo humano.
—Yo creo que en el carácter del ser humano, en la posibilidad de ser absolutamente honesto hay una cierta belleza. Yo creo que en la transparencia de lo que decís, lo que hacés y lo que sos hay una cierta belleza. Creo que la determinación de mostrarte tal cual sos tiene una cierta belleza. Yo creo que lo auténtico es bello, por más feo que sea, es auténtico, no hay nada más bello que una persona con encanto, aunque sea fea. Para mí la belleza no es la parte pasiva del ser humano sino es el interior, es el alma, que es lo que descubrieron los griegos.

—Y a pesar de tu profesión es especialmente cuidadosa con la belleza externa, con la belleza pasiva como vos decís.
—Hoy en día. Cambió mucho el arte, se frivolizó, se alivianó. Hoy en día tenés que ser joven, flaco. Yo no soy tan joven pero soy flaco, soy alto. Digamos, tengo esas cualidades naturales que vinieron de familia. Pero eso no es el tanto. MacMillan era una persona que buscaba lo singular en la persona, ¿no es cierto? El coreógrafo de Romeo y Julieta, una persona que no buscaba la moda, que no estaba a la moda de lo que se buscaba en ese momento. De hecho eran los grandes ballets académicos y él buscaba las grandes pasiones humanas. Y así concibió cualquier obra de todas las que hizo. O sea nunca estuvo a la moda, siempre buscó otra cosa. Y yo creo que porque él estaba fascinado por la naturaleza humana como género, qué es lo que llevaba a alguien a actuar de una determinada manera, no a juzgar el acto en sí mismo sino cuál era el devenir de esa persona de tener ese comportamiento sicológico. Y creo que eso es verdaderamente lo que debería tristemente seguir siendo en nuestro trabajo, la posibilidad de develarle a quien te está mirando que ese sentimiento es compartido.

—¿Te acordás qué pensaba? ¿El chico de 18 que llega al Covent Garden?
—Sí.

—¿Seguías siendo inconscientemente petulante?
— Totalmente.

— O sea no te asustó porque decías "yo puedo con esto".
—Mirá, porque soy totalmente tan franco y tan honesto como que no me importa nada. Yo en el Colón a los 17 cuando terminé de debutar sabía, porque tenía una relación histórica con el edificio que había hecho diez años la escuela, y tampoco el Colón era la creme de la creme ya hacía muchos años, que seguramente yo podría haber sido la próxima estrellita de dicho edificio. Yo no lo quiero decir petulantemente sino lo quiero decir con honestidad. Pero yo también sabía que el Colón atravesaba ya la farandulización de Menem y ya era todo bastante asqueroso y yo sabía que ahí no iba a aprender en serio. Pero yo sabía que en el Covent Garden iba a tener la posibilidad de aprender de cero y en serio. Me podía ir estupendo pero me podía volver con las dos manos cruzadas porque tal vez mi talento no llegaba a lo que el Covent Garden necesitaba. O sea, me fui a la deriva absolutamente, a golpear la puerta, a audicionar, y si me daba un lugar, que entré prácticamente de extra, porque entré a mitad de temporada porque terminé el año acá en diciembre, allá era mitad de año, ya había pasado todo lo que tenía que pasar, dije bueno, yo acá veo que hago, si me va bien me va bien, y si no me vuelvo con la tranquilidad que yo había intentado querer crecer.

Por eso no entiendo los egos de mis compañeros. Por eso no entiendo por qué van por el otro lado cuando lo interesante no es la tapa del diario, ni tampoco el aplauso, lo importante es lo que te lleva al aplauso, el camino si es verídico de lo que te hace realmente triunfar. ¿Qué es lo mejor de la profesión? Todas las personas que yo conocí. Cuando yo vi a que Zeffirelli me iluminaba arriba del escenario y me daba el porqué del rosa y del verde y sus conceptos de vida esa es la profesión. Porque siendo un nene si tuviste petulancia y querés callarte la boca y escuchar. Esa gente te cambia el mundo. Porque la visión de esa gente es de un humanismo y de una profundidad que yo evidentemente con 18 años no creí que iba a crecer para tener esto.

—Pero vos tomabas nota, porque digo, si por las dudas Franco Zeffirelli, no sé si lo decíamos en la nota o afuera, el tipo que pone La Traviata o la Tosca que va a dar vueltas al mundo con María Callas.
— En el 64.

—Fecha de mi nacimiento. Digo, ¿vos tomabas nota que ese tipo era el que te estaba poniendo la luz a vos, o te dabas cuenta de eso?
—De él, sí. Yo era una consecuencia, yo podía estar o no, no es que yo merecía estar ahí, podría haber estado cualquiera. También creo que es 30% de suerte, 30% de talento, 30% de perseverancia. Y si creo que mi lugar era para mí y para nadie más y, la verdad estaría en problemas. En este mundo no habría psicólogo posible que me lo resuelva. Yo nunca me sentí el centro de nada, al contrario, siempre pienso que uno es un aporte hacia algo. Es una semilla que completa muchísimas cosas que también tienen que suceder. Solo, sin un equipo, no sos nadie.

—¿Qué pasa con tus viejos cuando ya triunfás en Londres? ¿Que te decían, ¿qué les pasa?
— Y, mi papá era muy duro. Yo vengo de una familia que era "hacelo y hacelo bien". Y me jodió muchos años el psicoanálisis eso entenderlo. Porque nunca era suficientemente bien.

— Claro.
— Y por eso creo que yo tengo siempre tan buen bajo perfil, porque viene de cuna, viene de mi familia, los valores son lo más importante, fijate que hoy estás en la ola pero mañana andá a saber dónde podés aparecer. Hasta que se sostuvo mucho tiempo y hasta que yo creo que mis propios viejos vieron el respeto del teatro. Que el respeto del teatro solamente hacia tu trabajo dentro de dicha institución. Es muy lindo sentir que no sos nadie más que alguien que ha hecho algo muy bien como tantos otros que los hay también, porque cuando vos trabajas en un gran teatro no sos vos, son muchos. Y recuerdo la imagen de mi papá los primeros años como no entendiendo donde estaba su hijo. Después de otros años acostumbrarse a que su hijo trabajaba en un lugar donde ya lo trataban de usted y donde ya le pedían el taxi, esto, lo otro. Y ya después a lo otro dijo, "que suerte que lo podés vivir bien". Yo de mi papá viví las tres etapas: el desconcierto por lo que yo estaba atravesando, no sé si el cholulismo pero sí él, cómo se dice, yo no tengo hijos pero cuando estás orgulloso.

— Admiración, claro.
— De tus hijos. Y la tercera etapa "qué bien que no le hizo daño". Que eso también creo que es muy importante, porque es como me retiro mañana, y qué, ¿me suicido?

— Cómo estás viviendo el momento acá en la Argentina. Un momento político que es muy difícil en cuanto a la intolerancia de pensar distinto .
— Es horrible. Yo quisiera saber cuándo va a ser el día que colectivamente nos demos cuenta, por más que sea de uno en uno, cuándo ese día se va a empezar a torcer la brújula hacia abajo, a que empecemos a bajar, a que la intolerancia no sea tanta, a que podamos escuchar. Yo recién tomé un taxi y por poco me mata el hombre, pensábamos de una manera diferente. Nunca me escuchó, nunca pude hablar. "No, porque la gente, la gente", yo no soy la gente, quiero hablar de mí. No hubo forma, el hombre estaba…

— ¿Por la política, por temas políticos?
— Sí, sí, sí. El hombre estaba indignado. Y yo no llegué a exponer mi punto de vista.

— Claro, y era esto. Cómo viviste el cierre de tu proyecto de ballet que dependía del Estado.
— Y, cómo un gran retroceso cultural. Porque yo tardé cinco años, con todo el Estado adentro, para formarlo y el esfuerzo fue enorme, pero es lo que menos me importa porque lo volvería a hacer. Yo quería, porque yo siento que Argentina puede hacer mucho más de lo que estamos viviendo. Entonces después de 200 años de democracia, no sé si es porque yo fui a bailar afuera y siempre sentí que en cualquier país coherente tenés un ballet o real, de monarquía todavía en algunos pocos lugares, o un ballet nacional. Y debajo de todo eso tenés un ballet provincial, municipal, lo que sea. Nosotros como siempre vamos al revés de la historia, primero tuvimos el municipio, que era el Colón, y algunas provincias, pero nunca nada a nivel nacional. Entonces yo siempre luché por tener algo que sea también como un gran ordenador artístico dentro de la Argentina. Porque que haya una unidad, que haya un criterio que tenga que ver con algo que el que baila en Mendoza y el que baila en Buenos Aires también tengan algo en común, que no sean dos entes aislados como son hoy en día que prácticamente podría ser Chile y Mendoza porque no tiene idiosincrasia, no tiene todavía arraigo a una cultura clásica de ballet.
Y bueno, la ley está por suerte, que espero que nadie la vete, pero la ley está en Cultura, que es una ley de Alfonsín del año 86 donde existe la creación como organismo del ballet nacional. Empezamos en Desarrollo porque en ese momento con el gobierno anterior había seguramente muchas más posibilidades económicas de ir por el interior. En ese momento todavía no era Ministerio, era Secretaria de Cultura. Y fuimos con el Ministerio de Desarrollo, hicimos todas las audiciones por el interior. Cuando el ballet se constituye y se arma, y en cierta forma se profesionaliza, y se lo transfiere finalmente a Cultura para hacer uso de la ley, lo cierran. O sea, tampoco entiendo la lógica. Porque si no había dinero pasarlo a Cultura para hacer uso de la ley, con una sede hecha que ninguna compañía de Buenos Aires había obtenido tener. Con cincuenta producciones hechas, toda una ropa que hoy en día a dónde va a ir a parar. Yo creo que es como formar un hijo y después no quererte hacer cargo.

—Pero digo, ¿eso es que no saben o que es un modo deliberado de negar esta posibilidad del ballet nacional?
—Yo no quisiera pensar tan mal de parte de ellos que no quieren tener… ¿no saben o qué?

—O fue una decisión deliberada de…
—¿De no tener un ballet nacional en un Ministerio de Cultura? No quisiera creer que pueden llegar a tener ese pensamiento. Quisiera creer que no encontraron la forma, como me han dicho, económica de sostenerlo.

—De afrontarlo.
—Ahora, yo traté de explicar, yo vengo de un país donde es totalmente liberal. Entonces cualquier lugar, cualquier posibilidad artística y escénica en el Reino Unido vos tenías la obligación de que sea un 51% público, para sostener justamente qué, a los trabajadores que no queden sin su trabajo ni su salario, no te pagan aguinaldo ni…

—Olvidate.
—Nunca cobré un aguinaldo en mi vida. Pero bueno, que tengan la dignidad de su trabajo. Pero tiene que ser lo suficientemente relevante para que el 49% pueda venir de los aportantes privados. O sea si no es bueno no va a venir aportes exitosos en cuanto a los números como para que se pueda desarrollar el espectáculo acorde a las necesidades que el Covent Garden necesita. Pero de esa manera también es absolutamente exitoso y no es deficitario para el Estado, porque solo un 51% de todos esos gastos son los que son subvencionados por el Estado. O sea hay miles de formas. De hecho Cultura tiene una ley de mecenazgo en Nación que tampoco todavía nunca se aprobó. Hay tantas formas también de querer ayudar a la cultura en un país. Donde viniendo más grande creo que hasta es más importante que la educación. Porque vos a un ser humano, a un argentino, le quitás el mate y le quitás una forma de reconocerse en sí misma. Y yo creo que eso realmente es la cultura, es la paideia de un pueblo.

Iñaki Urlezaga junto a la entonces presidenta Cristina Fernández y el entonces secretario general de la Presidencia durante la inaguracion del Teatro Lírico de Misiones en 2011
Iñaki Urlezaga junto a la entonces presidenta Cristina Fernández y el entonces secretario general de la Presidencia durante la inaguracion del Teatro Lírico de Misiones en 2011

—Pero dijiste algo que me parece que voy a repreguntarlo directamente, ¿vivimos hoy un momento de retroceso cultural?
—Yo creo que en muchos aspectos sí. Porque no creo que solamente la política del ajuste sea ordenar el país. Yo creo que eso es en lo que yo no convalido, porque sí convalido que por ahí tristemente porque somos, ¿cuántos somos? ¿44 millones de habitantes? Para mí estamos todos adentro del bote, es muy difícil sacar a quién. Yo no tendría capacidad para hacerlo como humano. Pero sí entiendo desde toda la vida en nuestro país que muchas veces el Estado, históricamente, fue un aguantadero de gente que no quiere trabajar. Pero porque eso yo lo vivo desde que tengo 8 años. Con todos los gobiernos. Entonces si no trabajás me parece que no corresponde tampoco que el Estado te dé a modo de un subsidio pero que en realidad es un sueldo cuando debería ser ejercido con idoneidad, profesionalismo y bueno, ejemplaridad. Entonces creo que hay ciertas cosas que sí se pueden reestructurar y reformular y hacer de lo público algo de excelencia que hace muchos años que la palabra "público" en nuestro país está devaluado. No sé si coincidís conmigo pero en muchos aspectos tristemente lo es.

Ahora, si el ajuste es cerrar un ballet nacional, ahí no convalido. Porque había sesenta bailarines, no había quinientos que cuatrocientos veinte no trabajan, había el número justo como para poner El lago de los cisnes en escena. Y si encima, porque gracias a Dios, vos sos abogado, pero nuestra virtud de, cómo se dice, la Constitución, la posibilidad que te brinda Cultura de Nación es que en la Constitución está dicho que el Estado se tiene que encargar de ofrecer cultura, salud y educación pública y gratuita. O sea era la única compañía que le podía dar la posibilidad a cualquier espectador, a cualquier persona que quiera ver un ballet, de llegar a ver El lago de los cisnes sin tener dinero a cambio, porque no tenía que pagarlo para ver. Y no por eso tenía que ser de mala calidad.

—Y con éxito de público, porque cada vez que se hizo…
—Entonces eso es a mí lo que me daña, el haber vivido un ballet por ejemplo que en la misma platea existía la persona que, no sé, me habría visto a mí bailar toda la vida, existía la persona que nunca había tenido la posibilidad de ver El lago de los cisnes, pero también existía la posibilidad del ser humano que nunca había podido entrar a un teatro, y lo estaba logrando. Y yo creo que eso también es el ascenso cultural de nuestro pueblo.

—Iñaki, qué te pasa cuando ves en la tele, porque sé que ves y estás informado y sos un tipo muy inteligente, cuando ves los artistas "flan" o "quiero que la pasen mal para que no vuelvan nunca más".
—Terrible. Primero que es un pensamiento de actor, porque me parece que el actor tiene que estar por encima de la grieta, en todos los aspectos de la palabra. Y me parece que tampoco ayuda a dar un buen mensaje. Porque me parece que reaviva más la grieta y reaviva más algo terrible nuestro que es el peronismo y el antiperonismo, el unitario y el federal, y es algo muy arraigado a nuestro ser. Entonces yo creo que si realmente no se piensa en algo realmente para poder empezar a convivir en democracia entre todos no vamos a salir nunca adelante. Volverá Cristina, seguirá Mauricio, vendrá el otro, y seguirá siempre el antipatria y el gorila, la persona de frase detestable, y cosas viejas que estamos discutiendo que en el mundo no existen más. ¿Robó ? Que vaya preso. ¿Hizo las cosas mal? Que se vaya. Lo que sea, pero con transparencia, y no de un lado o del otro. Porque no existe en realidad la dualidad.

—Hablemos a futuro, ¿te imaginás papá?
—No.

—¿Ya está, ya decidiste que no?
—Hoy no.

—Mañana charlamos.
—Y mañana vemos, qué sé yo, cambia el mundo puedo cambiar yo. Nada es para siempre en la vida, me estoy despidiendo te digo capaz algo más baile. No, no tengo la templanza de un padre. Yo me acuerdo que tuve una sola charla con mi papá ,estaba sacando el registro de conducir, y me dice "si yo me hubiera hecho todas las preguntas que te estás haciendo vos ,jamás hubiera tenido", es posible. Y yo necesito preguntarme. Yo no lo sé todavía. En esta vida, en este formato no entra un perro, no entra un gato, menos va a entrar un hijo.

—¿Sin metáfora, no entra un perro, no entra…?
—No entra un perro, no entra un gato.

—Pero por qué no.
—Porque no estoy en todo el día en mi casa, ¿qué hago con la criatura todo el día, pobrecita? Y yo digo tener una mascota, yo vivo solo, ¿y no verla nunca, sacarla cinco minutos a la noche a hacer pis? Y qué, ¿voy a traer un hijo al mundo así? ¿Para que odie? Debo tener varios en el mundo ya igual, no hace falta (risas).

— ¿Padeciste bullying, discriminación?
— No.

—Nada.
—Nada. Yo era muy chico, vine al Colón, llegaba 13:30 a La Plata, o sea llegaba media hora más tarde, y ya venía con las zapatillas de media punta del teatro. Y no, y venía el chico que era la estrellita, venía la persona que venía al Colón y para los platenses el Colón era mucho. No, no porque no haya sabido que mis compañeros sí lo han sufrido, tengo compañeros que guardaban las zapatillas en la mochila y no decían que eran bailarines.

—¿Eso cambió un poco?
—Poco, muy poco todavía. Porque de nuevo, es algo muy nuestro. Entonces cuesta mucho una sociedad evolucionar. A los seres humanos… Seguimos discutiendo los mismos problemas de hace 2.500 años atrás. O sea va a cambiar muy lentamente. Está más abierta la sociedad en todos los aspectos, pero yo lo veo que en ciertas costas cuesta.

—Y con tus compañeros de escuela primaria, digamos, al principio imaginaban a éste qué le pasa, se cree que va a bailar en el Covent Garden, que va a estar en el Royal Ballet.
—Los veo poco. Hay uno que es director de cine, hay una mujer que es maestra que es directora de escuela. Los veo poco, pero porque soy yo el que no está en La Plata mucho.

—Claro. Bueno, y así ya en la gloria, en el aplauso.
—¿En la gloria de qué?

—Y, sos un tipo muy admirado.
—La mejor frase: la fama es puro cuento.

— ¿Cuál es el sentido de la vida?
— Ser feliz. Atreverte a disfrutar lo que quieras ser.

—¿Te está pasando?
—Hace varios años. La adultez me la trajo un poco la claridad, hace muchos años que hago meditación y autoconocimiento. Yo tuve una época de mucha juventud donde yo sabía que había algo adentro mío con lo cual yo no conectaba. Raro, una persona que baila, una persona que quiera entender las pasiones humanas, que quiera entender de qué se trata el otro estaba demasiado puesta la mirada en el otro y no tanto en mí. Y había una parte dura en mí que yo no podía tener contacto, que tenía miedo de mirar para adentro. Hasta que un día tuve una pareja y vi grandes cambios, entonces llegué a esa persona que había cambiado tanto y conocí a esta maestra y me cambió la vida porque empecé a meditar, empecé a respirar, empecé a serenarme, y empecé a darme cuenta que el miedo era lo que no me gustaba de mí.

—Es que ese me parece que es un poco el, no mirar tanto, no estar tanto posado en la mirada del otro sino en la mirada propia hacia adentro.
—Exacto. Y eso es lo que te enseña la meditación. A mí no me pasa poner la mente en blanco ni realmente elevarme ni iluminarme, tengo muchos momentos mambos juntos. Pero al menos los transito, los veo. Siempre son los mismos, todavía, o sea que no pude superar ninguno, pero sé cuáles son, sé por dónde están y sé que tal vez no pasa nada que estén. Que un día están más tranquilos, un día están más álgidos, hay días que me puedo dominar a mí, hay días que no. Pero es poder ver, es poder ver. Es ver esa relación entre lo que está bien y lo que está mal no importa tampoco sino que es una cosa y es la otra.

—¿Qué aprendiste corriéndote y poniéndote en Romeo?
— ¿Poniéndome en Romeo? Y, Romeo es divino porque es una persona que hace lo que quiere en la vida y que podía vivir todas las pasiones juntas. Él elige morir por vivir al lado de la mujer con la cual sabe que no va a ser feliz realmente para el afuera pero él sí es feliz. O sea, que elige morir por amor. No hay nada más lindo que poder vivir tu pasión, cualquiera sea, eso yo creo que es el contacto con uno mismo. Pero no lo digo estúpidamente, digo, no lo hablo desde la autodestrucción, lo hablo desde el sentido de reconocer qué es lo que realmente a vos te hace bien y si verdaderamente te hace bien que no te importe el afuera. Porque si realmente te hace bien no te va a destruir, vas a ser feliz, aunque el otro no lo convalide.

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