Lilian Obligado, el tesoro escondido de la ilustración argentina

"Todo mi vida he dibujado. Nací con el lápiz y el pincel", dice la mujer que dibujó las emociones de toda una época. Hoy, con 86 años, tiene su primera exposición en Buenos Aires, una retrospectiva de su extensa obra. De visita al país, tras un largo viaje desde su casa en Suiza, habló con Infobae

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(Martín Rosenzveig)
(Martín Rosenzveig)

Cuando Lilian Obligado llega al Museo Histórico Nacional, entra por la puerta de la calle Defensa. Desde allí se ve la extensa Avenida Caseros que con su boulevard francés se mete de lleno en el edificio construido a fines del siglo XIX, choca, se incrusta y los adoquines parecen las esquirlas. Lilian Obligado entra al Museo instalado en el Parque Lezama, sube las escaleras acompañada de sus hijos y recibe el cálido saludo de la multitud. Son las siete de la tarde de un jueves soleado que empieza a oscurecer pero para esta dibujante e ilustradora de 86 años la noche recién empieza.

Camina despacio, sonríe y, acompañada por la marea de gente, baja hacia el subsuelo —otra vez las escaleras— al espacio dedicado exclusivamente a ella. Es la inauguración de Trazos de vida, una retrospectiva de su obra y la primera vez que expone en Argentina, pero también la inauguración del festival Viñetas Sueltas donde las historietas, los cómics y las ilustraciones toman el protagonismo. Más de 300 dibujos entre bocetos, originales y tapas de libros infantiles de su autoría funcionan como el contrapeso de tanto dibujo posmoderno, de tanta vanguardia, de tanto color digital. Mirar cada cuadro es comprobar el poder de un clásico. Más de una generación entenderá de lo que hablo.

(Martín Rosenzveig)
(Martín Rosenzveig)

"Me parece muy interesante y variada la muestra —dice con su voz suave a Infobae—, no es como esos museos que uno a veces va y están todos los próceres parados y todo eso. ¡Esto es divertido! Y el video está buenísimo, lo estaba mirando recién, pero ahí tuve que posar horas".

Lilian está sentada en una silla estilo inglés. El pelo blanco plata, tirado hacia atrás por una vinchita negra, y los labios pintados de rosa chicle haciendo juego con su pullover. Su humor es magnífico y, de tanto en tanto, se disculpa: "Uy, se me está yendo la memoria". Lo comenta con gracia pero luego, tres segundos después, esa memoria aparece como un mapa detallado.

"Hace seis meses que no venía a Buenos Aires. Me fui muchas veces de Argentina. He vivido en Estados Unidos cuando era chica, volví a la Argentina, después he ido y venido permanentemente. Después me fui a Suiza, me casé, pero iba y venía". Su obra es difícil de reunir porque ha sido desplegada por lugares inhóspitos. Se ha caracterizado por ilustrar libros, ya sea en tapas o en su interior. Sus dibujos están enlazados a la infancia de miles de niños que hoy ya son adultos. Por su estilo, es fácil de reconocer. Animales graciosos, sonrientes o preocupados, niños rechonchos y pecosos con sus clásicas vestimentas; colores pastel, la luminosidad como perspectiva y una nostalgia al siglo XX que se vuelve insoslayable.

Sus primeros dibujos aparecieron en 1956 en El diario de mi amiga, una colección de cuentos de la editorial Abril que contó con guionistas como Héctor Oesterheld y Conrado Nalé Roxlo y con ilustradores como Alberto Breccia y Hugo Pratt. Esa era la época, tiempos postperonistas que se negaban a dejar la impronta paternalista del arte, ese abrazo a las generaciones nacientes: el futuro es de los niños.

(Martín Rosenzveig)
(Martín Rosenzveig)

"Todo mi vida he dibujado", dice y larga una risa lábil. "Nací con el lápiz y el pincel", completa. "Soy de Buenos Aires pero enseguida me llevaron a vivir al campo, ahí en la Vuelta de Obligado. Desde chiquita, ahí vive cuatro años. Después mis padres se divorciaron y yo me fui a vivir con mi abuela. He viajado muchísimo porque mi padre siempre andaba de acá para allá, y me llevaba a cuestas el pobre". Su familia es una parte importante de su vida, casi que se podría decir que era inevitable su futuro de artista. Su abuelo fue Rafael Obligado, el poeta del Paraná, parte de la Generación del 80, fundador de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y autor del Santos Vega (1885), obra cumbre de la literatura argentina. Su tío —hijo de Rafael— fue Carlos Obligado, doctor en Filosofía y Letras (fue decano de dicha facultad), crítico, traductor y autor del poema patriótico Marcha a las Malvinas (1940). Su padre, Jorge Obligado, escribió The Gaucho Boy en 1961 que ella ilustró, un libro que los norteamericanos sintieron como una ventana hacia nuestras costumbres pampeanas. "Desde chiquita dibujaba y vivía en una familia de literatos. Mi familia siempre fueron pintores y muchísimos escritores. Casi todo el mundo de mi familia era poeta o algo así. Así que eso ya viene mamado, como se dice".

“The Gaucho Boy”
“The Gaucho Boy”

Jorge Obligado viajaba y viajaba y su familia iba con él. Un día, mientras trabajaba en los estudios Warner, le presentó a Lilian a Walt Disney. ¿Qué niño no querría conocer a uno de los artífices del cine de animación infantil? En aquella estaban rodando Bambi, el quinto clásico de Disney —primero fue Blancanieves y los siete enanitos en 1937, la siguieron Pinocho, Fantasía y Dumbo—, y corría el año 1942. Toda esa historia trágica del ciervito en el bosque le sirvió de conexión a su vida cotidiana: "El campo es muy importante para mí porque gran parte de las cosas que he hecho provienen de ahí. Muchos animales, siempre los dibujaba. Generalmente iba siempre al zoológico o al campo para verlos. Me gusta mucho trabajar con la realidad. He hecho mucho ilustración de naturaleza y de toda clase de bichos y víboras. Eso sale mucho mejor cuando puede sacar algo de la realidad, más vivo", le dice a Infobae, quien puso dibujos en más de 130 libros para editoriales como Viking, Simon & Schuster, Random House, Golden Press, Western Publishing, Holiday House, Guild Press, Doubleday, Abelard, Flammarion y Gallimard. "Trabajé muchísimo el natural de la vida. Agarraba a mis chicos para retratos de los personajes de mis libros. En el campo eran todos los chicos que no querían posar. '¡Ay qué aburrido, mamá!', me decían. '¡Ahí está mamá con el lápiz! ¡Vámonos que nos va a hacer posar!' A uno de mis hermanos en Estados Unidos le pegaba cinco centavos de dólar en aquella época para que se sentara y me posara un rato. Me decía: 'Me estás pagando poquísimo'".

(Martín Rosenzveig)
(Martín Rosenzveig)

"Esta muestra es un honor para mí, es muy agradable ver la diversificación. Yo hice cosas muy distintas, muy variadas. Verlo contra la pared, es muy agradable", comenta y luego de recorrer la exposición con sus bastones, de cantar las canciones estadounidenses a las que hacían alusión buena parte de sus dibujos por encargo, de saludar a cuanta persona se le acerque, se refiere a la juventud, a los chicos que, al igual que ella, pensaron en la posibilidad de ser ilustradores profesionales, en vivir de dibujar, entonces esboza una suerte de consejo: "Yo les diría a los más jóvenes que hay que tener mucha perseverancia. Uno tiene que trabajar muchísimo. Yo siempre estuve pintando y dibujando, y me daban encargados, pero más adelante en mi vida me venían a pedir si quería hacer tal libro, tal tapa o si me gustaba el tema. El consejo es que, si les gusta, que sigan adelante, que traten de poder mostrar sus dibujos y sus obras, para que puedan salir adelante, que la gente vea sus trabajos. Es importante mostrar lo que uno tiene, y dibujar todo el tiempo. Salir adelante, porque si uno se queda sentado en su casa dibujando no va a ir a ningún lado".

(Martín Rosenzveig)
(Martín Rosenzveig)

Dibujar, nunca parar de dibujar; pero también salir, moverse, evitar la quietud, mirar. Observar lo real que nos rodea, nunca perderlo de vista. Hace unos días, Lilian estaba en su casa de Suiza, una de las tantas que casas que ha tenido, pero esta vez la definitiva. Estaba esperando que llegue este día, entonces se tomó un avión y aterrizó en Buenos Aires para ver su obra reunida. Una obra fundamental y cotidiana para tantas generaciones. Lilian ya no dibuja, tras un accidente decidió dejar de hacerlo. Tiene 86 años y ya no lo necesita. ¿Para qué más? Sus trazos contienen mucho más que su vida. Sus trazos han dibujado las emociones de toda una época.

Trazos de vida
Lilian Obligado
Hasta febrero de 2018
Museo Histórico Nacional
Defensa 1600 – CABA
En la Noche de los Museos: sábado hasta las 2 AM
Entrada libre y gratuita

 

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