Cómo descubrí que mi abuelo era un asesino

Matías Méndez

Compartir
Compartir articulo

"Supe que mi abuelo fue un asesino", escribe en las primeras líneas de su primera novela Julio César Crivelli. Inexorable es el título del libro que Editorial Biblos distribuye en estos días. La palabra es exacta y trae consigo una pregunta. ¿Qué se hace con lo inexorable? ¿Cómo se afronta lo irremediable? ¿Cómo se lleva sobre las espaldas un secreto familiar durante toda una vida? La respuesta de Crivelli fue escribir: "El secreto familiar es una ruptura en la cadena causal, una ruptura en la conciencia, una crisis insalvable de la identidad. Todo secreto genera una víctima".

Crivelli es abogado, pero su pasión está en el arte (es coleccionista y presidente de la Asociación de Amigos del Museo de Bellas Artes), la historia y la mitología. Quizás por todo eso su impulso —así lo califica— haya sido apelar a las herramientas de la ficción para construir una novela conmovedora. La historia de su abuelo, un sirio con apellido español que llegó a la Argentina  proveniente de Génova junto a su hermano Seúl para instalarse en el interior de la provincia de Buenos Aires y establecer un almacén de ramos generales que en realidad contenía una suerte de banco organizado a través de libretas rojas y negras; las rojas eran los deudores y en las otras iban los prestamistas.

El autor no limita la historia a sus recuerdos familiares. Por el contrario, su texto abre el camino a conocer cómo fue el encuentro de los inmigrantes con aquellos que ya estaban establecidos en la tierra de la pampa, así como a reflexionar sobre el mundo familiar edificado sobre secretos y a echarle un vistazo a la política argentina de comienzos del siglo XX. Así narra la experiencia a Infobae.

—Usted cuenta que en los primeros días de su infancia hubo un encuentro breve que le marcó su vida. Tenía tres años y su padre lo llevó a conocer a su abuelo. ¿Siente que este libro lo comenzó a escribir en ese momento?

—Probablemente, sí. Creo que hay veces que hay conexiones que trascienden lo hablado, porque en esa reunión, a los tres años, no hablé con mi abuelo, una persona tan misteriosa y tan compleja. Solamente me miraba, me acuerdo de él canoso, con ojos azules y yo estaba sentado jugando con autitos; él me miraba y esa fue la reunión, que era una reunión casi prohibida por mi madre.

—¿Esa es una vivencia que llevó usted toda su vida como recuerdo de la primera infancia?

—Así es, persistió con una enorme curiosidad que llegó hasta ahora que escribí esta novela y que decidí recopilar, por un lado, todas las noticias que fui colectando sobre él a lo largo del tiempo y, por otro, no sólo esos hechos, sino esa personalidad tan compleja, tan doble, que parecen esos seres griegos que luchan contra algo pero están destinado al fracaso y a la desgracia. Desde el inicio, él está signado por un alma enferma y tiene todas estas cosas de las matemáticas y de la Biblia, con lo cual pretende una elevación espiritual, pero finalmente se transforma en un financiero. Los financieros son matemáticos que perdieron el alma (se ríe). Tienen la misma intuición de un matemático, pero, en vez de apuntar para arriba, apuntan al horizonte; los matemáticos apuntan para muy adelante y los financieros para pasado mañana. Se transforma en un hombre de poder a partir del dinero, porque él en Argentina no tenía ni familia ni prestigio social y entonces lo que hace es juntar dinero.

—¿Él creía que el dinero era el poder?

—Estaba convencido —a juzgar por los hechos como los he interpretado— de que el dinero le daba poder y que el poder le daba libertad, que era su obsesión. Imagino que con el dinero estaba haciendo una muralla cada vez más ancha en el medio de la cual él gozaba de su supuesta libertad, que, finalmente, era mentira, porque termina arruinando esta libertad.

—¿Por qué eligió contarlo con una ficción?

—Quizás porque no fue un acto electivo, fue un impulso. Quería escribir y lo escribí así. Quizás haya sido porque era mejor contar de un modo ficcional que con los hechos crudos. Hay muchas cosas que están supuestas, hay muchas que son interpretaciones y las interpretaciones siempre salen del alma del autor. Las interpretaciones no sé si son así, son cosas que yo pienso, no sé si lo pensaba él.

—En todo caso, tampoco importa…

—Tampoco interesa. Yo veo en la vida de él esa lucha contra la adversidad de su propia ambición de poder. Es derrotado en sucesivas batallas, siempre intenta pero siempre pierde entre la elevación espiritual y el materialismo. Esa historia no sé si es real, es una interpretación.

—Más allá de eso, ¿cómo trabajó un texto de ficción con los secretos familiares que lo acompañaron toda su vida?

—Por lo menos en mi vivencia, un secreto familiar así, importante como este, que es un abuelo con una vida tan compleja, con muchas muertes, muertes políticas, por dinero y por amor; su alrededor es violento y también tiene esa cosa que él, finalmente, es un hombre del intelecto, no del espíritu, del intelecto utilitario y su hermano es la fuerza. Parecen esos dobles de la historia que en el fondo son una sola persona. Son dos caras de una misma moneda. Cuando hay un secreto tan importante y tan grave, es como que uno no supiera nada, porque en el medio de la historia de la conciencia, en el sistema de historia que armamos para saber quiénes somos, hay un lugar en que hay un precipicio, hay un gran agujero y hay dos extremos que no se pueden conectar entre sí y esto es la causa de la persistencia en averiguar y en saber.

Recuerdo que tuve un sueño y que cuando me desperté tenía la más absoluta certeza de que mi abuelo había matado a alguien

—¿Tiene presente el momento en que se le reveló ese secreto?

—Sí, tenía trece años. Cuando hay cosas importantes en la vida, uno tiene ese momento y tiene suposiciones, y las suposiciones se le mezclan con la verdad. El asunto es así: recuerdo que tuve un sueño y que cuando me desperté tenía la más absoluta certeza de que mi abuelo había matado a alguien y que la historia de que se había ido a París eran todas cosas que se habían inventado en la familia para disimular un dato terrible. Me desperté con mucho temor y con mucha angustia. No sé si en ese momento pensé en el sueño de Jacob, o si el sueño me conectó con el sueño de Jacob, o si lo asocié posteriormente. Sí sé que fue un sueño y yo tenía la certeza de que mi abuelo había matado a alguien y esa era la causa de todas las confusiones, las idas y las vueltas. Primero, tenía angustia por el sueño y después, miedo. Me pasé un día con miedo, fui al colegio y a la tarde al profesor de inglés y alemán, y a la noche, en la mesa familiar, me animé, como quien se tira al agua cuando hace mucho frío, y dije: "Tengo la certeza de que mi abuelo mató a alguien". Lejos de producirse la represión que yo imaginaba, fue como si destapara una olla a presión y ahí fue como todos los que habían pasado la vida contando cuentos y fantasías que no eran verdad para ocultar la verdad, fue como que se liberaron. Y ahí empezaron a venir los distintos cuentos y las explicaciones. Yo sólo tenía indicios: un inmigrante gana mucho dinero, hace un banco, se lo incendian. Eso no era normal, hay que odiar mucho a una persona para incendiarle su negocio. Dice que lo persiguen los militares, es altamente probable porque financiaba al Partido Radical. Se exilia en París 12 años. Tampoco eso es frecuente, la gente se exilia dos o tres años. Todo era inconsistente.

—¿Tenía dos familias?

—Sí, una con seis hijos y otra con cinco. Un tío mío se dio cuenta de que había dos familias y en un momento lo dice; a partir de ese momento es perseguido.

—¿Por eso el narrador dice que tiene cierta empatía con ese tío que se llamaba Saúl?

—Así es. Saúl sufrió una represión gravísima, lo mandaban abajo del pozo y él persistía en su rebelión. Se había conseguido un cajón de lustrar zapatos y se iba al medio de la plaza a lustrarle los zapatos a la gente, lo que era un desafío para su padre.

—¿El libro también puede leerse como una historia de la inmigración en las provincias argentinas?

—Hay una historia tremenda de la inmigración en la Argentina que está, probablemente, en la raíz de muchas de nuestras tribulaciones y frustraciones como el gran país que éramos y no fuimos. Evidentemente, hay muchos componentes que se ven en el libro, por lo pronto, inmigrantes que llegan con la tierra prometida y a los cuales no se les da la tierra porque está ocupada por los inmigrantes que llegaron antes. Los inmigrantes que llegaron antes, que son una clase alta desarrollada, no se animan a dar el paso siguiente en el crecimiento capitalista, que es el capitalismo industrial, el financiero, el de los servicios.

Lea más:

—Inclusive parecen negarse a hacer productivas esas tierras.

—Claro, se quedan en esas enormes hectáreas muy conservadores, aferrados a eso.

—¿Cuando llegan los nuevos inmigrantes, son una molestia?

—A tal punto que se genera La Liga Patriótica, que es una cosa muy cómica si no fuera trágica: una liga que está en contra de los inmigrantes en la Argentina, en este país donde todos somos inmigrantes. En realidad, La Liga es el brazo armado de una clase alta que teme a esta inmigración que llega y que no le quiere dar lugar. Teníamos la fuerza de trabajo del agro más importante del mundo, que venía con todo su conocimiento y su entrenamiento y muchos de ellos quedaban siendo peluqueros o almaceneros, desperdiciando todos sus talentos en las ciudades porque en el campo no tenían posibilidad.

—¿Él creía en alguna ley? Si lo hacía, ¿en cuál era?

—Tenía como dos personalidades, él creía que creía en ese costado del desarrollo matemático como elevación espiritual, que tiene mucho que ver con el Oriente próximo. Es un personaje muy misterioso, tiene un apellido español, habla como un español pero viene de Siria y su hermano se llama Ramón. Tiene ese lado que es una ley, pero es un fracaso en él. Su única ley existencial y verdadera es este aumento de la frontera del poder, dentro del cual se realiza la libertad. Como una polis griega; la polis griega es una muralla, hay un ejército, nadie puede entrar ahí y en el medio se desarrollan la democracia y la libertad.

—¿Qué entendía por libertad?

—Poder hacer lo que quisiera con todos los demás. La libertad para él era el poder, entendía el poder como el ejercicio de su propia voluntad sobre todos los demás.

—¿Cree que le quedó algo por conocer de su abuelo?

—Seguramente, sí. No creo que haya llegado a la personalidad de él, creo que conocí los hechos y armé con esos hechos tan curiosos, tan especiales, tan raros, un sistema de unión que es la personalidad de él que está relatada en el libro, pero que yo no sé si es la personalidad de él.