"Buena Vista Social Club: Adiós" es una secuela débil sobre el son cubano

Por Alan Zilberman

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A un año de su lanzamiento, el álbum de 1997 Buena Vista Social Club se convirtió en un fenómeno mundial. En 1996, el guitarrista Ry Cooder reunió a los músicos más talentosos de Cuba, muchos de ellos bien adentrados en sus 70s, y los invitó a tocar el tradicional estilo del son. Años más tarde existía una obra del cineasta alemán nominado al Oscar, Wim Wenders.

Buena Vista Social Club: Adiós es una secuela de esa película de 1999 con la cineasta inglesa Lucy Walker en reemplazo de Wenders, quien funge como productor ejecutivo. Sin ningún dirección, Adiós es una continuación frustrante que todo el tiempo intenta reafirmar su relevancia.

Desde el lanzamiento de la película original, Cuba ha cambiado significativamente. Al abrir con noticias sobre la muerte de Fidel Castro, Walker señala que en el país caribeño hubo una transformación radical, y luego nos sumerge en escenas de la Habana moderna. Durante la primera mitad de la película se vuelven a presentar muchos de los músicos principales de la primera, junto con fanáticos que dan testimonio de su genialidad.

Entre los personajes más llamativos se destacan Ibrahim Ferrer y Omara Portuondo, los apasionados cantantes que ayudaron a dar su punto conmovedor a la primera película. La Buena Vista Social Club original cerró con una presentación en el Carnegie Hall en 1998 y Adiós continuó en el siglo XXI, incluyendo la presentación histórica en la Casa Blanca para el presidente Barack Obama en 2015.

Adiós pudo haber sido una reunión conmovedora y un curso refrescante sobre un género musical que no ha recibido mucha atención desde que la película anterior se desvaneció de la memoria popular. El problema es que Walker cuenta su historia con un estilo distraído e incoherente, y nos muestra mucho material de archivo que salta por el siglo XX con muy poco esfuerzo por en poner estos fragmentos en contexto.

Sus cámaras giran en torno a músicos individuales, sin mostrarnos cómo los artistas se unen en una fuerza musical única. El efecto parece una conversación con alguien demasiado emocionado por presentar a su grupo favorito. La confusión lleva al desinterés, incluso mientras los miembros de la banda se deleitan con su continuo éxito.

Otro aspecto decepcionante de Adiós es la música misma. La película de Walker no permite que nos detengamos en una canción entera y solo despliega fragmentos que transmiten la idea de una melodía y no todo su peso emocional. La balada inolvidable "Chan Chan", por ejemplo, llega sin la parte instrumental con que comienza, lo cual hace que la canción sea tan poderosa como la música de fondo de un restaurante. En otro momento alguien menciona el talento de Ferrer para la improvisación vocal, pero el clip que Walker elige para ilustrarlo es tan extraño que resulta difícil comprender qué hace que su presentación sea tan especial.

Adiós existe sobre todo para reforzar el legado de los músicos de la primera película, muchos de los cuales han fallecido en las dos décadas desde el lanzamiento del documental original, y que —se sugiere— han alcanzado el estatus de héroes populares. Algunos de ellos vivieron hasta sus 90 años, así que sus muertes no fueron una tragedia, pero Walker insinúa que el estilo del son cubano pudo haber muerto con ellos.

Omara Portuondo, Gilberto ‘Papi’ Oviedo en “Buena Vista Social Club: Adios.” Foto de Dragan Tasic, Broad Green Pictures
Omara Portuondo, Gilberto ‘Papi’ Oviedo en “Buena Vista Social Club: Adios.” Foto de Dragan Tasic, Broad Green Pictures

Como elegía, Buena Vista Social Club: Adiós es imperfecta, en gran parte porque pasa por alto la historia del país. Ni los músicos ni el documental son políticos; sin embargo, se siente que se desperdició una oportunidad de preguntarles a los personajes sus reflexiones sobre el lugar que ha visto tanto cambio y reverdecer, en especial en los últimos años.

Si Adiós hubiera tenido la paciencia de sentarse con comodidad a escuchar canciones por algo más que unos bares, podría haber inspirado a un nuevo grupo de fanáticos. En cambio, Walker nos deja con una imagen rota, no solo de estos músicos sino de lo que significan para sus compatriotas.