En Los Ángeles, el virus impacta a aquellos que menos pueden enfermarse

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Una tarde reciente de entre semana, poco antes de que los funcionarios relajaran las órdenes estrictas de quedarse en casa, los autos iban a toda velocidad por las autopistas de Los Ángeles cuando lo normal es que vayan a vuelta de rueda.

En Pacoima, un vecindario en el noreste del Valle de San Fernando, la mayoría de las tiendas con fachadas pintadas de colores brillantes a lo largo del bulevar Van Nuys estaban cerradas. No había fila a lo largo de un sendero de señalizaciones que anunciaban pruebas rápidas para la COVID-19.

En el condado de Los Ángeles, el impacto de la pandemia ha sido relativamente difuso para los millones de residentes que sufren en aislamiento en su conocida vasta extensión. Los confinamientos (unos de los más estrictos de la nación, reconocidos por salvar miles de vidas) han mantenido separados a los angelinos durante meses.

No obstante, recientemente, conforme el condado de Los Ángeles se ha convertido en el epicentro de la pandemia en Estados Unidos, la terrible ola ha reforzado el saldo de muertos inequitativo del virus, ya que impacta a comunidades de color que son más pobres. Los expertos afirman que la desigualdad profundamente arraigada es tanto un síntoma como una causa crítica de la abrumadora propagación de la COVID-19 a través del condado más habitado de la nación.

“El desafío es que incluso antes del incremento teníamos desigualdad en el condado de Los Ángeles y en el estado de California: teníamos brasas que ardían en partes de nuestra comunidad todo el tiempo”, dijo Kirsten Bibbins-Domingo, la vicedecana de salud poblacional y equidad en salud en la Escuela de Medicina en la Universidad de California, campus San Francisco. “Nuestra interconectividad es parte de la historia”.

Con base en un modelo que incluye casos no reportados, funcionarios del condado estimaron recientemente que uno de cada tres de los casi diez millones de habitantes en el condado de Los Ángeles ha sido infectado con COVID-19 desde el comienzo de la pandemia. Sin embargo, incluso en medio de un brote sin control, algunos angelinos han enfrentado un riesgo mayor que otros. Datos del condado muestran que Pacoima, un vecindario predominantemente latino que tiene una de las tasas más altas de casos en la nación, tiene casi cinco veces la tasa de casos de COVID-19 que la mucho más rica y mucho más blanca Santa Mónica.

Los expertos señalan una combinación de factores que ha causado que los impactos disparejos del virus sean trágicamente predecibles en todo el país, un desequilibrio que a menudo se magnifica en California.

Los trabajadores esenciales que se arriesgan a enfermarse en el trabajo es más probable que sean latinos y que vivan en casas sobrepobladas y en apartamentos sin espacio para aislarse, han dicho expertos durante toda la pandemia.

Es muy posible que sus trabajos (incluidos aquellos en bodegas, plantas procesadoras de alimentos, cocinas de restaurantes y fábricas) tengan un salario bajo y es menos factible que los trabajadores puedan tomar días de descanso cuando están enfermos.

“Es un doble golpe para estos trabajadores: COVID y desempleo o subempleo”, dijo Daniel Flaming, presidente de Economic Roundtable, una organización sin fines de lucro con sede en Los Ángeles.

El condado de Los Ángeles, desde hace tiempo plagado por un abismo entre ricos y pobres, tiene un sector de servicios particularmente grande que requiere que los trabajadores interactúen cara a cara con los clientes, mencionó Flaming.

“Los trabajadores latinos o afroestadounidenses, de manera predominante en trabajos de servicios, brindan atención a vecindarios más acaudalados donde hay más capacidad de consumo”, dijo. “Así que la polarización del ingreso es, sin duda, un factor”.

Mientras que el ingreso promedio por familia es de alrededor de 43.000 dólares en Boyle Heights, un enclave latino en el que residentes desde hace mucho tiempo han luchado contra la gentrificación, en Brentwood, hogar de las celebridades de Hollywood, el ingreso medio es de alrededor de 120.000 dólares. Uno de cada cinco residentes de Boyle Heights se ha contagiado de COVID-19, en comparación con uno de cada veinticinco de los residentes de Brentwood.

El senador Alex Padilla, quien fue designado este mes para ocupar el asiento dejado vacante por la vicepresidenta Kamala Harris, creció en Pacoima. Es hijo de un cocinero y una empleada de limpieza. Al ver los efectos disparejos de la pandemia, de manera particular en comunidades predominantemente latinas como en la que todavía viven sus familiares, aseguró: “No puedo evitar tomarlo de manera personal”.

Expertos afirman que el problema es que, una vez que la prevalencia del virus es suficientemente alta en cualquier vecindario, se ponen en riesgo todos los que viven ahí, incluso si las personas son cuidadosas y siguen los lineamientos de salud pública.

Edward Flores, un profesor adjunto que ha investigado los impactos de la pandemia en trabajadores del Centro Comunitario y Laboral de la Universidad de California, Merced, dijo que incluso a pesar de que California ha emitido algunas reglas destinadas a mantener a salvo a los trabajadores, con demasiada frecuencia no se han cumplido hasta que es demasiado tarde.

Ahora, a medida que los funcionarios del condado de Los Ángeles actúan de nuevo para permitir que los negocios reabran, expertos afirman que el reloj está corriendo no solo para vacunar a los trabajadores, sino también para implementar protecciones más firmes.

Esas deben incluir asistencia federal que vaya directo a los trabajadores de primera línea y a las comunidades afectadas, dijo Padilla, el senador.

“Estos no son cheques de estímulo, estos son cheques de supervivencia”, dijo.

Flores dijo que ha estado preocupado por el hecho de que la mayoría de los trabajadores que viven en Estados Unidos de manera ilegal han sobrevivido sin ayuda.

También ha estado frustrado, comentó, por ver tanta discusión sobre comportamientos individuales cuando desde hace tiempo ha quedado en claro que fuerzas sistémicas hacen que ciertas personas sean más vulnerables que otras.

“Nos enfrascamos en estas conversaciones sobre, bueno, que alguien no usa cubrebocas”, dijo. “Llevamos casi un año con esto y parte de mí se preocupa acerca de que realmente no hemos aprendido tanto como deberíamos haberlo hecho”.