Ante los 200 liberados de Nicaragua

Si nos pasara -a cualquier nación del continente- lo que los nicaragüenses padecen, aspiraríamos a la solidaridad internacional y a un activismo relevante de nuestros hermanos

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El avión que trasladó a los presos políticos liberados a EEUU (Reuters)
El avión que trasladó a los presos políticos liberados a EEUU (Reuters)

La libertad siempre es la libertad. Cuando se pelea por ella, todo logro debe ser afianzado. La libertad no tiene nunca asegurada su existencia. La libertad requiere de permanente militancia, entrega y sacrificios. Eso lo saben los demócratas, tanto en los países donde viven en libertad, como en aquellas batallas que se libran para recuperarla donde la han conculcado o la vienen correteando para achicarla. La libertad, cuando la cancelan, ya no es una abstracción, como sostienen los que la frivolizan al desmerecerla. Eso lo hacían ayer, el día que se la pierde se toma conciencia de la tragedia que se padece.

La liberación de doscientos “presos políticos” en Nicaragua solo merece ser acogida como una noticia que reconforta en el plano humano. Esa debe ser la lectura primigenia. Gente que recupera el derecho a vivir, a vivir sin temor, a que no le cercenen el derecho a la vida porque estuvieron adentro de un régimen que no dispensa garantías mínimas a los privados de libertad.

No es poca cosa, entonces, cuando esa amenaza se cierne como un dato cierto y se recupera la libertad ambulatoria sin esa espada de Damocles que tortura la conciencia y mata el alma. Claro, la ofensa, la expulsión, la degradación, todo eso duele, pero la vida que se logró recuperar -de estos nicaragüenses que arribaron a los Estados Unidos expulsados por la dictadura- es lo principal a visualizar por estas horas.

La historia nicaragüense demostró con creces el grado de violencia que ha procesado y los muertos que ya no están, siguen presentes en el recuerdo permanente de su pueblo, y son la prueba viviente de la desmesura, el despropósito y la alienación de una autocracia. No ha sido una dictadura liviana en estos menesteres, ha tenido momentos sangrientos, por eso lo de estas horas no es un asunto menor porque temimos lo peor.

Juan Sebastian Chamorro (REUTERS/Kevin Lamarque)
Juan Sebastian Chamorro (REUTERS/Kevin Lamarque)

Esas evidencias sobre torturas, tratos inhumanos y muertes a las que refiero las constataron hace tiempo grupos de expertos internacionales con autonomía técnica, organismos internacionales sin ideologismos de ningún tenor y las han verbalizado presidentes y autoridades de diversos países -inclusive de sesgo ideológico diverso- al levantar su voz al respecto. Lo han hecho fuerte y claro. No hay manera de llamarse a engaño. Lo de Nicaragua ha sido furiosamente doloroso y lapidariamente hiriente. Lo sabemos todos en América y recuerdos de otras liberaciones nos interpelan porque la noria tiene momentos mejores, pero siempre sigue su camino oscuro.

Por eso no confundamos el presente con el largo periplo de recuperación democrática que aún no se observa como algo tangible, verosímil y posible en el país del General de los hombres libres Augusto Sandino. Esa es una peripecia que lejos está por advertirse su luz inicial. Ni señales, ni camino, ni nada aún y eso es a lo que habrá que seguir reclamando en esa patria americana. Reclamando y reclamando. Como aconteció esto de las libertades de estas horas, habrá que insistir en esa militancia. Las dictaduras nunca conceden nada, solo la realidad las espanta cuando la realidad tiene la potencia para ello.

La lectura inmediata del acontecimiento, repito, es humana, es vinculada a la eterna historia del respeto a los derechos humanos que es tan relevante para nuestro continente y que, sin embargo, no siempre se logra estar a la altura de las circunstancias en la defensa de estos porque se analiza ese capítulo con ideologismos algo que no lo amerita. Por eso, esto que sucedió es lo que es: cierto respiro circunstancial pero no da para la celebración sino para seguir atentos y vigilantes ante el proceso que sigue padeciendo esa nación. Se está un poco mejor que ayer, pero no sabemos más nada. Las cosas como son. Obvio, el mejor deseo para el camino que viene lo tenemos todos, bueno fuera que tuviéramos que aclarar semejante aspiración.

Felix Maradiaga (REUTERS/Kevin Lamarque)
Felix Maradiaga (REUTERS/Kevin Lamarque)

Es probable que la tiranía bicéfala de Nicaragua con este movimiento obtenga cierta distensión interna por parte de los familiares de los sufrientes ex privados de libertad. Esas personas respiran un poco mejor por estas horas y sentirán que algo de paz ingresa a sus vidas. Es lógico, es humano y es comprensible. Pero lo que hay son “deportados”, a los que se les quitó la “nacionalidad”, todos ellos ya saben que su camino fuera de su país es su nuevo destino existencial. O sea, estamos ante una despresurización de la cabina de mando, no mucho más.

Todos estos ciudadanos -por el hecho de no coincidir o doblegarse ante el poder de turno- pasaron a una categoría horripilante tal cual lo hacía Roma con los que expulsaba de su dominio y los mandaba al exilio eterno. No es una situación como para estar feliz, repito, solo es un respiro.

No cabe presumir intencionalidades o buena fe ante en estos hechos, no hay como argumentar eso sin pruebas, pero como la intención no se juzga, lo que importa es el resultado y eso será un tema de analistas que procesen información de calidad en su debido momento. A los hechos habrá que seguirse remitiendo.

Es necesario no confundirnos: la autocracia nicaragüense continúa firme, hace movimientos para oxigenar algo su imperatividad y su violencia, pero nada cambiará de manera rápida con la mano de hierro que aplica la pareja Daniel Ortega-Rosario Murillo en el poder, a no ser que la comunidad internacional siga insistiendo, verbalizando y logrando aumentar la conciencia de todos sobre esta tragedia que allí se vive.

Si nos pasara -a cualquier nación del continente- tener que padecer lo que los nicaragüenses padecen, aspiraríamos a la solidaridad internacional y a un activismo relevante de nuestros hermanos.

Entonces, es un lugar común, pero una golondrina no hace verano en la noche de la negación por la libertad. No alcanza.

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