
La pandemia de coronavirus y las medidas de aislamiento que se tomaron en muchos países revelaron las desigualdades que existen en las escuelas. En Argentina, uno de cada cinco estudiantes de escuelas primarias no tiene acceso a internet en su casa, y casi un cuarto no cuenta con una computadora. En México, solo el 40 por ciento de los hogares tiene acceso a una PC. En los Estados Unidos, siete millones de alumnos de nivel primario y secundario no cuentan con acceso a internet en sus hogares.
Aunque la inequidad en el acceso a las herramientas digitales no es un fenómeno nuevo, la suspensión de clases presenciales en gran parte del mundo la hizo más evidente que nunca. Para analizar este tema, hablamos con cuatro especialistas en educación y tecnología de instituciones líderes de Estados Unidos y Europa.

danah boyd es investigadora principal en Microsoft Research, y fundadora y presidenta de Data & Society. Para ella, “la desigualdad es sistémica, no está enraizada en la tecnología sino que se amplifica a través de ella... cuando las escuelas entregan tecnología, a menudo asumen de forma ingenua que esto cerrará la brecha. Si un estudiante no tiene internet en casa, el dispositivo es inútil. Si el estudiante tiene miedo de ser asaltado en el camino de la escuela, la tecnología puede presentar nuevos riesgos". boyd agrega: “No podemos esperar que las escuelas resuelvan problemas sistémicos con una sola intervención. (...) La clave es pensar realmente en los diferentes estudiantes y adaptar las intervenciones que pueden ayudar a aliviar las desigualdades estructurales”.
La desigualdad estructural también se hace evidente en cómo algunos docentes valoran distintas actividades de los estudiantes. Sonia Livingstone, profesora de Comunicación y Medios en London School of Economics and Political Science, reflexiona sobre la investigación para su libro The Class: Living and Learning in the Digital Age (La Clase: Vivir y Aprender en la Era Digital), escrito junto a Julian Sefton-Green: “Esperábamos encontrar que la escuela dedicaba esfuerzos a superar las desigualdades pero, en cambio, encontramos maestros que elogiaban a los estudiantes que aprendían música clásica en el piano pero no a los que aprendían un instrumento folclórico”.

Livingstone comenta que “los niños de clase media tenían en sus casas la computadora y la conectividad que necesitaban para profundizar intereses escolares e individuales, mientras que los niños más pobres a menudo carecían de esos recursos”.
Jessica Taylor Piotrowski, profesora de Comunicación en la Universidad de Ámsterdam, propone: “Si un sistema escolar cuenta con la infraestructura para integrar smartphones a las lecciones y actividades de clase, pueden ser una gran opción para un aprendizaje más personalizado (...) Esta infraestructura incluye tener una red segura, presupuesto para contenido, desarrollo profesional para maestros y acceso inclusivo para todos los estudiantes”.
Pero Taylor Piotrowski explica: “Sin estos recursos, es probable que se produzca más interrupción que integración; en ese caso, parece que prohibir o limitar el uso es una opción mucho más razonable. El uso limitado debería estar acompañado por alfabetización digital (para maestros, padres y estudiantes) para ayudar a garantizar un uso inteligente”.
Piotrowski, además, duda “si se le puede pedir más a los docentes, que ya están sobrecargados con demasiados estudiantes, recursos insuficientes en el aula y oportunidades insuficientes para el desarrollo profesional”.

La desigualdad va más allá del acceso a los dispositivos. Mizuko Ito, profesora en la Universidad de California en Irvine, sostiene que un factor adicional es “la falta de aprecio de los adultos por el aprendizaje que los jóvenes pueden obtener mientras se dedican a sus intereses usando los recursos de las redes y los medios digitales". "Esta percepción ha cambiado con la crisis de COVID-19, que ha traído gran parte de la vida social y el aprendizaje en línea, pero los adultos han estigmatizado la participación digital de los jóvenes”, explica.
Según Ito, “esto significa que, incluso cuando los jóvenes aprenden lectura, matemática y resolución de problemas en comunidades de gaming y fandom, por ejemplo, los adultos tienden a ver estas actividades como una pérdida de tiempo" . "Esto es particularmente cierto para los intereses de los jóvenes que no forman parte de la cultura dominante y la cultura pop de las adolescentes, así que es importante reconocer ese sesgo”, agrega.
Livingstone coincide: “En The Class vimos una y otra vez cómo los jóvenes se perdían la oportunidad de perseguir sus propios intereses y profundizar su aprendizaje (...) especialmente en relación con sus actividades digitales, que los adultos descartaban o menospreciaban sin tomarse la molestia de descubrir por qué los jóvenes las encuentran interesantes o placenteras. Escuchar a los niños parece difícil para los adultos, pero es crucial”.
¿Qué cambios se podrían introducir en la educación digital? boyd cree “que los estudiantes necesitan comprender las diversas lógicas que sustentan nuestro mundo sociotécnico: cómo las presiones externas pervierten las herramientas que utilizamos; (...) por qué los periodistas están obsesionados con los clics; cómo se diseña y vende la publicidad digital (...); cómo se puede manipular la economía de la atención (...)?”.
Por ello, agrega: “El árbol nos tapa el bosque si nos enfocamos en enseñar a los estudiantes a programar. Al invertir la perspectiva para comprender las lógicas que sostienen el ecosistema digital, podemos ayudar a los estudiantes a comprender cómo está estructurado el mundo”.
Por su parte, Livingstone se pregunta: “¿No podrían las escuelas pensar en formas de abrir los recursos de la escuela a la comunidad, creando oportunidades extracurriculares para que los jóvenes persigan sus propios intereses (¿Fotografía? ¿Hacer gifs y memes? ¿Convertirse en un YouTuber?). ¡Quizás hasta puedan enseñar algo a sus padres y maestros!”.
Ito explica que esto “no significa que las escuelas tengan que transformar su plan de estudios tradicional, pero incluso algo como patrocinar un club de anime o un equipo de e-sports en la escuela, o incluso un maestro que tome o comparta un interés en la cultura popular con los estudiantes puede marcar la diferencia”.
Esto es clave, según Ito, porque “la escuela es mucho más que un sistema formal, y para los jóvenes, las relaciones y la pertenencia son esenciales para que les vaya bien en la escuela”.
La alfabetización digital también incluye fomentar oportunidades para la desconexión. Taylor Piotrowski que la escuela es un buen lugar para enseñar autorregulación. “Los medios son un espacio maravilloso para aprender, participar, conectarse y entretenerse. Y no deseo demonizarlos ni tratarlos como problemáticos. Pero como todo, el equilibrio es importante”.
Esta investigadora agrega que “expertos en medios y juventud hablan de una dieta mediática (similar a una dieta nutricional), y aunque quizás sea un ejemplo anticuado, todavía funciona. Si podemos modelar una relación saludable con los medios en nuestro mundo siempre conectado, podemos recorrer un largo camino para ayudar a los chicos y chicas a activar y desarrollar sus procesos de autorregulación”.

boyd concuerda con que el uso inteligente y saludable es crucial: “La misma tecnología puede ser una herramienta o una distracción (...). Las herramientas deben introducirse en el aula de una manera pedagógicamente sólida donde puedan ayudar a los estudiantes a aprender mejor o alcanzar otras metas”.
Para boyd, “las escuelas deberían ayudar a capacitar a los estudiantes para que sean independientes". “Esto significa ayudarlos a trabajar con la tecnología como herramienta en lugar de simplemente presentarla como una distracción. Después de todo, los estudiantes usarán sus teléfonos cuando salgan de la clase y si queremos ayudar a producir personas que puedan aprender durante toda su vida, deben desarrollar una relación saludable con sus dispositivos, herramientas y juguetes”, agrega.
La educación digital tiene por delante los desafíos de reducir la desigualdad en el acceso a los dispositivos, fomentar la creatividad en los modos de uso, y ayudar al desarrollo de un vínculo sano con los mismos. Esta enseñanza ayudaría no solo a los y las estudiantes, sino también a docentes, padres, madres y la sociedad en su conjunto. La vida, después de todo, es un aprendizaje continuo.
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