El coronavirus y los líderes del futuro

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Donald Trump, presidente de los Estados Unidos (REUTERS/Carlos Barria/Pool)
Donald Trump, presidente de los Estados Unidos (REUTERS/Carlos Barria/Pool)

La crisis atravesada por la pandemia nos obliga a repensar los liderazgos políticos del futuro. El COVID-19 consiguió detener en muchos países y regiones el mayor rito de la democracia, el de ir a las urnas y elegir a nuestros representantes. Sin duda, este tiempo extra que nos brindó el virus nos hará pensar en las características de quién queremos que nos gobierne.

Pensemos en cómo serán las próximas campañas electorales. En los equipos de estrategia intentando definir los atributos mejor valorados de sus candidatos. Se me viene a la cabeza aquel anuncio del presidente estadounidense Lyndon Johnson en 1964 donde se ve a una niña (“Daisy”) deshojando una margarita y contando hasta diez al mismo tiempo que una voz en off simulaba el conteo del lanzamiento de una bomba nuclear. O el anuncio de Hillary Clinton donde el teléfono de la Casa Blanca suena a las tres de la madrugada alertando de un problema urgente mientras se ven escenas de niños durmiendo plácidamente en sus camas para luego preguntarte, “¿quien quisieras que atienda esa llamada?”, una política experimentada o -en aquel entonces- un desconocido Barack Hussein Obama.

En ambos casos, y con ambas piezas de publicidad, las campañas se decantaron por intentar movilizar y sacar rédito al miedo de los votantes. Con Johnson se trataba sobre el carácter de aquel que tendría el poder de apretar el botón e iniciara el próximo ataque nuclear en plena Guerra Fría. En 2008, la campaña de Hillary apuntaba a movilizar a su favor el temor al terrorismo internacional y a la crisis económica que atacaba a Estados Unidos.

El electorado maduró mucho con respecto a las dinámicas de las campañas electorales y a la comunicación política en general. La forma en que la ciudadanía consume los medios hoy cambió. Los canales por donde se informan son otros. El temor de criticar a sus representantes desapareció. Sin embargo, nuestro voto se sigue movilizando por los mismos instintos y emociones de siempre: la ira, el amor, la esperanza o el miedo.

Las campañas electorales también se sofisticaron. La batería de mensajes que elaboran hoy los headquarters de los candidatos son más segmentados y específicos. Sin embargo, el miedo sigue siendo un gran movilizador electoral, máxime cuando evaluamos el peligro de supervivencia que atravesamos.

El cine de acción ha hecho que visualicemos la actuación de personajes que, siendo presidentes, lograban salvar al mundo de un ataque terrorista o conseguían dar con la solución mágica para salvarnos de un desastre natural. Lamentablemente la realidad es muy lejana a este deseo.

Nuestros dirigentes no estaban preparados para esta pandemia. Nadie lo estaba. Ni su experiencia previa en anteriores cargos, ni sus masters y doctorados en Harvard habían puesto a prueba estas habilidades. A lo sumo, habían leído algún libro de Yuval Harari sobre los retos del siglo XXI suponiendo que ni sus hijos vivirían el mundo distópico que relata el autor. Pandemia, confinamiento, vigilancia mediante aplicaciones móviles, salud para los ricos. Todo esto era impensado meses atrás.

Tampoco estaba preparada la construcción de sus liderazgos. ¿Cómo un líder bully como Trump -con características de matón de barrio- se convierte en un empático presidente que se pone en el lugar del otro? ¿Cómo un político con un liderazgo de estilo light pasa de la noche a la mañana a ser un héroe de película de acción o un padre protector? Aún cuando optaran por reinventarse sería extremadamente difícil comunicarlos coherentemente como para que la ciudadanía lo perciba en medio de la crisis.

Lo cierto es que cada dirigente llegó con lo que tenía. Algunos lideres contaban con talentos propios que le facilitaron más la tarea, así como a otros sus dones personales los perjudicó llevando a sus comunidades a la desolación de descubrir el fiasco que habían votado.

Este tiempo de prórroga y reflexión que brindó la pandemia hará que cada votante se centre más en el carácter de su próximo representante. Capacidades hasta ahora no requeridas o valoradas serán necesarias y puesta a prueba. Ya no bastará simplemente con el carisma, su experiencia en economía, su programa político generalista o cualquiera de los atributos que hasta ahora valorábamos. El COVID-19 va a dejar una cicatriz en la toma de decisión del votante así como ocurrió con la Guerra Fría, el terrorismo internacional o la última gran crisis económica global.

La democracia requerirá lideres previsores, de reflejos rápidos, empáticos pero que al mismo tiempo brinden seguridad a la ciudadanía. Políticos que controlen las situaciones de riesgo, que logren consensos y sepan gestionar lo desconocido. Porque el miedo sobrevolará todas las campañas y una pregunta recorrerá todos los cuartos de votación: ¿este candidato me protegerá a mí y a mi familia frente a todo tipo de situación que amenace nuestra supervivencia? La respuesta sobre ese liderazgo marcará el destino de la elección.

El autor es consultor y analista político