OPINIÓN: El fanatismo como adicción

Hay que ser una persona muy equilibrada para intentar tener una conversación adulta con un fanático. De cualquier manera, difícilmente se pueda lograr un cambio en la persona

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(Foto: cortesía)
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El fanatismo en sí mismo es una distorsión cognitiva de la realidad que va acompañada de una mirada parcial y arbitraria del objeto de dicho fanatismo. Los fanáticos presentan una adhesión incondicional a una causa, dividiendo al mundo en dos partes bien definidas: ellos y nosotros.

Identificar a un fanático no debería resultar difícil. Su convencimiento sobre lo que dice, su forma de hablar, la falta de tacto y la poca paciencia a la hora de intercambiar opiniones denotan fácilmente de quién estamos hablando.

No hay nada más irresistible que ver a una persona compenetrada, decidida, apasionada y absolutamente convencida de lo que está diciendo o haciendo. Con una pasión desbordante, exagerada, profunda y contagiosa que, casi sin proponérselo, nos invita a un viaje inimaginable. Si le damos cabida al fanático, si tomamos lo que expresa como cierto, nos llevará sin escalas al centro de su fanatismo, lo cual puede transformarse en una trampa difícil de manejar. El fanático provoca una suerte de atracción irresistible por la intensidad de pasión ciega que emana. Si se siente atraído, escape, antes de que sea muy tarde.

Hay que ser una persona muy equilibrada para intentar tener una conversación adulta con un fanático. De cualquier manera, difícilmente se pueda lograr un cambio en la persona, ya que el fanático no admite errores, fisuras ni críticas realizadas sobre el objeto de su fanatismo, por lo cual, lo mejor que podemos hacer es no intentar realizar algún cambio en el otro o creer que podemos, de alguna manera, aportarle algún dato que le permita rever su forma de pensar. El fanático es sordo a cualquier cuestión que no coincida con su manera de pensar.

Esto se ve con mucha frecuencia en el mundo del futbol, cuando dos rivales de toda la vida se enfrentan y sus fanáticos se esmeran por mostrarle a su oponente los errores y debilidades de su contrario. El fanático no escucha. Por definición, es una persona que defiende una creencia o una opinión con pasión exagerada y sin respetar las de los demás.

Tenga cuidado. No se contagie de un fanático. Los fanáticos le ofrecen una vida espiritual, un sistema de valores firmes, le eliminan su vacío existencial y le dan sentido a su vida a cambio de su alma. Es un precio muy costoso que ninguno de nosotros deberíamos estar dispuestos a pagar.

Hoy las neurociencias explican el fanatismo como un proceso adictivo, al igual que la obesidad o la adicción a las drogas. En el fanatismo, el cerebro busca la recompensa neuroquímica y como en todas las adicciones, cada vez se necesita de una mayor dosis para conseguir el mismo efecto.

Sin distinciones sucede por igual en la euforia religiosa, la política o con un gol de último minuto en un partido de fútbol.

Patrick McNamara, director del laboratorio del Neurocomportamiento Evolutivo de la Universidad de Boston, dice lo siguiente: “La dopamina (neurotransmisor del cerebro) juega un papel determinante en los comportamientos de los fanáticos, éstos son más una consecuencia que una causa y están provocados por niveles anormalmente altos de dopamina”.

Sea por razones de fe, creencia o neuroquímicas, el fanatismo es un viaje de ida, difícilmente alguien regrese. Por eso es tan importante estar alertas y cubrirnos de cualquier posibilidad de extremismo, religioso, político o deportivo.

Alguna vez dijo Voltaire: ”Cuando el fanatismo ha gangrenado el cerebro, la enfermedad es casi incurable”.

*Celia Antonini es psicóloga y escritora

Lo aquí publicado es responsabilidad del autor y no representa la postura editorial de este medio