"Un libro de extraña belleza", escribió Enrique Vila-Matas. "La escritura es justa y deliciosa", aportó lo suyo Eduardo Berti. Desde la contratapa de "Algunas familias normales" (Zona Borde), los escritores le avisan al lector que se va a encontrar con buena literatura. Y el adjetivo es preciso: los cuentos de Mariana Sández contienen esa hermosura de la que hablan. Se trata de diez relatos que componen un libro donde todo está en su lugar, como aquellos patios españoles en donde cada azulejo es una pieza única que permite una totalidad perfecta.
Sández es licenciada en Letras, estudió Literatura Inglesa en Manchester e hizo la Maestría en Teoría Literaria y Literaturas Comparadas en Barcelona. Trabaja como crítica literaria y publicó "El cine de Manuela. Un recorrido sobre la obra de Manuel Antín· (2010). Este libro, que se presentará el 11 de abril en la Biblioteca Nacional, con comentarios de Claudia Piñeiro y Silvia Hopenhayn, es su primera obra de ficción. Su lectura es la oportunidad de conocer una nueva voz que se incorpora a la grata tradición cuentística argentina.
Mariana Sández estuvo en la redacción de Infobae, habló de la relación entre teoría literaria y ficción, de su trabajo para despojar su escritura de la prolijidad y aseguró que una visión muy determinada de algo y la intensidad a la hora de narrar son fundamentales para darle fortaleza a una historia.
—Me sorprendió, le consulté si podía leer el libro y darme una devolución. Le dije que entendería si preferiría no hacerlo, siguiendo con el personaje de Bartleby que él mismo recreó en su libro Bartleby y compañía, y me dijo inmediatamente: "Preferiría hacerlo". Leyó el libro y un domingo a la noche, cuando yo no lo esperaba, me entró un mail diciéndome: "Me encuentro leyendo los cuentos en mi cuarto muy cómodamente y me siento muy cómodo con ellos". Después, cuando me mandó el comentario de la contratapa, me dijo que me deseaba mucho éxito con el libro y que esperaba que tuviera un muy buen recorrido. Me dio mucho más que lo que esperaba de él. Fue un espaldarazo y además habla de una persona muy generosa, porque en el lugar en el que está hoy no tiene necesidad de hacerlo y lo hizo con muy buena onda y mucha generosidad.
—Claro, y que estando terriblemente ocupado y además que acaba de recibir el premio de la Generalidad de Cataluña y todos los años recibe un premio y es una persona súper súper ocupada, aun así se tomó el tiempo de enviarme varios mails con mucha amabilidad. La otra sorpresa muy grata también, porque le había pedido a Vila-Matas y a Eduardo Berti, a quien aprecio y valoro muchísimo y que es una obra que admiré desde el principio y que la fui siguiendo desde el principio, porque me interesaba. Cuando le pedí el texto, enseguida reaccionó muy bien, pero en el momento en que el libro estaba en imprenta les sucedió de encontrarse en Francia, en una muestra y necesitaban sacar una foto de Enrique Vila-Matas, para lo cual necesitaban crear la sombra de él y Eduardo Berti dijo: "Si quieren, yo puedo hacer de sombra". Habiéndolos convocado absolutamente por separado, se juntaron en esta muestra y terminaron firmando un contrato donde Eduardo se ofrece a trabajar de la sombra de Vila-Matas, en un juego muy patafísico, que es lo que creo que tienen en común ellos: el humor y la patafísica.
—Me llevó muchos años lograrlo. Si bien escribí desde muy chica y desde muy chica apareció en mi vida la necesidad de leer y escribir, muchas cosas de mi vida no me acuerdo, pero, sin embargo, me acuerdo con un preciosismo total cada libro que leí, en cada lugar en que lo leí y en cada lugar en que lo compré o en cada viaje que hice. Lo que sí siempre tengo presente es la relación con algún libro y eso apareció porque sí en mi vida y cuando llegó el momento de elegir una carrera, si bien lo dudé, porque todavía era un momento en que se cuestionaba en qué vas a trabajar, empecé periodismo e inmediatamente a los tres meses me pasé a Letras, con una claridad que nunca supe de dónde vino. La carrera es algo que yo disfruté como pocas cosas, me apasionó y estudié muchísimo, y lo volvería a hacer un montón de veces. Después me costó producir, o sea, lo que yo escribía en privado me costó dar el paso de que esa producción pudiera tener un carácter público, pero creo que se impone más como una necesidad. Necesitaba escribir para sentirme mejor.
—Sí, y que a veces es algo que trato de eliminar, que no sea tan prolijo. Sé que es una escritura muy trabajada, corrijo mucho. Estos cuentos los trabajé durante muchos años y los volví a corregir antes de publicarlos. Sin embargo, hubo veces que corregí algunos cuentos que luego decidí que estaban mejor como habían salido originalmente. El primer cuento, "Diario de un animal", intenté corregirlo varias veces y todas las veces volví a la primera versión. Ese cuento salió muy de un tirón y cuando le metía mano desde el punto de vista de la racionalidad o intentaba enderezarlo hacia un lugar que tuviera más sentido o más lógica racionalmente, no me gustaba.
—Una vez hablé de eso con Andrés Neuman y yo le decía: "Me olvidé de todo lo que estudié en teoría literaria" y él me decía: "Es lo mejor que te puede pasar, porque la teoría literaria no hace bien para escribir". Siento que me pasó eso, a veces me gustaría recordar cosas que ya no recuerdo, pero que para escribir es mejor no tener tan presente.
—Lo importante de las historias, pueden ser breves o no, es que muestren una visión muy determinada de algo. Una idea del mundo o de la vida, pero no del gran mundo, sino del pequeño mundo al que se está refiriendo esa historia. Que si es una visión muy determinada, muy concentrada y muy compenetrada con lo que está sucediendo en ese lugar y en ese momento, tiene la intensidad y la carga suficiente de la visión de quien pensó en la historia como para llegar a otras personas. Lo resumiría: visión e intensidad de lo que quiere transmitir.
—Es completamente espontáneo, es la manera en que me surge escribir. Muchas veces siento una determinada cadencia en las frases que me va conduciendo hacia un sí o hacia un no de la elección de una palabra. Soy correctora y tengo una gran obsesión con la no repetición de las palabras, lo que me lleva muchas veces a lugares insólitos de búsqueda de otras que puedan decir lo mismo desde otro lugar y, a veces, paso mucho tiempo pensando en ese tipo de cosas y otras tiene que haber, como normalmente dicen los autores, una cadencia, una musicalidad y un ritmo que suceda unidamente en tu cabeza y no sé si es muy explicable. Sin embargo, es el momento más duro y más difícil de la escritura, tiene que ver con cómo uno concibió, imaginó una historia y cómo hace para ponerla en palabras a partir de esa misma cadencia y de esa misma musicalidad, es decir, que encajen todas las ideas, tanto lo conceptual como lo que tiene que ver con el sonido y con la no literalidad de las palabras. Decirlo de una forma que no sea literal, pero decir lo que pensaste. Muchas veces, como se parte de ideas o de expresiones absurdas, la bajada al papel tiene todo un proceso que es el más difícil de llevar adelante.
—Sí y me lo señaló la editora de Zona Borde, Laura Massolo. Esa fue una de las características que le interesó: que hubiera variedad de personajes, de miradas, que a veces es estar en la cabeza de un hombre, a veces desde el punto de vista de una mujer, gente de la tercera edad o desde los chicos. Va cambiando mucho el foco de cuento en cuento.
—Cada una de estas familias podría ser cualquier familia, te llevan a un lugar de la célula familia; en cualquier entorno se pueden identificar rasgos de estas familias que quizás no es puntualmente esa historia pero es un rasgo, una forma de ser o de una interacción que suceden en las relaciones que podés trasladar a familias que vos conocés.
—Totalmente. Por ejemplo, está el caso de Lisandro, que es un personaje que surge de un cuento de Augusto Monterroso, que a su vez tiene que ver con el Lucas de [Julio] Cortázar en Un tal Lucas. Es un personaje que me fascina, sobre todo el Leopoldo de Monterroso, que es un escritor que decide por pose ser escritor, pero finalmente nunca lo es, nunca escribe, es todo lo que es un escritor pero no escribe, es todo absurdo y paradójico. Hay muchos de esos personajes en la vida real, en donde uno se autoimpone ser un profesional de algo que no termina siendo. Ese personaje termina conviviendo con un hombre que acumula basura. Es decir, él, como periodista, convive con su entrevistado y terminan siendo familia. Hay otro caso, el productor de radio que llama a la actriz fetiche de los años sesenta y es otro caso de periodista que se involucra con su entrevistada y conforman casi una relación filial. Es una forma de ser familia que tiene muchas características diferentes.