[Segunda y última parte de la nota publicada el sábado pasado: De la prostitución sagrada a la esclavitud sexual]
En el siglo XVII, siglo de santos y libertinos, siglo de Tartufo también, se inicia en la capital francesa el rebautizo de calles de nombre demasiado explícito. La calle Poil-au-Con [vello púbico] se convierte en rue du Pélican, por ejemplo (...). Se barre a las prostitutas y se las catequiza en casas de enderezamiento dirigidas por monjas, como el hospital de la Salpêtrière, en París, cuando no se las marca a fuego.
En su novela Manon Lescaut, el abate Prévost evoca de modo enfático y muy exagerado a las muchachas enviadas a la Luisiana –todavía francesa- a rehacerse una vida honesta del brazo de un colono.
La situación de las prostitutas se degrada aun más en el siglo XVIII, gran siglo de libertinaje, ilustrado por el Marqués de Sade pero también por el Parc-aux-Cerfs, esa casa de Versailles donde el viejo rey Luis XV puede despertar sus sentidos con jóvenes bellezas reunidas por Madame de Pompadour.
Prostitución "higienista"
Con el deseo de promover la higiene (higienismo), los legisladores burgueses del siglo XIX son llevados a retomar el espíritu del Medioevo.
Desde 1800, para contener las pasiones y los excesos, el Primer Cónsul, Napoleón Bonaparte, legaliza las casas públicas y la prostitución callejera, sometiéndolas a la vez a un control severo de la policía e imponiéndoles visitas médicas a las interesadas.
Él mismo no olvida que fue iniciado unos años antes en los placeres de la carne por una "meretriz" del Palais-Royal [N.de a T.: bajo cuyas arcadas se ejercía el comercio del sexo].
Las nuevas "casas de tolerancia" se distinguen por una lámpara a la entrada y persianas púdicamente cerradas, lo que les vale el sobrenombre de "maisons closes" [N.de la T: literalmente: casas cerradas].
Sus pensionarias son sometidas a controles médicos periódicos y obligatoriamente colocadas bajo la autoridad de una mujer, "maquerelle" en la jerga popular (derivación de una palabra flamenca que significa traficar) [N.de la T.: y de donde saldrá "maquereau" –pronunciar macró- la palabra del francés vulgar para proxeneta].
Esas casas no ponen fin sin embargo a la oferta sexual callejera, lejos de eso. Los grandes bulevares abiertos en París por el barón Haussmann son muy apreciados para esto, así como los senderos para cabalgatas en el bosque de Boulogne.
Por otra parte, la conscripción y el servicio militar obligatorio atraen a los alrededores de los cuarteles a una fauna de miserables "filles à soldats" (chicas para soldados).
Víctor Hugo, líder de la escuela romántica, se conmueve: "Que se llame república o monarquía, el pueblo sufre, es un hecho. El pueblo tiene hambre; el pueblo tiene frío. La miseria lo empuja al crimen o al vicio, según el sexo. Tengan piedad del pueblo, a quien la cárcel le quita a los hijos varones y el lupanar a las hijas. Tiene demasiados reos, tiene demasiadas prostitutas" (Claude Gueux, 1834).
En 1838, Honoré de Balzac publica Splendeurs et misères des courtisanes (Esplendores y miserias de las cortesanas), una monumental novela en torno a una prostituta reformada por amor y víctima de la cobardía de los hombres. En el mismo registro, Alejandro Dumas hijo cuenta, en 1848, en La Dama de las camelias, el amor sin esperanza de una cortesana por un joven mequetrefe.
En las generaciones siguientes, bajo la Tercera República, ya no es más cuestión de sentimientos.
Guy de Maupassant (Boule de Suif, La maison Tellier) y Emile Zola (Nana) describen con realismo y sin demasiada compasión la suerte de las prostitutas. El primero, muerto de sífilis, fue su víctima.
El pintor Henri de Toulouse-Lautrec, que también frecuenta los burdeles, se dedica sin embargo a exponer su profunda humanidad. Como más tarde lo hará Pablo Picasso (Les demoiselles d'Avignon).
Prostitución prohibida, prostitución banalizada
A partir de los años 1870, los países anglosajones y protestantes ven resurgir una corriente abolicionista que pretende prohibir la prostitución en nombre de la preocupación por la salud pública, la moral y la "mejora de la raza". Este movimiento es concomitante con la emergencia del darwinismo social y de las teorías raciales.
Así, Inglaterra cierra sus casas de tolerancia en 1885. Es imitada por Alemania, los países escandinavos, Bélgica y Holanda. Según un escenario confirmado, estos cierres arrojan a las prostitutas a la clandestinidad y la miseria, como en Berlín, donde la policía evalúa su número en 40.000 a fines del siglo XIX... En Londres, son relegadas a las calles sórdidas del East End, a merced de psicópatas como el tristemente célebre Jack el Destripador.
Estos cierres son también un negocio para los establecimientos parisinos y contribuyen a la reputación obscena de la Ciudad Luz.
Los burgueses preocupados por exhibir su estatus y su virilidad hurgan en las bambalinas de los teatros, en búsqueda de jóvenes bailarinas para mantener.
La Belle Époque ve el apogeo de los lujosos lupanares o "casas de alta tolerancia", como el Chabanais, muy apreciado por el Príncipe de Gales, futuro Eduardo VII.
Estas son para los burgueses un lugar privilegiado de sociabilidad. Se va allí para mostrarse, para encontrarse y hacer negocios casi tanto como para satisfacer las fantasías sexuales.
Al margen de estos establecimientos distinguidos, se desarrollan, a fines del siglo XIX, las casas de citas. A diferencia de las precedentes, éstas no tienen "pensionarias" sino que alquilan sus habitaciones a parejas circunstanciales.
Al mismo tiempo, los prostíbulos ordinarios o "pocilgas para marineros" tienden a escasear, por la competencia de la prostitución clandestina, que se desarrolla en los "bares de mujeres" de los bulevares.
Los artistas Edgar Degas, Vincent Van Gogh e incluso Edouard Manet pintan con realismo esta prostitución frecuentemente asociada al alcoholismo y al ajenjo.
La Liberación trae a Francia un viento de renovación y lleva al cierre de las últimas casas de tolerancia por iniciativa de una ex prostituta enriquecida por dos viudeces, Marthe Richard.
La ley del 13 de abril de 1946 implicará la clausura de alrededor de 1500 establecimientos en todo el país.
Aunque castigada con penas correccionales, la oferta de sexo en la vía pública se convierte desde entonces en la única solución dejada a las prostitutas. Bajo amenaza permanente de ser llevadas por la policía o agredidas. Son generalmente obligadas a colocarse bajo la "protección" de un proxeneta o rufián.
En Francia, y en Occidente en general, durante los "Treinta Gloriosos" (1944-1974), la prostitución parece destinada a desaparecer debido a relaciones amorosas más libres entre los jóvenes y a un modelo de familia fundado en el apego recíproco y soldado por una descendencia relativamente numerosa.
Pero la mundialización de los intercambios, la revolución de los transportes y el triunfo del liberalismo y del consumismo van a relanzar la prostitución a fines del siglo XX y a iniciar un doble movimiento: el desarrollo del turismo sexual en el Tercer Mundo, en primer lugar en Tailandia, y el remplazo de las francesas por las hijas del Este, las africanas y las chinas en las veredas de las grandes ciudades de Francia.
Espejo de la sociedad, el sexo tarifado ilustra en este comienzo del siglo XXI los clivajes que dividen a la "Unión" Europea. Encontramos aquí todos los casos, desde la completa legalización del oficio en Alemania o en España hasta su total prohibición con el agregado de la posibilidad de perseguir penalmente a los clientes en Suecia o en Francia.
Internet y la "uberisation" [neologismo que alude a la explosión de servicios y comercio a través de Internet] de servicios personales, nuevo concepto en boga, podrían cambiar el escenario nuevamente remitiendo el amor venal al círculo privado.
Bibliografía
Extrañamente, no es fácil encontrar estdios históricos sobre la prostitución, tema sin embargo muy sensible.
Podemos referirnos al dossier que le consagró el mensuario Historia (octubre de 2015) Señalemos también el librito de Edith Huyghe, Petite histoire des lieux de débauche (Pequeña historia de los sitios de libertinaje, Ed. Payot, 2011).
En 1978, la opinión pública se vio sacudida por el testimonio de una joven alemana, Yo, Christiane F., 13 años, drogada, prostituida... Era una época en la cual todavía había indignación antes las desigualdades sociales y la explotación de la miseria.
En el cine, mencionemos el bello film de Jacques Becker, Casque d'Or (1952), sobre el amor imposible entre una prostituta y un proxeneta, y la obra maestra equívoca de Luis Buñuel, Belle de Jour o la historia de una burguesa que se prostituye para luchar contra el tedio (1967)
André Larané es periodista e historiador.
Artículo publicado originalmente en la revista Herodote.net
Traducción: Infobae
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