"El elogio de Vargas Llosa significó que ya no podía escribir más en la oscuridad"

El escritor peruano Jeremías Gamboa habló con Infobae sobre su primera novela, el relato de iniciación Contarlo todo, su decisión de abandonar el periodismo para abocarse a la literatura, y recibir alabanzas por parte del escritor latinoamericano más reconocido

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Un joven peruano que vive con sus tíos y que sueña con ser periodista. Se llama Gabriel Lisboa y gracias al esfuerzo de un tío que trabaja de mozo puede ir a una de las mejores universidades de Perú. El tío Emilio lee y admira a los escritores y periodistas que atiende. Uno de ellos es director de la revista Proceso y el receptor de un pedido concreto: recibir a su sobrino para que pueda comenzar su carrera. El comensal acepta a regañadientes y le dice que los espera en su oficina y hacia allí van tío y sobrino hacia el centro de Lima. Así comienza Contarlo todo (Mondadori), la primera novela del escritor peruano Jeremías Gamboa qué, como el protagonista, decidió renunciar al periodismo para dedicarse a escribir este libro que recibió los elogios del Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa.

"Este fue un libro que se me impuso y que no podía dejar de escribir. Estaba obligado a escribirlo casi contra mi voluntad", dice el autor que fue editor de la revista Etiqueta Negra y que debutó en la literatura con el libro de cuentos Punto de fuga que en los próximos meses será publicado en Argentina.

todo

atrapa al lector y lo lleva a recorrer el paso a la adultez de Gabriel Lisboa, que en pocos años se consolida como periodista hasta que se aburre de las redacciones y se da cuenta que en realidad su vocación es la de escritor. Y que su verdadero anhelo es lograr encontrar una voz propia, a la que persigue mientras busca a sus padres, conoce el amor y el sexo, se interna en la noche y sus excesos, al tiempo que edifica una familia junto a tres amigos con los que conforman "el conciliábulo de los mostros", una cofradía de poetas de evidente inspiración artliana.

Así describe su novela Jeremías Gamboa sentado en la redacción de Infobae: "Es una novela que es como una maratón. Tiene cuarenta y dos capítulos que son como cuarenta y dos kilómetros. Cuando la escribía pensaba estoy corriendo una maratón. Son capítulos lineales con un chico que está a punto de cumplir treinta años pero que ha perdido el temor de cumplirlos porque está escribiendo al fin. Él cuenta la historia de su vida. Se da cuenta que para conjurar la crisis de los treinta su vida tiene sentido y que volcarla en un libro -así lo lean o no lo lean- ya es un triunfo. Decide contar toda su experiencia durante la década de sus veinte, desde que ingresa a una sala de redacción cuando es un practicante de dieciocho años. No sabe ni siquiera usar puntos y comas. Les miente a sus jefes a los que les dice que sí sabe escribir cuando en verdad no sabe".

Totalmente. Alguien me decía en México que era una novela de las primeras cosas. Narra la primera borrachera de él, el primer amigo, la primera novia, su iniciación sexual, la primera crónica, la primera vez que firma un artículo. Y la primera novela. Es un libro de las primeras cosas que narra los ritos de iniciación de un hombre para convertirse en alguien capaz de ocupar un lugar en el mundo, este caso el lugar que ocupa es del tipo que puede verbalizar su historia, que es el lugar del escritor.

Sí, el quiere ser periodista. La primera mitad de la novela está dominada por el periodismo. Primero quiere ser periodista, después se da cuenta que quiere ser escritor porque el periodismo no es tan útil. En la mitad de la novela él renuncia a todo. La segunda parte ya es la parte de la sentimentalidad, cuando él está buscando su voz para convertirse en un escritor. La cosa más difícil de un escritor es buscar dentro de sí los temas que le pertenecen, saber qué cosas tienes que decir y cómo decirlo.

La novela además de hablar sobre un escritor, habla sobre un chico que busca un padre. Habla sobre un chico que no tiene ni familia ni papás y que busca padres en la literatura y los encuentra. Y busca familia y son "los mostros". En ese sentido, es una gran novela de la familia suplementaria, la que puedes construir y te puede salvar cuando la familia real no cumplió su papel. El tiene un tío espléndido pero, sobre todo, tiene tres amigos que son los mostros, que juegan y se divierten con la idea de ser unos fracasados y forman un conciliábulo. Se enfrentan los cuatro de forma diferente al crecimiento de los años veinte y, sobre todo, a esa dificultad de tomar decisiones de responsabilidad adulta.

La primera mitad de la novela, que es de redacciones, está muy ligada con Conversaciones en la Catedral, y la segunda que es amorosa, cuando él se enamora de esta chica pituca, es muy La tía Julia y el escribidor, la historia de amor y el tabú. Pero toda la parte de los poetas y la formación de ellos y los talleres literarios, que es otra parte entre la que se debate Gabriel, la trabajé pensando mucho en Bolaño, en Estrella distante, sin duda, pero también en Los detectives salvajes. Pensé mucho en Bolaño. Y las partes más delirantes, dialogaba con Arlt, el conciliábulo de los mostros, es como una versión naif –Arlt tiene un lado naif- está organizado sobre Los siete locos, tan es así que el que forma la secta tiene un nombre previo que es Cabeza de cojín, que parece casi tomado de los personajes de Los siete locos. A mí me influyó mucho Arlt.

Lo que siempre faltan son ideas. El periodismo a veces se mecaniza y se vuelve una labor sólo de transmisión, lo cual no está mal porque es necesario, pero la crónica como yo la practicaba y la practican algunos periodistas intenta ir un poco más allá de la mera transmisión. La literatura ya es un camino un poco más intenso.

Hubo un momento en que la no ficción latinoamericana estaba teniendo un auge más fuerte que la ficción, probablemente en un momento ocurrió eso. Se generaron revistas de referencia como El malpensante en Colombia o Etiqueta Negra en Perú. Eso nos ha problematizado a los ficcionadores, nos ha puesto las pilas, nos ha cacheteado. Para mí ha sido muy importante porque he sentido que la literatura de ficción tenía que concentrar sus fuerzas para narrar historias. Buena parte de la literatura latinoamericana ha dejado de contar. Yo me formé en el periodismo, me formé como un contador de historias y en ficción lo que más me importa es contar historias, sino tengo historias que contar no escribo ficción.

Sí, creo que sí. Hice no ficción un tiempo, hice crónica callejera como el personaje de la novela, que es un cronista como muchos escritores que empezaron haciendo periodismo. Me acerqué a ese lado del periodismo porque quería ser escritor, pero me di cuenta que no es igual hacer crónica que hacer ficción. Ahí es que tomé la decisión de dejar todo, como el personaje de mi novela, para dedicarme realmente a la novela.

Fue un quiebre fuertísimo y traumático. Cuando encontré mi voz a los treinta y uno, escribí un libro de cuentos que es Punto de fuga, y cuando escribí la novela, me di cuenta que me había costado tanto encontrar mi voz y mi estilo que si tenía algún tema sobre el que podía saber algo era el de encontrar un estilo y una voz, por eso ese es uno de los temas más importantes que tiene Contarlo todo.

Sí, debe ser que tengo una gran vocación de profesor. Ejerzo la docencia desde hace muchos años en Perú. Se me salió el profesor también. Me enseñaron de una manera muy intuitiva, tú tenías que entender el conocimiento a partir del ensayo y del error. Aprendí a escribir en las redacciones, a la antigua y a punta de carajos. Así que he tratado de facilitarle el camino a un lector y de emocionar a un lector, con la idea de alguien que no sabe absolutamente nada como era mi caso, que empecé a leer muy tarde y que empecé a escribir muy tarde. Es posible dedicarse a lo que uno quiere en el momento que sea si uno tiene la voluntad y la urgencia.

Sí, claro, porque el adjetivo debe ser preciso y uno solo. Debe ser funcional. No soy un gran adjetivador, ustedes tienen a Borges. Trato de adjetivar lo mínimo posible y en función de la claridad de un sentido. No soy un novelista del lenguaje, sino que soy un novelista de sangre, circulación e imagen. Quiero que el lenguaje se vuelva invisible y el lector sienta esa maravilla que es la ficción: estar en el sitio viviendo las cosas que vive otra persona.

Sí, es una novela que trata de totalizar una imagen de Lima. Algunas personas me han dicho que Lima es el gran protagonista de la novela. Es una novela callejera que proviene de mis correrías de cronista callejero. Es muy importante en la crónica describir y con describir adjetivar. Tengo esa máquina ya instalada. Me encanta describir, mostrar realidades diferentes que tengan consistencia y que tú sientas que estás en un espacio que no es necesariamente el espacio en el que vives y que la novela te haga viajar, eso me interesa mucho.

Sí, hay muchos autores argentinos que me gustan. Me gusta mucho Fabián Casas, porque también escribe sobre el barrio. Patricio Pron es un excelente cuentista. Pero mis influencias más fuertes de la literatura argentina son Arlt, por un lado, y Manuel Puig, por el otro, porque en sus novelas –sobre todo en El beso de la mujer araña- hay un acercamiento desprejuiciado a la sentimentalidad. Es el gran escritor hembra de la literatura latinoamericana. Es el gran contestador de Cortázar, que hablaba del escritor hembra como algo un poquito machista en Rayuela. Puig me abrió el camino de la sentimentalidad que está en mi novela: Gabriel es llorón, es sentimental, se enamora, es apasionado y no le tiene miedo a las emociones más rosas. Por momentos, la novela roza el folletín que es algo que en la literatura latinoamericana no está bien visto, no es muy prestigioso. Puig es uno de los grandes renovadores en ese sentido y, por eso, me parece un escritor fantástico.

Ayer hablaba de eso con alguien y me decía que toda victoria implica una pérdida. Cuando uno logra algo deja algo atrás. En este caso, lo que se pierde es la posibilidad de trabajar en la total oscuridad que es algo muy beneficioso para un escritor. Cuando un escritor trabaja así, sin la luz sobre él, es genial porque trabaja con libertad y sin presiones, ahora hay una presión mayor. Tiene ventajas por supuesto, el libro se ha leído mucho y en varios países. Pero es otra condición ahora: lo que se pierde es que uno está inserto en un sistema de audiencias, uno tiene que viajar y hacer campañas, pero al final el escritor siempre está solo frente a la pantalla y eso es lo que al final termina primando. Al final eres tú y la pantalla, no importa donde estés y en que computadora trabajes. Al final eres tú que tiene que resolver una escena. Orham Pamuk dice que a pesar que es premio Nobel y todo lo demás, el problema todas las mañanas es que ese hombre sobre el que escribe pueda caminar desde su cama hasta la puerta y que eso sea verosímil.

Ese es el problema de un escritor. Ese debería ser el único problema de un escritor.