Selección: cuando se contagia la angustia más que la mística

Infobae.com estuvo en el Centenario y vivió el partido de la Selección junto a los hinchas argentinos, que alentaron, insultaron y se mostraron tan nerviosos como el equipo y el mismo Maradona. ¿Se juega como se vive?

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Infobae.com estuvo en el Centenario y vivió el partido de la Selección junto a los hinchas argentinos, que alentaron, insultaron y se mostraron tan nerviosos como el equipo y el mismo Maradona. ¿Se juega como se vive?
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"Corré, Messi, corré".

Y ahí nomás se pierde Messi, que no corre para ser libre como el protagonista de esa maravillosa película que se llama

Forrest Gump

; que no tiene rostro de mármol porque así sea su personaje sino porque el laberinto en que se encuentra, y dentro del cual corre, es un laberinto de espejos.



Los espejos quieren ser Messi. Los espejos somos el paisaje que mira desde las tribunas, el marco que lo enreda; nuestros rostros angustiados que transmiten menos aliento que inseguridad, que escupen brotes de histeria. Somos el control remoto de esa estrella de videojuego de la que tanto hablamos, que tan poco nuestra sentimos.

Tantas órdenes reciben sus piernas que él corre. Por las dudas.


Maradona también quiere ser Messi, tal vez por eso de que nunca ha dejado de ser futbolista. Lo sabe su as de espadas: no el director de la orquesta, más bien la bella sinfonía que surge de la espontaneidad (o la ilusión de), el hacedor de la inspiración (o lo que tanto espera),

el único capaz de reinventar sus tardes más gloriosas, ahora que tanto las necesita.

Pero su rostro, a centímetros de la línea de cal, también luce macerado, incapaz siquiera de contagiar la mística de la que tanto se ha hablado. Y Messi, por supuesto, no responde.



Es sorprendente cómo esa inseguridad que se tiene hasta para saber que está todo mal, para identificar que está todo fuera de lugar, desaparece cuando la angustia, los nervios y la desesperación se apoderan de la escena.

Tres mil argentinos sobre el cemento del Centenario así lo hacen sentir.

Y eso que es el caso de tres mil argentinos que probablemente hayan sido arrastrados por más fe, por más esperanza y por más identificación con el equipo que el de muchos otros argentinos que se quedaron en casa.



Pero eso no quita que estemos nerviosos, que tengamos licencia para putear. Porque de eso se trata ir a la tribuna, ¿no? Triste costumbre si las tiene el fútbol argentino.

Toma la pelota Verón y el "¡dale, vendido!" irrumpe de una garganta en llamas

que, según parece, ha esperado a ese primer contacto de "La Brujita" con la pelota como se espera a un primer amor. Vaya contradicción. Pasando en limpio: sale por fin ese desgraciado insulto reprimido.



"¡Volvé, pelotudo!" le sugiere otra voz, más seca esta, al pibe Di María que encara, choca y, naturalmente, pierde la pelota en la mitad de la cancha.

"Bien, Heinze", ironiza un tercero.

El sarcasmo se detecta no tanto en el tono como sí en la obviedad estereotipada de que

para "El Gringo" no vale ningún elogio

, aun cuando se mande una

patriada

y salve una chance de gol del rival.



¿Y qué hay de Higuaín?

Bastante más paciencia, vale decir. El grito que baja esta vez desde la Tribuna América Numerada ?así reza el ticket- es de ánimo, "que vos podés, Gonza". Lo mismo les toca a

Romero, el arquerito que saca todo lo que le tiran, y a Schiavi

, seguramente porque el peso de los resultados todavía no ha tenido tiempo de caer sobre sus espaldas. Y eso que el defensor es el más veterano, con 36 años.



Porque si algo ha logrado Maradona con el mareo que supo darle al once titular desde que asumió como entrenador es que los "nuevos" al menos gozan de cierta inmunidad. Un beneficio que también vale para los "viejos" reciclados, caso

Demichelis, que volvió de una larga lesión y, por ejemplo, ayer fue de lo mejor del equipo.

En cambio, los Otamendi, Jonás Gutiérrez y hasta el propio Bolatti, quien se probó el traje de héroe a priori reservado para otros, harán sonar el

aplausómetro

o el

insultómetro

de acuerdo a sus rendimientos inmediatos.



Ya ni Mascherano, el motorcito del equipo, el primer santificado por Diego; ni Tevez, el jugador del pueblo, el que las corre a todas, son tan indiscutibles.

Ni siquiera son los más mimados desde afuera.

El coro pide a Palermo, a San Palermo, amo y señor de que estemos acá.

Verón pudo no haber sido el más destacado, pero seguramente ante Uruguay fue quien mejor interpretó el partido tal como se planteó. Y entonces, promediando el segundo tiempo, también tiene su redención.

El grito ahora es "dale, fenónemo, como en Estudiantes".


Así cambia, así se vive el partido metros más allá del césped viendo a un equipo que en ningún momento transmite tranquilidad.

Quizá el contagio sea recíproco: en las tribunas los nervios crispados, las piernas que se sueltan como empujando a la pelota que, claro, patean otros, pero ojo que pateamos todos.

Y en el banco Maradona, que tal vez a esa altura ya prepara un festejo revanchista, insólito, ¿coherente?



Si Messi queda en offside con el equipo jugando de contraataque ahí estaremos nosotros, con la verdad inmaculada, para decir que no puede ser, que tiene que correr más (y no que tiene que jugar más o mejor). Estaremos para pedir a Palermo antes del primer minuto de juego y para gritar, junto con Maradona y también con los 55 mil uruguayos, que

hay gol de Chile, señores, y dale que al Mundial vamos todos, hermanos queridos.

"¡Pero cómo Monzón por Di María!"

.

"¡Andate, Maradona!"

.

"¿¡Eh!?, ¿Bolatti por Higuaín, ahora?"

.

"Maradona, por favor, así vamos derecho al repechaje..."

. Dos señores se pelean por ese cambio. Uno dice que no, que "no hay que meterse atrás"; el otro dice que sí, que "hay que reforzar la zona de contención". Gol de Bolatti. A los empujones, de rebote,

con la lanza en la mano

, acaso la figura que mejor identifica a este equipo, o a este rejunte de buenos jugadores.

"¡Grande, Bolatti!"

.

"El que no salta no va al Mundial"

.

"Que de la mano de Maradona todos la vuelta vamos a dar"

. Maradona que manda a chupar a los periodistas?



Sí: será que se juega como se vive, nomás.