"Para los Judas no habrá perdón". Así comenzaba el comunicado de prensa que difundió la desconocida organización terrorista del Ejército Nacional Revolucionario (ENR) dos años después de haber asesinado a uno de los líderes sindicales más simbólicos de la historia gremial argentina.
Pasaron casi 40 años desde aquél fatídico 30 de junio de 1969. A las 11:36 de la mañana, en la sede de La Rioja 1945, cinco disparos desplomaron a Augusto Timoteo Vandor, líder de la Unión Obrera Metalúrgica (UOM) en la puerta de su despacho.
Se había ejecutado la "Operación Judas". A la misma hora, Juan Carlos Onganía, el presidente de facto de la Argentina recibía en la Casa Rosada a Nelson Rockefeller.
El ENR pasó a llamarse en los años siguientes "Descamisados", grupo que luego formaría parte de Montoneros. Protagonistas todos de los años más sangrientos de nuestra historia.
Cinco personas formaron parte del atentado contra uno de los más representativos dirigentes gremiales de los años 60. Desde un año antes, dedicaron su vida casi en exclusividad a seguir los movimientos de Vandor.
Todo estudiado, conocían a la perfección cómo podrían entrar a la sede de la UOM y qué decir para que los dejaran pasar. Todo estaba preparado. No habría posibilidad de error en el "Operativo Judas".
Luego de haber arribado a la casa de La Rioja, Vandor hablaba por teléfono con otro de los máximos protagonistas de la política peronista de los últimos cuarenta años: Antonio Cafiero. Hablaban sobre el reciente "Cordobazo" y las posibles consecuencias que podría tener para el futuro del país.
La postura del metalúrgico con relación a este hecho en la provincia mediterránea despertó la ira de los grupos más extremistas del país. A Vandor no le faltaban enemigos y su confusa relación con la dictadura de Onganía sólo alimentaba fastidio entre sus rivales.
La CGT estaba dividida: los "vandoristas" por un lado y la "de los argentinos" por otro. Un paro nacional a Onganía se venía y todos querían conocer la postura de Vandor: "Quédese tranquilo, Cafierito. Está todo bien", fueron sus últimas palabras.
Vandor debió cortar abruptamente la llamada. Un griterío llamó su atención. Salió de su despacho, y vio cómo una pistola calibre 45 apuntaba contra su humanidad. Sólo atinó a mover los brazos para cubrirse. Dos disparos primero. Uno más antes que cayera. Dos últimos cuando estaba tendido en el piso, para rematarlo.
Por si esos disparos fallaban, una bomba debajo de su escritorio detonaría minutos después. "Para los Judas no habrá perdón". Un lema que se repetiría a lo largo de los años de plomo en la Argentina. Siendo unos pocos quienes decidían quién era el Judas de turno.
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