El ejemplo de Paloma Herrera

La pandemia fue dura y nos dañó en exceso, ahora podríamos intentar revertir su dolor y volverlo un punto de inflexión que agote el ciclo de los negocios y nos devuelva el saber del arte de la política

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Paloma Herrera
Paloma Herrera

Triunfadora en el mundo y enamorada de su tierra, regresa a formar discípulos cuando otros destinos superiores en su arte la convocaban. Pero ella decide que este es su lugar en el mundo. Sin embargo, nuestra triste forma de impedir se lo hace imposible. Paloma Herrera, símbolo de talento, éxito, humildad, entrega, cuestiona muchos dogmas que lastiman lugares comunes: triunfar lejos y volver, frente a miles que sueñan con irse, decidirse a transmitir su saber y chocar contra todas las mediocridades en la ciudad que por albergar a los más beneficiados debería constituirse en el origen de nuestra recuperación. Demasiados años de gobierno del PRO desnudan un fracaso administrativo en un espacio cultural como el Colón, esencial para la sociedad, así como la imagen en el mundo de la que tanto se jacta esa fuerza política.

Heredamos un teatro que es de los mejores del mundo, ejemplo de que hubo quienes nos soñaron con grandeza, una Generación del 80 y sus continuadores, digna de ser reivindicada

Nací y crecí en otra sociedad, que duró hasta el último golpe, ese donde decidieron asesinar y destruir, ese que engendró una concepción colonial que sería reiterada por Menem, en nombre del peronismo, y por Macri, en nombre de los conservadores. Aquellos conservadores que edificaron el teatro Colón eran de otra raza, los peronistas que continuaron e incentivaron el desarrollo industrial, también. Etapas de la construcción de la patria que culminan con el surgimiento enfermizo de la voluntad colonial, justo en tiempos en que dicho proceso histórico se agota en la humanidad.

Conocí el miedo a que me robaran en la Roma de posguerra mientras los caídos sin destino durmiendo en las calles me llamaron la atención en mi primera visita a los Estados Unidos. Aquella Europa había traído a mis abuelos, la crisis que impuso el dogma del libre mercado expulsa a muchos de sus nietos. Hoy habito una sociedad dividida en dos frentes sin coherencia ni destino que muestran su impotencia para dialogar y construir.

Las naciones son empresas colectivas impulsadas por una voluntad de destino en lo universal, y las fuerzas políticas deben debatir acentos en lo productivo o en lo distributivo. Desde el último golpe deambulamos sin reencontrar nuestro espacio.

Raúl Alfonsín fue el último en intentar gobernar con instituciones, luego todo se fue degradando y los negociados impusieron el egoísmo para siempre. Los políticos fueron sustituidos por los economistas, los operadores y los consultores, esos que hoy nos imponen su rumbo y su ritmo e intentan educarnos en versión partidaria, pero bajo la cobertura mediática.

Néstor impuso una impronta personal rescatable, que por desgracia se llevó con su muerte. Sus opositores, después de duras críticas al periodismo militante, prefirieron imitarlo y extremarlo. Y esa fractura, grieta, confrontación entre gobierno y oposición que se difumina en toda la vida cotidiana nos va arrastrando a una violencia que abarca nuestra cotidianeidad.

Difícil medir la incidencia de las convicciones en los afectos, la capacidad de comprensión que cada quien alberga sobre opiniones adversas a las propias. La tecnología ayudó a conocer más las pertenencias ideológicas que a las personas, como también a distanciarnos. Compartimos grupos, del colegio, del club, de amigos varios que cada tanto entran en crisis por algún intento de condena a la opinión ajena. Los bandos son cada vez más rígidos, duros, dogmáticos, fanatizados, se van convirtiendo en sectas que opinan en manada con poca amplitud para soportar disidencias. Pensar distinto no es aceptado en algunos medios de comunicación, tan democráticos como sectarios, ubicados solo de un lado del mostrador, sin espacio para escuchar a los otros.

Surgió el fanatismo por la propiedad privada, a la que ya consideran la esencia de lo humano, a partir de un estado sin rumbo y grupos privados sin moral mientras la pobreza se desarrolla sin pausa como si fuera un acompañante de la modernidad. Es llamativo lo que opinan de China muchos liberales de mercado que la ven con buenos ojos tan solo por permitir la acumulación de patrimonio sin siquiera señalar su absoluta falta de libertad. La idea es simple, la libertad de mercado está por sobre cualquier otra consideración.

No obstante, más allá de nuestros conflictos, la economía alberga espacios de reactivación y el acuerdo con el Fondo pareciera estar cerrado, lo cual lleva a que la apuesta de algunos sectores de la oposición al estallido social se vaya alejando y deje de ser una amenaza. El frente del gobierno posee la ventaja de que sus disidencias sean más manifiestas. En cambio, la oposición celebra el corsé de una supuesta unidad que dura mientras no exista el debate de los cargos en juego. Se grita mucho mientras se reflexiona poco, los dogmas fracasados son banderas de lucha que se expresan en alaridos sin contenido. La pandemia fue dura y nos dañó en exceso, ahora podríamos intentar revertir su dolor y volverlo un punto de inflexión que agote el ciclo de los negocios y nos devuelva el saber del arte de la política.

Uno sabe que suena inocente: el ejemplo de talento y humildad de Paloma Herrera unido a su impotencia de romper las limitaciones podría convertirse en una convocatoria superadora de la grieta. Hace un tiempo fue Esteban Bullrich en su renuncia al Senado. Solo nos queda recuperar aquella consigna de Mayo del 68: “Seamos realistas, pidamos lo imposible”.

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