Según el Instituto de Estadísticas y Censos, la Argentina tiene 62 millones de líneas de telefonía móvil, lo que indica que existe casi un celular y medio por cada habitante.
Se estima que en los últimos cinco años cada una de esas líneas en promedio cambió dos veces de equipo. ¿Qué pasa con todo esto cuando ya no se utilizan? Se suma a los 50 millones de toneladas de residuos electrónicos que se generan anualmente en todo el mundo.
En esa montaña de aparatos descartados se encuentran más de 700 elementos tales como plásticos, metales, plomo, cadmio y litio, que suelen ser nocivos para la salud. Estos elementos además, suelen ser extraídos de la naturaleza mediante métodos muy contaminantes del medio ambiente como la megaminería a cielo abierto.

Los principales residuos electrónicos que se generan son los teléfonos móviles y las computadoras. Se calcula que desde 2007, se han producido en todo el mundo más de siete mil millones de smartphones. Luego de los equipos de telefonía, la lista de Residuos de Aparatos Eléctricos y Electrónicos (RAEE) continúa con los grandes y pequeños electrodomésticos, aparatos de alumbrado, herramientas eléctricas o electrónicas, aparatos médicos, instrumentos de vigilancia y control y aparatos electrónicos de bajo consumo.
Más del 90% de los componentes de estos equipos de telefonía son reciclables y sus baterías son un elemento muy contaminante que debe recibir un tratamiento especial. En nuestro país existen iniciativas de recolección, almacenamiento y reciclaje de equipos en desuso que recuperan las materias primas. Pero a pesar de que esto favorecería la menor extracción de metales del suelo del planeta solo un cinco por ciento se recicla.

El problema se ha convertido en uno de los mayores conflictos ambientales en todo el mundo: hacia el año 2030 en el planeta se generarán más de mil millones de toneladas. El inconveniente más grande es que la mayor parte de estos residuos no se están reciclando a través de métodos eficaces y seguros.
Se estima que un 80 por ciento de los residuos electrónicos acaban en un gran basural a cielo abierto, lo que conlleva un impacto ambiental de dimensiones increíbles: tan solo una batería de celular puede contaminar 600 mil litros de agua. Si se multiplica cada millón de celulares descartados (con sus baterías) por la cantidad de agua que se podría estar contaminando, la cifra es escalofriante.

El problema de los RAEE es de tal magnitud que Naciones Unidas, en su documento "Objetivo de Desarrollo Sostenible" ya subrayó la necesidad de "garantizar modalidades de consumo y producción sostenibles" y hace un apartado especial para este tipo de residuos.
La ONU insta a todos los Estados del mundo a lograr una gestión ecológicamente racional de los desechos químicos y electrónicos de modo que sea posible disminuir la liberación de tóxicos a la atmósfera, el agua y el suelo y minimizar así sus efectos negativos sobre la salud y el medio ambiente.
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