Gastón Pauls: "Cuando estaba en la oscuridad, chocándome contra las paredes, le pedí a Dios que me sacara de ahí"

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En los últimos años se llamo al silencio. Decidió resguardar su vida privada, y solo dedicarse al cine y a su familia. Pero ahora decide contar qué fue lo que lo llevó a tomar esa decisión.

Gastón Pauls empezó muy joven, con solo 23 años era un galán de telenovela y súper reconocido. Eso también tuvo su lado negativo, y su costado de soledad. Luego de años de terapia y con dos hijos (Nilo y Muna, de la relación que mantuvo con Agustina Cherri) se encuentra en un estado de tranquilidad y paz. Por estos días presenta Palau, una película que se estrenará en abril, basada en la vida del reconocido pastor evangélico.

—¿No te gustan las entrevistas?

—En los últimos años decidí alejarme un poco. En gran parte tiene que ver con dos seres que están acá, a unos metros, que son mis hijos. Todo ese tiempo de ir, prepararme, maquillarme y salir (en la entrevista), es tiempo que pierdo con ellos. Entonces trato de no hacerlo, salvo por algún tema muy, muy puntual.

—¿Abrir la puerta de tu casa es complicado?

—Es un tema la exposición. Incluso cuando uno está afuera de las cámaras también: cómo manejar socialmente tu vida, tu intimidad… Yo me hago súper cargo de eso. Abrís una puerta, y si permitís que entre el viento, que entre el huracán, que entre la foto, las cámaras… después es complicado cerrarla totalmente. Hoy, hay lugares a los que ya no iría, y otros sí porque me parece que hay más respeto.

—¿Cómo surge Palau, la nueva película que estas protagonizando?

—Es rarísimo. En 2003 estaba haciendo la serie documental Ser urbano, y fui a cubrir el festival que (Luis) Palau hizo en Palermo. Pero no para hablar con Palau, sino para hablar con la gente que lo lo iba a ver. Eran 200.000 personas. Yo estaba con las cámaras de Ser urbano y me decían: "Gastón, ¿no tenés ganas de tener un encuentro con Jesús? "¿No querés encontrarte cara a cara con Dios?". Y yo me imaginaba que me iban a llevar a una habitación, que iban a abrir la puerta y que iba a estar Jesús sentado: "¿Qué hacés, Gastón? Sentate, loco. ¿Querés tomar un café?". Me impresionaba un poco esa imagen, entonces terminé diciendo no. Yo estaba en una etapa distinta de mi vida. Cinco años después Palau volvió a la Argentina, y me llamó: "Che, vi el programa, gracias, fuiste muy respetuoso. Ojalá Dios algún día nos dé la oportunidad de trabajar juntos o de vernos".

—¿Te sorprendió?

—Sí, en ese momento me pareció un gesto divino. Pero me sorprendió también que él dijera con tanta convicción que Dios algún día nos iba a volver a encontrar. Y nueve años después de eso, me llamaron para ofrecerme la película. No soy religioso, pero venía de algunas situaciones, de algún momento oscuro y difícil de mi vida, sin poder encontrar la salida. Cuando estás en medio de la oscuridad y en una habitación en la que no es que encontrás la puerta, ni siquiera encontrás el picaporte, ni el botón para encender la luz…

—¿Eso te pasó durante mucho tiempo?

—Y… pasaron varios años. Cuando uno choca una y otra vez con la oscuridad, con paredes, porque no ves y te la das… En un momento levanté la cabeza y dije: "Dios, sacame de acá, ayudame a salir de acá". Pero sin ponerlo en una religión.

—¿No estaba la ayuda de amigos y familiares?

—Sí, pero uno en su demagogia, en su egocentrismo, cree que igual va a poder con todo. Y es ahí donde me parece que es un buen ejercicio humano bajar un poco la cabeza. No olvidarse de uno, pero decir que ahí arriba o donde esté hay algo que está viendo y cuidando todo, y ayudándonos a salir de lugares.

Gastón Pauls, en su encuentro con Teleshow  (Foto: Santiago Saferstein)

—Siendo actor, ¿cómo trabajás el ego y que no se vuelva un problema?

—Este medio invita o tiende la trampa para que uno pise ese palito del ego. Un actor se para arriba de un escenario, actúa durante una hora y media, y después está esperando el aplauso. Y cuando viene y llega al pecho, puede inflar el pecho de una manera poco recomendable. Cuando uno pisa ese palito y se cree un montón de cosas que el medio te regala y te ofrece gratuitamente, ahí me parece que uno empieza a cegarse mucho. Es difícil pinchar un ego desinflado. Yo traté de hacer… hago el ejercicio de desinflarlo, de ubicarlo donde tiene que estar, de que me sirva como motor para algunas cosas, pero no que regule, me condicione y sea la carta de presentación de mi vida. Lejos de eso.

—Empezaste muy chico. ¿Y eso lo tenías tan claro?

—No. Cuando arranqué a grabar Montaña Rusa tenía 21 años. Y salía a la calle con 22 y monedas, en el momento de mayor éxito, y era complicado caminar por la calle: me tenían que sacar de un shopping con seguridad… Y no era el momento más placentero de mi vida. Era como: "¿Qué es esto? ¿Por qué?". Me pasaban varias cosas. Estaba la culpa porque veía que otros amigos estaban laburando un montón y no les pasaba eso. Y también esto de la intimidad.

—¿Se te alejó mucha gente cuando tuviste aquellos problemas?

—Hoy, si lo pienso, es como una prueba de la vida para ver quiénes están de verdad, ¿no? Y mucha gente no está. Pero por cada mano que se suelta, aparecen tres que se abren…

—Igual debe ser difícil.

—Siempre es difícil. En general, para mí es difícil todo. El éxito es difícil porque puede ser una gran condena. el éxito ¿no? Basta ver la cantidad de gente que en el mejor momento de la vida, en su momento de éxito, entre comillas, se suicidan, o pisan la banquina y vuelcan, o no pueden con todo. Y en este mundo tan exitista, el fracaso puede ser una gran bendición. Decir: "A ver, ¿quién está? ¿Qué es lo que realmente tengo?".

—Y el fracaso enseña más que el éxito.

—Para mí sí. Está muy sobrevaluado el éxito, y está muy desprestigiado y desvalorizado el fracaso. Cuando digo fracaso, a las pruebas me remito: tengo dos hijos que están acá y yo los vi cuando empezaron a caminar. Y empezaron a caminar porque se cayeron 50 veces, se la dieron contra muebles, se lastimaban las rodillas. Esos fracasos fueron los que les permitieron caminar. Si se hubiesen bajado al primer fracaso, todavía estarían gateando.

—Como actor, ¿qué dificultades tuviste?

—Eso lo aprendí muy joven. Montaña Rusa hacía 30 puntos de rating y, vuelvo a decir, salía a la calle y era complicado. Iba a un boliche y no podía bailar. Tenía 22 y era lo primero que hacía en televisión. Y dije: "Ah, pero esto es fácil, ¿hacés un programa y tenés 30 puntos?". Y no sé si es divino o si uno mismo se lo genera, pero el segundo o tercer programa que hice, tenía 2 puntos. Y dije: "Ah, esto es así". Aprendí muy rápidamente que la vida te sonríe y te muestra la carita triste. Igual, siempre hubo una búsqueda que la revaloricé y la encontré, y ahora con 47 años me siento mucho más sólido en todo sentido, emocional y espiritualmente también.

—¿Cómo te organizás con tus hijos?

— Son dos compañeros. Compañera y compañero bellísimos. Han ido conmigo en un rodaje, los he llevado a Mendoza, los he llevado a algún otro lugar. Hace un tiempo decidí que a esta altura el gran rol de mi vida, y ahí también está el ego desinflado, es como soy yo como padre. Todo lo demás es absolutamente relativo. Obviamente. quiero seguir haciendo lo que me gusta porque también tiene que ver con mi rol como padre, que mis hijos vean que yo hago lo que amo. Pero me ocupo de ellos mucho y tengo una madre, ellos tienen una madre (por Agustina Cherri) que es… increíble.

—¿Fue difícil la vida después del divorcio?

—Es una buena pregunta. En este mundo hay mucho divorcio, lamentablemente. Y gracias a Dios también, porque la gente antes no se separaba aunque no se soportaba, y si eso es así, mejor que se separen. Ahora hay una salida, "Bueno, vamos, separémonos", y antes era: "A ver, busquemos la salida de a dos". Con Agustina nos queremos, es la madre de mis hijos, es una compañera de paternidad y maternidad muy grande, y le vamos a ir encontrando la vuelta siempre. Pasamos algún momento los primeros dos meses… y hoy es mi compañera de maternidad y paternidad de fierro. Hace un tiempo que estoy solo. También es complicado encontrar una compañera, ¿no? En medio de tanto movimiento, que pueda acompañarme y a quien yo pueda acompañar. Aparecerá.

—¿Hay algo que te dé miedo?

—Cuando uno va creciendo… Ya no le tengo miedo a un montón de cosas porque las pasé y dije: "Ah, no te matan". No solo no te matan sino que te fortalecen. Lo que sí me puede asustar, pero que también suelto, es algo que les pase a mis hijos. Le duele el dedo meñique a un hijo mío y decís: "No, por favor, que me duela a mí". Es increíble lo que me pasa como padre.

—¿Te llevás bien con las redes sociales?

—No. Hasta hace dos años no tenía redes, ni Facebook, ni Twitter, nada. Ahora solo tengo Instagram. A veces digo: "¿Para qué lo tengo, qué es lo que quiero mostrar para afuera?". Me lo sigo planteando. Me quemo la cabeza con todo, casi todo… Tratá de entender por qué subo una foto. Por lo menos entender por qué lo subo. ¿Qué quiero? ¿Ganarme siete seguidores más? ¿Que hablen de mí? ¿Que me insulten o que me aplaudan? ¿Qué es lo que uno está buscando? Por lo menos, saber eso.

—¿Es fácil vivir de la actuación, ser actor?

—No, no es fácil. Hace muchos años Pepe Soriano me decía que el actor es una persona que un día come faisán y al otro día se come las plumas. Como un día lo tenés, al otro día no lo tenés; un día estás, otro día no estás. Hubo años en el último tiempo en los que no tenía laburo, no tenía para pagar la nafta, y daba clases.

—Nadie se lo imaginaría, porque como ya tenés un nombre…

—Sí. Pero hice: "¡Tac! Vamos a dar clases". Y no era solo porque no había laburo, también era a ver qué puedo compartir, y qué puedo aprender con un compañero, con un alumno que está yendo desde lo más puro y genuino, recién empezando. Qué es lo que yo perdí por haber transitado un montón de años en los medios. Uno pierde un montón de vida genuina, pierde un montón de pureza. Se encasilla, te convertís en una persona muy mecánica haciendo el laburo. Entonces, dar clases me enseñó mucho. Recuperé la pasión por lo que hago.