Alberto Royo: "Las nuevas tendencias progresistas niegan el derecho a la educación a los más desfavorecidos"

“Contra la nueva educación” es el libro del español que interpela la idea de que la igualdad es el punto de llegada y no de partida: “Hay que garantizar que cada uno llegue tan lejos como su capacidad y esfuerzo le permitan”

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Decididamente provocativo es el título del libro del musicólogo Alberto Royo, profesor en institutos secundarios de Zaragoza: Contra la nueva educación (Ed. Plataforma). Se trata de una demoledora crítica a los pedagogos que desvirtúan el rol del docente como transmisor de conocimiento. "La estupidez del anti-intelectualismo no entiende de fronteras", dice, ante las coincidencias de diagnóstico con lo que sucede en nuestro país en materia educativa.

Como es de imaginar, el libro causó una fuerte polémica en España ya que ataca los puntos centrales de lo que hoy es el discurso oficial en materia pedagógica. Sin embargo, Alberto Royo está convencido de que su punto de vista es mayoritario entre sus colegas.

Todo aquello que suponga un esfuerzo para el alumno es considerado una especie de tortura

Algunas de sus afirmaciones parecen de simple sentido común, a tal punto las nuevas teorías pedagógicas la han emprendido contra la esencia misma de la enseñanza: desde el rol asimétrico profesor -alumno hasta el aprendizaje como motivación suficiente para ir a la escuela. Hoy parece que el rol de la escuela es más bien "proporcionar cierto bienestar y cierta comodidad al alumno", y entonces "todo aquello que suponga un esfuerzo para el alumno es considerado casi una especie de tortura", dijo Royo en esta entrevista con Infobae.

Por eso, aunque el subtítulo del libro puede parecer una obviedad, Por una enseñanza basada en el conocimiento, no lo es. Y, como se verá a lo largo de esta entrevista, no es la única afirmación que cuesta creer que haya que hacer.

Profesor en la escuela secundaria desde el año 2000, antes Royo había enseñado también en conservatorios, lo que le ha dado "una visión bastante amplia de las distintas etapas y los distintos contextos", la suficiente como cuestionar a los expertos que elaboran sus nuevas pedagogías lejos del aula y luego usan de cobayos a alumnos a los que en definitiva acaban escamoteando el derecho a aprender.

 

—¿A qué se refiere usted cuando habla de "nueva educación"?

—Primero, es algo que en realidad no tiene mucho de nuevo. Por otro lado, no todo lo nuevo ha de ser bueno. En tercer lugar, muchas de las propuestas de esta nueva educación tienen muy poca o ninguna  base científica y están pensadas más desde la teoría que a partir de la práctica del aula. Por último, suelen coincidir en dar muy poca importancia al conocimiento que, en mi opinión, debería ser la base de cualquier buen sistema educativo.

— Usted señala que se ha desvirtuado el rol de la escuela porque el saber pasa a un segundo plano y en cambio se habla de atracción, de diversión…

—Esa es la clave del problema porque de ahí derivan todos los demás. En el momento en que el profesor ya no tiene como principal misión la transmisión de conocimiento y esto se considera poco importante, en el momento en que en la escuela lo fundamental no es que los alumnos aprendan; pues a partir de ahí prácticamente cabe todo. Y entonces estamos desvirtuando totalmente el objetivo de una buena educación que ahora ha pasado a ser más bien proporcionar cierto bienestar y cierta comodidad al alumno, lo que en sí mismo no es algo muy educativo.

—Usted señala algo interesante: ya no se considera suficiente motivación el aprender. Y entonces es como si hubiera que encontrar otros atractivos en la escuela. De esa forma se desvaloriza el aprendizaje que es la esencia.

—Sí, porque se contraponen los contenidos, los propios conocimientos, con lo emocional, cuando el conocimiento ya es emocionante, puede ser emocionante. Otra cosa es que siempre sea placentero o que lo sea a corto plazo, porque aprender siempre es provechoso pero a medio y largo plazo. Por otro lado tampoco se puede contraponer la educación en valores porque el conocimiento ya es un valor en sí mismo, un valor esencial.

La relación entre maestro y alumno es forzosamente vertical, hay una persona que sabe y otra que todavía no sabe

—Vienen luego las consecuencias prácticas de esta visión: se desvaloriza el rol del docente y se desvaloriza la disciplina porque, si lo esencial no es aprender tampoco es necesario tener método, constancia, esfuerzo…

—Claro, hemos llegado a un punto en el que por un lado todo lo que se aprenda ha de aprenderse con placer, y eso es absolutamente imposible, y por otro lado se pretende equiparar el punto de vista del maestro y el punto de vista del alumno. No tiene sentido pretender una relación no jerárquica o una relación horizontal entre uno y otro porque la relación ha de ser forzosamente vertical. Es decir, hay una persona que sabe y quiere enseñar lo que sabe y la otra persona todavía no sabe y ha de aprender lo que el primero sabe.

La estupidez del anti-intelectualismo no entiende de fronteras

—¿Sucede también en España, como pasa aquí con esta nueva perspectiva de la educación, que se prohíba la repitencia en los primeros años de escuela, que examen o evaluación sean malas palabras o que hasta se ponga en cuestión la calificación con notas por "estigmatizante"?

—Sí, me temo que la estupidez del anti-intelectualismo es algo que no entiende de fronteras, es transversal, global. He hablado con algún colega argentino y veo muchos puntos en común. Es verdad, todo aquello que suponga un esfuerzo para el alumno es considerado casi una especie de tortura: no puede haber exámenes, no puede haber competencia. Claro, uno no ha de fomentar en una escuela la competición entre alumnos pero sí el afán de superación; eso es algo que debe proceder desde la casa, que debemos como padres inculcar en nuestros hijos. Y no tiene nada de malo, es sano.

Una demoledora crítica a las nuevas tendencias pedagógicas que desvirtúan el rol de la escuela
Una demoledora crítica a las nuevas tendencias pedagógicas que desvirtúan el rol de la escuela

—Se habla de creatividad como algo contrario u opuesto al conocimiento ¿no? Es como si el alumno apenas llegado a la escuela ya fuese una especie de pequeño genio en potencia que solo, sin ayuda, va a crear cosas de la nada.

—Sí, eso estaría muy bien si fuera que todos tenemos las mismas capacidades; pero no, la vida es así de injusta. A mí me gustaría ser más inteligente y en aquellas cuestiones en las que no tengo tanta capacidad me toca esforzarme más. Esto no lo podemos considerar injusto, tendríamos que darnos cabezazos contra la pared, es la realidad. La creatividad es algo muy importante pero una persona que no sabe absolutamente nada no puede ser creativa, puede ser extravagante. Por lo tanto el auténticamente creativo es aquel que es capaz de dominar la tradición y llegar a trascenderla.

Si consideramos a la igualdad como punto de llegada lo que hacemos es renunciar a la excelencia

—Otro sinsentido es que se dice todo esto en nombre de la inclusión, de la igualdad; si a un chico le va mal en la escuela necesariamente es porque tiene problemas en su casa, porque es pobre, porque no tiene recursos, entonces la escuela debe ser indulgente con él y de ese modo termina reproduciendo la desigualdad inicial.

—El problema con la igualdad es que se la está considerando un punto de llegada y no un punto de partida. La igualdad como punto de partida no solo es importante, es esencial, eso es la base de la escuela pública. Amparar el derecho de todos los alumnos a formarse tanto como su capacidad intelectual y su capacidad de esfuerzo les permitan. Apoyar por supuesto a aquel que tiene dificultades pero quiere esforzarse. El problema es que si lo consideramos como punto de llegada lo que hacemos al final es renunciar a la excelencia, extender la mediocridad que desde luego para mí no es un logro.

—Digamos que se confunde el derecho a la educación con el derecho a recibirse, el derecho al título.

—Claro, pero el título al final se lo regalamos y se ha devaluado. De lo que se trata es de que cada uno pueda llegar tan lejos como su capacidad le permita. Eso sí hay que garantizarlo, deberíamos garantizarlo.  

La clase magistral hoy día es considerada aburrida. No tiene sentido. Si es aburrida no es magistral

—Hay también una condena a métodos tradicionales que hasta el momento han sido eficaces. Usted dice bien que gran parte de estas teorías nuevas no han sido ensayadas en la práctica. Por lo general se piensa desde un gabinete, se decide y se aplica. En cambio, los viejos métodos, muy criticados por rutinarios o poco creativos, como la memorización, la clase magistral, el examen, el dictado, han dado resultados hasta ahora. Pero son mala palabra hoy en día.

—Porque hoy estamos en la época de la estética y hay que innovar, aunque la innovación sea una estupidez. Innovar es hacer algo diferente. Bueno, si aquello diferente que aplicamos una vez, funciona, entiendo que se extienda a otros sitios. Pero innovar por innovar no tiene sentido. Yo creo que hay que dar libertad al profesional de la enseñanza para que sea él el que decida qué método se utilizará. No hay un profesor ciento por ciento tradicional o ciento por ciento innovador. Además el profesor continuamente está innovando. Nunca damos la misma clase, continuamente cambiamos de estrategias. Yo creo que esa es la clave de todo: se debe confiar en el docente. El tema de la clase magistral es realmente sorprendente. La clase magistral es considerada hoy día una clase aburrida. No tiene sentido. Yo siempre digo "si es aburrida no es magistral". Una clase magistral es lo que todo docente quiere dar y todo el mundo quiere recibir, una clase excelente.

Internet es una fuente de información muy útil para el alumno que tiene una mínima base; para el que no la tiene es una manera de desorientarse

—Supongo que también en España cunde el fetichismo tecnológico, es decir, como ahora internet pone el conocimiento a disposición de todos, al alumno basta con darle una computadora, conectarlo a la red y, listo, puede aprender solo. ¿Qué me puede decir de esa idea?

—Lo que puedo decir es que internet es una fuente de información muy útil para el alumno que tiene una mínima base pero para el que no tiene ninguna es una manera de desorientarse, pues porque para todo hace falta tener conocimiento. Un alumno no puede entrar en internet y aprender si no es capaz de discernir entre la información que es relevante y la que no lo es. En fin, yo creo que es tan evidente que a veces uno se encuentra discutiendo cosas que son obvias. También debo decir que todas estas nuevas tendencias tienden a ser progresistas y en el fondo lo que están haciendo es negarle el derecho a la formación a los más desfavorecidos porque estos alumnos, los pobres, por hablar en palabras llanas, son aquellos que más dificultades tienen para acceder al conocimiento. Si nosotros en la escuela no se lo damos van a tener mucho más complicado el encontrarlo en otro sitio.

—¿Qué receptividad tuvo su libro?

—Ha generado debate, que es lo que yo quería. Ahora mismo en España, el discurso es prácticamente uniforme. Hay un discurso pedagógico oficial que prácticamente inunda todo, los medios de comunicación dan eco a propuestas que a mi juicio tienen muy poca base científica y que desde luego no están pensadas desde la realidad del aula. Por eso estoy contento. Las reacciones, como me imaginaba, han sido un poco extremas, hay gente que se ha sentido muy reconfortada con el libro y gente que normalmente se ha sentido un poco soliviantada. Creo que era necesario aportar un punto de vista que es probable que no sea el hegemónico pero sí creo que es mayoritario entre los profesores.

—¿Y su próximo libro es sobre el mismo tema?

—Sí. Sale a partir del 20 de marzo y se titula La sociedad gaseosa. Lo que pretendo demostrar es que lo que yo denunciaba contra la nueva educación no deja de ser un síntoma de la sociedad gaseosa que ahora mismo tenemos.

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